SUSCRÍBETE

Alberto Conejero, cuatro años imaginando el Festival de Otoño

Alberto Conejero: “Yo no trabajo para un partido político, trabajo en un festival financiado con dinero público”

Como cada nueva edición, grandes figuras de la escena internacional se dan la mano con los creadores y creadoras nacionales en una de las mayores, y más sugerentes, citas escénicas de la Comunidad de Madrid: El Festival de Otoño.

Una tarde de octubre nos reunimos con su actual director artístico, Alberto Conejero, para conversar sobre esta nueva edición y el camino recorrido en estos cuatro años de andadura, sin aun saber que este iba a ser su último año al frente del festival. Justo hoy, día en el que se publica esta entrevista, la Comunidad de Madrid ha anunciado que la próxima edición será dirigida por Pilar Yzaguirre, la que fuera su primera directora.

 

Foto de portada cortesía del Festival de Otoño.

 

Alberto, ¿cuál dirías tú que es la seña que identifica el paso de tu dirección artística por el Festival de Otoño?

Creo que uno de los retos o de los objetivos fundamentales de mi trabajo ha sido devolver la identidad, el atractivo y al lugar al festival en un contexto tan complejo como es la Comunidad de Madrid. Era urgente porque en su nacimiento y y primeras ediciones -con la democracia casi recién inaugurada-  fue la puerta de entrada del nuevo teatro europeo e internacional, pero cuando el resto de teatros en la ciudad empezaron a programar también espectáculos internacionales, padeció una crisis de identidad y de sentido, agravada por los  grandes recortes de presupuesto y por los cambios de fechas de celebración; todos recordamos con tristeza eso del Festival de Otoño en Primavera; de ahí que para mí fuera fundamental que el público volviera a reconocer el festival, a tener una complicidad con el festival, un deseo del festival. Hemos tratado, como siempre, que haya una representación del teatro internacional muy notable, tanto del iberoamericano como del resto del mundo —es una de sus señas de identidad y es fundamental cuidar de ese legado—, pero hemos ampliado el apoyo y la atención a los creadores y creadoras nacionales. Hemos trabajado en la descentralización del festival desde una poética y ética del territorio, porque éste no un festival de Madrid capital, sino de toda la región. Te lo dice además alguien criado en Villaverde Bajo, que pese a estar sólo a ocho kilómetros de Sol, era un barrio privado de inversión cultural.  La estabilización de su celebración, que estuviera ligado a su estación, siempre en las tres últimas semanas de noviembre y que van a encontrar propuestas en una amplitud de espacios en Madrid, de toda escala, eso también ha sido otra constante: la convivencia de espacios con grandes dotaciones, o aforos, como los Teatros del Canal o el Centro Dramático Nacional, con salas históricas para el festival como Cuarta Pared, Sala Mirador, etc. Espacios de administración regional, municipal, estatal y salas alternativas. Porque vivo la gestión desde la complicidad, desde la comprensión honda de que se trata de lo común y diverso, y no de la búsqueda egoísta de logros individuales.  Y por último pero nuclear: es un festival de creación híbrida.

 

O sea, que nada de etiquetas para definirlo.

A veces digo que si el Festival de Otoño fuera un animal sería un ornitorrinco, porque es la suma de partes muy distintas pero que configuran un animal único y asombroso. Es un festival de piezas que admiten con mucha dificultad la categorización, que repelen las taxonomías, piezas que proponen una hibridación de todos los signos, de todas las disciplinas, en las que el teatro de texto o el teatro físico, la danza, el teatro de objetos o instalativo, conviven sin jerarquías. Luego hay principios y criterios transversales. Por ejemplo, en todas las ediciones ha habido un número parejo de creadoras y creadores, e incluso creo que en algunas ellas han sido la mayoría. Y no es una cuestión de cuotas sino de mirar el mundo desde su complejidad.

 

 

Hace poco Salvador Sunyer, director artístico del Temporada Alta, nos decía que lo de los lemas en los festivales es algo que se crea tras cerrar la programación, nunca antes, ¿en el Festival de Otoño sucede lo mismo?

Siento cierta cautela e incluso reservas al descubrir programaciones acotadas bajo un lema porque puede ser una etiqueta que cierre muchos e inesperados sentidos posibles. Por eso nunca he querido hacer gravitar la programación en torno a un lema con una idea preconcebida, porque creo que hay algo que tiene que ver más con la intuición de los propios creadores y creadoras, que son los que están atentos a las luces y sombras de nuestro tiempo y creo que la pluralidad, la diversidad es uno de los rasgos del Festival de Otoño.

