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La Gaviota era una comedia…

Amanda Recacha: “Sin amor no hay deseo, y sin deseo no hay vocación”

Amanda Recacha es la directora (junto a Rodolfo Sacristán), una de las autoras y una de las intérpretes de Gaviotas, el último trabajo de Gritadero Teatro que viaja a la esencia original de La Gaviota de Chéjov para ofrecernos una comedia en 4 actos.

Ahora que esta obra regresa a Nave 73, del 3 al 11 de febrero, recuperamos la charla que tuvimos con Amanda.

 

Chéjov dijo que La gaviota era una comedia. ¿Podemos decir que habéis creado, 130 años después, la primera obra de teatro basada en este texto que es divertida?

(Risas). No sé si es la primera, pero es cierto que hay una tendencia a convertir La Gaviota en un drama. Y hay drama, pero es también una comedia de enredos. «Hace años, aquí, en el lago, todas las noches se escuchaba música. Había gente, bullicio y enredos amorosos», dice Arkadina.

Siempre se habla de la relación de La Gaviota con Hamlet, pero poco de su relación con el Sueño de una noche de verano. Masha persigue a Treplev y Treplev persigue a Nina, al igual que Elena persigue Demetrio y Demetrio a Hermia. Hay una compañía de cómicos, y personajes que se quedan dormidos y el amor flota en el aire… «¡Cuanto amor! ¡Qué locos están todos! Debe ser el lago que está embrujado…», dice Dorn. Es cierto que encontrar el humor sin perder la complejidad y hondura de las situaciones y los personajes es complicado. Pero hace falta el consuelo que el humor nos ofrece.» Tu sentido del humor es tan consolador…», dice Arkadina de Trigorin. Hace falta reír.

 

¿Qué nos vamos a encontrar en vuestras Gaviotas?

Hay música, gente, algo de bullicio, y enredos amorosos. Gaviotas es como Un sueño de un día de verano… Con su calorcito, su calma chicha, su sol reflejado en el lago y su momento de tormenta.

 

¿Cómo de libre es vuestra adaptación? ¿Cuánto hay del original?

Hemos sido bastante fieles al original, aunque hay un par de escenas en las que rompemos con el guión y dejamos que la obra ‘salte por los aires’. Están las palabras de Chéjov pero también las nuestras, y entre medias, el tiempo y muchos estrenos de otras ‘Gaviotas’. Esta relación con otras adaptaciones del pasado es parte de nuestra versión.

 

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Amanda Recacha. @luciaalonsoherranzphotography

Como dices habéis incorporado las voces de otros creadores que han dialogado con la obra original. ¿De quiénes estamos hablando y qué elementos suyos habéis incorporado?

Chéjov ya hace esto en la obra original. Aparecen en La Gaviota fragmentos de Maupassant, Pushkin,  Shakespeare… escritores a los que Chéjov admiraba y con los que dialoga imaginariamente. Nosotros hemos ampliado esos autores a Brook, Gorki, Mayorga, Messiez, Ana Vallés, Nietzsche… Son autores que nos han acompañado durante la gestación de la idea y en ensayos. Los hemos leído y hemos improvisado con sus textos. Algunas de sus palabras se han entrelazado a las de Chéjov, otras simplemente han dejado un eco en nosotros.

 

¿Es muy difícil jugar con grandes obras del teatro universal como son las de Chéjov? ¿No genera demasiado respeto?

Genera respeto y es un reto tratar de dejar a un lado la imagen construida por todas las miradas anteriores. Aunque hay un momento donde te olvidas del respeto hacia esa obra universal y te centras simplemente en contar la historia que tienes delante.

 

¿Cómo ha sido el trabajo de escritura? ¿Lo habéis hecho entre los cuatro intérpretes? ¿Cómo se ha ido gestando?

