«Esta obra es el viaje hacia la luz de dos personas con vidas muy complicadas»

 

Por Sergio Díaz

Fotos: ©Mila Checarelli

 

Admiro a la gente valiente que, pudiendo tener una carrera cómoda, se baja al barro y se implica en historias que les tocan y que quieren compartir con los espectadores. Ese es el caso de este reconocido actor que ha participado en algunas de las mejores series de televisión y obras de teatro en este país, pero que lucha por sacar adelante proyectos que le interesan y le conmueven. Es por ello que ahora nos llega El vértigo del dragón, una obra de teatro escrita por Alessandra Mortelliti que protagoniza junto a Claudia Ferranti en el OFF Latina y que trata de tender puentes y lograr el entendimiento entre los seres humanos. Juan Díaz nos habla de este montaje y hace un repaso a muchos temas en esta extensa entrevista que amablemente nos ha concedido.

 

Háblanos un poco de cómo llegas a este proyecto

Mi pareja es Claudia Ferranti, la actriz con la que hago el montaje. Ella es bilingüe italiano/español y tradujo la obra. Esta obra la ha escrito Alessandra Mortelliti, nieta de Andrea Camilleri. Claudia conoció a Alessandra en Roma y le dijo que le encantaría traducir la obra. Y Alessandra le dijo que le cedía los derechos para montarla aquí. Claudia me enseñó el texto y yo le dije desde el primer momento que íbamos para adelante con la obra, pero que la íbamos a hacer ella y yo. Así que estuvimos un tiempo encerrados en un sótano ensayando mañana y tarde recreando lo que ocurre en el texto, que es un secuestro.

Gracias al apoyo de mucha gente hemos podido sacar adelante el proyecto. Hemos conseguido actuar en cuatro o cinco ciudades ya y la obra ha ido ganando peso y profundidad y al mismo tiempo en humanidad.

 

¿En vuestra versión hay muchas diferencias con respecto al montaje que se hizo en Italia?

El montaje se estrenó en Roma hace siete años pero con mucha producción, en un gran teatro, con una escenografía de mucho presupuesto, un actor muy conocido allí en Italia y la actriz era la propia autora, Alessandra Mortelliti. Nosotros vimos imágenes de la obra pero no teníamos el dinero para poder llevar a cabo una propuesta parecida. La obra está hecha con muy pocos medios. Toda la escenografía la hemos sacado de materiales reciclados. Lo hemos construido y diseñado entre todos los que formamos el equipo. Nada que ver con el montaje que se hizo en Roma. Lo nuestro es teatro artesanal, por así decirlo, pero creo que lleno de verdad.

 

La obra trata sobre la intolerancia, el miedo a los inmigrantes, los discursos populistas que tanto abundan estos días y llenan de ideas la cabeza de la gente, ¿no?

Sí. Esta obra está basada en un hecho real que tuvo lugar en Tor Bella Monaca, un barrio marginal de Roma. Allí prendieron fuego a un campamento rumano. En ese acto vandálico uno de los que lo cometió, cuando salía huyendo, secuestra a esta chica y la mete en su sótano.

Hoy en día vivimos en una sociedad muy polarizada, igual que estaba Roma hace siete años cuando pasó esto. Y la obra responde a un intento de ver que podemos ser muy diferentes, pero que tenemos que entender las circunstancias del otro, de dónde viene, qué le ha pasado en la vida. No por el hecho de ser inmigrante eres ya un delincuente. Es lo que ha pasado hace nada en Estados Unidos. De repente Donald Trump en un discurso viene a decir que Hispano=inmigrante=delincuente y ese discurso, a la gente que son intolerantes de partida les llega y cometen los actos que cometen. Y lo mismo pasó en Roma. Ahora parece que está muy vigente todo esto, por desgracia, y por eso la necesidad de sacar la obra adelante. Estamos en un momento histórico en el que la ultraderecha está volviendo a retomar el poder y eso implica que la gente de a pie tenga conversaciones que generan conflictos muy gordos sin tener toda la información ni el conocimiento, tanto unos como otros.

