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Volver a Emily Dickinson con La dama de blanco

«A mí me han dado mucha caña por trabajar con mi padre. Mi padre es mi maestro, pero eso no significa que no quiera trabajar con otras personas»

 

El Teatro Quique San Francisco -antes Galileo- acoge el estreno en abril de La dama de blanco, una propuesta renovada de La bella de Amherst de William Luce, estrenada en Guindalera en el año 2014.

Este montaje, protagonizado por María Pastor y dirigido por Juan Pastor, homenajea a Emily Dickinson, una de las mejores escritoras estadounidenses.

Con motivo de este estreno, hablamos con María Pastor que nos cuenta cómo la propuesta adquirió otro significado al identificarse con la poetisa en su aislamiento voluntario con el que ella tuvo que vivir de manera impuesta cuando nos confinaron al inicio de la pandemia.

 

Los paralelismos provocados por el aislamiento

 

 

Por Ka Penichet

Foto de portada Susana Martín 

 

Después del cierre de Guindalera no has dejado de trabajar, ¿era así cómo te imaginabas fuera de ese espacio?

El cierre coincidió justo antes de que estallara todo con la pandemia así que había una parte en la que estábamos dando las gracias. Hubo muchas sensaciones encontradas y muchas emociones. Por un lado, dábamos las gracias al cielo porque si no hubiera sido la estocada final y, por otro lado, la pandemia afortunadamente me dio la posibilidad de hacerle frente al duelo, mirarlo de frente y dándome tiempo para reflexionar y digerirlo. Lo pasé mal porque yo tuve que cerrar y no tenía ni paro, ni ayudas, ni nada de nada; tuvieron que ayudarme amigos y familiares porque no podía. Conté con un poquito de ayuda de AISGE, me levanté y fue muy duro el encierro. En estas te pones a trabajar por necesidad. Me cundió bastante. Luego te das cuentas hasta dónde te machacas; yo no hacía más que pensar que estaba paralizada y que no podía hacer nada y resulta que traduje y adapté una obra que algún día dirigiré, y presenté un par de proyectos. También tuve suerte porque el grupo de la ESAD de Valencia me llamó para hacer un trabajo sobre mi carrera y la historia de Guindalera. Todo eso me dio mucha energía y mucho ánimo en las reacciones de la gente y volví a acordarme de cómo compensaba todo porque tienes la sensación de que la gente olvida muy rápido y que todo el esfuerzo ha merecido la pena, pero es un poquito duro cuando acaba. Poco a poco, di clases en Codina, me llamaron para El perro del Hortelano, pero siempre tenía la sensación de que no estaba haciendo todo lo que podía hacer y que estaba todavía lamentándome excesivamente por lo que fue Guindalera. Eso se paga profesionalmente porque te significas mucho y la gente te asocia con algo muy rápido y no te llama y parece que estás como fuera de juego. Creo que los artistas y la gente que nos dedicamos en torno al arte pasamos por lo mismo. Pasamos por una cuerda floja que no te permite volver a atrás pero claro es una situación vertiginosa que cuando tienes veinte años es muy gracioso, pero con cuarenta y algo empieza a ser un poco…

 

¿En qué momento profesional te encuentras ahora?

Ahora veo muchas posibilidades. Estoy entregada a la causa de este nuevo proyecto y a Ágora que es una creación muy mía que ha sido un poco todo lo que yo he ido atesorando en Guindalera paralelamente, no solo como actriz, sino como profesora, como dinamizadora… con todas estas actividades que hacíamos. Yo creo que eso era lo más importante de Guindalera porque es otra forma de hacer teatro, no sólo en la línea artística sino todo lo que conllevaba en Guindalera. Realmente, el cuidado al público enriquecía una forma de ir al teatro. Creo que eso es un poco el futuro del teatro y que el modelo está cambiando. Hay que buscar otras formas de ir al teatro. El tipo de trabajo que a mi me gusta requiere un trabajo de fondo con los espectadores. Ahora ya estoy bien, creo que he encontrado las fuerzas y la motivación que necesito porque veo un horizonte, veo que hay muchas posibilidades. La nueva Guindalera tiene un espacio virtual que me da mucha gasolina y voy a seguir volviéndome a presentar otra vez como si tuviera 20 años; porque tienes la sensación de que se olvidan de ti o que dejan de pensar en ti como actriz.

