Un día en la vida de Clarissa Dalloway

 

Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer

 

Carme Portaceli dirige (además de participar en la versión junto a Michael De Cock y Anna Maria Ricart) un elenco comandado por Blanca Portillo, en el que también están Manolo Solo, Inma Cuevas, Jimmy Castro, Jordi Collet, Gabriela Flores, Anna Moliner y Zaira Montes, para llevar a escena la cuarta novela de Virginia Woolf, una autora puntal del feminismo.

 

La noticia es que Blanca Portillo vuelve a pisar las sagradas tablas del Teatro Español (qué recuerdo imborrable aquella Hija del aire de Lavelli). La noticia es que lo hace para dar vida a un icono literario y feminista, la Señora Dalloway que inventó y dotó de posteridad Virginia Woolf en 1925. La noticia también está en el resto del reparto, cómo no. Hay ahí gente de muchos quilates, empezando por Manolo Solo e Inma Cuevas, y Jimmy Castro, Jordi Collet, Gabriela Flores, Anna Moliner y nuestra querida Zaira Montes, que viene del universo olivarero de Alberto Conejero y salta a la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial. La noticia, finalmente, es que todo esto lo orquesta Carme Portaceli, que profundiza en su compromiso con el feminismo haciendo lo que mejor sabe hacer: teatro. «Clarissa -señala Portaceli- es una mujer superficial en apariencia y dependiente, inmersa en una vida insustancial que ha sobrevivido a base de no mirar hacia atrás. Una mujer, como tantas otras, dedicada a hacer felices a los demás, que ha tomado decisiones en su vida sin tener en cuenta lo que de verdad deseaba, cumpliendo los requisitos de una mujer maravillosa admirada por todo el mundo. Por medio de ella la autora remarca el rol de las mujeres y nos habla de la represión sexual y económica. Woolf habla de feminismo, de mercantilismo, de bisexualidad, de medicina… Y del vacío existencial que es, probablemente, lo que más conecta esta novela a nuestra actualidad».

 

Entre dos mundos

Hace casi 100 años que la escritora contaba esta historia, una historia de entreguerras, un retrato desde el interior del personaje que dibuja una sociedad que parece despertar a un mundo nuevo al que aguarda un terrible episodio de destrucción, mucho peor que el inmediatamente anterior. No son pocos los que piensan que la cosa se repite. En el siglo XXI no hemos tenido guerra mundial, pero hemos tenido crisis brutal. Y hoy más que nunca, el nuevo mundo será feminista o no será. Mientras llega ese momento y surfeamos esta transición hacia no sabemos bien qué, elevar la voz de Virginia Woolf siempre será un remanso de inteligencia que solo nos puede hacer mejores. La novela, más allá del trasfondo, supone además un paso adelante en la forma, siguiendo a la protagonista a lo largo de un solo día donde la conciencia de Dalloway es el flujo narrativo que pone la argamasa. Inevitable no pensar en el Ulises de James Joyce. Son evidentes las similitudes estructurales y estilísticas, pero Woolf explora nuevos terrenos que buscan presentar un aspecto diferente de la experiencia humana. La autora, volviendo a las palabras de Portaceli, «hace un recorrido de 24 horas en la vida de Clarissa Dalloway, desde que se levanta por la mañana y comienza a preparar una fiesta para su marido, hasta el momento de esa fiesta, por la noche. Un recorrido marcado por las horas que toca la campana del reloj del Big Ben, por el tiempo que va pasando y que lleva a Clarissa a ir atrás y adelante en el tiempo de su vida. El flujo de su conciencia, la conciencia sobre su vida, sus decisiones, llega en el mismo instante en que abre la ventana de ese maravilloso día de primavera en el que prepara una gran fiesta. Para dar profundidad al personaje, Virginia recurre a la construcción de unas memorias, hoy utilizadas en las series y en algunos guiones. Todo ocurre en un solo día, dando la sensación de estar viviendo la trama en tiempo real. Diversos personajes que formaron parte de su vida acudirán hoy a su memoria y, después, a su casa para la fiesta».

 

Lo que la gente no dice

La libertad de Dalloway está en el interior, más en lo que calla que en lo que dice. Sus silencios son tan importantes porque esconden el magma de su personalidad real. Como dice Blanca Portillo, «ella es consciente de lo que le pasa, de lo que quiere y también de lo que no quiere y eso es de una enorme grandeza. Soy feminista hasta la médula, pero es importante que las mujeres escuchen también que la libertad real empieza ahí adentro, en la conciencia de lo que hemos elegido y de lo que no queremos». Virginia Woolf tuvo que inventar la conciencia interior de Clarissa para decirlo. Hoy, podemos gritarlo.

 

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