 

Juan Díaz nos cuenta lo que se esconde tras 'El vértigo del dragón' en Madrid
Juan Díaz y Claudia Ferranti. ©Mila Checarelli

 

Tú das vida a Paco, un neonazi. Y Claudia da vida a una gitana rumana. ¿Cómo habéis trabajado los personajes?

Claudia ha hecho un trabajo vocal y físico muy importante. Es bestial lo que hace en esta propuesta. En mi caso, Paco es un tío que es albañil y también tengo un trabajo físico importante porque al comienzo de la obra descubrimos que a él le ha pasado algo muy grave, que le afecta en su cuerpo físicamente y lo va arrastrando durante toda la función. Los dos hemos hecho la composición de personajes, pero el eje de cada uno de ellos es la vida dura que han tenido y que les ha marcado. Paco es un tío que hace unos años tenía una vida ideal pero que, por diversas circunstancias, ha ido metiéndose en líos y en cosas que le han ido destrozando. Además hay un hecho puntual que le ha marcado tanto como para incluso pensar en suicidarse, pero no lo ha hecho y ha luchado por salir adelante, pero con muchas taras. Son personajes que a priori no querrías tener cerca, pero que si empiezas a rascar te das cuenta de que los dos tienen mucha humanidad y son dos seres preciosos.

 

¿Ese es el viaje de la obra?

Sí, es el viaje de los dos hacia la luz. Mariana y Paco se podrían encontrar un día normal y nunca pensarías que ellos dos se podrían entender. Pero de lo que trata la obra es precisamente de eso, de dos personas antagónicas que pueden chocar tanto, pero que si se conocen, se escuchan y empatizan el uno con el otro pueden llegar a entenderse, a quererse e incluso a reírse juntos.

 

¿El entendimiento entre personas es el mensaje que queréis transmitir a los espectadores?

Sí. Queremos que pasen una hora y diez intensa, que la obra les haga pensar, que les haga pasar por momentos divertidos y que les toque un poco el corazón y se vayan a casa un poco más sensibilizados con unos temas que tenemos a la orden del día, porque la historia es bastante documental en el sentido de que es muy realista y además va a tiempo real, no hay cortes de tiempo. La obra va de corrido, no hay efectos especiales y se sostiene por nuestro trabajo actoral.

 

Además de Claudia y de ti, el tercer elemento de esta propuesta es el director Eduardo Fuentes. ¿Qué ha aportado él al montaje?

El punto de partida de la obra es muy impactante. Arranca muy arriba, con mucha intensidad y claro, con ese punto de arranque tan bestia, luego sostenerlo una hora y diez es complicado. Teníamos que medir muy bien los tiempos y sobre todo ir conectando más en los personajes, no tanto en los objetivos de cada uno, sino en la situación que viven ellos. Para ello nos ayudó mucho Eduardo, con el que yo he trabajado ya anteriormente y que tiene mucha experiencia en teatro social, en personajes marginales, porque él dirigió Trainspotting en los años 90 con Roberto Cairo y Nancho Novo y luego hizo una adaptación donde se encargó de la dramaturgia de La naranja mecánica. A mí me gusta mucho cómo dirige y él sabe muy bien controlar los tiempos y medir la intensidad de la violencia. Es una obra que, aunque tiene mucha violencia, está todo muy calibrado y es gracias a que él es muy cuidadoso. La obra, aparte del impacto primero que hay, digamos que luego los personajes se van humanizando, se van necesitando y ahí es donde surge también la comedia.

 

¿Hay comedia en esta obra?

Sí. A ver, tiene la comedia propia de la situación que están viviendo estos dos pobres.

 

Vienes de estar en julio en el Teatro Romano de Mérida con Hipólito, en junio en el Teatro de la Comedia con La hija del aire y ahora llegas al OFF Latina. ¿Qué diferencias hay para ti, como actor, entre trabajar en un teatro para 500 espectadores o hacerlo para 50?

