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Carlos Aladro: «La cultura no es un mercado, es un asunto de Estado»

Director teatral antes que gestor cultural, Aladro se encarga por segundo año consecutivo de la dirección del Festival Clásicos en Alcalá, que llega a su edición número 18, y lo combina con la dirección también del Festival de Otoño, ambos organizados por la Comunidad de Madrid.

 

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

 

Tempus fugit. Este es el lema del festival Clásicos en Alcalá este año, que suena muy existencialista. ¿En qué sentido se articula todo en torno a esta idea?

Yo existencialista estoy todo el rato (risas). La pregunta sobre el tiempo está ahí siempre. Es un gran tema renacentista y barroco, es uno de los grandes temas, y tiene todo el sentido del mundo en una propuesta de festival que realmente tiene la ambición de ser un festival actual y contemporáneo, de que la conversación en torno a los clásicos no sea una conversación museística, sea una conversación de innovación, de exploración y de dejarse sorprender. Lo que sabemos de los clásicos ya lo sabemos, lo que interesa es lo que no sabemos de ellos. Para eso hay que mirarlos desde otro sitio, cocinar las cosas desde otros tiempos y ese es el planteamiento.

 

Pese a ese tiempo que se nos va, planteas un festival muy vitalista…

La aspiración de cualquier festival ha de ser esa, pero más en un festival que ocurre en este periodo del año, con el arranque del verano, la noche de San Juan… La posibilidad de intervenir en una ciudad grande como es Alcalá de Henares, pero con un casco antiguo maravilloso, patrimonial, da opción a que haya un mínimo de energía que realmente llame a vivir experiencias, y mucho del trabajo de programación está basado más que en exhibir piezas, en crear experiencias.

 

¿Son esas vivencias las que consiguen crear más público y más fiel?

En mi experiencia como gestor de artes escénicas en Alcalá de Henares, me ha dado tiempo a reconocer un poco lo que es el público habitual, los públicos habituales. En el Corral pudimos empezar a crear un público habitual que también empezó a relacionarse con otros lenguajes, con otras formas. Y cuando recibo la propuesta de hacerme cargo del festival, lo que propongo es una continuidad de ese trabajo. El festival siempre ha producido, siempre ha generado estas experiencias, siempre ha tomado la calle. Yo aporto otra mirada, generacional y de discurso, y es verdad que sí me parece que el festival tiene una parte importante de plataforma dentro de la Comunidad de Madrid para que artistas de Madrid o basados aquí, que se interesan por los clásicos, operen en un contexto de la máxima libertad posible. No es ese gran festival que te obliga a hacer la gran pieza de arte porque si no no se sabe qué tipo de desastre va a ocurrir. Creo que este es un festival mucho más próximo, más amable, y quiero que sea así de amable y abierto para que los artistas también tomen riesgos. Dentro de las capacidades limitadas del festival, ofrecer contextos donde los artistas puedan tomar riesgos. Hablamos desde María Ruíz, que hará un monólogo sobre Yago, hasta Carlos Tuñón y el Ensamble Hijos de Grecia, o esta compañía de chicos jóvenes que viene de Málaga, el vivero que he implementado con tres compañías jovencísimas… Es un festival de la Comunidad de Madrid y eso nos tiene que ayudar a todos a crear contextos en los que ocurran cosas.

 