 

Aun así, ¿qué nexos de unión podemos encontrar dentro de la programación de esta nueva edición?

Creo que estamos en un momento de transición generacional muy fuerte y, atento a eso este año he querido habilitar la programación, hilos dialógicos o puentes, que permitieran al espectador pensar en lo que es el presente de las Artes Escénicas, pero también en su futuro. Ver cómo realmente el festival se convertía en una caja de resonancia para pensar las Artes Vivas. Que puedas, por ejemplo, ver a Nao Albet y Marcel Borràs,  en el mismo espacio y mismas fechas que Sanchis Sinisterra y puedas tender ese puente intergeneracional, reflexionar cómo ha evolucionado el concepto de dramaturgia o se han disuelto las fronteras entre el teatro de texto y la performance; o que puedas ver, por ejemplo, a Luz Arcas con La Phármaco en el mismo espacio, Teatros del Canal, que a Mal Pelo y Dimitris Papaioannou y que podamos sondear cómo afecta el lugar de nacimiento, el género, la edad, etc.  Se ha programado así porque un festival es una enorme caja de resonancia. No puedes programar un festival como si fueran piezas exentas, no puedes programar un festival sin soñar qué asombrosas asociaciones y resonancias v  a generar el encuentro de unas con otras. Sigo ejemplificando lo de los “hilos dialógicos” o “genealogías rizomáticas”: la primera semana en Canal está María Velasco con Angélica Liddell en dos propuestas de dispositivos híbridos, en los que la música y el cuerpo son fundamentales junto a la literatura dramática y la poesía, dos piezas de dos creadoras que comandan sus propias compañías. Además, Velasco hizo su tesis doctoral sobre Angélica Liddell; un ejemplo más: en Cuarta Pared coincidirán el dramaturgo mallorquín Sergio Baos con Juan Mayorga. Todo eso está ideado para que el público pueda pensar el hecho escénico a través de diálogos intergeneracionales, geográficos, poéticos. Ha sido un enorme rompecabezas y un reto como director artístico, y estoy deseando ver cómo se construye eso con la llegada de los espectadores.

 

Alberto Conejero, cuatro años imaginando el Festival de Otoño en Madrid
Angélica Liddell es la encargada de inaugurar la 41º edición del Festival de Otoño. ©Christophe Raynaud de Lage

 

Hablamos de los retos que supone poner en pie un festival, pero desconocemos cómo se tejen. ¿Cómo es el camino entre el cierre de una edición y el arranque de la siguiente? ¿De qué manera tu equipo y tú trabajáis y confeccionáis cada edición del Festival de Otoño?

Cuando me dicen “ya es octubre estarás a tope”, siempre respondo que para mí siempre son vísperas del Festival de Otoño. He consagrado mi vida estos cuatro últimos años al Festival. Acaba en diciembre y hay que hacer balance de la anterior edición, desde parámetros que son más cuantitativos (número de espectadores, recaudación, impacto del festival, etc…), hasta otros igual de importantes para mí como la contribución del festival en el imaginario, en la propia creación local, qué ha aportado, qué discusiones y debates ha provocado o qué ha movido. En ese momento empieza la nueva edición para mí, que tiene, tratando de ser escueto, tres líneas: Primero ver teatro, acudir a festivales; otra es tener contacto con las compañías constantemente para que nos hagan llegar sus propuestas; y la tercera es viajar todo lo que se pueda para ver y dialogar con el resto de festivales, para confeccionar una guía y ver que se está haciendo, porque a lo mejor un espectáculo no puede estar en un festival por sus fechas, pero sí puede en tus fechas y creemos que merece la pena ser visto. A partir de ahí es todo un trabajo de coordinación muy exigente, date cuenta que no tenemos una sola sede, tenemos multitud de sedes —una media de más de 30— con una disponibilidad concreta, con unos condicionantes técnicos y presupuestarios muy concretos, de poéticas muy concretas. Hay que hablar, dialogar, reunirse con todos los espacios y cuadrar sus programaciones con las agendas de los creadores y creadoras. Hay que conciliar lo ideal con lo posible o que lo posible se acerque, en la medida de lo posible, a lo ideal, y eso es un trabajo continuo de un año e incluso más; y hay que buscar los apoyos, hay que seducir, buscar las pasiones compartidas con embajadas, instituciones culturales, departamentos creativos. Y luego está toda la gerencia del Festival. Porque este es un trabajo de equipo.  Te hablo yo en representación de un equipo que debería contar con más recursos y personas, pero los que estamos aquí vivimos el Festival como una vocación. Eso ha permitido que en los cuatro últimos años se haya multiplicado la programación y triplicado los espacios sin que haya aumentado en nada el presupuesto…

 

Ahora que mencionas los espacios, ¿hay nuevas incorporaciones este año en el festival?  

