“Gracias a los feminismos he aprendido a distinguir las violencias que me anulaban”

 

Hablamos con Laura Rubio Galletero, la autora de El techo de cristal, una obra dirigida por Leila Baida e interpretada por Eva López, Lara Pons y Nacho Vega. La obra se desarrolla en torno a siete encuentros imaginados entre Anne Sexton y Sylvia Plath -las dos famosas poetisas que se suicidaron en 1974 y 1963, respectivamente-, durante un taller de poesía en el que podrían haber coincidido en Nueva York, en 1959. A través de estos encuentros ficcionados se abordan los conflictos a los que se enfrentan las mujeres, de ayer y de hoy, y los roles establecidos por una sociedad patriarcal.

Laura Rubio Galletero es una escritora sumamente interesante con una gran obra a sus espaldas y que quizá no ha obtenido aún el reconocimiento que merece, al menos en nuestro país. Es una delicia leerla y escucharla ya que tiene un discurso muy potente y necesario.

 

El techo de cristal en Plot Point

 

Por Sergio Díaz

 

Lo primero que quiero es darte las gracias porque el poder entrevistarte me ha permitido ahondar en la vida de dos mujeres fascinantes. Sylvia Plath me era más cercana, porque he visto montajes teatrales que giraban en torno a ella, pero Anne Sexton no tanto y he descubierto su enorme dimensión. ¿Ese es uno de los objetivos de El techo de cristal?

Soy yo quien está agradecida por esta entrevista, es siempre estimulante contar con un espacio donde se pueda compartir pensamiento y vida teatral.

En cuanto a la pregunta sobre Anne Sexton, debo reconocer mi admiración hacia su obra literaria (que incluye los diarios y la profusa correspondencia) y hacia su biografía. Es decir, antes de convertirlas en personajes de ficción, había leído tanto a Anne como a Sylvia y las sigo leyendo porque forman parte de mi panteón de artistas.

Y sí, creo que hay que reivindicar a Anne Sexton, una de las mayores poetas del S. XX. No hay más que echar un vistazo por internet a quién es esta escritora para preguntarse: ¿Por qué no la he conocido antes?

 

¿Qué tienen para ti estas dos mujeres como para haber querido escribir un texto sobre ellas?

Tanto Anne Sexton, como Sylvia Plath, aún siendo bien distintas reúnen dos principios esenciales para mí: talento y voluntad artística.

Ambas fueron mujeres inteligentes y de gran sensibilidad para captar la “red invisible de este mundo”, como diría Virginia Woolf. Además, querían ser escritoras profesionales en una sociedad conservadora y trabajaron muy duro para conseguirlo. Esa tenacidad, que no siempre encuentro en mí, y la exquisita delicadeza con la que ambas manejan las palabras es una de las múltiples razones por las que escribí este texto. Como bien escribe Anne: “Las palabras y los huevos deben ser tratados con cuidado./Una vez rotos,/son cosas imposibles de reparar”.

 

Hablando de dos mujeres cuyo nacimiento está lejos en el tiempo, sigues hablando de las mujeres de hoy. Y sorprendentemente y desgraciadamente, las mujeres contemporáneas os podéis ver reflejadas en ellas, ¿no?

Hablamos de la Norteamérica de la década de los 50 a los 70 (en el caso de Anne) de la que tenemos infinidad de referentes. Estas mujeres, sobre todo Anne Sexton (porque Sylvia muere en 1961) recibieron la presión de la ‘perfección femenina’ en pleno estallido capitalista y en el ejercicio de la supuesta libertad de consumo que se le exigía al individuo. Estaban atrapadas entre la “mística de la feminidad” que analiza Betty Friedan y “el mito de la belleza” del que habla Naomi Wolf (y que seguimos padeciendo); una alternancia entre la madre y la puta.

En sus poemas muestran el choque entre “yo quiero, puedo con el no debo, tú no puedes y no debes”. Algo que aún nos sucede a las mujeres de este siglo. Como autoras abordaron temas experienciales de las mujeres que se siguen considerando minoritarios y ‘femeniles’. Y lo hicieron desde el más alto nivel literario.

