Perra royendo hueso en El Umbral de Primavera

 

Por Alberto Morate

 

Pertenezco al barro. Soy barro, soy luz, manos que dan vida a los objetos, manos que esculpen los momentos, manos presas en un cuerpo preso.

Me han impedido volar hasta por dentro. Todo porque no he cumplido con lo socialmente correcto. La locura es estar encerrada aquí dentro, nada me está permitido. Todo me es ajeno. Puede que tenga momentos de inestabilidad, pero ¿quién no los tiene? Eso no les da derecho a romper los rayos del sol que deberían darme en la cara y en el cuerpo. Este alejamiento no me impide ser libre en el pensamiento. En el sentimiento. Quieren persuadirme, hacerme creer que es por mi bien, pero no tienen argumentos. Solo es porque reciben los estipendios acordados. Si mi error fue amar, no me arrepiento. Si mi pecado es ser amante, artista, proclamar la libertad, es porque me tienen miedo. Soy capaz de elevarme hasta en las más profundas simas de esta habitación en un futuro cierto y negro. Será mi tumba, pero es también mi puerta hacia mis sentimientos. Que griten fuera, la naturaleza está en mí y yo misma me pertenezco.

Laura Garmo indaga, investiga, recrea, la tortura a la que se vio sometida Camille Claudel, durante más de treinta años, encerrada en un manicomio, olvidada, sombra de Auguste Rodin, desecho de su familia, y se intoxica de blanco, de silencios, de gritos, de diálogos consigo misma, donde pone en evidencia unos métodos psiquiátricos funestos. La castigan por ser libre, por creer en ella misma, por ansia de amar, porque, en aquella época, una mujer no podía destacar ni artísticamente ni, menos, intelectualmente. Si quieres volar, pide permiso, que ya veremos si te lo concedemos.

Laura Garmo también se dirige a sí misma en la interpretación. Y ella sí vuela. Cayendo cada vez más abajo. Perra royendo hueso, desgarrándose en el corazón, en la voz, en los matices de cada momento. Muchas veces se dice, sí, removiéndonos por dentro, pero es que es así, nos cubre de su trazado invisible moldeándonos como si fuéramos un grupo escultórico vivo y quieto. Estamos paralizados ante su personificación a fuego.

Monólogos así son de quitarse el sombrero, que no tenemos.