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Paco Gámez teatraliza su propio desahucio

Paco Gámez es el autor, intérprete único y co-director (junto a Judith Pujol y Eva Redondo) de esta radiografía de rabiosa actualidad que demuestra que el derecho constitucional a una vivienda digna es una patraña. Pieza documental y de autoficción que, sobre el escenario, se convierte en delirio, Gámez recibió por Inquilino (Numancia 9, 2ºA) el premio Calderón de la Barca en 2018 que otorga el Ministerio de Cultura.

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Fotos: marcosGpunto

 

«Inquilino es el drama de un ciudadano que se ve obligado a abandonar su piso por una subida desmesurada de alquiler. Es la pequeña tragedia de un hombre cualquiera, una tragedia que por mínima y cotidiana, se vuelve ridícula. Inquilino es entonces una comedia que pretende ser épica en estos tiempos de crisis: la economía será el destino; el villano, un casero al que no conocemos; el héroe, un joven criado en la abundancia que llega a la madurez cuando explota la burbuja inmobiliaria.»

Paco Gámez, Judith Pujol y Eva Redondo

 

Lo primero que llama la atención de esta obra es que parece una apuesta radical de autoficción. No sé si tiene que ver con que hayas hecho un taller con Sergio Blanco…

Pues escribí el texto antes de hacer el taller con Sergio, la verdad. Había visto La ira de Narciso y sí que me abrió una puerta de trabajo y algo tiene que ver con este texto, claro. Hasta que escribí Inquilino, todas mis obras anteriores eran muy ajenas a mí, y en este momento no sabía muy bien qué quería hacer pero sabía que quería acercar la dramaturgia a mí, no tanto como autoficción, sino con la intención de escribirme un texto para interpretarlo yo, quería trabajar un texto para mí porque mi formación es básicamente actoral. Y de pronto, estaba a punto de hacer un viaje y me echaron del piso. Bueno, no es que me echaran, sino que me subieron el alquiler una barbaridad y me tuve que ir. Durante todo el proceso de dejar el piso fui tomando notas de cosas que iba pensando y haciendo fotos del abandono de la casa.

 

O sea, hay un elemento claro de realidad que se ha colado en la función.

Sí, todo empezó ahí, pero en ese momento no sabía que esto iba a ser autoficción, porque ni siquiera conocía bien esta forma dramatúrgica. Y luego este texto tiene una fuga muy bestia que lo lleva a un sitio inverosimil, juega más con lo mítico y con lo fantástico, con el desvarío, que con lo que juega Sergio Blanco por ejemplo, que siempre dice que juega a que parezca verdad, aunque sea mentira. Realmente yo empecé a jugar con este texto en un taller con Marco Antonio de la Parra, en Huelva, y él fue quien me habló de Sergio Blanco y de Lola Arias. Y cuando hice el taller con Sergio, el texto ya estaba terminado bastante tiempo antes.

 

Actor, director y autor… o sea, te ves en esa casilla de creador teatral integral.

En mi caso va todo junto, desde pequeño lo he visto así, porque mi hermana tenía una compañía de teatro y he estado muy pegado a eso de una forma muy artesanal, mi cuñado es dramaturgo, escribía y actuaba, dirigían entre los dos, y desde pequeño estuve con ellos, cargando y descargando la furgoneta, pasando texto, viendo las funciones entre cajas… Tengo esa visión general y ahora mismo, en el CDN, estoy cambiando texto a favor de la puesta en escena todo el tiempo, lo importante es el hecho teatral. Lo dirijo junto a Judith Pujol y Eva Redondo, porque como estoy actuándolo yo, estoy tomando partido en decisiones estéticas y plásticas, pero en las últimas semanas me he querido desligar de la dirección para estar centrado en lo actoral, que tiene tela.

 

Entonces, te suben el alquiler y piensas: aquí hay una de esas historias pequeñas que pueden convertirse en universales.

