Antes de ser Miluka, ¿quién era María Milagros?

Miluka Suriñach: María Milagros era la tercera de una saga de María Milagros: mi abuela, mi madre y yo. Las mismas que estábamos presentes el día que nací, las mismas que cada 8 de septiembre nos íbamos a comer para celebrar el día de nuestro Santo. El nombre que te ponen lleva consigo una herencia llena de luces, pero también llena de sombras. Mi madre siempre ha dicho que ella quería ponerme Miluka pero que, al no estar en la Biblia, no me podían bautizar con ese nombre. Nuestra primera cárcel. El hecho de querer cambiarme el nombre con el que fui bautizada, conlleva una vuelta al pasado. Una introspección a lo que ha significado, desde mi nacimiento, tener que decir que el nombre que pone en mi DNI no es realmente mi nombre, y tampoco es el que mi madre quiso ponerme.

Recuerdo cada vez que pasaban lista en la escuela:

Profesora: María Milagros, ¿presente? 

Miluka: Sí, bueno, Miluka.

 

Carlos, como director de la pieza, ¿qué evolución has visto de María Milagros a Miluka?

Carlos Martín-Peñasco: Para nosotros, era importante hablar de los linajes familiares, de las imposiciones, de la presión que puede ejercer la familia sobre sus miembros. Una mujer tiene que buscarse a sí misma después de ser madre, y cualquier hijo tiene que buscar su identidad a pesar de sus padres. La obra tiene el subtítulo de “un viaje entre dos nombres”, y creo que es al final el viaje que hacemos todos en la vida. Naces con una identidad heredada y después tienes que encontrar la tuya.

 

¿María Milagros es la secuela de Alumbrar, tu primera obra?

Miluka Suriñach: No es consecuencia directa de Alumbrar porque el proceso de creación no parte de ahí, pero sí bebe de Alumbrar. Alumbrar trataba de la dificultad de quedarme embarazada, de la poca narrativa que hay sobre ese tema y, posteriormente, del miedo a perder el bebé una vez que por fin me había quedado embarazada. Una vez más con poca narrativa al respecto. Las mujeres tenemos que escribirnos a nosotras mismas para encontrarnos.

Alumbrar era una obra más luminosa. Si tuviera que diferenciarla en colores, Alumbrar era blanca y roja y María Milagros es negra y dorada. Es negra porque nace de una herida: la custodia compartida. Y dorada porque acaba donde todo empieza: en el amor. María Milagros navega por el desgarro de compartir a un hijo, por la dificultad de sacarte el sonido de las ruedas de su maleta al salir de casa. María Milagros navega por la pérdida absoluta de la identidad de la mujer después de ser madre, aborda las cárceles cotidianas de la mujer y por lo que se queda en la oscuridad para ponerle un foco directo y hacerlo público. De ahí que también sea dorada.

 

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Miluka Suriñach es María Milagros

 

Carlos, cuando comenzaste este proyecto trabajabas con una persona y acabaste con dos ¿cómo fue el proceso creativo de dirección?  

Carlos Martín-Peñasco: Alumbrar fue mi primera obra como director y la primera obra con Miluka. La idea partió del momento vital de Miluka, buscaba un hijo y no se quedaba embarazada. Acordamos hacer la dramaturgia a partir de improvisaciones. Parecía que íbamos a hacer una Yerma actual, pero el primer día que fui a recogerla para ir a ensayar, Miluka me abrió la puerta y me enseñó un test de embarazo positivo. El miedo a no quedarse embarazada se convirtió en miedo a ser madre en la misma tarde, así que nos fuimos a ensayar con la noticia y el embarazo y la obra se gestaron en paralelo. Realmente, siempre fuimos tres, Milu, yo y Leo, que estaba dentro de la barriga. Al final yo acabé siendo su padrino, y yo siempre digo que él es mi padrino en el teatro. El hecho de acompañar el proceso de embarazo de una actriz tan honesta y generosa como Miluka fue un regalo impagable.

 

¿Qué sabías tú de la maternidad cuando te quedaste embarazada?

