Amistad como respuesta al desconcierto

 

Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer

 

Tras un año de funcionamiento, el espacio exlímite se confirma como un sólido proyecto que busca tanto fomentar el teatro de creación –dentro de un marco independiente y colaborativo- como servir de referencia a compañías y creadores madrileños innovadores, uniendo creación, formación, colaboración e investigación teatral. Sus directores –el catedrático de Comunicación audiovisual y exdirector del Instituto Francés de Madrid Gérard Imbert; y Juan Ceacero, actor y director de la Cía. exlímite buscan poner el acento en los procesos de creación facilitando, por lo tanto, el acceso a un espacio escénico dotado técnicamente, los tiempos de reflexión artística y la posibilidad de muestra e intercambio con los públicos.

 

Pronto hará un año que echó a andar este nuevo proyecto, la sala exlímite, un lugar para la investigación escénica, para la creación y para la colaboración, que sus dos impulsores, el actor Juan Ceacero y el gestor cultural Gerard Imbert, abrieron en lo que antes fue la sala Kubik Fabrik, que tan buen recuerdo dejó tanto en el teatro madrileño en general como en el barrio de Usera en particular, que dinamizó de una forma impresionante. Ese contacto con el barrio sigue en los objetivos de exlímite, aunque nada tiene que ver esta nueva aventura con la que antes abanderó Fernando Sánchez Cabezudo. “Queremos seguir manteniendo el contacto con el barrio -nos cuenta Juan Ceacero-, pero desde un punto de vista que tiene que ver más con una idea de deslocalización de la cultura del centro. Más que hacer un teatro de barrio, queremos integrar Usera en Madrid a través de la cultura a través de un espacio que está más allá de los límites tradicionales del centro, que es donde se mueve todo lo cultural prácticamente”.

 

Generación de vínculos

La puesta en marcha de exlímite, que este mes mostrará al público el resultado de la primera creación de la compañía asociada a la sala (Los Remedios), ha sido el final (y un nuevo principio) de un cúmulo de proyectos en los que Imbert y Ceacero habían estado, juntos y por separado. “Gerard y yo hemos tenido muchas experiencias en el espacio que él tiene en Alicante, la Casa del Pino, donde hemos hecho desde talleres de formación a residencias de desarrollo y creación de espectáculos. Haciendo extensible esa experiencia, pensamos en abrir un espacio así en Madrid, también teniendo en cuenta que uno de los pilares centrales del proyecto es el desarrollo del trabajo de una compañía, que empieza ahora con Los Remedios. En estos meses, desde que abrimos, hemos desarrollado la pata de formación, por un lado, y por otro la de incubadora de creación, propia y en colaboración con otras compañías. Este concepto de colaboración tiene que ver con generar vínculos y asociarnos con proyectos, artistas o compañías, que nos planteen qué es lo que necesitan hacer y por qué hacerlo aquí y no en otro sitio. En realidad queremos establecer diálogo como proyecto, como compañía, como asociación, con otros proyectos y ver cómo nos podemos beneficiar unos de otros haciendo algo conjuntamente y no alquilando un espacio sin más”.

 

La memoria del cuerpo

De una amistad surge el proyecto exlímite y de una amistad nace la primera obra de la compañía de la sala: Los Remedios. Nace de la amistad de los dos actores, Fernando Delgado y Pablo Chaves, que nacieron y crecieron juntos en el barrio sevillano de Los Remedios. “Aunque este sea un espectáculo muy textual -dice su autor, el propio Fernando Delgado-, ha surgido fundamentalmente del cuerpo. A veces de la sensación que quedaba en el cuerpo después del ensayo y que al volver a casa se calmaba y se convertía en palabras que formaban un nuevo texto o una nueva escena”. El cuerpo es un elemento sin duda crucial en esta pieza. “Todo lo que tengo es este cuerpo que va cambiando con el paso de los años y un sinfín de recuerdos siempre en pie de guerra contra el olvido”, dice Ceacero. Los tres embarcados en un terreno cenagoso, la memoria, un terreno desconocido incluso para uno mismo muchas veces. “¿Qué pasa cuando ese ejercicio de contar tiene le objetivo de buscar la raíz de nosotros mismos? ¿Hasta qué punto puedo ser objetivo? ¿Quiero serlo?”, se pregunta el director. 

 

La inventiva y la máscara

Algo hay en el ambiente cuando tantos reflexionamos sobre la imaginación y la creatividad puestas al servicio de contar historias desde la ficción o de contar mentiras disfrazadas de verdad. En tiempos de fakes, usar los mecanismos del embuste, la exageración o la máscara “puede devolvernos una ‘verdad’ más profunda acerca de nosotros mismos. La autoficción -género tan presente en estos tiempos en la cartelera madrileña- es tarea de funambulistas”. Y como todo artistas circense, hay un punto de insensatez e inconsciencia muy sano, porque mirarse uno mismo para contarse es generador de incertidumbres, que a su vez multiplican las posibilidades de entenderse, más allá de las zonas de confort a las que somos tan aficionados. Larga vida a exlímite.