Cuando estaba escribiendo el texto pensaba: no sé si este tema es importante, porque con la que está cayendo… y todavía en ese momento no se hablaba de los desahucios por alquiler, que no sé si es un desahucio, porque no es mi piso, no tengo una hipoteca. Meses después de las hipotecas, vino todo el tema de las subidas de alquiler y se convirtió en algo más común, se empezó a hablar de la turistificación del centro de las ciudades y tal. Pero yo no tenía claro que fuera un tema tan importante, constantemente cuestionaba el tema y me cuestionaba a mí mismo dentro de esa problemática.

 

Paco Gámez teatraliza su propio desahucio en Madrid

 

¿Como si fueran problemillas pequeñoburgueses…?

Claro, pero como decía Angélica Liddell, todos tenemos derecho a nuestra tragedia, que es esta concreta en este caso. Una de las cosas que decía el acta del premio Calderón es que era un texto urgente. Pero cuando me pasó la gente me decía: bueno, son 700€, no está mal, que Madrid es muy caro. Y sí, vale, pero cuando ya aceptamos eso, una subida del doble porque Madrid es muy caro, en qué lugar nos colocamos nosotros… ya somos esclavos del sistema totalmente, porque lo comprendemos, y aunque seamos víctimas jugamos las normas del juego.

 

Hay una reflexión muy interesante en la obra sobre la propiedad de lo intangible, de lo emocional asociado a un lugar y a un tiempo…

Claro, y eso conecta mucho y me he dado cuenta de que a la gente le han pasado cosas muy bizarras que tienen que ver con los alquileres. Así es el momento delirante que estamos viviendo.

 

Esa fantasía, esa locura que desarrollas en la obra a partir de un fotograma de Viridiana, sería la venganza ideal.

Es una de las cosas que me pasaban en ese momento, en medio de esa rabia y esa impotencia, tenía como fugas mentales. Me encantan esos lugares de lo incorrecto, pero yo mismo me planteo, cuando estoy escribiendo, si me estoy metiendo en un jardín y no debía meterme, porque esa escena habla de personajes marginales reales, del Madrid de ahora. Ahí está la raíz artística de lo que me interesa, el punto de inflexión y la comedia dentro de lo que no es cómico, de volar por donde se supone que no debes volar y por donde te da miedo. Es un poco transgresor porque te cagas en lo artístico, en lo literario y en lo correcto.

 

Hay una decisión formal clara en el texto, donde convives con todo lo que te viene de fuera, ¿pero eso cómo se lleva a escena?

Nos preguntábamos si era necesario contar esto con dos actores o no, y realmente me parece que representa a un hombre solo intentando guardar, mantener su espacio, su lugar en el mundo. Al final decidimos que lo hacía yo solo, tiene sentido, y todo lo demás entra a través de voces, de audiovisuales, o tomo yo cosas de otros personajes. El texto permite que lo hagan tanto 10 actores como 1, nosotros hemos apostado por 1 y ajustarlo ha sido arduo porque es mayor la dificultad, claro.

 

La propuesta estética, plástica, ¿también sale de una decisión común entre todo el equipo?

Sí, sí, y hemos hecho una apuesta clara y estoy súper contento, con Judith y con Eva hay mucha hermandad, y entre ellas también se han entendido muy bien, y la escenografía la hace Xesca Salvá, que viene de Barcelona por parte de Judith, y ha hecho una escenografía muy potente, muy lejos de lo que yo imaginaba que era más realista, más que ver con la casa, pero es más abstracta. David Picazo hace las luces y ha hecho una propuesta en la que no hay focos en el techo. Y Fernando Epelde, que a parte de que ya me flipaba como dramaturgo, aquí ha hecho un trabajo de música súper bonito. Y Miguel Ángel Raió, que le hace los audiovisuales a Andrés Lima… somos un grupo de frikis muy locos (risas). Estamos yendo más hacia una especie de comedia con trasfondo social.

 

Paco Gámez teatraliza su propio desahucio en Madrid

 

Estás en un gran momento. Después de este montaje, te estrenan otro texto tuyo en el Pavón Kamikaze, Katana

Llevo en Madrid unos 8 años y no había estrenado nada, y de pronto se estrenan dos cosas mías casi a la vez. De hecho, no podré ir a ver Katana hasta la última función, porque me coincide hasta en horarios. Se estrena en el Kamikaze el 8 de enero y está hasta el 12, cinco días solo en principio, pero a ver si va bien y se puede ampliar.