 

¿Nos puedes hablar un poco de cada una de ellas? Sobre los aspectos más destacables de su personalidad y de su talento

Tanto Anne Sexton como Sylvia Plath son norteamericanas. Insisto en este dato, porque si bien es cierto que Sylvia viajó bastante por Europa y se mudó a Reino Unido con su marido, el poeta Ted Hugues, ella se sentía muy americana con todas las contradicciones que esto implica y que refleja en su novela autobiográfica (hoy diríamos de autoficción, La campana de cristal) como por ejemplo, la tensión entre la hermosa chica rubia de la que esperan que se haga animadora del instituto, se case y tenga hijos enseguida y en cambio, es la más brillante de su promoción, recibe una beca para estudiar en Nueva York y quiere hacer una carrera universitaria. Con esas tensiones explícitas escriben sus obras y alimentan los intentos de suicidio en un mundo que las prefiere calladitas.

Anne procedía de una familia de comerciantes, una alta burguesía americana. No estudió en la universidad, se casó con su primer novio oficial, tuvo dos hijas… y tras el parto de su primera hija sufrió depresión postparto e intentó suicidarse. Su psiquiatra le recomendó, como parte del tratamiento, que escribiese sobre sus emociones. Anne no se limitó a tomar notas en un cuaderno. Anne Sexton no sabía hacer nada a medias. En cuanto descubrió el placer de las palabras, empezó a formarse, a leer compulsivamente, a escribir día y noche, a dar recitales hasta convertirse en la segunda poeta mejor pagada del siglo XX. Estos recitales debían ser un portento de puesta en escena, con músicos de jazz, sus labios rojos y su voz grave. Anne pasó de ser una ama de casa sin nada que hacer, salvo beber día y noche, a recibir el premio Pulitzer en los setenta, ser nombrada honoris causa, dar clases en la universidad…

Sylvia en cambio, procedía de una familia de intelectuales sin muchos recursos y se quedó huérfana a los siete años. Desde entonces, estudió a base de becas para convertirse en la joven promesa que publicaba sus cuentos en revistas literarias con apenas veinte años. Cuando Sylvia se casa con el poeta Ted Hughes, su vida sufre un cambio radical. De repente, siente la obligación de entregarse a una familia, de ser madre y de cocinar para un marido que no deja de recibir premios literarios… y este estado de placidez marital la obliga a renunciar a su tiempo completo como escritora e irá a peor con sus dos hijos, y cuando se separe de Ted. En ningún momento se le olvida que es escritora sobre todas las cosas, y aunque tenga que levantarse a las cuatro de la mañana, antes de que los niños se despertasen, seguirá escribiendo.

Es curioso cómo las vidas de ambas trazan caminos inversos. Mientras Anne parte de cero a cien en la literatura, Sylvia pasa del prestigio académico a la pobreza y a la desesperación porque no la publican en la época de su muerte. Lo hermoso es que esta obra rinde homenaje al momento real, en el que coinciden, Boston 1959. Dos escritoras novatas que ya están despuntando y son jóvenes y fuertes, cuando tienen toda una vida por delante.

 

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Laura Rubio Galletero

 

¿Por qué son consideradas dos símbolos feministas?

Como dice Phyllis Chesler en Mujeres y locura nos encantan las mártires cristianas. En el caso de Sylvia, tan rubia, tan lista y joven cuando muere, se cumplen todos los requisitos para amarla más por el personaje que por su obra. En el feminismo se lee mucho a Sylvia por su calidad y por su biografía, que nos lleva a clamar venganza poética. La relación con Ted debió de ser verdaderamente tortuosa, y cuando la conoces mientras lees sus poemas es muy difícil no enfadarte con Ted y con el sistema patriarcal. Sylvia es una escritora estupenda que ‘decide’ dejarse arrastrar por la vida cuando las feministas sabemos que la violencia estructural es casi invisible y nos hace amar a nuestros agresores (sean parejas, editores, padres) por encima de nosotras mismas. Queremos salvar a esa pobre víctima, reflejo de nuestra propia realidad.

Sylvia y Anne se han convertido en símbolos feministas sin que ellas necesariamente se significaran como tal, aunque ambas escribieron bastantes poemas donde denunciaban las imposiciones de género, o fantaseaban con que desaparecieran. Anne era bastante reivindicativa y política desde un ‘activismo experiencial’. Le encantaba llegar a donde otros y otras no habían llegado y triunfar, aunque luego se sintiera culpable. Es cierto que la ola de los setenta estaba cobrando fuerza cuando ella muere, así que tampoco sabemos dónde se hubiera situado de vivir diez años más.