En la programación se percibe una conexión muy fuerte con Latinoamérica…

Es esencial, teniendo en cuenta que Alcalá de Henares es la ciudad de las artes y las letras y una de las cunas del castellano, y que aquí se da el Premio Cervantes… desde que estaba en el Corral tenía claro que el castellano es el vehículo, es la tercera lengua más hablada del mundo. Todo el trabajo con Latinoamérica es inagotable y hay que estar perseverando. Hay mucha parte de nuestra tradición teatral que en la República resurgió a través de Rivas Cherif, Valle-Inclán, Lorca… todo esto que hablamos tanto, mucha de esa corriente luego se fue a Iberoamérica, el exilio la llevó allí, y mucho de lo que ocurre allí tiene mucho que ver con lo que ocurrió aquí, y cuando nosotros ahora nos preguntamos qué pasaba a principios de siglo, que pasó en el 98, en el 27, qué pasaba en la República con el teatro, hay una fuente colateral que se llama Iberoamérica, y cuando uno habla con Mauricio Kartún, con Rafael Spregelburd, ves que hay una tradición compartida, más allá de la lengua. Margarita Xirgu construyó el teatro Cervantes de Buenos Aires inspirándose en la fachada de la Universidad de Alcalá. Por eso, dentro de los recursos limitados que tenemos, para mí el eje esencial evidentemente es Iberoamérica, pero bueno, tenemos también la fortuna de tener un espectáculo japonés, una compañía italiana, la conexión inglesa, que también es esencial dentro de la conversación Shakespeare-Cervantes… es atender un poco a los vectores principales que creo que articulan el espacio común.

 

En tu discurso de presentación del festival hablaste de la inútil utilidad del arte, reflexionando sobre para qué sirve esto que hacemos, lo cual no deja de ser también una cuestión existencialista.

Siempre ha sido una pregunta filosófica-ontológica si quieres, pero hay que reconocer que desde que reventó la crisis, para personas como yo, que me pilló en el mundo de la creación pero también en el de la gestión, han sido años muy duros, en los que hemos tenido que explicar en muchas ocasiones para qué sirve todo esto, porque si hay que plantearse cuáles son las prioridades de una sociedad avanzada, de pronto la cultura de pronto pasa al furgón de cola, y un país como España no se lo puede permitir, porque si tanto nos gusta hablar de la Historia milenaria de esta península, con todo este legado, no podemos olvidar que eso en realidad es lo que hace lo que somos. Por tanto, para mí es esencial reivindicar permanentemente el valor inmaterial de la acción cultural, más allá del valor turístico o económico. Esto no es un mercado, es un servicio público, un asunto de Estado, una cosa troncal en una sociedad avanzada. Y a pesar de todas nuestras carencias y deficiencias, que las tenemos como país o como sociedad, la cultura, como la educación o la sanidad, es troncal, es lo que nos hace felices.

 

¿Has tenido que convencer a muchos políticos?

No solo, también a gestores, a compañeros, hablar del tema, asumir una parte de la responsabilidad al ponerte al frente de instituciones, de espacios, y ayudarnos también entre todos, porque yo estos discursos los tomo también prestados de otros compañeros y compañeras que han reflexionado sobre esto, y reflexionamos juntos nos animamos, porque a veces te desanimas, te desilusionas, chocas con muros y aparece siempre el dinero. El dinero, por supuesto, es importantísimo, es la moneda de fe y de cambio, pero al final es la acción, el cómo lo hacemos y para qué lo hacemos, y esto, por paradójico que parezca, requiere ser reivindicado constantemente, porque constantemente nos amenaza el totalitarismo del ocio y el consumismo. Y el ocio y el consumismo están muy bien, pero el espacio de la cultura es otro, es un espacio espiritual de crecimiento y de enriquecimiento y eso hay que reivindicarlo permanentemente.

 

O sea, que la vida de director de festivales no es solo la de un señor que se dedica a ir por el mundo viendo teatro, ¿no?

Pues mira, me alegro de que me hagas esta pregunta, porque yo creo que sí que es verdad que tenemos todos un equívoco muy grande con la idea de las personas que tienen posiciones de liderazgo en el sentido de que automáticamente caemos en la trampa de pensar que son personas con poder, y yo no sé quién tiene el poder. Yo desde luego no lo tengo, lo que sí tengo es mucha responsabilidad y es lo que me gusta, asumo y me gusta tener responsabilidad, tomar decisiones, plantear ideas, tratar de sacarlas adelante, y asumo las consecuencias. Pero lo que yo siento, lo que yo vivo, no es que tenga poder, que en cierta forma se puede entender que lo tengo, pero lo importante no es eso, lo importante es la responsabilidad que yo tengo. En este caso, el Ayuntamiento de Alcalá de Henares y la Comunidad de Madrid ponen unos recursos para que yo, acompañado de un equipo, lo cual también es trascendente, proveamos un servicio, y ahí tenemos que interactuar con los artistas, con la ciudad, con la prensa, con los ciudadanos… y eso es un ejercicio de ciudadanía y un ejercicio de responsabilidad, no es un ejercicio de egomanía y poder. A mí el poder no me interesa, en todo caso me interesa el poder que se genera en el escenario, en el intercambio entre artistas y público, que es para lo que nosotros trabajamos como intermediarios. Cuando yo estoy en la posición de creador, quiero ser tratado de una determinada manera para poder hacer bien ese trabajo.