Este año tenemos como colaborador a la Compañía de Teatro Clásico por primera vez. Los espacios desde mi llegada a la dirección artística se han triplicado y se han doblado el número de compañías. Pero ese es el esfuerzo de buscar complicidades para que el Festival de Otoño tenga impacto en todo su territorio.  Hay otras ciudades o provincias que tienen un gran festival y durante esas fechas sólo ocurre su festival y están completamente volcadas; nosotros convivimos con toda la oferta teatral de Madrid que es inabarcable. ¿Qué hacemos? No competimos, sino que buscamos complicidades con teatros y salas. Y he comprobado que, lejos de diluir la imagen del festival, lo que se ha hecho es que en todo el territorio todos los espacios se involucren con el festival, que ha de ser percibido como hospitalario y generoso. Nos necesitamos los unos a los otros. Es un intento más para hacer un festival de todos y todas, superando lógicas políticas y egos de programación.

 

¿Egos de programación?

Quiero decir que, si tú quieres traer una compañía a un festival que ocurre dos semanas antes que el mío, a mí me da igual que lo estrenes primero, yo lo que quiero es que la compañía gire lo máximo posible. Hay que cambiar lógicas del ‘primeravecismo’, del ‘yo soy el que lo va a estrenar’, es más, creo que a veces primamos demasiado el estreno absoluto, lo que es una lógica terrible, obligar a los creadores a tener obras todos los años para poder ofrecer un estreno absoluto. Creo que nos equivocamos ahí, que no hay que exigir siempre.

 

En algún momento has hablado de recuperar ese festival que a ti te atrajo cuando eras adolescente, ¿cómo lo has llevado a cabo?

Ha habido un trabajo consciente por recuperar la identidad del festival como te decía antes; y lo que tiene que ser un festival, que es una ocasión extraordinaria y singular que tiene que albergar lo que habitualmente no tiene espacio en los teatros por su singularidad, por su duración, por su rareza, porque no puede ni pretende llenar cuatrocientas butacas durante tres semanas, porque no se trata de eso. Parte del trabajo sí que ha sido consciente de volver a activar su espíritu de ocasión extraordinaria, de buscar las propuestas y también todo lo que yo he podido aportar de mi persona, de comunicación, porque hay que transmitir a la ciudadanía que está ocurriendo algo extraordinario y yo he entregado mi tiempo, mi persona y mi imaginación a devolver al festival esto. Yo recuerdo, por ejemplo, el año pasado con Baro d’evel, que fue nuestra inauguración, que luego continuó en la calle la fiesta y eso fue buscado para que hubiera un ambiente de festival; o lo que hemos hecho en los museos o con la política de abonos que ha sido fundamental para que la gente se anime a decir: “Ah? Vale. Tengo entrada para ver lo de Angélica Liddell y Papaioannou, pero si compro una entrada más, que realmente tengo un descuento notable, puedo ver este espectáculo de la sala negra que no conozco”. Ese sí que ha sido un trabajo consciente por parte de la dirección artística, y perdón porque no quiero pecar de falta de humildad de devolver al Festival de Otoño su ocasión, su naturaleza extraordinaria, de evento, de fiesta.

 

 

Hay otros festivales que desde fuera los sientes que palpitan en la ciudad, el Festival de Otoño también tuvo su época de efervescencia, ¿crees que ese sentir continúa en la actualidad?