“Decir y hacer” es una de las frases que Anne repite más en la obra. Soy feminista, y me hago feminista día a día, en cada reto que se me presenta. Y ellas de algún modo, van sorteando los problemas artísticos y vitales, a sabiendas de que en muchos aspectos son unas pioneras. Lo que me preocupa es que las han convertido en icono pop. Hoy puedes comprarte unas bragas con la cara de Sylvia o una taza con una frase de Anne, pero ¿alguien las lee? ¿quién lee a las autoras? ¿sólo otras mujeres?

 

Siendo muy distintas en su forma, en el fondo existen muchos paralelismos entre ambas vidas, ¿no?

Las dos escriben, escriben mucho y en muchos géneros, desde diarios hasta cuentos para la infancia. Las dos son madres lo que les produce una enorme satisfacción y una mayor culpa y además, mantienen una relación dolorosa con sus propias madres. Ambas tienen maridos que apoyan su vocación en principio y las boicotean en cuanto empiezan a triunfar, y por supuesto, las dos han intentado suicidarse antes, han pasado por el hospital psiquiátrico, y las dos se matan.

 

Pero la obra no es biopic sobre la vida de estas dos poetas. ¿Cómo has investigado para recrear los diálogos de estos encuentros entre ambas?

Desde que el primer minuto me propuse no escribir un biopic. Odio los biopic, las ilustraciones, los relatos relatados. Hoy en día disponemos de la información a solo un click. Me interesaba soñar con el encuentro entre dos artistas y lo que nos tuvieran que aportar en el presente. La obra está repleta de guiños para los especialistas, desde la palabra de apertura y la de cierre, a los versos que cita Ted. Miles de destellos que solo unos pocos descifrarían, y no importa, fue un juego conmigo misma.

Había leído el poema de Anne titulado La muerte de Sylvia, donde menciona el Hotel Ritz, los martinis, el taller de escritura… ¿De qué hablarían estas dos potencias de la naturaleza? Pensé que un espacio público y ‘anómalo’ como es un bar para dos mujeres podía convertirse en el espacio ‘sagrado’ en el que hablar y soñar con un poquito de alcohol en las venas. Por supuesto, que había leído bastante de ellas y sobre ellas, pero toda esa información pasó a un segundo plano a favor de lo que los personajes necesitaban decir.

 

Sexton, en esas conversaciones que tú imaginas, actúa como una especie de maestra o guía para Plath. Sin embargo, Plath, acaba tomando los caminos de los que Sexton le invita a alejarse. A pesar de la fuerza interior de ambas, ¿pesaba mucho más la responsabilidad impuesta y autoimpuesta de cumplir con la perfección social exigida?

Pesaba y pesa. Por suerte, hay ya mucho trabajo en el camino de la autoconciencia feminista que nos permite romper con las cadenas formales de vez en cuando, pero la sombra de la perfección sigue siendo alargada y afilada como una guadaña. Ellas lidiaron como pudieron con la responsabilidad de alcanzar la perfección y la escritura fue una de sus herramientas. El ‘poema perfecto’ por el que pelean entre ellas y con la máquina de escribir durante toda la obra funciona casi como un ‘Macguffin’. Ellas se preguntan, como observadoras de su propia vida: ¿Podemos escribir la realidad? Pronto descubren que la realidad es imperfecta, sobre todo con las mujeres.

 

Desde fuera y desde la superficialidad es muy fácil caer en el pensamiento tópico de ¿por qué vivían atormentadas si lo tenían todo? Pero es que bajo esa superficie hay una larga historia que no conocemos, es mucha la presión que tuvieron que soportar, y que en realidad soportáis todas las mujeres. ¿Cuáles fueron las verdaderas razones para que ambas acabaran con su vida de forma prematura?