Sí, ha sido una labor conjunta. Para Rodolfo y para mí era muy importante que las actrices se sintieran cómodas y tuvieran una relación personal con el texto que están defendiendo. No queríamos imponer nada que no naciera de la necesidad escénica. Además tanto Ana Lischinsky como Alicia Lescure tienen un don para la dramaturgia. Las dos tienen mucha intuición, tienen criterio y son muy creativas. Durante una primera etapa improvisamos, luego Rodolfo y yo nos encerramos durante un mes a escribir. Sobre ese primer boceto se siguió escribiendo durante la siguiente etapa. Hoy el texto sigue en construcción. Ya fue así con Dirección Gritadero en la que la versión fue conjunta y evolucionó durante el periodo de representaciones según avanzaba nuestra relación con la historia que estábamos contando. Como directora tu puedes pasar muchos años con la idea de contar una historia. Pero como actriz, a menudo, no conoces la obra o no te has parado a estudiarla. Los tiempos que te impone la producción suelen ser cortos y no te da tiempo a veces a entender en profundidad aquello que estas defendiendo en la escena. Suele ser con el paso de las funciones que se produce ese proceso de maduración necesario. Nos parece importante estar atentos a ese proceso y evolucionar con él.

 

Rodolfo Sacristán y tú sois los directores de la propuesta, pero también interpretáis. ¿Cómo se gestiona esa división del trabajo? ¿Es algo muy horizontal y consensuado entre Rodolfo y tú o él te ha dirigido a ti y tú a él en función de vuestras apariciones en escena?

Es un baile en distintos niveles, de horizontal a vertical. Hay un consenso de hacia dónde queremos ir, y luego confiamos en el otro para que nos lleve. También usamos el vídeo como herramienta. La división de tareas ha surgido de forma muy natural. Hemos ido aprendiendo de los errores que íbamos cometiendo. Hay que tener mucha paciencia, mucha comunicación, mucho amor, y saber delegar.

 

¿Es el amor lo que debe dar sentido a todo, es el deseo o es la vocación?

Para mí el amor debe estar, porque sin amor no hay deseo, y sin deseo no hay vocación. Dice Nina: «Falta amor, en una obra no debe faltar el amor». A mí me pasa como a Nina, necesito que haya amor.

 

¿Qué relación hay entre Gaviotas y El viaje a ninguna parte? ¿Acaso consideráis que vivir de las Artes Escénicas es un amor imposible?

No para todas, pero para muchas compañías la situación es muy precaria. En las primeras reuniones y lecturas de equipo, hablamos mucho sobre nuestra relación con la obra de Chéjov. En estas conversaciones salió a menudo la referencia a la película de Fernando Fernán Gomez. Sentíamos nuestra realidad más cercana a la de de esos cómicos de la legua que a la de un grupo de burgueses que veranean en una finca a las afueras de Kiev. Decidimos tenerlo en cuenta para nuestro montaje.

 

¿Cómo surge Gritadero Teatro y quiénes formáis parte de la compañía?

Gritadero Teatro nace del impulso de un grupo de mujeres: Cristina Acosta, Paula Castellano, Ana Varela y yo, que nos juntamos para montar la obra Dirección Gritadero. Desde el inicio hablamos de formar una compañía con proyección al futuro e interés en investigar en nuevas dramaturgias. Poco a poco se han ido sumando personas al proyecto como en este caso Alicia Lescure, Ana Lischinsky, Rodolfo Sacristán, Pablo Chaves, Antonio Colomo y María Díaz.

 

Sois una compañía con gran presencia de mujeres. ¿Se sigue haciendo necesario reivindicar el espacio femenino en las Artes Escénicas?

Es muy necesario, sí. Algo se ha avanzado y se ha ampliado el espacio femenino, pero los cambios son lentos. Las estructuras cuesta mucho moverlas. Por otra parte, me gusta trabajar con mujeres. Tengo la fantasía de hacer una obra solo con mujeres. Pero no una obra donde los personajes sean mujeres, sino donde las mujeres interpreten todos los roles y géneros. Una respuesta tardía al teatro isabelino. La haremos…

 

Gritadero Teatro apuesta por la experimentación. ¿Qué líneas de investigación abrís en cada proyecto? ¿Son puramente dramatúrgicas, de estilo, de interpretación…?