 

Yo creo que eres una actriz que sigue en el imaginario de la gente…

¿Sí? Pero no me llama nadie.

 

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María Pastor protagoniza La dama de blanco. Foto de Susana Martín.

 

¿Y no has pensado que la gente piense que tú solo quieres trabajar con tu padre en tus proyectos?

¿Ves? Tengo ese sambenito porque la gente me ve de una determinada manera. Esto es así siempre. El otro día con mis chicos de Ágora hicimos una especie de progreso que yo le llamo «Roca de consejo» y cada uno contaba si fuera un país, qué país sería, con la idea de contrastar la imagen que ellos tienen de sí mismos y lo que los demás ven que suele ser siempre muy distinto. En este caso, debe pasar lo mismo. No, yo necesito trabajar. Está muy bien que me lo preguntes porque parece que está en la cabeza de mucha gente. Vivimos en un país donde las compañías estables brillan por su ausencia. De las pocas que hay son cuatro que subsisten no se sabe muy bien cómo y cuando digo compañía estable hablo de compañías que han pasado la frontera de los 10 años. Parece como si tú no pudieras hacer otra cosa o no te interesa hacer otra cosa. Es verdad que exige un compromiso, pero profundizar en una línea está un poco demonizado. Igual que, cuando estudiaba en la RESAD, se consideraba que era mejor que tuvieras diferentes profesores. Yo considero que es mejor profundizar en una cosa y luego ya si quieres te pones en otra. Trabajo con mis padres porque crecí fascinada por estas dos personas y simplemente, no podía dejar de escucharlas, de trabajar con ellas y de defender un proyecto, porque Guindalera es un proyecto compuesto por mucha gente. Como dice mi padre: «el individuo se desarrolla a través del colectivo» y yo me he desarrollado a través de Guindalera, pero estoy deseando trabajar con otro tipo de gente. A mí me interesa mucho el trabajo de los demás, así que por favor que me llamen.

 

¿Quién te gustaría que te dirigiera?

Jo, pues es que hay montón de gente interesante por ahí. Alfredo Sanzol, Mario Gas o las nuevas generaciones como Pablo Remón. Se me ocurren muchos nombres como Denise Despeyroux, Helena Pimenta, Claudio Tolcachir,Laila Ripoll, Miguel del Arco o Jose Troncoso…

 

¿Qué variaciones hay entre la propuesta que interpretaste en 2014, La bella de Amherst, de esta de ahora, La dama de blanco?

Esto surgió porque en el confinamiento volví a Emily Dickinson acordándome de que fue una mujer que eligió un confinamiento. En los últimos años apenas salía de su habitación. A pesar de no salir, tenía la capacidad de alcanzar altos estados de conciencia presente como Santa Teresa de Jesús prácticamente. ¿Cómo es posible que una mujer que no ha visto mundo no sabe cómo es el mar y tuviera un poema que decía: “No sé cómo es el mar, pero no sé cómo es exactamente un poema” y hablara con una profundidad espectacular? Eso es una forma de profundizar una línea de la que hablábamos antes. Así que planteé todo un proyecto para Alberto Conejero que no salió en ese momento, en el que yo no hablaba del montaje, hablaba de la realidad, era una especie de cosa metateatral a través de los encuentros con los chavales de la ESAD de Valencia y era el deseo de la actriz, montar ese trabajo. Resulta que no salió, pero ha sido totalmente el embrión de algo que está germinando ahora por todos los lados: por el montaje, por la plataforma y por las actividades que vamos a hacer online, por Ágora…resultó ser una especie de premonición de lo que ha acabado aconteciendo ahora. Si tuviéramos medios, como dice siempre mi padre, hubiéramos incluso cogido a alguien porque nos gusta mucho dar oportunidades a las jóvenes dramaturgas y haríamos un trabajo con lo que ya sabemos de Emily Dickinson. Seguiríamos investigando y crearíamos un espectáculo completamente nuevo. Pero resulta que no teníamos ese medio e hicimos lo que podíamos hacer con lo que teníamos, así que remontamos el montaje con la perspectiva del tiempo profundizando en la herida, sin pretender, porque el enemigo del arte es la pretenciosidad, ser geniales o superarnos, pero tomando ese material que apenas estuvo explotado cuando se estrenó en Guindalera. El montaje ha adquirido una madurez que yo no tenía ni de lejos por mi juventud y por mis circunstancias. Siempre he acabado haciendo personajes muy complejos a edades muy tempranas. Afortunadamente he tenido la oportunidad de insistir y de hacer muchas funciones o volver a retomar esos montajes y eso es una experiencia maravillosa porque es una segunda oportunidad y porque te das cuenta de la dimensión del material dramático que estabas teniendo entre manos antes y se encara de otra manera. Es como una tierra al dejarla en barbecho, que al volver a plantar nace con más fuerza. Hemos hecho algunos pequeños cambios, pero indudablemente hay que respetar una estructura dramática ya escrita por la que hemos pagado unos derechos de autor. Pero, dentro de lo posible, el espectáculo ha mutado.