Sucede, nos sucede, que tendemos a juzgar con precipitación las supuestas ‘vidas perfectas’ de los demás y suele ser el escaparate de una trastienda mucho más desordenada. En la salud mental femenina se amontonan los prejuicios, la desinformación y el tópico de la mujer histérica (invento de la ciencia para infravalorar nuestra conducta). La ‘vocación suicida’ de Anne y Sylvia que tanto nos atrae, y con la que corremos el riesgo de idealizarlas, oculta un enorme sufrimiento y la necesidad de liberarse de esa perfección imposible.

Anne escribe en Desando morir: «Los suicidas poseen un lenguaje especial/Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas. /Nunca preguntan por qué construir». Mientras que Sylvia escribe en Lady Lazarus: «Morir/Es un arte, como todo/Yo lo hago extraordinariamente bien./ Tan bien que me parece el infierno./Tan bien que me parece real».

Más allá de la patología mental que Anne y Sylvia desarrollaron y trataron y de los intentos de suicidio previos no sabemos, ni sé, qué lleva a alguien a quitarse la vida. Solo ellas lo supieron, o no.

 

En cada uno de esos días que estuvieron juntas tú has ido poniendo sobre la mesa un tema concreto e importante para las mujeres. ¿Cuáles han sido esos temas fundamentales?

Siete encuentros para siete noches y sus correspondientes caras B del tema sobre el que hablan en la vivencia de sus vidas personales. Quería confrontar la teoría y la práctica, lo que ellas se intercambian en la barra del bar y cómo se manejan frente a la situación. De nuevo, me interesaba exponer la dificultad del ‘decir y hacer’ en aquellos temas vinculados a la construcción socio política de género femenino y también a nuestro sexo: la pubertad y vejez, el matrimonio e infidelidad, la maternidad y el aborto, la relación materno filial, el amor romántico y el deseo sexual, la belleza y cómo no, el anhelo de perfección.

 

Como bien dices, la maternidad es uno de esos temas fundamentales de la obra y de la vida de cualquier mujer. Tú, que acabas de ser madre recientemente, ¿cómo lo has vivido?, ¿entiendes todas las contradicciones en las que vivían Sexton y Plath con respecto a esto?

Lo entiendo todo y más. A las mujeres se nos supone un don en el maternar, como si viniésemos programadas de serie para el cuidado. Nada más engañoso. La verdad es que nacemos como madres en el momento del alumbramiento (biológico o no) por más muñecos que nos hayan regalado antes, y debemos aprender en tiempo récord a fomentar el vínculo con un ser que depende por completo de nosotras. La responsabilidad es inmensa y permanente, sin descanso y sin reconocimiento social. Como pregunta Laura Freixas continuamente: «¿Dónde están las madres en nuestra sociedad?». No aparecen ni en la ficción, ni en la agenda política, ni en nuestro imaginario colectivo.

Todas y todos somos hijos, pero ni siquiera respetamos el rol materno. En este momento de mi vida, siento más que nunca esta dificultad que Sylvia y Anne ya expresaban en sus textos. Se nos ha inculcado que si somos madres no podemos ser otra cosa a tiempo completo. La maternidad te absorberá toda la energía creadora y a la vez, debes mantenerte hermosa, joven, deseable y productiva. Mentiras. La maternidad es una fuente de creatividad increíble (te lleva al límite y debes reinventarte a cada instante) pero no nos damos, ni nos dan permiso para ejercerla como una faceta más de nuestra identidad. Se nos exige exclusividad, amor inquebrantable y renuncia judeocristiana. El carrusel de la realidad no se detiene por ti lo que nos genera una tremenda insatisfacción: si crías porque no estás produciendo, si trabajas porque abandonas a tu bebé. Es una trampa para mutilarnos el potencial.

Somos nosotras las que tenemos que respirar hondo, y dinamitar los patrones superficiales, como de algún modo ellas dos intentaron con sus poemas.

 

Otro de los temas que abordas es el de la pubertad, en ese momento del que hablas que cuando eres niña y los hombres pasan de pellizcarte los mofletes a pellizcarte el culo, o por ejemplo cuando te tienes que poner la parte de arriba del bikini en la piscina sin entender por qué… y tantas y tantas cosas por las que tenéis que pasar que son reglas del juego diferentes para vosotras que para nosotros. Ese poético constructo llamado ‘pérdida de la inocencia’, es más bien que las niñas pasáis a ser un mero objeto de deseo a ojos de los hombres… Cuando creces y te das cuenta de eso, ¿es algo complicado de asimilar? ¿Es algo que te marca?