Para mí va todo unido. En Gaviotas nos hemos centrado sobre todo en la relación entre público e intérprete. Nos gustaba la idea de ser observadores observados, espectadores y actuantes, incluso desde la pasividad. El foco se desplaza y se desplazan las responsabilidades. Nos interesaba más que dar voz, que también, dar un espacio al público y encontrar la vía para hacer del viaje de la gaviota nuestro viaje común. Esto ha determinado la forma de interpretar y el espacio escénico que en esta ocasión es a varias bandas.

 

Habláis de buscar la fricción en vuestros proyectos… ¿A qué tipo de fricción os referís? 

La fricción es un roce de dos cuerpos en contacto, una forma de encuentro: entre interpretes, entre interprete-público… Todo movimiento genera resistencia y en esta resistencia se produce una energía muy interesante.

 

¿Cómo es ese lugar de encuentro que ofrecéis a los espectadores en cada propuesta escénica?

En Gaviotas, desde la cercanía y con secretos al oído, y dando el tiempo para que suceda. Situamos al público muy cerca de los actores y en varios momentos interactuamos con él, casi convirtiéndolo en un personaje más de la obra.

 

 

Tenéis en vuestra trayectoria cuatro trabajos realizados como compañía. Dirección Gritadero es quizá vuestro trabajo más conocido, un espectáculo maravilloso que nos dio a conocer las bases de vuestro teatro. ¿Esperáis conseguir esa reafirmación con Gaviotas?

Como diría un personaje de Dirección Gritadero, esa «espera» nos da ganas de gritar. Cada proyecto es un salto al vacío lleno de incertidumbres, pero por supuesto nuestra ambición es aportar una visión propia como compañía, y que esta sea entendida y apreciada por el público. A nivel personal tenía desde hace mucho tiempo ganas de poner en pie esta obra, y es un privilegio hacerlo junto a personas a las quiero y admiro. Estoy aprendiendo muchísimo de esta experiencia, y casi prefiero no saber dónde nos llevará el viaje… El otro día leí un relato en el metro, un texto de Rosa Huertas del libro Mujeres que leen, de esos fragmentos de literatura que hay en las paredes del vagón, que decía: «Ya es tarde, los años por delante nos dejan escasas opciones. Ninguna de las dos seremos famosas ni ricas gracias a nuestro arte, pero había una meta lejana a la que logramos acercarnos, por tortuoso que nos pareciese el camino, por mucho que nos hubiéramos rendido durante décadas. Ella añoraba cantar y yo deseaba publicar. Lo quisimos siempre, aunque lo olvidamos, y haberlo cumplido nos devuelve una imagen mejor de nosotras mismas, una imagen de triunfadoras en un mundo donde casi no caben los sueños». Me acojo a estas palabras de Rosa Huertas sobre las diferentes formas de ‘triunfar’ y aprovecho aquí para agradecérselas, porque fueron mi rinconcito seguro en uno de esos días que se tienen ‘de bajona’.

 

¿Cómo veis la salud del teatro independiente?

Hay mucho movimiento, gente muy joven con mucho talento y muchas ganas haciendo cosas muy interesantes. En la escena teatral de Madrid, que es la que mejor conocemos, el nivel y la diversidad de propuestas es muy notable.

 

¿Amanda Recacha ha encontrado el sentido de su vida?

Encuentro de vez en cuando espacios que me ofrecen consuelo, habitaciones con luz… La vida son los momentos, y algunos encajan a la perfección y otros siguen planteándome problemas. Es una pregunta muy difícil, pero pienso que sigo siendo una buscadora, aunque de esas que cuando encuentran cosas enseguida las vuelven a perder… Pero el ratito que las tienes, ¡ay, qué a gustito se está!.

 

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