 

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Escena de La dama de blanco. Foto de Susana Martín

 

Emily Dickinson se autoconfinó de manera voluntaria los últimos 10 años de su vida, ¿qué crees que hubiera sucedido si hubiera tenido que vivir un confinamiento impuesto?

¡Muy buena pregunta! Seguramente se habría rebelado de cualquier otra manera. Habría encontrado la forma de rebelarse. Ella lo que hizo fue enfrentarse al sistema en general, ver qué posibilidades tenía sin buscar un conflicto frontal. No hay que olvidar que ella estaba en su casa y escribía porque podía, porque tenía una habitación propia, pertenecía a una familia adinerada de aquella época y se podía permitir no casarse y estudiar y quedarse en su casa escribiendo. Su casa era su santuario, su templo y lo que más amaba, sus plantas, sus pájaros, su entorno familiar; su cuñada, que muy probablemente fue su amante o la persona más importante de su vida al menos, porque lo de su vida privada es un misterio. Creo que ella en parte de su confinamiento, se creó su propio personaje, convirtió el defecto en virtud. Se generó este personaje y es probable que luego ese personaje le atrapara más de lo que esperaba, pero eso no lo sabemos, son muchas conjeturas.

 

¿Qué os interesa a vosotros contar sobre ella?

Lo que a nosotros nos interesa de ese montaje es el material poético de la autora. Su vida privada es suya y le pertenece a ella, es un misterio y nadie lo va a saber nunca con certeza. Realmente, ¿tú crees que a una mujer artista le gustaría que hablaran sobre su vida o sobre su obra? Además, hay más morbo en torno a su vida privada y dejamos de lado lo más importante que es que estamos hablando de la poetisa más importante de todos los tiempos. Que su propio padre alababa lo bien que escribía su hermano ignorando que tenía una escritora de la talla de Shakespeare en su casa, pero como era mujer, el que escribía bien era el hermano. La poesía de esta mujer es tan insondable, tan brutal que ya tenemos bastante con eso. Nuestra atención como creadores ha estado apuntada por lo que te decía que ya existe una obra escrita que hay que respetar con una serie de pautas y tú puedes interpretarla y dar tu visión. Al final, yo no sé cómo era Emily Dickinson, ni de quién estaba enamorada ni nada, lo que sí sé es lo que me inspira su obra y lo que nos deja la reflexión que dejan sus poemas. Esto es lo verdaderamente importante.

 

Emily llegó a declarar: “No salgo de las tierras de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa, ni me muevo del pueblo”, ¿sientes que a ti te pasa algo parecido?

