El dramaturgo, director y cineasta suizo Milo Rau, una de las voces escénicas más controvertidas de hoy, vuelve a Madrid, a Naves Matadero, tras su paso por el Festival de Otoño, con Empire, una pieza que aborda la gran crisis de los refugiados que vivimos actualmente en nuestro viejo continente. Actores de Grecia, Siria y Rumanía hablan de la tragedia artística y real, de las torturas, huidas y penas, de la muerte y renacimiento. ¿Qué pasa con las personas que han perdido todas sus pertenencias o su tierra natal por la crisis y la guerra?

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

Milo Rau debe estar en muchas listas secretas, estoy seguro, listas donde se apuntan los nombres de esos artistas subversivos que molestan, listas de moscas cojoneras. Además de agitar desde los escenarios y las pantallas, ejerce como periodista, ensayista y profesor. Dispara desde muchos flancos. A sus 42 años no deja de visitar los festivales y teatros más importantes del mundo con obras nada cómodas. Todo empezó en 2007, cuando fundó su compañía y productora cinematográfica International Institute of Political Murder (IIPM). Desde entonces, ha tratado la guerra de Irak, el Congo y el coltán, las Pussy Riot de Rusia, el genocidio de Ruanda, la pederastia en el corazón de Europa (con Five easy pieces, impresionante obra que vimos también en Matadero hace año y medio), los iconos religiosos o la problemática suscitada por los refugiados del conflicto de Siria, que es lo que nos trae ahora a Madrid con Empire.

 

¿Qué entendemos por refugio? ¿Y por casa? ¿Cómo pueden abordarse el dolor, la pérdida y los nuevos comienzos en escena? Milo Rau ha estudiado durante años los mitos y realidades de Europa y, a modo de conclusión de su Trilogía Europea, Empire presenta primeros planos biográficos de personas que han venido a Europa como refugiados o que viven en sus periferias. Dos actores que representan a la antigua y tradicional Europa comparten escenario con dos actores sirios que recientemente han huido a Francia y Alemania. El teatro político de Rau se caracteriza por analizar la realidad del mundo sobre el escenario. Por enhebrar la verdad humana con la escénica. Por reconstruir historias reales rompiendo sin piedad los tabúes de nuestra época.

 

Un decálogo para cambiar el mundo

A principios de 2018, Milo Rau fue nombrado director artístico del Teatro Nacional de Gante, en Bélgica, el NTGent. En mayo de ese mismo año, el artista lanzó un decálogo que te encuentras nada más entrar en la sede del NTGent. Es su manifiesto, la síntesis de lo que él entiende que debe ser el teatro. El primer punto dice: “No se trata ya de representar el mundo, sino de cambiarlo. El objetivo no es representar lo real, sino hacer la representación real en sí misma”. Dos: “El teatro no es un producto, es un proceso de producción. La investigación, los castings, los ensayos y los debates del equipo deben estar abiertos al público”. El cuatro me encanta: “La adaptación literal de los clásicos está prohibida”. Todo es política. El punto número 6 exige dos lenguas diferentes al menos para cada producción y el 7 que al menos dos actores sean no profesionales. Y el 9 dice: “Al menos una producción por temporada debe ser llevada a una zona de conflicto, sin ninguna infraestructura cultural”.

 

Cuando se nos ponen los dientes largos pensando en el teatro belga es por algo. Aunque es cierto también que Milo Rau, volviendo a lo que decíamos al principio, es un tipo que molesta en muchos ámbitos. Ahí aflora -también- su indisimulada filiación pasoliniana. No en vano, ha llevado al teatro una adaptación de Saló o los 120 días de Sodoma con actores con Síndrome de Dawn. “No soy una persona controvertida -dice Rau-, lo son los temas que trato. Y lo son, muchas veces, en función del contexto político o social en que se traten. Los límites los deben determinar solamente los artistas”. Aplausos.

 

¿Un futuro en Europa? en Madrid
Milo Rau. Foto: Bea Borgers