Miluka Suriñach: Visto con perspectiva, nada. Yo quería ser madre, eso lo tenía claro, no sabía que quedarme embarazada era un Milagro, que iba a pasar por mil infiernos pensando que yo no era fértil. No sabía que iba a perderme, no sabía que iba a tenerle grima a los parques, no sabía que no iba a amar a nadie como amo a mi hijo y a mi hija, no sabía que iba a tenerle miedo a la muerte, no sabía que había días que iba a querer regalar a mi hijo y a mi hija a la vecina, no sabía que podía estar meses sin dormir y seguir viva, no sabía que mis pechos se podían estirar como un chicle, no sabía que a partir de dar a luz ya nadie me preguntaría que qué tal estoy, no sabía que la pareja en gran medida se va al garete. Y tampoco sabía que iba a llorar mucho más profundo y reír mucho más profundo, que los peos y los eructos se celebraban tanto, que iba a agradecer ir al wáter sola, como si de la invitación a un conciertazo se tratase. Ni que me iba a quedar casi calva, que iba a hacerle mil fotos a mis peques para atrapar todo lo que mi cansancio no podía captar, que iba a ser capaz de ser madre y que cada madre es distinta y es la mejor, que podía abrirme en dos para dar a luz y volver a cerrarme minutos después para comenzar a maternar, que la montaña rusa de las emociones estaba a punto de entrar en mi casa.

 

Carlos ¿qué tabú sobre la maternidad te ha impactado o removido más?

Carlos Martín-Peñasco: Lo que más me impactaba era escuchar a Miluka y a otras amigas que son madres empezar a hablar de la búsqueda de identidad tras dar a luz y los primeros años de crianza. La imagen tradicional de la madre perfecta, entregada y sonriente estableció un tabú por el cual muchas mujeres no se sentían con el derecho de hablar de sus frustraciones y añoranzas, o de las presiones sociales con las que conviven. Muchas madres se sienten solas y nadie lo sabe.

 

¿Qué ocurre después de alumbrar?

Miluka Suriñach: Después de Alumbrar me metí en mi cocina y empecé a observar al mundo con otros ojos. Los guiones se convirtieron en recetas y los personajes de mi próxima creación en los utensilios de mi cocina. El proceso de creación de María Milagros ya había comenzado y ni yo misma lo sabía.

 

Y con todas las dificultades que te encontraste después de dar a luz, ¿cómo arrancaste con María Milagros?

Miluka Suriñach: Todo comenzó en medio de la pandemia en un Facetime con Carlos, mi pareja artística y mi mejor amigo. Yo no podía parar de llorar en la cocina y le contaba que me había perdido, que sentía que los árboles que tenía alrededor de casa eran de plástico y que todo lo que me rodeaba pertenecía al decorado de una película… Cuando acabé de hablar con Carlos, me mandó un WhatsApp preguntándome si podía escribir lo que le había contado. Así que comencé escribiendo un texto que se llamaba Árboles de plástico… Al que se unió la Macarena, las cárceles cotidianas y el ruido de las ruedas de la maleta de mi hijo al irse de casa. Todo ello forma María Milagros.

María Milagros ha sido también un trabajo sobre el llanto y a la risa como seres inseparables. En nuestra sociedad hay un pudor histórico al llanto, desde que somos pequeños nos piden que lo escondamos o nos dicen que “somos demasiado fuertes y valientes” como para llorar. La risa en cambio es bienvenida. A mí me gusta que el llanto también sea bienvenido. Cuando alguien me pide perdón cuando llora, le pregunto si cuando está a punto de correrse también pide perdón.

 

 

Carlos, ¿qué te impulsó a pedirle a Miluka que escribiera lo que te contó en esa llamada de FaceTime? ¿qué te pasó por dentro mientras la escuchabas?

