Artículo especial para Godot de Jaime de los Santos, Consejero de Cultura, Turismo y Deportes de la Comunidad de Madrid, al hilo de la celebración el 8 de Marzo del Día de la Mujer [entradilla]

 

Por Jaime de los Santos, Consejero de Cultura, Turismo y Deportes de la Comunidad de Madrid

@DELOSSANTOSLEAL

 

Sin mujeres sencillamente no habría nada. No seríamos nada. Sin mujeres nos arrastraríamos por el barro, pues “polvo somos”, pero completamente ciegos, ajenos al saber. Si, como dice el Génesis, fue la mujer la primera en “pecar”, ¿no será responsable, igualmente, de la luz del conocimiento, de que, más allá del “Edén”, encontráramos la verdad (o las formas de buscarla)?

 

Pienso en teatro y me lleno de nombres de mujer: Bernarda Alba, Rosita y Belisa; Winnie y Sofía Aleksándrovna; Antígona, Fedra y Yocasta. Mujeres que, con su sangre, su vida y su cuerpo, conforman la historia del mundo. Una historia llena de pasión, de tierna esperanza, de silencios y gruñidos, de desesperación y calma. Mujeres tras una bandera (como Mariana Pineda), humilladas y maltratadas (Jacinta y tantas otras), reinas (como Gertrudis o Titania) y alcahuetas (Celestina). Mujeres que son madres (como Medea) o quieren serlo (Yerma); mujeres que son hijas (Doña Inés, Nora) o que, simplemente, quieren ser mujeres (como el Orlando de Woolf). Mujeres que tejen historias y se han convertido en historia, en la de todos, que, con sus versos, con sus palabras, dibujan el sueño. Mujeres tan fuertes como Ana Fierling, tan necesarias. Nadie puede escapar de ellas, nadie debe olvidarlas.

 

Pienso en teatro y me acuerdo de Goya, de su Tirana impertérrita, de Sorolla y María Guerrero, de Romero de Torres y la Caballé; el arte convertido en arte, en tela, en forma muda y color. Mujeres, como estas, que decidieron ser otras sin dejar de ser ellas, que hoy siguen dando respuestas a preguntas pequeñas, a eternos porqués, desde un escenario, bañadas por la luz de focos. Actrices que son y no son, que lloran y ríen, que sienten y, ante todo, nos hacen sentir.

 

Y es que, la cultura está viva pero, sobre todo, nos recuerda que estamos vivos. Su poder transformador se siente desde el momento en que, sentado en una butaca, despierta tus ganas, alimenta tu fuego. Observando a tantas mujeres hiperbólicas, grandilocuentes y esperanzadoras, disfrutando del teatro, de las actrices, la vida pasa pero con otro tempo, no sé si más calmo pero, sin duda, más verdadero. La verdad de lo que no es cierto pero, sin embargo, es real; la verdad fingida desde la auténtica emoción.

 

Mujeres y teatro son indisolubles e indispensables. Se deben tanto el uno a las otras, como tanto le debemos todos al hecho dramático.