8 de marzo. Qué celebramos y qué reclamamos

 

 

REFLEXIONAR

 

Tengo ahora mismo una visión un tanto oscura y desangelada de las celebraciones y denuncias en torno al 8 de marzo. Me sale decir, por simplificar, eso de “mucho ruido y pocas nueces”. Llevándolo a un terreno personal y anecdótico (por tratar de hacerlo más ameno) el año pasado, por ejemplo, estuve muchísimos meses sin poder trabajar en teatro. En torno a la semana del 8 de marzo, sin embargo, me ofrecieron colaborar como en siete cosas, que naturalmente no pude compaginar. Lo extraño fue que, a pesar de que dos de estas actividades se desarrollaban todos los meses del año, cuando yo decliné la invitación, pero ofreciéndome a participar cualquier otro mes, me dijeron que eso ya lo verían más adelante. Es decir, querían tres mujeres ese mes por ser “el mes de las mujeres”, pero no estaban seguros de que mi participación les valiera para otro mes en una actividad de formato idéntico. Me pareció francamente chocante.

 

Parece que este año nos toca vivir algo así como “el año de las mujeres”. Bienvenido sea y ojalá saquemos de ello cosas buenas, pero que no todo se quede en el puro marketing agotador, en la corrección política desquiciante, en listas interminables de nombres y adjetivos duplicados para encontrar su correspondiente femenino o en la proliferación de palabras tan ridículas como “cariña”. Y sobre todo… que si se premia a mujeres o se da trabajo a mujeres no se murmure después, por lo bajo o por lo alto, que eso no ocurre por talento o méritos profesionales, sino únicamente porque ahora toca apoyarnos. También es verdad que cuando “no tocaba apoyarnos” se murmuraban cosas aún peores. Las mujeres, en definitiva, seguimos estando siempre bajo sospecha, en una sociedad donde los hombres (¿cómo obviarlo?) logran por norma trabajar más y mejor.

 

 

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