337 km en Teatro Quique San Francisco

 

Por Alberto Morate

 

No espero tus respuestas porque siempre son las mismas, pero cada vez son distintas. Tienes una coraza que te defiende. Estás despierto y sabes muy bien lo que quieres. Tu fuerza repetitiva sacude a los de tu entorno, mas solo hay que comprenderte.

También tienes sueños, días buenos y malos, fantasías de universo, observas y callas o hablas y preguntas. Eres inteligente. Que no te traten con indiferencia, ni con rechazo, ni con compasión. Paciencia, comprensión, cariño. Eso les hace falta. No pueden ni quieren vivir en una burbuja, sienten.

No solo separaban al padre de su hijo 337 km. de distancia. Era mucho más. Era un viaje espacial. Otro universo. Otra galaxia. Tendrán que ir haciéndose uno a otro despacio. Reconocer errores, entender entusiasmos.  No apresurarse.

Si es capaz de hablar con un perro de peluche, si es capaz de comunicarse con el primer astronauta de la historia, cómo no va a poder un padre sentir la fuerza gravitatoria de su hijo por muy Asperger que sea.

Sí, el orbe gira en torno a él. Pero él ilumina como una estrella. Solo hay que saber respirarlo. Sin escafandras ni cascos, ni trajes extravehiculares. Para que las cosas salgan bien hay que ser rutinarios, hacerlo siempre igual, hasta que un día una pequeña variación nos proporciona un descubrimiento nuevo. Cada día de la semana es una aventura nueva, un paso para no perderse.

La Belloch Teatro, pone en escena precisamente el día internacional del Síndrome de Asperger (18 de febrero) este texto de Manuel Benito donde un niño de nueve años se reencuentra con su padre. Pero este último es el que está perdido. El que debe levantarse y coger de la mano a su hijo para que lo guíe por donde debe. Para poder avanzar juntos. Para buscarse en el rechazo.

Lo interpretan con sensibilidad Néstor Goenaga, Clemente García y Alicia González dirigidos por Julio Provencio. Sencillez y delicadeza se respira en el escenario. Conciencia y corazón, al final se necesitarán mutuamente. Números primos que solo tienen dos divisores y por eso son especiales, por eso deben ayudarse entre ellos dos, porque no son del montón, no están fragmentados, no se ocultan en medio de la muchedumbre y tendrán que romper la barrera de la distancia, de la luz, del sonido, de la comunicación, de las ganas de quererse.

 

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