También se contaba con 3 millones de euros de presupuesto, pero creo que el trabajo ha sido arduo, estamos en un territorio muy complejo para un festival, en unas fechas muy complejas. Somos un festival que ocurre en noviembre. La estacionalidad es importante, no podemos hacer tantas actividades al aire libre o que tengan una visibilidad para el espectador inesperado por cuestiones climatológicas, de luz, de las de las propias ordenanzas municipales. Es un territorio complejo para hacer un festival, el trabajo ha sido buscar propuestas extraordinarias en su calidad y en su potencia. Yo he visto la sala roja de Canal con las colas de nuevo, ese ambiente para ver a Peeping Tom o, por ejemplo, con Baro d’evel sacando al público a la calle, sentías que ahí había un festival, o el peregrinaje para ver a Angélica Liddell en El Escorial, o para Lepage en Móstoles… y eso es algo que hay que cuidar cada día. Estoy muy contento porque creo que se ha recuperado esa efervescencia a la que te referías.

 

Arrancaste tu etapa como director artístico del festival y te encontraste con la pandemia…

Y no te olvides de la inflación, del adelanto electoral y el cambio de gobierno…

 

Vamos, que ha sido un camino lleno de pruebas y dificultades que superar. Echando la vista atrás, ¿cómo lo ves desde donde estás ahora?

Ha sido durísimo, pero agradezco haber estado ahí. Primero por el aprendizaje y luego porque he sido responsable con la situación, porque no me he rendido, porque he consagrado mi tiempo en circunstancias muy difíciles. Es verdad que no he disfrutado tanto de lo que otros programadores han podido disfrutar, de los viajes, de cierta tranquilidad y estabilidad, pero yo no vine aquí para estar tranquilo.  La dirección artística no es un premio, es una gran responsabilidad con todas sus exigencias. Me alegra haber estado al frente en estos años para poder haberle dicho a la administración: “Quizás no se puede hacer de este modo, pero de este otro sí”, porque he podido imaginar soluciones donde parecía no haberlas, porque he podido reclamar un intento más para hacer posible lo que parecía imposible; porque he defendido el Festival de Otoño como un espacio de libertad y de cuidado a los creadores y creadoras, hospitalario con aquellos lenguajes que habitualmente están en los márgenes de la programación. Y no te voy a ocultar la dureza, pero también el agradecimiento por la experiencia. Insisto, me alegra haber estado al frente aun en circunstancias durísima, porque me ha enseñado a mantener la calma cuando parecía que zozobrábamos, a entender que lo imprevisto forma parte de la gestión (al igual que en la creación) y que, especialmente el año de la pandemia y el segundo adelanto electoral, han sido situaciones muy exigentes para un director artístico, y me he descubierto un carácter mucho más templado para lo colectivo, inasequible al desaliento. Por supuesto que hay alguna frustración y alguna herida.

 

Alberto Conejero, cuatro años imaginando el Festival de Otoño en Madrid
Alberto Conejero. ©Santi Burgos

Ahondando en esas frustraciones, ¿qué te hubiera gustado poner en marcha desde la dirección artística del festival y que no te haya sido posible?

No te quiero ocultar que aún queda mucho por hacer, por ejemplo, no he conseguido cambiar un sistema y una normativa centrados más en la exhibición que en la producción. Mantengo este respecto un diálogo, un debate o, si quieres, una discusión con la Comunidad de Madrid porque estoy convencido de que el Festival de Otoño tiene que producir mucho más. No he logrado convencer de mi criterio, aunque he logrado avances parciales. Este año impulsamos propuestas de las que me siento profundamente orgulloso y feliz que nacen para el festival. Hablo de la residencia y espectáculo del Solar Agencia de Detectives en el Museo Nacional de Artes Decorativas o la pieza de Mucha muchacha en La Cabrera. Creo en un festival plural y diverso. La programación es elocuente en ese sentido, que no ha obedecido a criterios de esa empatía personal o de cercanía con mi propio lenguaje teatral. Siempre cuesta algo más en municipios…  esto es a medio plazo, hay que hacer escuela de espectadores, no porque les falte criterio a los que ya son o a los que aún no lo son, sino porque hay que seducir, hay que compartir, hay que trabajar a medio plazo… Es verdad que cuesta algo más, sí.

 

¿A qué crees que es debido?

Yo confío plenamente en el espectador y además soy un programador público. Es que mi tarea no sólo es confiar en el espectador de hoy, sino en el de mañana, en el espectador que aún no existe. Hay que confiar en los espectadores. Yo quiero que esté lleno el festival, por supuesto, pero si no ocurre, ocurrirá. Puede que el primer año haya veinticinco personas en un aforo de cien, al año siguiente quizá sean cincuenta y ese es mi trabajo también, confiar en los espectadores y confiar en que los municipios no están programando solo para ese municipio.

