Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa

 

En el ámbito cultural, el ayuntamiento de Manuela Carmena se ha caracterizado por una inusual apertura, por la escucha a todos los sectores y niveles de producción (tanto en artes escénicas como en otras disciplinas) y por un intento consciente de realizar modificaciones estructurales que sirvieran a este entramado, tan frágil, tan precario, de manera permanente. Ahora al mundo de la cultura nos toca proteger el legado de este ayuntamiento. Y nos han dado herramientas para hacerlo.

 

Es importantísimo cuidar del Consejo de la Cultura: es un instrumento muy poderoso para tener voz en la política cultural municipal. Constituido a lo largo del último año, este organismo está constituido por siete mesas sectoriales que abarcan todos los ámbitos de actuación cultural; un pleno en el que están representados tanto el tejido cultural como los poderes públicos; una comisión permanente, designada por el pleno; y comisiones de trabajo para asuntos específicos. Es abierto y en él pueden participar instituciones, colectivos, asociaciones y agentes independientes. Las mesas sectoriales y los vocales del pleno ya existen; hemos de exigir la puesta en marcha del resto del organismo. Porque sus funciones son estrictamente consultivas, pero su potencial representatividad dentro del sector lo convierte en una voz autorizada, que puede debatir frente a frente con la autoridad política.

 

A través precisamente de este organismo el sector puede reclamar la continuidad de los concursos públicos para la designación de las direcciones artísticas de los centros municipales. Un craso error del ayuntamiento de Carmena al inicio de su legislatura fue la destitución de Juan Carlos Pérez de la Fuente como director del Teatro Español y Naves Matadero; sin entrar en la legitimidad del concurso que le dio la dirección, de cara al exterior sembró la justificación para que el consistorio entrante pueda hacer lo propio con las direcciones artísticas actuales. Reclamemos que no se convierta esto en el principio de una dinámica infinita, que ponga y disponga direcciones artísticas sin tener en cuenta el proceso de selección.

 

También este organismo tiene competencias consultivas en lo relativo a los pliegos de concesiones de ayudas de pública concurrencia. El consistorio de Carmena intentó cambiar las pautas y dinámicas de repartición de dinero público para la cultura: aunque todavía quede mucho por hacer, lo que es seguro es que, sin el Consejo de la Cultura, el sector no tiene capacidad de negociación sobre las condiciones de las ayudas.

 

El Consejo de la Cultura tiene también una gran novedad con respecto a otros organismos: incluye representación de todo tipo de agentes culturales. Desde los circuitos comerciales a los más underground, en el Consejo se debaten ideas y propuestas, se pueden valorar su conveniencia o pertinencia, siempre en función de argumentos y datos. El Consejo es un mecanismo corrector de desigualdad política: todas las voces son escuchadas y valoradas. Esto lo convierte en una herramienta única para los ámbitos más precarizados de las artes escénicas.

 

Por último, y no menos importante, el Consejo de la Cultura nace con la voluntad de incluir criterios de paridad en todos los nodos de toma de decisiones, con el objetivo de alcanzar una cultura igualitaria, que incluya relatos y criterios tradicionalmente secundarizados por las dinámicas difusas del sector. El propio Consejo respeta el criterio de paridad, eligiendo siempre representantes de cada mesa sectorial de manera paritaria, para su posterior incorporación al Pleno del Consejo.

 

Al cierre de estas líneas, Más Madrid ha anunciado que no da por perdida la alcaldía, y aún no se han materializado los pactos entre PP, C’s y Vox, por lo que es imposible prever la posición del futuro consistorio respecto a esta iniciativa. Pero este proyecto ya no debería ser del gobierno municipal: debería pertenecer al sector cultural de la ciudad de Madrid, que quiere contar con un organismo de la misma categoría y competencias que en capitales como Londres o Berlín. Por eso hay que pelear, gobierne quien gobierne, por la plena constitución del Consejo de la Cultura de Madrid.