En Guindalera sobre todo hemos trabajado mucho con lo que llamamos distanciamiento subjetivo en el que hay un rompimiento de la convención teatral y el personaje es directamente quien trabaja con el público y se dirige al público con la perspectiva de los hechos ya pasados. Entonces, en la función había un momento en el que yo le decía al público: “Nunca tuve que ir muy lejos para encontrar mi paraíso, lo encontré todo aquí” y yo señalaba el espacio del teatro, “aquí, en Amherst, Massachussets” y había una especie de guiño a los espectadores diciendo que yo no tuve que irme muy lejos para desarrollarme como actriz. Pero eso no significa que yo no quiera trabajar con otras personas que yo no respete y admire el trabajo de otras personas y que a mi me nutra. A mí me han dado mucha caña por trabajar con mi padre. Mi padre es mi maestro. Es una persona que trabaja a un nivel que es una gozada. ¿Por qué me tengo que quitar yo eso? Por miedo a que no me llamen, a no encajar en el sistema. Evidentemente, Emily Dickinson tiene mucho de mí. Yo soy una persona de naturaleza rebelde, pero te aseguro que yo tengo la sensación de que soy mucho más dócil de lo que la gente piensa.

 

¿Qué dificultades encontraste a la hora de ponerte en su piel?

Pues mira, voy a decir una barbaridad: ninguna. En Guindalera llegó un momento en el que el compromiso, el esfuerzo y la constancia, profundizando en una línea de trabajo, empezaba a dar sus frutos a un ritmo y de una manera fascinante. Fue un momento en el que, además, no nos podíamos permitir ni ayudante de dirección ni nada, estuvimos mi padre y yo solos empleando la forma de trabajo que ahora está consolidada en un libro. En ese momento, fluía todo de una manera brutal, dejaba el texto en Guindalera y nunca tenía la sensación de estar haciendo un esfuerzo, fue una especie de regalo a tanta constancia y sacrificio. Indudablemente los poemas son los que más asustan. Siempre hay gente que es muy esclava de la forma. Creo que Emily y su material poético son complejos. Esto fue quizá los más delicado o lo más difícil a lo que me enfrenté como actriz. Me pilló muy entrenada como actriz, yo estaba todo el rato encima de las tablas. Hay una cosa muy importante de Emily que es esta cierta rebeldía que hay en la que se salta todas las formas y normas. Ella, de repente, pone palabras en mayúsculas aparentemente de una forma aleatoria, usa guiones… tú no puedes abordar un poema suyo igual que te planteas un verso español con cadencias, anticadencias, suspensión, acentos, porque todo es muy diferente. Hay más posibilidades, pero es más complejo. Hay poemas que son como acertijos de lo profundos que son.

 

¿Qué conocimientos crees que tenemos en España de la poeta?

La gente parece que la conoce por la loca decimonónica con problemas de agorafobia que está encerrada en su cuarto y que escribe sobre pajaritos y mariposas. Me da la impresión de que esta es la concepción que tiene mucha gente que no la conoce y es radicalmente opuesto. Ni está loca, ni escribe sobre pajaritos y mariposas. Es un pensamiento muy machista y una forma de rebajarla y humillarla. Es una mujer irreverente, rebelde, compleja… es de las primeras en usar el género neutro porque ella podía ser muchas cosas, femenino, masculino, es transgresora.

 

Viendo la propuesta de vestuario de Teresa Valentín-Gamazo, parece que quisiera evocar a otros montajes de la compañía como Duet for one o El juego de Yalta

Ah, ¿sí? Qué curioso, puede ser. Fíjate que el blanco es el peor color para iluminar. Es muy puñetero. Todos los blancos en escenas hay que darle un bañito de té o llevártelos a blanco hueso porque es una mandanga. Me alegra mucho que me preguntes por el vestuario porque es un trabajo de mi madre que es una exquisitez. Ella ha ido generando un estilo propio que está estrechamente ligado y tiene una enorme consonancia con el tipo de trabajo que hace mi padre. No se sabe dónde empieza uno y termina el otro. Los dos confeccionan un estilo interpretativo y artístico a la hora de ver un montaje de Guindalera que tú reconoces que es de la compañía. A mis padres les gusta mucho el mundo onírico, la estilización de la verdad. El juego teatral y la falta de medios te permiten eso. La sencillez y la elegancia. Suele haber como una especie de uniformidad cromática en los espectáculos. Mi madre cuida hasta el más mínimo detalle, hasta el ojal y el botón que aparentemente no se ven. Un día tendríamos que hacer una entrevista solo de la ambientación y del trabajo de mi madre.

 

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