Queridas hermanas putas

 

Por Yaiza Cárdenas/@yaizalloriginal

 

«Pichi, es el chulo que castiga del Portillo a la Arganzuela, y es que no hay una chicuela que no quiera ser amiga de un seguro servidor. ¡Pichi! Pero yo que me administro, cuando alguna se me cuela, como no suelte la tela, dos morrás la suministro; que atizándoles candela yo soy un flagelador» cantaba Sara Montiel hace ya algunos años. Y es que todos hemos oído esta canción. Yo misma he cantado esta letra de pequeña y, ahora mismo, me doy vergüenza.

El problema de una letra machista no lo es tanto de la letra como de la sociedad que no solo la normaliza, sino que la canta dando palmas. Por supuesto, esta canción no es un caso aislado, solo hace falta salir una noche por Madrid para darse cuenta de que la visión del hombre como el sexo fuerte y dominante está presente, por lo menos en algún momento, en casi cualquier local. A su vez, anuncios tan asquerosos y denigrantes como los de Old Spice tratan de inculcar un prototipo de hombre fuerte y dominante al que ninguna mujer podrá decir que «no», pero ¡despertad!: Lo hacemos. Y ahí viene el problema, cuando nuestro «no» no os basta. Cuando os creéis con potestad para elegir por nosotras y decidís saciar vuestro apetito sexual, aunque sepáis que lo que hay detrás es un «no», y lo hacéis violando o pagando. Y lo mejor es que los que optáis por lo segundo os creéis más cívicos y humanos que los primeros. Pues basta ya.

Una obra como Prostitución era necesaria. Era necesaria esta hostia de realidad. Era necesario demostrar a ese 40% de españoles consumidores que son cómplices de la trata y la esclavitud sexual porque, la prostitución, no deja de ser una «sumisión al otro deshumanizado de los otros».

Lo más fuerte es que, como sociedad, nos autoengañamos pensando que no siempre hay mafias detrás y, en esos casos, es una decisión libre, pero «cuando las prostitutas son la clase social más baja, no hay libertad en dicha decisión». Y ellas, las únicas que de verdad importan en este asunto, no tienen voz. No tienen voz porque no pueden tenerla, porque el miedo provoca afonía o porque, si manifestasen ese «no» que va intrínseco a su profesión, se morirían de hambre.

Porque algunas dicen no saber hacer otra cosa porque han dejado sus estudios o su vida tras un abuso sexual. Y con esto entramos en el segundo punto fuerte: los casos de mujeres que cogen este camino tras haber sufrido una violación, a menudo por parte de sus chulos (sí, chulos como el ‘Pichi’ al que rendimos homenaje vestidos de chulapos y chulapas).

Y es que somos unas feminazis ¿verdad? Y «tenemos que dejar de ser paranoicas y de ver violadores por todas partes». Pero es que los hay. Desgraciadamente, los hay. Y que todos los hombres no seáis unos violadores no quiere decir que no haya violadores en todas partes y que en esta sociedad hipócrita esté continuamente presente el deseo de violar, de someter, de demostrar violenta y narcisistamente tener el poder.

Porque al final es lo de siempre: la mujer como el sexo débil. Y es que los esfuerzos de los gobiernos no deberían centrarse en si se regula o no la prostitución. Ya lo decía Simone de Beauvoir en su obra El segundo sexo: para conseguir la tan ansiada libertad femenina, la mujer debía tener independencia económica, algo imposible si la sociedad no hacía factible su acceso a puestos de trabajo y las relegaba a las tareas domésticas.

Llamadme loca, pero yo lo veo igual. Antiguamente los hombres abusaban de las mujeres por el hecho de ser mujeres y, como no tenían independencia económica, no podían rebelarse. Ahora es la misma mierda, pero con dinero de por medio. Concretamente en España, con más de veinte mil millones de euros al año de por medio.

Como mujer y como ser humano, no puedo cerrar sin dar las gracias a Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste. Gracias Laia Vallés y Lucía Juárez. Gracias a las mujeres que hay detrás. Gracias Andrés Lima y Albert Boronat. Gracias Teatro Español. Gracias por ser tan valientes y traer algo de reflexión y humanidad a este mundo deshumanizado.

Yo, al igual que hacen ellos, «les invito a que se unan a la revuelta de las putas».