Carlos Martín-Peñasco: Cuando hablábamos por videollamada, recuerdo ver a Miluka en la pantalla de mi móvil llorando con su hija en brazos, contándome ese momento difícil que atravesaba a la vez que preparaba la cena en su cocina. En el momento más dramático, alguno metía un chiste y nos partíamos de risa. Eran conversaciones muy cotidianas y a la vez muy poéticas. Tenían la cualidad de la tragicomedia teatral. Después de alguna de estas llamadas, le propuse que escribiera un texto con lo que me acababa de contar, y parte de ese texto es una de las escenas de la obra. Ser artista tiene sus dificultades, pero también nos permite poder transformar una herida en un cuadro, en un libro, en una obra y conversar sobre ello.

 

Y ¿cómo fue montar la pieza en medio de una pandemia viviendo en dos ciudades distintas?

Carlos Martín-Peñasco: Fue complicado, logística y económicamente. Bien es cierto que una situación contraria no debe ser la excusa para que una idea se quede en un cajón. Cuando te enamoras de una historia y comienza la borrachera creativa, no hay pandemia que la pare.

 

Antes comentabas que en María Milagros se hablaba de las cárceles cotidianas de las mujeres, también sale la Macarena, pero también está Britney Spears…

Miluka Suriñach: Who is it? It’s Britney bitch. Mucha gente se sorprende con la aparición de Britney. Es la mayor disgresión dentro de la pieza, pero la sentimos muy necesaria. Britney, la Princesa del Pop, ha estado más de 13 años bajo el yugo del padre, del patriarcado, sin poder decidir sobre volver a ser madre, volver a casarse o sobre el color de sus uñas. El día que Britney se rapó, un 17 de febrero de 2007, fue porque quiso ver a sus hijos y su expareja no le dejó verlos porque no era el día que le tocaba. Entiendo que esa cárcel cotidiana le hiciera colapsar.  Britney entró en la obra para hablar de la pérdida de la inocencia, de la suya y de la mía.

 

¿Cuáles son las cárceles que aparecen en María Milagros?

Miluka Suriñach: El culto al cuerpo, la custodia compartida, las herencias familiares, el miedo a ser violada, raptada y asesinada por ser mujer, la cárcel de Ana Orantes, la de Lady Di y la ablación. También lo son las propias redes sociales, la necesidad de que tu vida real se corresponda con la imagen que proyectas en redes sociales y los palios cotidianos que cada mujer tiene que sostener.

Meterme en cada una de estas cárceles ha sido un trabajo muy profundo, como actriz y coautora de María Milagros. He podido experimentar que María Milagros somos todas. Que no hay tanta distancia entre cada una de las ocho mujeres a las que interpreto. Seguramente, si mi bisabuela se tomara un café con la Diosa Kali, tendrían muchas cosas de las que hablar. Y, si yo misma tuviera una cita con la Esperanza de La Macarena, creo que nos quedaríamos de charla toda la ‘madrugá’.

 

Carlos, ¿te costó identificar las cárceles a las que hace alusión la pieza?  ¿Cómo abordaste generar un hilo conductor entre todas ellas?

Carlos Martín-Peñasco: La premisa inicial era la combinación de dos ideas: la custodia compartida y La Esperanza de La Macarena. La colisión de estos dos elementos que aparentemente no tenían nada que ver, detonó el imaginario de la Semana Santa y las mujeres encerradas en palios.  A partir de ahí, todas las que aparecen en la obra llegaron a nosotras en las mismas improvisaciones o por señales que nos inspiraban durante el proceso de creación. Al no haber guion previo, ocurrió de una forma orgánica. Tampoco sabíamos que nuestra escenografía iba a ser un palio de Semana Santa transformado en cocina. Ocurrió así porque en el local de ensayo había un andamio de obra y lo usamos por jugar. Una vez teníamos a todos esos personajes, estaba claro que el hilo conductor es la historia personal de Miluka en esa cocina de Carabanchel donde resuenan las historias de las demás protagonistas.

 

¿Cuándo te diste cuenta de que eras actriz?

Miluka Suriñach: Puede sonar muy cursi, pero creo que se nace. Con tres años hice de Virgen María para el portal viviente de la guardería y con solo 10 años en 3º de EGB, interpreté y escribí mi primera obra de teatro sobre el caso de las niñas de Alcàsser. En esa primera obra sobre Miriam, Toñi y Desirée, yo hice de Miriam. Viéndolo con retrospectiva creo que desde siempre he escrito sobre lo que me toca el corazón, aquello que me remueve. Fue gracias a Don Carlos, mi profesor, que llamó a mi madre y a mi padre para decirles que su hija era actriz ¡Qué papel tan importante tienen los profesores en nuestra vida! ¡Gracias Don Carlos!