En castellano tenemos un hermoso eufemismo sobre el que construyo una de las escenas, el denominado: “Hacerse mujer”. Con el debate actual sobre el género se ha vuelto a revisar si lo de hacerse mujer es algo meramente cosmético. Sabemos que no. La inocencia es un estado del alma nada inocente. No te despiertas un día como La Bella Durmiente y ya has dejado de ser pura. La imposición del género nos llega cada día, desde que a tu madre le confirman que el embrión es una niña y se espera que te vistan de rosa, y te agujereen los lóbulos al nacer. Cualquier niña aprende pronto a detectar las miradas, las indirectas sexuales y las injusticias. Le faltan las palabras y la fuerza para nombrar el desequilibrio, y el apoyo para revelarse. El patriarcado nos anula como individuos y hasta que no te reeducas en la verdadera igualdad no logras asumir la misoginia que ya te ha atravesado. Y nos marca a fuego en nuestras relaciones con nosotras mismas y con los demás.

 

La figura de Ted Hughes, el marido de Sylvia Plath, también aparece en tu texto. Has imaginado diálogos entre la pareja con una alta dosis de pasivo-agresividad en los comentarios que va dejando él y mucha frialdad antes y después de la muerte de su mujer. Aun ya conociendo al personaje, me ha resultado muy incómodo. ¿Era tu intención dejar clara su verdadera naturaleza?

Vaya por delante que Ted Hughes me parece un escritor prodigioso. Como pareja de Sylvia han corrido ríos de tinta, y siguen corriendo cada vez que se publica algo nuevo de los dos. Nunca sabremos cómo fue su relación ni hasta qué punto su vínculo influyó en el suicidio de Sylvia. Lo que sí conservamos son los diarios y las cartas de Sylvia, su obra poética con grandes dosis autobiográficas, los testimonios de amigos hablando de la Sylvia como “amita de casa” y la propia actitud esquiva de Hughes ante el tema. El fantasma de Sylvia le persiguió, como las Erinias, durante el resto de su vida.

Fue el albacea de Sylvia (aún no se habían divorciado) y manipuló y alteró los poemas (como el orden original del poemario Ariel que Sylvia estaba a punto de publicar) seleccionó aquellos que menos empañaban su fama, y escondió sus diarios largo tiempo para proteger la intimidad de sus hijos. Cuenta la leyenda que incluso, hizo desaparecer una novela que Sylvia acaba de terminar en la que no salía bien parado. En sus declaraciones, Ted expresaba su respeto y amor por Sylvia. Sin embargo, de nuevo se manifiesta el ‘Decir y hacer’ y en el hacer, sus acciones fueron bastante egoístas. No dudo del amor que se profesaron y tampoco de que Ted velase por la carrera de Sylvia, pero los patrones jerárquicos de él y de ella estaban claros y a Sylvia le dañó mucho.

En la obra, quería mantener esta contradicción en el personaje de Ted. Su inteligencia, su fortaleza de titán se tambalea cuando Sylvia se le escapa de la vida. Ted ama siempre que tiene el control, y cuando lo pierde él mismo entra en crisis.

 

 En tu obra aparece, de manera fugaz, el nombre de Assia (Wevill), una amante de Ted Hughes que acabó con su vida de la misma forma que Plath. Ese es el rastro de dolor que muchos hombres van dejando en el cuerpo y la mente de muchas mujeres a las que ‘aman’, supuestamente… Y seguimos asistiendo cada día a episodios así. ¿Estamos equivocados con uno de los pilares sobre los que nos construimos como es el amor romántico?

Assia Wevill fue una poeta nada desdeñable, ya antes de conocer a Ted. La relación que inicia con ella (cuando ambos seguían casados) se asienta de nuevo, en la fascinación de Assia por ‘el gran Ted’. La muerte de Assia y de su hija común de la misma forma que muere Sylvia debió se un mazazo terrible para Ted. Se repetía la historia y esta vez se llevaba por delante también a una niña. Pero quienes se mataron fueron ellas, heridas de muerte por la fantasía del amor romántico. Ese tipo de vínculo construido sobre la desigualdad ha sido la piedra angular del capitalismo y sigue siéndolo para las políticas neoliberales, ahora con otro collar, el del amor líquido.

