Acabamos de estrenar Shock 2 (la Tormenta y la Guerra) en el CDN. Una obra dirigida por Andrés Lima y con textos del propio Lima junto a Albert Boronat (responsables de la dramaturgia), Juan Mayorga, Juan Cavestany y la colaboración de Alba Sotorra y Olga Rodríguez. Desde Godot me piden que cuente cómo ha sido el proceso desde dentro.

 

Desde el interior de Shock 2

 

Por Juan Vinuesa

Foto portada: Luz Soria

 

Lo peor de una guerra son sus víctimas; lo más triste, entender años después sus causas. O mejor dicho: conocerlas, porque entenderlas es imposible.

Hace más de tres años comenzamos el proceso de Shock 1 (el Cóndor y el Puma) y, de alguna manera, o sin saberlo, de Shock 2 (la Tormenta y la Guerra) función que estamos a punto de estrenar y sobre la que me centraré en este artículo. No es fácil llegar con las palabras porque en el propio proceso ha habido momentos en los que hemos necesitado retirarlas.

‘Shock 2’ comienza en los años 80, con la revolución conservadora que lanza en Europa Margaret Thatcher y en EEUU Ronald Reagan. Esta “revolución” se remata en el primer gran shock del siglo XXI: la guerra de Irak, en la que España participó. El propio Andrés define muy bien de qué trata esta función: “intenta reflexionar sobre en qué medida somos partícipes de nuestra historia, de nuestros shocks, de nuestros golpes, de nuestra violencia”. Porque parece que siempre el violento es el otro. Pero en la historia se han dado muchos golpes por intereses económicos, no por defensa ante ningún ataque. E investigar esos golpes nos ha dejado muchas preguntas.

Escribo estas líneas en las previas, justo cuando el público llega. No sé qué ocurrirá, no sé cómo se recibirá, pero no me preocupa. O no tanto como para que me afecte. Quiero que la obra guste. Quiero que la gente la aplauda. Quiero que se agoten las entradas. Pero también deseo que estas historias se conozcan, porque a veces ocupan dos líneas y tres fechas en los planes de estudio. Además, en los talleres y ensayos, ha habido tanto trabajo, tanto cariño, y tanto vínculo, que el ego y las preocupaciones no han desaparecido, pero sí se han colocado en un lugar bastante cómodo.

 

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Escena de ‘Shock 2 (La tormenta y la guerra)’. Foto: Luz Soria

Una familia con la que investigar y reír

‘Shock 2’ lo definiría como un estado de ánimo. El que provocan los desastres que no entiendes, el que te ocurre cuando ensayas durante cinco horas una obra que no va precisamente de un señor al que le ha tocado la primitiva, o el que te surge cuando uno de tus compañeros señala a otro un hallazgo actoral y le dice “bravo por esto que has hecho”. Porque Shock ha sido familia. Los que ya estaban o estuvieron: los juanes, Joseba, Bea, Laura, Pepe, Jaume, Miquel, Pedro, los quiques, Almudena, Cecile, y mis compañeros de reparto María, Paco y Natalia, (junto a Ernesto y Ramón, que siguen teniendo su plato en la mesa). A ‘Shock II’ se han unido Alba, Morris y Guillermo (junto a Carlota -ayudando a Bea en vestuario- y a Esteban en la reposición de la primera parte) y la familia, el amor, y el espíritu animal siguen intactos.

 

Para investigar sobre estos temas, para preguntarse sobre lo incomprensible, uno ha de tener a su lado a gente que le haga reír. Nos contaba Olga Rodríguez que en el Hotel Palestina necesitaban momentos de desconexión, en los que reír, en los que montar pequeñas celebraciones y contar chistes. Esto no es comparable porque en el espectáculo no somos más que meros transmisores de algo que ni siquiera hemos vivido, pero también hemos necesitado reír. Quizá porque, como decía Mauricio Kartún: “cuando aparece la risa entramos en estado sagrado”. Y creo que en estos ensayos ha habido algo de viaje sensorial. Como decía nuestro querido Morris (uno de esos hermanos que te da el oficio): “el proceso ha sido un fin en sí mismo”.