 

Quiero aprovechar para preguntarte por el Festival de Otoño. Este año va a volver a ser un festival de un mes, se cambia el formato. ¿Qué balance haces de tus dos ediciones?

Desde el principio asumí que eran ediciones de transición. Una la tomé de hecho prácticamente a punto de comenzar y la segunda la he podido comisariar pero ya ha sido una acción de transición. Para mí es esencial volver al formato clásico de festival, me parece que era importante para la ciudad, era un deseo compartido con la Consejería de Cultura y la Comunidad de Madrid, y toda la ilusión está puesta en volver a tener el espacio de festival, que es un espacio diferente al de una programación habitual, y en una ciudad además donde de pronto ha cambiado mucho el panorama y tiene una mirada internacional amplia, pero también tiene una mirada contemporánea más amplia y me parece que el festival puede complementar perfectamente con otro mirada todo lo que está ocurriendo en Madrid. Y ese es el propósito con el que estamos trabajando y la ilusión que estamos poniendo en juego.

 

No me vas a adelantar nada de lo que vais a traer al Festival de Otoño, ¿no?

Eso está todo en la cajita de la confidencialidad y en septiembre lo desvelaremos.

 

El Festival de Otoño vuelve a su esencia, digamos; los Teatros del Canal han apostado fuerte por la creación contemporánea con mucha presencia internacional; incluso Naves Matadero aporta un destello de internacionalización. Hay mucha importación, pero, ¿qué pasa con la exportación? Cuando viajas fuera de España, ¿alguien se extraña de lo poco que exportamos a nivel escénico?

Es la gran tarea ahora mismo, que creo que entre todos, cada uno a su manera, cada espacio y cada dirección artística, la estamos poniendo sobre la mesa. Creo que todos somos conscientes de que lo primero también, por supuesto, es seguir reclamando desde la lealtad institucional más fondos, más recursos, más medios, más atención… hay que recuperarse, por supuesto, la crisis no ha pasado, nos hemos acostumbrado a ella, pero hay que recuperar muchos medios, pero al mismo tiempo hay que coger esta ilusión para tomar cuenta de las asignaturas pendientes. Y evidentemente, una de las grandes asignaturas pendientes es cómo nos proyectamos hacia fuera, y cómo tenemos que desembarazarnos de ciertos prejuicios y complejos, cómo tenemos que ir creando los contextos y los espacios y las herramientas para salir hacia fuera. Yo tengo mucha conciencia en la programación que ya he hecho en estos dos años de Festival de Otoño y en la que estamos haciendo para el año que viene, que cuando yo pongo artistas madrileños o nacionales en el festival, estoy utilizando el festival como una herramienta hacia fuera, porque todo el mundo mira las programaciones de los festivales. Y sí, cuando viajo me preguntan constantemente qué está pasando en España. Ahí tenemos un gran trabajo, que creo que ya estamos asumiendo entre todos. Pero no es una cosa que ocurre de un día para otro. Requiere tiempo, requiere inversión, requiere mucho trabajo. Y colaborando. En el festival estamos en varias conversaciones de coproducción con entidades internacionales, conversaciones de reciprocidad también, yo traigo esta pieza de tu teatro pero tú toma un poco de atención de qué estamos haciendo en el festival o en otros contextos. Y luego además, esto hay decirlo alto y claro, somos muy competitivos los artistas madrileños y españoles.

 

 

 

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