«¿A qué tienen miedo? ¿Qué daño pueden hacer unos chistes?»

 

Censurar chistes es algo muy serio

 

Por Pilar Almansa/@PilarGAlmansa

Foto de portada: Imagen del programa Caiga quien caiga, de Telecinco

 

Quizá la polémica sobre la censura de chistes sobre Vox en Movistar + no haya sido ni la más sonada, ni aparentemente la más importante de los últimos meses. Sin embargo, precisamente este hecho debería darnos que pensar. Vox, un partido que va de víctima de la censura institucional, es justamente quien tiene los suficientes contactos e influencia empresarial como para descolgar un teléfono en una televisión privada e intervenir los guiones de un programa cómico. No sería de extrañar que también haya intervenido para minimizar el impacto de esta revelación, y que lleve meses monitorizando los especiales de Navidad, de los más vistos del año, para asegurarse de que no hay ninguna referencia que, en su opinión, dañe su imagen.

La gran pregunta detrás de esta operación de censura por parte de la tercera fuerza política en el Congreso es: ¿a qué tienen miedo? ¿Qué daño pueden hacer unos chistes? De hecho, burlarse de un político de manera reiterada ha sido en ocasiones su pase definitivo a la liga de ‘celebrities’ patrias: Esperanza Aguirre no habría sido presidenta de la Comunidad de Madrid sin las continuadas demostraciones de estulticia que realizó en Caiga quien caiga, por ejemplo. ¿Qué pasa en esta ocasión, qué hay de diferente entre los chistes de Tonino y los de Facu Díaz o Buenafuente?

A lo mejor no hay nada distinto. A lo mejor los recursos cómicos son los mismos, los chistes son igual de buenos o malos, a lo mejor revelan las mismas incongruencias o realizan las mismas burlas. Habría que realizar un análisis que excede las posibilidades de este artículo. Lo que sí parece haber cambiado es que ahora el objeto de la risa, de la mofa, se atreve a levantar el teléfono para que no se rían de él. Esto solo es otra muestra de su falta de conocimiento: si algún potencial tiene la risa es, precisamente, el de desactivar la movilización política. Al burlarnos del oponente, nos sentimos superiores a él intelectual o socialmente: esto nos hace concebirle menos peligroso y, por tanto, descartamos la necesidad de una acción real. ¿Qué daño puede hacer un tonto?

Pues quizá mucho más de lo que creemos, sobre todo si no permite que se rían de él. Feliz 2022.