Ángel de Quinta es profesor de alumnos norteamericanos en la Universidad de Sevilla. Licenciado en Historia del Arte, imparte las asignaturas de Historia Cultural de España, Novela y Cine y Cine Contemporáneo Español, entre otras. Su formación se mueve entre la historia, la literatura y el cine, sus principales pasiones. Es autor del libro de texto Lecciones de Cultura y Civilización Española (Ed. Diada, 2013), y es también un apasionado del teatro musical. Ante el estreno de Golfus de Roma en el Teatro La Latina, espectáculo de teatro musical protagonizado por Carlos Latre, nos ha cedido amablemente un texto que ha escrito sobre la obra.

 

Esta noche comedia

 

Por Ángel de Quinta

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Y ríete de los de Neruda.

Pero tranquilo que no lo haré, que tú no tienes culpa de lo que a mí me pasa, y además con este calor apetece algo más ligero, más fresquito ¿no? Algo que ayude a tragar esta canícula mortal que más se me está pareciendo a Calígula -por lo de la mala leche que trae- y que noche tras noche nos desespera entre sábanas mojadas. Y no de lo que las mojaba aquel Lalo Rodríguez en sus calentones salseros, no, sino del sudor de los 40 grados que no cesan ni de madrugada, como ese rayo que también volvía loco a Miguel Hernández. ¿Es que este rayo no piensa cesar nunca?

¿Cómo he podido meter en un mismo párrafo a Miguel Hernández, Calígula y Lalo Rodríguez? Si me expulsan hoy mismo de cualquier grupo literario al que pertenezca lo entenderé, de verdad. Pero eso sólo se lo puede permitir la comedia, ese paraíso con forma de burbuja -por lo de su inmanente fragilidad se entiende- en el que todo, absolutamente todo, debería estar permitido. Con una sola condición, eso sí, indispensable: ¡make´em laugh!

Y es que no hay pena en esta vida que no pueda olvidarse durante un rato viendo, no sé, viendo por ejemplo cómo Peter Sellers pierde el zapato en los canales de esa imposible mansión californiana donde se celebra un estrafalario guateque. O cómo Manolo Morán, desde el balcón del ayuntamiento de Villar del Campo -perdón, del Río- le dice a esa flamenca amateur que se baje el clavel de la cabeza que está a punto de saltarle el ojo a su amiga. O cómo aquellos detectives improvisados trataban de resolver un misterioso asesinato en Manhattan grabando entre todos un acusador mensaje en clave.

Comedias clásicas o actuales, en cine o en teatro, aparentemente el género más fácil -las buenas de verdad son las que parecen más fáciles-, pero cuántas lágrimas se habrán derramado construyéndolas. Desde Lope a Alfonso Paso, desde Billy Wilder a Woody Allen, cuántos quebraderos de cabeza para obtener esa respuesta biológica que comienza con una suave curvatura ascendente de los labios para acabar con apertura bucal rematada en sonido estridente. ¿Simple? No lo creas ni por un segundo. Si duro puede ser arrancar una lágrima al respetable, más complicado aún es hacer que por unos segundos se olvide por completo de la enfermedad, de la muerte, de las pandemias, del precio del kilovatio por minuto, de los fracasos y del desamor, para… de repente, de forma espontánea e irreprimible, soltar una sonora carcajada.

¿Quién dijo que una buena carcajada es como un orgasmo? Igual he sido yo, no sé, ojalá, porque como comparación no está nada mal ¿eh? Un instante en el que desapareces por completo de tu vida, la eternidad comprimida en dos o tres segundos. Bueno, eso ya depende del aguante de cada uno (Risas, por favor!).

Tito Maccio Plauto también debió tener sus orgasmos, fijo. ¿Un romano de clase alta en el siglo II antes de Cristo?, di tú que sí, que los tendría y muchos, que esa gente estaba todo el día a lo que estaba.  Aunque su vida no siempre fue un camino de rosas, no, que antes de hacerse rico y famoso por sus escritos tuvo que pasar una mili en plena Guerra Púnica que para él se quedaría. Y trabajar como molinero, marinero y comerciante mucho antes de que se pusiera a escribir comedias ‘palliatas’, de aquellas que tanto gustaban a los griegos y que eran introducidas por un fulano en péplum dispuesto a divertir mucho a la audiencia a base de sátira de la buena.

 

Venga ironía y venga parodia, y equívocos y confusiones, y carreras, y caídas, y puertas que se abren y se cierran sin parar, y vengan risas y romance. Comedias que se burlan de su propia sombra, de la mala sombra de la realidad que desde el pleistoceno hasta ahorita mismo viene dando mucho por… lo que hablar. Ay, la realidad. Qué sería de nosotros sin los juglares y los bufones, sin los cómicos de la legua, sin ese poco de azúcar -y de sal, importante la sal- que nos hace tragar mejor la píldora de esta p… puñetera vida.

¿Sabes que me pasó una cosa muy cachonda camino del foro? Le diría un romano a otro justo antes de contarle una anécdota de la que podría salir una comedia, o mucho mejor, una comedia musical.

 

 

A funny thing happened on the way to the forum, un título que anticipa diversión con solo leerlo, aunque su traducción al castellano –Golfus de Roma– tampoco está nada mal, para las birrias que se hacen la mayoría de las veces al traducir títulos extranjeros. Un musical de Stephen Sondheim, que es un autor muy serio al que le encanta el drama (Sweeney Todd, Passion, Assassins, tragediones de postín, y perdón por el pareado, es que estoy que me salgo), pero capaz de cambiar de registro mejor que nadie si la ocasión lo requiere.

Basado en diversos fragmentos de obras de Plauto, con libreto de Burt Shevelove y Larry Gelbart (guionista de Tootsie, otra de esas comedias que nos reconcilian con este valle de lágrimas), A funny thing… es eso, a funny thing. Sin pretender ser otra cosa que una fórmula redonda y perfectamente calculada para hacernos reír sin solución de continuidad. Y luego está la música, y las letras. Desde la obertura -una de las más grandes jamás escritas para el teatro- y el ‘opening number’ en el que el protagonista Pseudolus se nos presenta ahuyentando a los fantasmas del drama e invocando a la ‘divina comedia’, todo es gozosa, alta, canalla, excelsa farsa. Y comedia del arte (del arte de hacer comedia).

La obra se ha estrenado este verano en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, en un año en el que nos hace más falta que nunca, con permiso de Esquilo, Eurípides y Shakespeare. En un glorioso odeón al aire libre, comme il faut, que ya hubieran querido en Broadway haberla estrenado en un escenario así. Y desde luego no hay que perdérsela, porque la función promete, la música fascina y la historia que cuenta te alejará durante un par de horas de los bajíos de la cruda realidad, ya te lo digo yo. Y encima cuenta, nada menos, que con uno de los mejores cómicos y ‘entertainers’ que pisan este país, Carlos Latre, en el desternillante papel del esclavo Pseudolus, afrontando por vez primera un papel protagonista en un show de este calibre. Y la dirección corre a cargo de Daniel Anglès (Rent, Mamma Mía, Los miserables).

Tras su estreno en la insigne ciudad extremeña ahora se podrá disfrutar a partir del 9 de septiembre en el Teatro La Latina. Venga hombre, alegra esa cara y vamos a Golfus de Roma, que, como dicen en mi pueblo “las alegrías hay que buscarlas, que las penitas vienen solas”. O dicho de otro modo: ¡tragedy tomorrow, comedy tonight!