 

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Carlos ¿nos cuentas cómo se cruzaron vuestros caminos artísticos?

Carlos Martín-Peñasco: Fue el 12 de septiembre de 2008, el día que me mudé a Barcelona. Llegué por la tarde y esa misma noche me invitaron al cumpleaños de una desconocida. Ella era Miluka. A partir de ahí, nos hicimos amigos y estudiamos en la misma escuela de teatro experimental, el Laboratorio de Jessica Walker, que marcó nuestro estilo y visión teatral.

 

En tu obra hablas de las cárceles a las que te tuviste que enfrentar tú o tu madre de la educación que recibieron, ¿a qué cárceles se enfrentan las mujeres que nacen hoy?

Miluka Suriñach: Para mí, desgraciadamente son prácticamente iguales. No hay una gran diferencia respecto a las cárceles en sí, la diferencia es que ahora se pueden verbalizar más, al menos en nuestro país. Yo por ejemplo alucino con que hoy todo el mundo no se defina como feminista. El feminismo es el principio de la igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Luego está el hembrismo que es otra cosa. Todos y todas deberíamos ser feministas por naturaleza. Creo que ahora se están alzando muchas más voces, pero el miedo a volver de noche a casa sola, yo al menos lo sigo teniendo. Ojalá que mi hija no lo viva y sea libre pero no lo creo. Otra cárcel es la desigualdad laboral que hay entre hombres y mujeres. A las mujeres, para muchos puestos, le siguen preguntando en las entrevistas si quieren ser madre. Yo, como abogada lo viví. Todavía necesitamos que pasen muchos años, arrastramos muchos años de patriarcado y machismo a nuestras espaldas. Hay que seguir dando caña, hablar, hacer pública las cárceles, unirnos y crear una nueva narrativa. Reescribirnos.

 

Personalmente, ¿sigues detectando comportamientos machistas en ti?

Miluka Suriñach: Mira te voy a poner un ejemplo que me estoy planteando mi propia sororidad. Cuando llegó la final de Eurovisión y ganó Chanel, me sentí muy mal. Yo quería que ganara Rigoberta Bandini o las Tanxugueiras y, de repente, mi cabeza estaba tiroteando a Chanel cuestionando lo sexualizada que me parecía, no empaticé con ella como mujer, no empaticé con su libertad. Al día siguiente, me lo respiré y llegué a la conclusión de que había sido muy feo que yo hubiera pensado así. Me hubiese gustado tener una amplitud de corazón. También me gustaría mirar con más amor mi cuerpo. Todavía necesito un salto, no me miro con tanto amor como debería. Creo que es un acto reivindicativo hacia una misma. Mirarnos con amor debería de ser nuestro mantra diario. En este tema también tenemos que reescribir nuestro legado.

 

Carlos, ¿qué haces cuando en alguna conversación escuchas a alguna persona decir una frase machista?

Carlos Martín-Peñasco: Muchas veces no digo nada porque no lo sé identificar como machista. Esa es la peor parte, la inconsciente. Aún queda mucho camino para liberarnos de la herencia machista, a mí el primero.

 

Esta entrevista la comenzamos hablando de quién era María Milagros y me gustaría cerrarla preguntándote, ¿quién es Miluka Suriñach?

Miluka Suriñach: Pues soy una persona que se ha dado cuenta que no es una ‘super woman’, que tengo mis limitaciones, mis cacas y mis dulces. De pequeña me creé una vida paralela a la que vivía. Ahora de vuelta a la vida ‘real’ me encuentro amando lo que hay: con su crudeza, sus sombras, sus destellos y sus luces. De repente, a mis 40 años, estoy empezando a conocerme, pudiendo mirar de frente el abismo y echarme un buen taconeo en lo alto de la montaña.

 

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