Justo en el momento en el que el mundo se daba la vuelta y nos mostraba su rostro más cruel, Alberto Conejero se hallaba perdido en el desierto mejicano compartiendo tragos de mezcal con Chéjov, encontrando en su gaviota ecos de ranchera y un lamento de pasodoble para hablar de los exiliados, de los que siempre se encontrarán en tierra extraña, quienes ya no suenan como los de aquí ni tampoco como los de allá.

Ahora, Paloma Negra, ha encontrado carne y alma en los miembros de Teatro del Acantilado -Consuelo Trujillo, José Troncoso, Zaira Montes, Juan Vinuesa, Yaiza Marcos y José Bustos- y son ellos quienes desgranan la poética de esta nueva y muy personal apuesta que ahora ve la luz en Teatros del Canal.

 

Un desierto, un piano y el (des)amor

 

Por José Antonio Alba

Foto de portada Susana Martín

 

JUAN VINUESA > > > El texto

Paloma Negra habla de los fantasmas, de los que te obligan a huir y de los que no puedes dejar de amar. En sus personajes hay deseo por intentar, hay bandos y hay chotis para cubrir la soledad. Intentan medirse con la retórica y, cuando esta no basta, recurren a una botella. O a una pistola. Por encima de todos está el exilio, pero la respuesta de ellos ante el mismo es muy diferente. De Conejero sabemos que es un sabio que, en lugar de comida, cena libros de Anne Carson y de Alejandra Pizarnik pero, mientras ingiere esas letras, también ve The Walking Dead y mira vídeos de Lola Flores. En este caso, ha escrito un texto que tiene algo de drama chejoviano (sobrevuela La Gaviota), del realismo mágico sudamericano y de tragicomedia contemporánea: “No queremos a los otros. El deseo es siempre un espejismo. Queremos una posibilidad de nosotros que se abre en otro cuerpo. Porque nacemos y nuestro cuerpo ya es exilio. Y buscamos otro cuerpo como quien busca una patria, tierra en la que descansar. No tendremos tierra hasta que estemos muertos”.

 

JOSÉ TRONCOSO > > > La dirección

Siempre he pensado que lo más importante en la dirección es, que la sola mirada del director tenga la capacidad de transformar lo que ocurre en escena. La mirada de Alberto es amorosa, ingenua, rigurosa y exigente. Consciente de la fuerza de su propia palabra, invita a abordar el trabajo desde la tierra y la autenticidad. Conoce el mapa de su universo y sus caminos, pero se deja sorprender como un niño por lo inesperado, abrazándolo y ensalzándolo.

 

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Consuelo Trujillo, en primer término, y Zaira Montes y José Troncoso al fondo, en una escena de ‘Paloma negra’. Foto de Susana Martín

 

CONSUELO TRUJILLO > > > La interpretación

Estamos ensayando en tiempos de pandemia. Durante los ensayos hemos vivido segunda ola, la borrasca Filomena y tercera ola. Ensayamos con mascarilla y con la sensación de que cada día puede ser el último. Ensayamos con el autor que dirige su propio texto, generador de este proyecto y de esta familia teatral, juntos ya hemos recorrido un camino humano y artístico. Ensayamos la obra en la que sostiene un diálogo creador de admiración y de libertad con ese texto chejoviano tan universal como es La Gaviota. Además, nuestro autor, la ha subtitulado «Tragicomedia musical del desierto», por lo que nuestra interpretación expresa el fatum trágico, tan común a la condición humana, como la comedia que conlleva la ironía, lo grotesco y ese reírse de sí mismos.
La poesía no necesita de adorno sino de verdad, liviandad, sencillez y mucha tierra. Y, a la vez, ser muy concretos y rigurosos con las intenciones, que el subtexto esté vivo en cada palabra, para que no sea la palabra dicha sino la palabra vivida, encarnada, hecha cuerpo y acción. Y queremos abrazarlas, que salgan de lo más genuino de nosotras y nosotros ¡Qué difícil, qué reto, qué alegría, qué responsabilidad!
Y perseguimos la verdad y la ausencia de artificio en un cuerpo expresivo y poético, a las puertas de un desierto, que no sabemos si son realidad, sueño, alucinación o recuerdo. ¿Qué nos queda? Ser lo que irremediablemente somos: intérpretes, volver a ensayar, intentarlo de nuevo y perseverar en la búsqueda de ese otro cuerpo, el del personaje, el personaje en mi cuerpo, y tener fe, siempre llega la inspiración, solo tengo que estar despierta.