 

Más allá de que sea un texto tuyo, ¿has participado de alguna forma en el montaje?

Dos actores de los que hacen la función empezaron con la producción también y me pidieron un texto que yo tenía media apalabrado con otra gente, y les dije que prefería escribirles otra cosa, y ellos me sugirieron el tema del niño de la katana. Y ahí vuelvo un poco a la autoficción, porque en Inquilino la parte de autoficción del autor contando su vida, como no me siento autor, no aparece, aparezco yo directamente, pero no un actor haciendo de autor. En Katana, por las necesidades que había, que son dos actores, sí que hay uno de ellos que hace de autor que está intentando escribir el texto de la obra, y por otro lado está el chico de la katana ahora, y luego tercer personaje, una mujer que va entrando y cambiando de rol al servicio de la escena. Lo que aprendí de Sergio Blanco está más en este que en Inquilino.

 

¿Cuáles son los hilos que van tejiendo tu poética?

Bueno, antes de eso, déjame decirte que también en enero estaré dirigiendo una cosa que se estrena en Albacete, en el Teatro Circo, con una de las integrantes de las Funamviolistas, que va a actuar ella sola con la viola y luego se le une una orquesta, una banda sinfónica de allí de Albacete, y estoy haciéndole una dramaturgia y dirigiéndola, y se estrena el 24 de enero.

 

Ah, y has estado de ayudante de dirección de una zarzuela.

Sí, con José Luis Arellano, en Tres sombreros de copa, que estuvo en el Teatro de La Zarzuela hasta el 29 de noviembre. Y en lo próximo que dirige, Fuego, con La joven compañía, también voy a estar como ayudante suyo.

 

¡No paras!

Bueno, sí, parece que esto siempre es así y no hace ni un año que estaba dando clases de inglés en El corte inglés

 

¡Valga la redundancia! (Carcajadas)

Este año he podido dejar las clases y ha empezado la rueda a girar, a ver por cuánto tiempo. Y bueno, lo que me preguntabas de mi poética…

 

Eso, pongámonos serios… ¿Qué temas te interesan más, viendo un poco con la distancia esa decena de obras que has escrito ya?

En forma soy muy promiscuo y el hecho de ser actor antes que autor, define mucho, porque en lo textual la poética digamos que la voy trabajando en cada texto, tiene mucho que ver con la historia que estoy contando o con el personaje que está hablando. Las obras tienen tonos distintos porque escribo muy desde el actor y supedito los lenguajes y las estructuras a eso. Y como nunca he tenido la presión de sentirme autor, he ido escribiendo lo que me daba la gana, un poco buscando los riesgos. Tengo un texto para niños que publicó Anaya y ganó el Premio SGAE de Teatro Infantil, y esto ahora con otro infantil. Voy buscando siempre lo que no conozco y casi siempre escribo desde ahí, desde un desconocimiento que me exija abrir la mente y estudiar. Casi siempre escribo sobre algo que no comprendo, que no comparto o que me pone a mí contra las cuerdas, sobre mis propios prejuicios, mi propio miedo… pero no sé si eso es poética.

 

Es el impulso creativo que te lleva por ahí…

El impulso siempre es lo que me deja espantado o confuso o lo que me confronta a mí, más que a la sociedad, más que decir voy a contar esto porque la sociedad necesita saber esto, es porque se me presenta una cosa fea que no entiendo o que no debería ser. También surgen mucho los impulsos de imágenes, más que conceptualmente, imaginar un hombre ardiendo por ejemplo, que fue el disparador para El hombre en llamas, donde un hombre hacía su vida cotidiana mientras ardía. Y luego en mis textos hay mucha intertextualidad con textos clásicos, en este caso de Inquilino, por ejemplo, con la Numancia de Cervantes. Pero en general, me interesa mucho más lo escénico que lo literario, voy mucho más al teatro que me siento a leer, me interesa más ver, y muchas veces me encuentro más que escribiendo, intentando pasar al papel lo que yo he visto en un escenario. El teatro me interesa más como escenario que como literatura.

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