Para mí hay pocas. Yo disfruto mucho en las salas pequeñas. Me gusta sentir a la gente cerca. Yo siempre que he hecho teatro más independiente han sido historias crudas y difíciles en las que pones mucha energía y me gusta sentir lo que se crea con los espectadores y en las salas pequeñas se aprecia más normalmente. Lo que cambia son los códigos de expresión, eso sí, pero poco más. De todas formas, cualquier viaje teatral en los que me he metido me ha resultado muy gratificante.

 

¿Es más fácil trabajar en una producción grande? Lo digo porque habrá más tiempo para ensayar en lugares adecuados, porque no tienes que preocuparte de tantos aspectos, solo de actuar…

Sí, claro. Nosotros para llevar a cabo esta obra hemos tenido que ser directores, productores y actores al mismo tiempo. Hemos tenido que distribuir el tiempo para tratar de hacer bien cada cosa. Para mí es fundamental la disciplina en el teatro. No entiendo el teatro si no te metes de lleno y a fondo a todos los niveles y me merece el mismo respeto haber trabajo hace unos meses en el Teatro de la Comedia haciendo La hija del aire dirigida por Mario Gas, que en mi propio proyecto o haciendo un monólogo. Para mí, mi implicación es la misma.

El trabajo del actor está en el texto y el texto te exige y tú tienes que seguir preguntándote y seguir profundizando porque no vas a dejar de encontrar cosas. Si la obra está bien escrita, siempre vas a encontrar cosas aunque lleves dos años haciéndola. Y para mí eso es lo maravilloso y lo bonito del teatro, que en el cine y en la televisión no lo encuentras porque los tiempos son otros para ensayar y tú ya tienes que llevar una propuesta de casa. Son otros procesos. Para mí el teatro es donde está la esencia de esta profesión y por lo que yo he elegido ser actor. Por estar con mi chica encerrados en una nave seis horas al día trabajando esta propuesta, por ejemplo, y luego llegar, ponerla en escena y ver las caras de la gente y que todo el mundo diga que vaya historia tan bonita, tan dura a la vez, pero preciosa en su composición, qué personajes, qué humanidad, me he reído… y cuando te dicen eso pues te sientes reconfortado por el trabajo que has realizado.

 

¿Qué tipo de teatro te interesa?

A priori todo, pero es verdad que los monólogos cómicos me parecen una fórmula matemática de comicidad que me interesa menos. Yo lucho por un teatro con otra profundidad, con otra seriedad y no que busca la risa fácil, si no que la risa surge desde las circunstancias que está contando la propia historia.

 

Juan Díaz nos cuenta lo que se esconde tras 'El vértigo del dragón' en Madrid
©Mila Checarelli

 

En tu trayectoria como actor, donde más te creo, donde más veo tu verdad es en los personajes que caminan por el abismo. Y al hilo de tu trabajo en Peer Gynt hablamos con Jorge Eines, el director de la pieza, le preguntamos por ti y esto fue lo que nos dijo: «Es Intrépido. Desbordante. Nada televisivo. Un actor muy serio trabajando para sostener preguntas. Gran trabajo de actor con técnica que libera todo su talento en esta obra». ¿Algo que decir?

Bueno, es que Jorge, además de encontrar siempre las palabras perfectas, es un sabio. De los pocos directores teóricos que siguen escribiendo libros sobre formación teatral. Para mí fue un viaje trabajar con él. Y sobre todo hacerlo en ese montaje con un grupo de actores con una capacidad y una creatividad brutal. El viaje de Peer Gynt fue alucinante.

Y respondiendo a lo primero que me dices, pues quizás sí. A mí una de las obras que más reconocimiento me ha dado y que a priori era algo muy complicado de abordar fue Shopping & fucking, uno de los personajes más radicales y extremos que he hecho. Yo daba vida a un chapero sadomasoquista que se movía entre la princesa y el macarra más macarra de barrio y que al final muere pidiendo que le maten metiéndole un cuchillo por el culo. Por ejemplo, mi familia no entendía que me metiera en algo así. A mi padre, cuando vio la obra le dio una úlcera, no pudo soportarlo y de hecho me dijo: «Juan, esto no te va a ayudar a ti en tu carrera, no sabía que eras así». Y yo le dije: «papá, no sé si me va a ayudar o no, pero yo no soy así. Yo he hecho un personaje. Yo ni soy chapero ni sadomasoquista, pero he tenido la valentía, el arrojo y la diversión de lanzarme a jugar en esta obra, porque el teatro es juego».