 

¿Continúa notándose la reticencia del público capitalino a desplazarse a otros municipios?

Es una idea contra la que yo me revuelvo una y otra vez. Cuando vamos a Aviñón, cuando vamos a Temporada Alta, nos encanta que nos lleven de un lugar a otro, sin embargo, en Madrid aparecen los remilgos, las quejas, un centralismo clasista. Si a ti no te da la gana de desplazarte a Móstoles, no sólo te posicionas como espectador sino como ciudadano. El mismo “esfuerzo” lo haces en otro territorio sin problemas. Además, que es una alegría irte a El Escorial a ver Angélica Liddell o a Móstoles a ver a Lapage y esto es algo en lo que yo voy a insistir una y otra vez. Primero que no es un festival de Madrid capital, además, es que son teatros con muy buenas dotaciones y, sobre todo, que es algo profundamente injusto para los impuestos de tus conciudadanos. Todos somos muy progresistas hasta que nos tocan la comodidad. Cuando tienes que agarrar un coche y compartirlo entre cuatro para ir a Móstoles, ya es un inconveniente y qué pereza y para qué… Pues, mire, señorita, para que el de Móstoles no tenga que coger el coche por una vez. Mira, la gente viene de fuera de Madrid a ver el Festival de Otoño, se paga sus hoteles, sus viajes, y a ti te cuesta ir a Getafe, es un criterio tan clasista… es que es muy loco, me sorprende. Me acuerdo de un compañero que se me quejaba que no quería ir a Móstoles y le dije: “Vale, entonces tú no te esperarás que nadie de Móstoles venga a Madrid capital a ver tu obra, ¿no?”.

 

Te estoy notando cierto tono nostálgico, como de cierre de etapa.

¿Así lo sientes?

 

Sí, ¿va a haber continuidad en tu dirección?

Mi contrato acaba en diciembre. A día de hoy [finales de octubre] no tengo ninguna noticia sobre mi renovación. Mi deseo es seguir.

 

¿Crees que esto es consecuencia de lo sucedido con la cancelación de tu obra El mar en Briviesca?

La cancelación de El Mar… qué momento tan triste y qué paradójico que alumbrase mi libertad y autonomía como creador.  He seguido escribiendo sobre los mismos asuntos sobre los que ya escribía antes de dirigir el festival. He de decir que no he tenido ningún tipo de injerencia en el festival, nunca me han dicho, “no programes esto o programa esto”, hubiera dimitido inmediatamente. Yo no trabajo para un partido político, así lo siento, trabajo en un festival financiado con dinero público de la Comunidad de Madrid. Por supuesto que ha habido momentos de tensión, pero es que considero que eso es sano y necesario, creo que una administración con firme salud democrática ha de contar con direcciones artísticas que propicien siempre espacios de reflexión, de crítica respecto a las estructuras de poder porque, si no, das por supuesto que el director artístico tiene que ser dócil o sumiso con el partido que lo contrato o directamente alguien “del partido”. Un director artístico tiene que ser una membrana entre las estructuras de poder y las fuerzas de transformación, crítica y sueño propias de la creación. No esquivo tu pregunta: no tengo ninguna noticia en ese sentido, no me llamaron desde la Consejería cuando se canceló la función y como te digo no tengo ninguna noticia en ningún sentido…

 

Por supuesto, no podemos terminar esta entrevista sin pedirte que, de entre todas las propuestas programadas, nos descubras alguna joya oculta que no debamos perdernos.

En La Abadía está Séverine Chavrier, directora y creadora francesa, que nos trae Aria Da Capo, un espectáculo donde los adolescentes no es que sean protagonistas, es que los actores son estudiantes de conservatorio y nos hablan de la relación entre vocación y condiciones económicas pragmáticas de clase y creo que puede ser un espectáculo muy sugestivo. También diría Mal pelo, compañía que acababa de regresar de Aviñón, vamos a poder ver dos espectáculos que creo que es una buena muestra de la poética de Mal Pelo, y quizá sea la última vez que veamos bailar juntos a Pep Ramis y María Muñoz. Y también diría Mucha muchacha que hace un trabajo con gente joven en todos los pueblos de la Sierra Norte, una obra no sólo programada en municipios, sino hecha en los municipios de la Sierra Norte y que va a ser una fiesta.

 

Toda la cartelera de obras de teatro de Madrid aquí

Comparte este post