Jaume, Miquel, Pedro, Quique, Bea (y demás colaboradores) han elaborado un espacio y una plástica tan mágica y poderosa que, si un día uno de los actores se desmaya o no llega ese día a la función, igual el público ni lo nota. Y me voy a permitir unas palabras para mis compañeros de reparto: esa cosa tan tremenda, tan tragicómica, que tiene Guillermo y que solo tiene Guillermo, la nobleza y la vis cómica tan genuina de Paco, Natalia y su facilidad para pasear entre cualquier extremo, la sensibilidad y el Rock and roll de Alba, la bonhomía y la fuerza animal de Morris o el carisma de María, que si habla en Lavapiés te capta la atención desde Marqués de Vadillo. Y Laura Ortega, su atención y su cariño. Laura es ese mediocentro, ese Fernando Redondo, o Makelele que, sin darse importancia, sostiene al equipo para que meta goles.

 

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Andrés Lima, junto al actor Paco Ochoa, en un momento del taller de creación para ‘Shock 2 (La tormenta y la guerra)’. Foto: Luz Soria

Compromiso para mancharse

Y luego está Andrés, que es un genio y un maestro del término espectáculo. Andrés se ha ocupado de eliminar la frivolidad, la parodia innecesaria, y, junto a los autores, y a Boronat en la dramaturgia, ha mantenido viva (casi hasta que el público está en el pasillo) la inquietud sobre si tal frase, acción, o imagen era o no acertada. Porque con Andrés hay que mancharse. No te pide que el primer día te manches bien, pero sí que lo intentes con compromiso. Una cosa que valoro mucho del señor Lima es su cuidado para no caer en la que para mí es la peor de las endogamias de este oficio: gente de teatro haciendo teatro para otra gente de teatro. Andrés es espectáculo, pueblo y corazón.

 

Atrocidades llenas de interrogantes

Y lo más importante del proceso, todas las preguntas que nos han surgido: ¿Cómo es posible que la Guerra de Irak se iniciase cuando todavía no se habían agotado las vías diplomáticas? ¿Qué pasaba por la cabeza de los soldados estadounidenses que torturaron a los presos de Abu Ghraib? ¿Una guerra puede ser preventiva?

‘Shock 2’ habla también de la incapacidad de pedir perdón. Una cosa es lo que el poder decía, otra lo que decía que creía, pero otra es lo que hoy sabemos. Y no existe el perdón. Ni en la carta póstuma de Pinochet, ni en las declaraciones de las Azores, ni en el responsable del cañonazo contra el Hotel Palestina. Es curiosa la forma de todos estos encuentros: la fiesta por la reelección de Reagan, el encuentro en las Azores… buscaban la épica, pero decía Eugenio Trías que “entre lo sublime y lo ridículo solo hay un paso”.

Yo no sé si estamos contando lo que “allí” pasó, solo sé que es un espectáculo que tiene esos temas en su corazón: Moscú, Washington, Irak, Afganistán, los campamentos de Sabra y Chatila en Líbano, el Hotel Palestina en Bagdad, la plaza de Tiananmén en Pekín…

 

 

Dentro de todas las preguntas que han surgido en el proceso, hay una que me ha llegado estos días: “¿Cómo de grave es perder toda la educación que se ha destruido en Irak?”.

Como decía, tampoco cómo la recibirá el público, pero sí tengo claro que queremos contar esta historia en un país tan revuelto, en un país en el que el término antifascista sigue siendo objeto de debate. No tengo respuesta para las preguntas que me genera la atrocidad. Solo sé que ante la guerra lo único que nos queda es buscar la poesía. Ya se dijo en Poeta en Nueva York: “Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato, debajo de las divisiones, hay una gota de sangre de marinero”.