Si tú tienes que trabajar un asesino, tú no tienes que ir matando gente por ahí. Tú, cuando vas con un matamoscas para matar una mosca, tú ya eres un asesino, esa energía que tú pones en querer matar una mosca es la que luego puedes usar como actor a la hora de trabajar un asesino. Entonces depende de cómo tú juegues con tu imaginación y con tu creatividad. Yo he aprendido que no tengo que sufrir para llegar a un resultado. La imaginación se trabaja desde otro lugar que tiene que ver con el ensayo, con las horas que tú practicas con tu compañero y sentir lo que el otro te está dando y tú recibes. Eso es fundamental. Una vez un compañero actor muy conocido me dijo: «Para mí, yo cuando salgo a escena, el otro me da igual, no me importa, yo voy a hacer mi trabajo». Y para mí la interpretación es todo lo contrario. Yo no pudo accionar si no reacciono a lo que el otro me está dando. Si yo voy con mi discurso aprendido y sé cuando tengo que hablar no va a haber vida. El teatro son esas micromilésimas de segundo donde yo te digo algo y te modifica. Tú me dices algo, me modifica y ahí vamos construyendo y todo se va encajando. Por eso hay veces que sales de una función sintiendo que todo ha sido muy frío y en otras ocasiones sientes que has estado muy conectado con tus compañeros y sientes que se ha generado la vida, que los personajes estaban ahí y que tú has respirado como los personajes.

 

Alcanzar ese estado debe ser lo mágico de una obra de teatro…

Sí, y normalmente se consigue cuando llevas mucho tiempo trabajando el montaje. Tras muchos ensayos y a veces tras muchas funciones, porque al principio no puedes evitar estar recordando el texto. Pero lo maravilloso del teatro es cuando tú te olvidas del texto. Eso ya lo decía James Dean, lo mejor es que no te acuerdes del texto, para que cuando tengas que recordarlo te pille buscándolo y hagas algo que te saque esa frase, no que la frase vaya por delante de ti. Y todo eso lo vas aprendiendo con el tiempo.

Todo esto venía a lo que antes hablábamos de las salas. Actuar es actuar, en una calle, en una plaza, en un gran teatro, en una sala pequeña… si tú has entendido la historia, te has metido en el personaje y estás conectado con tu historia y con el otro, ahí surge la vida y el espectador se queda enganchado a lo que le estás contando.

 

Esa es un poco la filosofía de nuestra revista. El teatro es teatro y da igual dónde se haga y es lo que tratamos de hacer llegar a la gente.

Total. Mira, yo he tenido la suerte de hacer La hija del aire en verso de Calderón de la Barca en un teatro público abarrotado todos los días. Estoy de gira con Hipólito, una tragedia griega con la que hemos actuado en el anfiteatro romano de Mérida y hemos ido a Chipre. Voy a hacer El vértigo del dragón en una sala independiente y voy a empezar a ensayar una de las obras cumbre del teatro del absurdo. Tengo la suerte de estar haciendo cuatro montajes que no tienen nada que ver el uno con el otro pero al final todos están unidos por lo mismo. Todos surgen de trabajar intensamente en los ensayos, de contar una historia y de tener unos personajes de los que dependes de tu compañero. La base es la misma, todos tienen la misma conexión. Lo que cambia es el formato, pero el formato a mí como actor no me modifica, porque la verdad, la búsqueda de esa verdad siempre va a estar ahí. El lenguaje es diferente. No es lo mismo hablar en verso que hablar como lo hace Paco. Paco es un personaje muy bestia. Es un tío con una cultura muy básica. Igual que Mariana. No son Segismundo. Son personajes que son estereotipos de la vida, pero no son estereotipos del teatro porque a nadie le ha interesado hacerles obras de teatro. Y eso es lo que a nosotros nos ilusiona y nos encanta. Que estamos haciendo una obra con dos personajes que en el fondo tienen una humanidad que merece la pena que la gente descubra. Que tienen mucho ahí escondido. Y eso tiene que ver porque la autora se ha documentado mucho.

