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Puños de harina, KO a la masculinidad mal entendida

“Es muy fácil situarte en un estereotipo y no pensarte”

 

Teatro y videojuegos se fusionan para combatir el machismo, la homofobia y el racismo sobre los escenarios. Así nos lo cuenta Jesús Torres, autor, director e intérprete de Puños de harina, producción de El Aedo Teatro que regresa a la cartelera madrileña con motivo de la celebración del Orgullo por parte del Teatro Infanta Isabel, del 16 de junio al 10 de julio, para invitarnos a reflexionar sobre la identidad y las nuevas masculinidades. 

 

¿Qué significa ser «un hombre de verdad»?

 

Por José Antonio Alba

Foto de portada Moisés F. Costa

 

Puños de Harina nace siendo ganadora de la 1ª edición de Teatro Exprés organizada por la fundación SGAE, ¿pero realmente de dónde nace la necesidad de contar esta historia?

Escuché la noticia de Rukeli en el 2003, cuando le devolvieron el título como campeón alemán de boxeo que le denegaron en 1933 – título que le arrebataron por gitano y por llorar en el ring “como una mujer” – guardé la noticia en mi carpeta de historias para contar hasta hace 3 o 4 años, cuando el feminismo comenzó a dar fuerte, eso me llevó a pensar que nosotros también teníamos que repensar el tipo de hombre que habíamos sido hasta ahora y ser nuevos hombres. Ahí nació una conexión con la historia de Rukeli, a él le quitaron el título por no ser “un hombre de verdad”, pero ¿qué es ser un hombre? A partir de ahí comencé a escribir la historia. En la primera versión solo existía Rukeli, de hecho “Puños de harina” es por él. De pronto me di cuenta que me estaba quedando muy documental, muy del pasado, y corría el peligro de que el público lo viera con distancia; sentí la necesidad de poner a Rukeli frente a un espejo, pero no sabía muy bien con qué, y fue gracias a la comba, que Rukeli utilizaba para entrenar, pero que en mi época era de mariquitas y pensé: “¿Y si empiezo a reflejar actitudes masculinas de Rukeli como actitudes femeninas en la actualidad?” Y comenzó a nacer Saúl, un joven gitano gay, presionado por su padre para “ser un hombre”. Los dos están sufriendo lo mismo. No es una historia de gais y de gitanos, eso lo utilizo para contar otra cosa, entiendo que la cultura gitana y la cultura LGTBIQ+ tienen mucha fuerza en el escenario, pero lo que estoy haciendo es preguntándome quién soy.

 

Es interesante ver que en el teatro actual se está reflexionando mucho sobre la masculinidad.

¡Por fin! Tenemos esta herencia refranera de “ser un hombre de verdad” o “un hombre hecho y derecho”, hay un arquetipo de hombre muy concreto que siguen vendiéndonos. Por ejemplo, supuestamente, no hay en la primera división de fútbol chicos gais, ¿por qué? Porque vende más un hombre hetero. Si Sergio Ramos se pone una camiseta rosa, porque la equipación es así, está bien porque es hetero, pero si fuera gay estaríamos hablando de otra cosa. Aunque en el mundo gay también pasa, ahí está la plumofobia, por ejemplo. Es muy fácil situarte en un estereotipo y no pensarte.

 

Cuestionarse es intentar evolucionar, ¿no?

Por esto nace Puños de harina. Si te preguntas es porque estás intentando encontrar un camino. La sociedad se está repensando gracias al impulso del feminismo y de las mujeres. Creo que ahí tenemos mucho trabajo que hacer nosotros, no podemos quedarnos al margen.

 

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El actor Jesús Torres interpretando al boxeador gitano Rukeli en ‘Puños de harina’.

 

¿Qué hay de Rukeli y de Saúl en Jesús?

Cuando escribo, trabajo desde la autoficción. No puedo decir que he sufrido lo que ha sufrido Rukeli o Saúl, pero sí que he tenido el complejo y la presión de mi padre que me decía que iba a ser un “rompebragas” y yo no sabía cómo decirle que prefería ser un “rompeboxers” (Risas) He aprovechado esa sensación que no fue conflictiva, pero sí, de algún modo, traumática. Te ayuda de algún modo a curar esas heridas y, lo que no ha hecho un psicólogo, lo hacen mis personajes, y creo que es bonito darse cuenta. No como un trauma, sino como ejemplo de que como dice Saul: “siempre se puede ir a mejor”. Hay mucho de mí, pero realmente son dos personajes de ficción, no soy ninguno de ellos.

