Homenaje a Billy el Niño en Teatro del Barrio

 

Por Alberto Morate

Foto: Laura Ortega

 

No prescriben. Las huellas del dolor, de las palizas, de las cicatrices, de las mutilaciones, de las vejaciones, de los insultos, del miedo, del llanto, de los gritos. No prescriben porque están en el cuerpo y en la memoria de todos aquellos torturados por un régimen represor (aunque lo llamaran democracia) que veía que sus cimientos se tambaleaban.

No puede prescribir el temor de los pasos cuando estás encerrado en una celda a oscuras, sin comunicación, ensangrentado, sucio, apaleado. No debe prescribir oírlos reír con mofa, ni las guías telefónicas deshojadas de tanto golpe ni tanta humillación, ni tanto odio, ni tanta tortura no disimulada.

No eran otros tiempos ni están tan lejos.

Billy el niño muere condecorado hace bien poco. En el 2020, y sin juzgar, con sus pensiones, con sus medallas, con su actitud arrogante y beligerante y su impunidad estatal y gubernativa.

Es imposible ocultar esta humedad de desconchones en todas sus víctimas. Muchas no pudieron contarlo. A otros no les sirvió de nada su denuncia.

Donde hoy se festeja el paso de un año a otro, entonces se festejaban las palizas. Aquí se ponen nombres y apellidos, se dan datos, por sórdidos que sean, por asustados que estemos, por asombro e incredulidad que nos parezca. Sí, se practicaba la tortura, e incluso el asesinato precipitando al vacío a quien ya estaba sin vida.

Ruth Sánchez y Jessica Belda nos ofrecen este testimonio que no debiera olvidarse nunca: Homenaje a Billy el Niño, Antonio González Pacheco, y aún hay quien lo ensalza y dicen que por algo sería. Cada vez más, eso es lo malo, recalcitrantes odios de xenofobia, de patriotería, de machismo, de intransigencia, de hostilidad, de clasismo, de homofobia,… si no lo paramos, pasará lo mismo, se acabarán yendo de rositas.

Eva Redondo, la directora, no escatima en contarlo con crudeza, pero también le da tregua a la tensión. Las autoras hacen hablar al escudo protector del personaje en cuestión, a la marietta que disparó en Atocha, a las conciencias dormidas.

Lo interpretan, cambiando a menudo de registros, Jesús Barranco, Antonio Gómez y la propia Jessica Belda, en una mezcla de teatro documento, folclore pasado, noticias representadas, emoción contenida, camaradería cómplice, confianza en sí mismos.

 

No son explicaciones, no son preguntas, es la realidad al descubierto teatralizada, sí, pero que agita, que denuncia, que pulula en nuestras conciencias, que descubre la historia descarnada de callada connivencia política, por más que quieran que prescriba.

 

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