 

La obra se estrenó hace seis temporadas en Nave 73. Ahora vuelve, esta vez a la sala Plot Point, con una compañía distinta y una directora distinta. ¿Cómo se pusieron en contacto contigo desde la compañía Bai Bai y que te cautivó de la propuesta de Leila Baida para decidir volver a reponerla?

Creo que Leila encontró un fragmento de mi texto gracias a la plataforma Contexto Teatral, que tan útil es para la dramaturgia contemporánea en España. Me propuso montarlo con gran entusiasmo y fe en la vigencia de la obra. Que una directora y autora joven se decida a recuperar este texto me pareció hermoso y valiente.

 

¿Crees que ahora es un mejor momento para exhibirla? Por un lado, estamos más receptivos a este tipo de textos de mirada feminista. Por otro, es aún más necesario ante las fuerzas reaccionarias que se niegan a perder sus privilegios…

Estamos viviendo, como era de esperar, una época de recesión en nuestras libertades. Mucha libertad para comprar por internet y poca para los cambios profundos. La acción feminista también se ve afectada por el recorte, porque el feminismo es transversal y le toca en cuestiones legales, raciales, económicas, educativas y culturales, cómo no. El patriarcado, que todo lo alcanza, está cada vez más violento, y no hablo sólo de las mujeres asesinadas por crímenes machistas; es muchísimo más. Las políticas culturales, por ejemplo. Se programan Artes Escénicas alardeando de que se cumple la cuota, pero luego lees la letra pequeña y ves que se trata de un ciclo de lecturas dramatizadas de autoras y no montajes, o una obra firmada por una dramaturga donde el resto del equipo es masculino, o te asignan dos funciones en la sala más pequeña del teatro público… Quiero pensar, que la reacción responde a una acción que ha pinchado en hueso, pero mantenerse motivada es agotador. Así que, toda presencia en el escenario de creadoras es poca.

Esta obra se pregunta sobre temas universales como el amor y la muerte, partiendo de la mirada femenina, y sé que por eso llega a ser incómoda, lo que me alegra.

 

Sexton, en su momento, recibió críticas por tratar temas tabúes como la menstruación, el aborto… Polémicas como la sucedida recientemente con La Chocita del Loro da que pensar que mientras que a los hombres se les permite todo a las mujeres creadoras se les sigue tratando de imponer los temas sobre los que expresarse (60 años después).

Seguimos topándonos con la misma piedra, la piedra de la fantasía de la individualidad en donde está clavada la espada fálica de Excalibur que solo el HOMBRE puede arrancar. Así sucede con el humor, con los temas de interés e incluso con las estructuras ficcionales. Seguimos cargando con el viaje del héroe para todos y todas, y ojo con proponer alternativas que resquebrajen siglos de sistema.

Anne Sexton y Sylvia Plath escriben parte de su poesía en un estilo denominado ‘confesional’ y que hunde sus raíces en la biografía. Y su realidad también son esos ‘temas tabúes’ que sigue siendo la nuestra. Si escribimos sobre menstruación es una impureza de las chicas, si lo hacemos sobre eyaculación es Urano fecundando a la diosa Venus. El habla media entre la experiencia y el pensamiento, por eso una mujer que escribe sigue siendo subversiva, porque desestabiliza el universal masculino con el simple ejercicio de escribir.

 

Mujer, Identidad, Empoderamiento, feminismo… es sobre lo que se vertebran tus obras. ¿Son los temas que te salen de dentro o sientes que es tu obligación como mujer, como dramaturga, dar voz a esas historias silenciadas?

Intento ser coherente en mi discurso y en mis acciones. Gracias a los feminismos he aprendido a distinguir las violencias que me anulaban como persona. Creo en el poder comunicativo del teatro como foro de pensamiento y discusión, como goce de los sentidos en comunidad. Si escribo personajes femeninos protagonistas es porque tenemos mucho que aportar a la sociedad, como ya venimos aportando desde hace miles de años y es importante, imprescindible, ocupar el espacio público con nuestros cuerpos y nuestras palabras. No lo vivo como una imposición teórica sino como un acto de responsabilidad humana. En escena fantaseo con una suerte de igualdad que algún día se hará real.