 

A la hora de crear a los personajes, ¿te has apoyado en gente gitana, has tenido asesoramiento…?

He leído mucho sobre chicos gitanos que salen del armario, no soy gitano, pero sí que soy andaluz y tengo mucha gente cercana que es gitana. He podido ir viendo costumbres y vocabulario. Pero tampoco he investigado demasiado porque no quería contar la historia de un gitano, sino la historia de Saúl, que casualmente es gitano. Aunque hay quien me ha llamado por redes “señoro hetero blanco” por contar historias de gitanos sin serlo y verme como un salvador de la cultura gitana, cuando para nada era mi intención. Esa reacción me hizo un poco de daño porque además fue el día del estreno y me apenó, porque yo no quiero contar esto para salvar a los gitanos de nada, pero tampoco para hacerles daño, pero hubo algún colectivo que se sintió ultrajado y despreciado por no haber contado con ellos. Aunque sí que invitamos a otras asociaciones y todas declinaron la invitación alegando que no tenían una postura oficial ante la homosexualidad en el mundo gitano.

 

Las redes no te han dado solo sinsabores, gracias a ellas surgió un acontecimiento muy especial.

El mismo día del estreno me escribió el nieto de Rukeli. Fue todo un ¡boom! Porque hizo que Rukeli fuera real. Que un hashtag haga que el nieto de Rukeli descubra el vídeo de la obra y que se lo enseñe a su madre, que al verme boxear se emocionara porque dice me parezco un poco a su padre, hace que, de pronto, todo tenga sentido. Me escribieron para darme las gracias por contar la historia de su abuelo. Es muy emocionante, me contaba que no tenía imágenes en movimiento de Rukeli porque en unas inundaciones que hubo en Berlín se perdió todo el archivo de imágenes en movimiento y solo hay fotos. Les había emocionado pensar que, al verme a mí vestido igual, le veían a él. Es muy bonito que un personaje que es real y del que yo he hecho una ficción, cobre esa vida. ¡Qué responsabilidad!

 

La función está dividida en rounds y, en cada uno de ellos, saltas de un personaje a otro para contar diferentes momentos de sus vidas, obligándote a manejar energías y emociones muy diferentes en cuestión de segundos. ¿Cómo se trabaja una propuesta como está? ¿Cómo vives esa complejidad desde dentro?

Es un espectáculo y una dramaturgia que no había experimentado antes, está muy fragmentada y yo soy muy clásico, muy lineal. Ha sido muy bonito porque me permite vivir en el momento presente, es un poco como dice Rukeli: “fuera está todo el ruido, dentro el silencio”. Cada round es el momento que vivo y no pienso en lo siguiente. Para mí es un momento frágil, tengo que estar muy concentrado en lo que quiero contar y la emoción presente no me la puedo llevar a la siguiente escena porque son personas y momentos totalmente diferentes. Pero con la capucha me quito y me pongo el personaje, es algo que me parece muy interesante de experimentar. Me quedo con el camino que hago todos los días entre los 20 rounds. El cuerpo no sabe que es ficción y lo sufre, se sacrifica un poco en cada función. Esa exhibición tan completa es muy bonita. Es algo que no había vivido en otros espectáculos.

 

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Jesús Torres en un momento de ‘Puños de harina’ de El Aedo Teatro

 

Rukeli era un boxeador profesional, ¿cómo te has preparado físicamente para interpretarlo?

Elegí interpretar a un boxeador porque me iba a poner en un límite físico que me apetecía. Eso sí, no calculé que fuera a ser tan duro mantenerlo. Está guay llegar al estreno, pero claro, tengo que mantenerlo porque, si tengo función dentro de un mes, debo llegar igual. Ha sido muy duro mantenerlo durante la pandemia. La obra se iba a estrenar en marzo del año pasado y estaba como ahora, en una forma física óptima, pero llegó la pandemia, que era por quince días, y seguí entrenando, pensando en los bolos que iba a tener y que, finalmente, se cancelaron. Eso de seguir entrenando a tope y seguir con una dieta tan estricta para nada fue muy doloroso. Ahora es fácil porque tengo objetivos muy claros que son las actuaciones, pero hacerlo para nada, fue súper doloroso. Pero estoy contento porque el teatro me ha puesto en contextos en los que nunca me hubiera imaginado, me he visto entrenando con boxeadores profesionales, mi entrenador es un boxeador profesional, y he conocido un mundo al que nunca hubiera llegado por mí mismo. Siempre había visto el boxeo como algo violento, pero he aprendido la filosofía y el compañerismo que hay; te pegas, sí, pero tu contrincante es tu compañero y te cuida. Hay una filosofía de equilibrio muy interesante. Además, he encontrado en el mundo del boxeo un apoyo tremendo hacia la obra, porque doy una visión sanadora sobre este mundo.