 

ZAIRA MONTES > > > La puesta en escena

La puesta en escena es totalmente simbólica, está esencialmente centrada en el trabajo del actor. Alrededor de él: la nada, las fronteras, todo es desierto.
La potencia de la palabra del intérprete para crear un mundo que roza los límites de lo real. La escenografía de Alessio Meloni basada en un espacio vacío que se va descubriendo por capas, conformado por unos pocos taburetes que bien podrían ser ramas del desierto mexicano, unos cactus a lo lejos que incluso vuelan por encima de nuestras cabezas, siendo alegoría de este mundo distorsionado, quemado por el sol, cuando no se sabe si lo que se está viviendo es un espejismo o por el contrario, está teñido de la lucidez de palpitar con la vida en su sentido más extremo.
Habitar ese espacio, la luz de David Picazo que juega con la noche, con los bordes, amaneceres o atardeceres; la música de Mariano Marín, tocada al piano en directo por el actor José Bustos, es el reto por parte de los actores, huyendo de lirismos, el texto es teatral, afilado y poético, nuestro trabajo en esta puesta en escena es dar tierra y peso a estas palabras y jugar con el naufragio, con la incapacidad de contactar con el otro, con la dificultad de tomar buenas decisiones, seres perturbados, extraviados, en el intento continuo por la alegría, exiliados de nosotros mismos.

 

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Juan Vinuesa junto a José Troncoso y José Bustos en ‘Paloma negra’. Foto de Susana Martín

 

JOSÉ BUSTOS > > > La música

Lázaro es músico, quiere renovar las formas y crear algo nuevo. Toda la música de Paloma Negra es compuesta por el personaje y suena en directo desde un piano en mitad del desierto. Mariano Marín, creador de toda la parte musical, ha sido capaz de meterse en la piel del personaje y habitar y generar las muy diferentes atmósferas que la función requiere. Pero todas con una base común, las tres primeras notas de La llorona, a partir de las que crea una serie dodecafónica de donde nacen las diferentes piezas de la función. En todas ellas se mezcla la música mexicana y la tradición occidental, del momento histórico en el que se desarrolla la obra, y juega con esa dualidad de mundos en los que viven los personajes.

 

YAIZA MARCOS > > > La compañía

No hay sequía, a pesar del desierto, si una mano amiga acaricia tu fragilidad. Realidad y ficción se aúnan de alguna manera en lo que a mí respecta. Mi punto de partida: un grupo de amantes reunidos en un espacio y muchas relaciones a punto de emerger. La dignificación, el compromiso y el amor son las palabras que escogería para hablar del teatro, para trasladar a cualquier oyente lo que a mí me evoca. Pero a la vez, me descubro repasando los nombres de cada una de las piezas que compone el engranaje de este equipo, y sintetizando en ellos todo lo que de este oficio quisiera decir. Compañeros dispuestos a todo. Dispuestos y disponibles siempre. Llevo unos años escuchando, casi a diario, que el miedo teme a la compañía. Y ahora tengo la oportunidad de corroborarlo en el abrazo de una nueva familia. El prodigio se hace carne en cada uno de sus cuerpos y yo salgo de mí, a modo de narrador omnisciente, para observar y contar una ínfima parte de la grandeza que supone hacer teatro juntos.