En la obra se habla de violencia de género, de marginación, de gente sometida por el estado, de familias rotas… pero al final estamos hablando de seres humanos, aunque una sea de Rumanía y el otro de Madrid. Si alguien nos está pidiendo ayuda y le miramos a los ojos, lo normal es que le ayudemos, aunque esa persona no tenga nada que ver contigo. Y eso es por lo que nosotros queremos contar esta historia.

 

Y aún así, de todo el teatro que haces, la gente te sigue conociendo por Aquí no hay quién viva…

Sí, yo da igual lo que haga de aquí a 20 años, que voy a seguir siendo conocido por Álex de ANHQV. Y por no decirte que soy el de Farmacia de Guardia, que mucha gente me lo dice, pero no, yo no soy el de Farmacia de Guardia. Y aún así tengo que intentar convencer a la gente de que yo no soy el rubio de Farmacia de Guardia y no se lo creen. Yo llevo la foto en el móvil de Miguel Ángel Garzón para demostrar a la gente que no somos la misma persona.

También he hecho otras series como Cuéntame, Monteperdido… por las que también me reconocen. Pero es que el alcance que tiene la televisión, comparado con el teatro, es brutal. Un capítulo de una serie lo pueden ver 4 millones de personas. Y una obra de teatro puedes estar ahí luchando y luchando y tras muchas funciones puedes haber llegado a 2000 personas.

 

Hablando de tu trabajo en la televisión me gustaría preguntarte por lo que supone hacer series diarias como Amar en tiempos revueltos, de la que rodaste unos 200 capítulos. ¿Debe ser un ritmo brutal de trabajo, no?

A mí me encanta hacer series diarias. Me parece que es un ejercicio para el músculo del actor buenísimo. Y la verdad es que me siento muy satisfecho de mi trabajo en Amar en tiempos revueltos, de lo que pude hacer y sobre todo de lo que confió en mí el director, Eduardo Casanova, porque me dieron un personaje muy rico, un periodista gay en el Madrid de los años 50, con una trama muy bonita y con historias muy potentes. En estas series trabajas mucho, te vas a casa y sigues estudiando para al día siguiente levantarte temprano, volver a rodar, irte a casa, seguir estudiando… Y allí todo el mundo curra muchísimo. Pero es maravilloso y a mí me encanta. Me siento un privilegiado haciendo televisión, pero si no hago tele y hago teatro pues me encanta también.

 

Hay una cosa que me intriga de esos rodajes. Cuando fallas una secuencia o hay que repetir por un error propio, ¿Todo el mundo se lo toma tan bien como en las tomas falsas que vemos los espectadores a veces o hay malas caras? ¿Hay mucha presión para no cagarla?

Hay mucha presión porque todo va muy rápido y está todo muy medido. Es verdad que desde fuera todo se ve muy bonito, que parece que siempre estamos de buen rollo y es todo genial y divertido. Pero yo recuerdo un momento en ANHQV, en la segunda temporada en la que yo estaba en la que había una presión muy fuerte por parte de la cadena para que los guiones estuvieran a tiempo, había una competencia brutal con Los Serrano y cuando había algo de material para rodar los tiempos eran muy cortos. Y recuerdo perfectamente una escena en el videoclub en la que estábamos Fernando Tejero, Guillermo Ortega, Elio González, Eduardo García y yo. Y las escenas corales son muy difíciles porque tienes que ir con ritmo y al mismo tiempo meter la frase sin pisarte con los demás y en el momento justo. Y ese día nos enganchamos todos a la risa y en realidad era una risa de nervios. No era una risa de buen rollo. Pensabas «me río por no llorar porque esto no va a salir». Y claro, tú tienes esos nervios que los sacas como una risa, pero el resto del equipo te está mirando con cara de muy pocos amigos porque hay que terminar esa toma sí o sí para que no se acumule y poder seguir con el plan de trabajo establecido. Y al final es tiempo y es dinero y es esfuerzo de todo el mundo. Y momentos así son duros porque te sientes mal. Así que sí, a veces se generaban momentos bastante tensos. Y en mi caso yo era un personaje secundario, pero para los protagonistas, que tenían unas parrafadas enormes y que tenían que estudiar muchísimo terminaban agotados y hubo temporadas muy muy duras.