 

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Eva López es Anne Sexton

 

Esta obra se ha traducido, publicado y mostrado en inglés en Londres, y el año que viene se estrena en Canadá. Además, será una de las obras teatrales que representen a España en la próxima Feria de Franckfurt. ¿Cómo te hace sentir eso?

Cuando recuerdo la frase de “Nadie es profeta en su tierra” me río por no llorar, a sabiendas de que esto es un camino larguísimo donde la resiliencia es la única habilidad útil (y otras menos deificantes que prefiero omitir) salvo que lo mandes el sistema teatral al carajo para irte a cultivar lechugas, algo que desde que soy madre me planteo a diario.

El techo de cristal se tradujo al inglés gracias al empeño personal de la traductora Rachel Toogood y a la fantástica labor con la dramaturgia española de las profesoras y editoras norteamericanas Susan Bernardini e Iride Sans Lamartine en Estreno Plays. Las tres vieron en la obra algo que aquí, a pesar del ‘éxito’ que tuvo durante una temporada en el off madrileño, se negaban a reconocer, que no era una obra femenina de dos suicidas borrachas hablando de hombres sino de dos protagonistas femeninas, capaces de elevar su discurso intelectual, tomando como disparador los temas omitidos en el arte, y en donde los personajes masculinos dialogan con ellas al mismo nivel.

Cuando se publicó en España por Ediciones Antígona, y luego en E.E.U.U y se mostró en Londres, sentí que algo se ajustaba entre ellas y yo, como responsable de un cierto legado emocional. Espero que esta sensación se reafirme en Montreal, en 2022 en la Women Playwrights International, en la Feria editorial de Frankfurt y en todo lo que está por venir, estoy segura.

 

Como hemos ido comentando la obra es una lucha interna salvaje entre dos mujeres que se debaten entre el deber y el querer, entre desarrollar su arte y alejarse de convencionalismos o la supuesta vida perfecta. ¿Sigue siendo un enorme precio a pagar por ser mujer?

El precio en muchos países, como en muchas épocas, sigue siendo la vida. Y no solo la vida de una persona sino la memoria de más de la mitad de la población.

Aún tenemos que justificar nuestro trabajo, nuestros deseos y trabajar el doble por alcanzar el éxito. El techo de cristal, el suelo fangoso y las paredes que se estrechan siguen más vigentes que nunca. El discurso se ha modificado, ahora que todes somos feministes, para que parezca que podemos elegir, y que ya existe la igualdad. Las cifras de la desigualdad están ahí. La evidencia, no solo en el sector artístico, habla por sí sola.

 

¿Tú, en algún momento de tu vida, te has enfrentado de manera crucial a estos dos sentimientos?

Me enfrento en cada decisión que tomo. En la obra Sylvia dice algo que lo resume a la perfección: «Cuando una posee todas las cualidades para alcanzar el éxito y no lo logra. Cuando tus dones y tus astros se alinean para que brilles y siempre estás habitando la sombra. ¿Qué sucede? ¿Algunas personas hemos nacido para quedarnos en una promesa?».

 

“Elígete a ti misma” es otra frase de tu obra que le dice Sexton a Plath. ¿Debería ser un mantra con el que debería crecer cada niña que nace?

Sí, más que como un mantra que hay que repetir una y otra vez hasta vaciarlo de significado, deberíamos interiorizarlo con naturalidad. “Elígete a ti misma” contiene: “escúchate”, “pregunta por lo que deseas”, “decide por ti”, “pon límites”, y sobre todo, “no creas que vas a salvar a nadie salvo a ti”. Hablamos mucho de amarse a una misma, como frase para las redes, y la auténtica elección pasa por escucharse internamente y ser coherente con la respuesta.

 

¿Cómo es tu Mercy Street?

Te diría que la canción de Peter Gabriel, que compuso en homenaje a Anne Sexton. Llegaré a mi Mercy Street el día que logre amar a mi madre del modo en que amo a mi hijo y pueda escribir sobre ello con la mayor luz posible. Todas las mujeres necesitamos encontrarnos con alguna suerte de piedad para sanar nuestras heridas ancestrales. Y escribir me ayuda a ponerme en camino.