Censura, sesgos e imaginación en los márgenes

 

 

Por Pilar Almansa/@PilarGAlmansa

 

El fantástico artículo que la profesora de Historia del Arte Aúrea Ortiz publicó hace unas semanas da en el clavo con la actual relación entre la producción de ficción, de documentales y la recepción del público. A propósito de la incoherencia entre la difusión de la serie documental Salvar al rey, sobre nuestro emérito, y las dificultades con las que se está encontrando Javier Olivares para rodar una ficción sobre exactamente el mismo tema, Ortiz incide en la falta de consecuencias que tiene el relato de los hechos en crudo, frente a las polémicas que se desatan en cuanto dicho relato pasa al plano de lo metafórico. Las múltiples lecturas, los mecanismos de identificación con los personajes y los subtextos, propios de la ficción, parecen más escandalosos e inquietantes que la propia realidad.

Parece que el barco de la creación contemporánea ha puesto rumbo inexorablemente al puerto de lo inocuo. Normal: todo el mundo necesita comer, y si el dinero no financia determinados temas en ficción, los creadores tenderán a evitarlos para poder seguir trabajando. Es la neocensura, la que ejerce silenciosa y difusamente un sistema de visibilización de contenidos con creadores altamente precarizados y concentración de poder en unas pocas manos que, mediante la concesión o no de recursos materiales y la proyección del contenido, mecen el canon creativo. Exactamente la misma dinámica que desde La Base viene evidenciando Pablo Iglesias en el terreno mediático. Nada sorprendente: el contenido de todo tipo es ideología, incluida, por supuesto, la ficción.

Dentro de este ecosistema, las Artes Escénicas nos movemos en los márgenes por el escaso impacto del contenido que desarrollamos, en comparación con la industria audiovisual. Movimientos como la retirada de la programación de Muero porque no muero, de Paco Bezerra, son poco frecuentes, apenas trascienden del ámbito local y puede deberse tanto a una estrategia de comunicación dirigida a los votantes conservadores como a una simple torpeza en cuanto a los tiempos. O quizá simplemente podemos empezar a pensar que también empiezan a incomodar los márgenes. Quizá la neocensura, que, como es obvio, funciona en las escénicas, necesitaba algún tipo de refuerzo explícito porque la difusión de la imaginación, la metáfora, el subtexto y los planos de interpretación no debe dejarse al azar.

Pero si algún poder tienen las Escénicas es que el aquí y el ahora es completamente incensurable. Nadie puede controlar qué dice un actor en escena, ¡ni siquiera el director! Es nuestro margen: el espacio entre el actor y el público. A lo mejor tenemos que usarlo más. Las predicciones son malas amigas del análisis, pero me aventuro a conjeturar: puede que estemos entrando en un periodo en el que hemos de elegir entre hablar y cobrar, entre ser profesionales y ser libres, entre seguir en los márgenes o rendirnos a lo inocuo.

 

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