 

Y tengo que preguntarte por Noviembre, una película muy importante para mucha gente -entre los que me encuentro-.

Para mí Noviembre es el mejor trabajo en el que he estado en cine. Tanto a nivel mío individual, como colectivo, como de producción, como de resultado final… Trabajar con Achero Mañas fue un viajazo porque es un tío como a mí me gusta, intenso, que trabaja con los actores, que para él lo más importante son los actores y el trabajo actoral y hasta que él no consigue lo que quiere no para, es muy exigente y a mí me gusta mucho trabajar con gente así con la que tienes que estar a la altura y tener capacidad de aguante.

Tuvimos la posibilidad de ensayar tres meses antes de la película. No solo las escenas, sino todo el tema de los malabares. Un lujo. Nos pudimos conocer, pudimos generar el grupo y ya antes de empezar Noviembre ya éramos Noviembre. Y estoy muy orgulloso de esa peli. Y eso que es verdad que en su momento no tuvo las mejores críticas del mundo, al menos en este país, porque en Toronto nos dieron el premio de la crítica. Y en salas comerciales tuvo recorrido pero poquito. Ahora, con el paso del tiempo ha ido teniendo más peso y yo me he encontrado a gente que me ha dicho que gracias a Noviembre se ha dedicado a la interpretación o que les impactó mucho.

 

 

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¿A nivel personal te hubiera gustado formar parte de alguna compañía tipo Los Goliardos o La Zaranda? ¿Haber escrito tu carrera formando parte de una compañía así?

Noviembre era recuperar un poco el espíritu del teatro de los 70. Yo cuando empecé en el teatro, en los 90, ya no había tanto ese espíritu de teatro social y político. Empezaba por un lado el teatro más independiente de salas como la Cuarta Pared o Triángulo frente al teatro comercial. Pero yo siempre he tenido mucha envidia de esos grupos, la verdad, me hubiera encantado. He hecho acciones puntuales de ese tipo, en la época de la Guerra de Irak y con el ‘No a la guerra’, por ejemplo, donde íbamos a las manifestaciones y hacíamos cordones pacíficos clown intentando que no se reventaran las manifestaciones con violencia. Nos poníamos en primera línea como payasos a hacer actuaciones y eso fue un poco Noviembre, nos juntábamos mucha gente distinta y nos poníamos una nariz para decir que queríamos paz. Así que lo viví en aquel momento pero a pequeña escala. Ahora mismo con El vértigo del dragón, para mí es teatro independiente puro y duro, hecho con dos duros, hecho con mi pareja y con gente que tenemos la misma mentalidad y tenemos muy claro que el teatro modifica a las personas y por eso esta historia de dos seres tan opuestos, tan marginales pero al mismo tiempo tan humanos y tan de verdad. Y eso es lo que nos mueve, contar historias de verdad, de personajes reales, en códigos tanto realistas como de otro tipo.

 

Y en el mes de noviembre llegas al Teatro Bellas Artes con Esperando a Godot .

Estoy encantado, la verdad. Me han dado a Lucky, que es un personaje muy complicado. Es una obra a la que le tengo mucho respeto, pero me siento muy confiado porque tengo unos compañeros de reparto impresionantes. Con Antonio Simón, el director, ya hemos hablado por teléfono y nos hemos entendido. Y es como un sueño poder hacer una obra cumbre del teatro con esta gente alrededor. Mi personaje habla muy poco, pero voy a tener que hacer un trabajo corporal muy potente. Ahora, lo que dice es el texto más difícil que he tenido que estudiar en mi vida, es complicadísimo porque tú coges Esperando a Godot y puede ser todo lo que tú quieras y nada a la vez… pero bueno, ese es el viaje.