Es muy bonito porque mi entrenador, Nelson, nunca había ido al teatro hasta ahora. Él me ha llevado a su mundo y yo le he traído al mío. Esa es la oportunidad que ofrece el teatro, el poder acercar mundos. Esa conexión me fascina. Por eso me entristece cuando colisionan y no se entienden y me cuestionan el poder hablar de gitanos o el crear un videojuego. ¡Vamos a contar cosas diferentes!

 

Hablando de cosas diferentes, como complemento a Puños de harina, habéis creado un videojuego, al más puro estilo de ‘elige tu propia aventura’, en el que el jugador explora las diferentes maneras de “ser un hombre” dialogando con los personajes de la obra por Whatsapp y que, en función a tus respuestas, el destino de Rukeli y de Saúl serán completamente diferentes.

Sí. Abre un universo alrededor de la obra donde puedes conocer y profundizar en los personajes. ¿Por qué no incluir un videojuego en un diálogo con el teatro, con la literatura o con el arte? Hace unos meses sacamos el slogan de que con El Aedo queremos crear una nueva generación de espectadores y decidimos utilizar la pandemia para investigar nuevas formas de comunicarnos sin evitar el teatro, y es lo que estamos probando, no sé cómo va a salir.

Si miras el teatro que se hace en Europa, está yendo por ahí. Me fijo mucho en el teatro londinense porque me parece que la relación que tienen con el público joven es brutal, la factura que tienen los espectáculos es increíble, ves un espectáculo para jóvenes y dices: “Claro, ¡cómo no te va a gustar el teatro!” Me fijo mucho y usan este tipo de estrategias. Ojalá muchas compañías se sumen a este tipo de propuestas de aprovechar a esa persona que va al teatro y que te lleve a casa de alguna forma. En este caso con el videojuego.

 

El público juvenil es el caldo de experimentación perfecto para estos nuevos formatos.

Las unidades didácticas del Globe Theatre no tienen nada que ver con los «cuadernillos Santillana» que hacemos para los chavales aquí en España. Nosotros ahora estamos sacando una unidad didáctica interactiva para los coles en la que cada uno hace actividades en función a sus inquietudes, siempre relacionadas con el teatro. Si has visto la obra y te has fijado más en el boxeo porque te gusta el mundo del deporte, haces un itinerario de actividades relacionadas con el deporte, y serán diferentes a las que lo hagan sobre la cultura gitana o los derechos LGTBIQ+. Pero tienes que saber cómo introducir este tipo de estrategias de gamificación y de educación contemporánea. La formación en todos estos nuevos lenguajes, tanto escénicos como tecnológicos, es necesaria y parte de una base de estructura que está fallando. No puede ser que el temario de magisterio siga siendo el mismo y solo haya una asignatura de nuevas tecnologías, luego llegan situaciones como esta pandemia y se echan todos las manos a la cabeza porque no se sabe usar Zoom, por ejemplo.

 

Teatro clásico, musical, monólogos, autores clásicos, contemporáneos… ¿Qué te falta por subir a un escenario?

¡Me falta todo! Lo que más me gusta es no saber qué voy a querer contar la próxima vez. Lo que querré el año que viene. En la vertiente clásica de El Aedo Teatro acabamos de estrenar una versión de La Regenta -espectáculo que también podremos ver el el Teatro QSF del 11 al 21 de este mes-, en la que damos una visión femenina de todas las mujeres que aparecen en la novela, y lo que estoy escribiendo ahora se llama Sheepers que es una versión de Fuenteovejuna, pero en vez de labradores son ‘riders’ de comida para llevar. Es una función que profundiza mucho en esta transmedia, en esta conexión de videojuego con espectáculo. Mi intención es que el público, gracias a una aplicación que hemos desarrollado con el INAEM, vaya siguiendo con cámaras a los cuatro ‘riders’. La escena común es presencial, pero cuando se marchan de escena, cada espectador elegirá qué ver; puede decidir seguir a Laurencia y ver cómo entrega el pedido, al comendador y la violación, a Frondoso, cómo va a ver al padre… Puedes seguir diferentes historias. Es en lo que estoy trabajando ahora.

 

Puedes acceder al videojuego sobre ‘Puños de harina’ desde AQUÍ.

 

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