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Entrevista a Marta Poveda, protagonista de Malvivir

“Álvaro Tato es el Lope de Vega del S. XXI, habría que hacer una tesis sobre su escritura”

 

Poveda interpreta, intercambiándose con Aitana Sánchez-Gijón, a la pícara Elena de Paz en Malvivir, una historia escrita por Álvaro Tato y dirigida por Yayo Cáceres que bebe de La hija de Celestina, de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, así como de otros textos clásicos en los que la sorprendente vida de otras pícaras ha sido retratada. La obra nos descubre la vida secreta de la pícara Elena de Paz, mujer libre, rebelde, ladrona, ingeniosa, embustera y fugitiva que desafía todas las convenciones de su época y paga el precio de su libertad. Poveda y Sánchez-Gijón compartirán escenario con Bruno Tambascio. Estará en Naves del Español del 5 de mayo al 5 de junio.

 

Cuestión de superviviencia

 

Por David Hinarejos

Fotos: David Ruiz

 

La picaresca tiene que ver con la astucia para el engaño, para delinquir, para aprovecharse de los demás. Sin embargo, no nos cuesta simpatizar con ella.

Creo que es porque siempre se ha considerado una especie de venganza por parte los que menos tienen hacia los que más tienen. Quien la ejerce viene de una clase social muy desfavorecida. Por ejemplo, viendo esta función se nota esa empatía del público con el personaje de Elena de Paz, que entre otras cosas también es una mujer vengativa, sanguinaria y asesina. Pero eso es el resultado de lo que ha pasado durante su vida. Si ves su historia desde que nace, sabes que ha sido maltratada, violada, apaleada, prostituida… y eso ha generado en su cuerpo una necesidad de hacer todo lo posible por sobrevivir y a la vez de venganza.

 

Por ejemplo: ¿aprovecharse del Covid-19 para enriquecerse podría ser una acción de pícaro?

No, podría parecer que se han cambiado roles y ahora son las clases altas las que utilizan la astucia y la picardía, pero yo diría que es algo rastrero más que otra cosa, y hay que tener en cuenta que siempre las clases altas se las han ingeniado para aprovecharse del pueblo. De esto también habla la obra, de los que se creen que han nacido con el derecho de poseer más que los demás. Un personaje como Doña Teodora, que es una mujer de cierto estatus, habla constantemente desde la soberbia, ve a los otros como seres inferiores. Es increíble que algunas cosas no hayan cambiado tanto.

 

El pícaro sabe analizar su entorno y a las personas. Crea personajes, historias… podría decirse que es un gran actor.

¡Totalmente! Además, también compartimos algo muy presente en algunas profesiones vocacionales como la de actor o actriz, esa lucha constante por la supervivencia (risas). La picaresca es el gran arte del fingir y la protagonista de la función se pasa la vida creando personajes para engañar a otras personas, no podría ser más parecido a lo que hacemos las actrices.

 

La picaresca masculina ha tenido una larga tradición en nuestra literatura, teatro y cine. Malvivir, por su parte, busca visibilizar a las pícaras porque, aunque más escasas, también han tenido su espacio, ¿no?

Han sido secundarias de lujo en muchas historias conocidas, con pocas excepciones como Celestina, por ejemplo. Además, cuando han sido protagonistas han tenido la mala suerte de que las obras eran menos brillantes y más densas. Por eso, Álvaro Tato para esta dramaturgia, aunque utiliza como columna vertebral la historia de La hija de Celestina de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, enriquece situaciones y personajes con partes de otras obras con pícaras de protagonistas como La niña de los embustes, de Alonso de Castillo Solórzano y La pícara Justina de Francisco López de Úbeda.

 

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¿Qué diferencia a un pícaro de una pícara?

Tienen que ver con las heridas que arrastra cada uno. Las pícaras por ser mujeres han sido cosificadas desde su nacimiento, tratadas como un agujero sexual y sufrido la violencia masculina. Desde esta idea he abordado yo el personaje de Elena, desde unas mujeres que eran destruidas por dentro y que tienen una necesidad muy grande ser libres, más incluso que los hombres en las mismas situaciones precarias, y eso les da la fuerza para luchar.

 

¿Esa desigualdad la sufren incluso dentro de su propio estatus social?

Sí, de hecho, Elena tiene una relación con otro de los personajes principales de la obra, el pícaro Montúfar, y él se cree con el derecho de someterla y piensa que es de su propiedad. Esta circunstancia les hace sufrir más y provoca que utilicen todas sus armas para salir adelante, como por ejemplo su cuerpo para seducir a los hombres y luego destruirlos.

 

Vuelves a trabajar con un texto de Álvaro Tato tras La dama duende de Calderón de la Barca y El perro del hortelano de Lope de Vega. ¿Cómo definirías su aportación para acercarnos los clásicos?

Para mí, es el Lope de Vega del S. XXI, habría que hacer una tesis sobre su escritura. Adaptaciones como las que hizo en las obras que mencionas o con El castigo sin venganza o El alcalde de Zalamea, demuestran que realiza una actualización maravillosa de los clásicos prescindiendo de los elementos menos entendibles o contándolos de otra manera. Más bárbaro, si cabe, me parece lo que ha hecho con Malvivir: coger partes de diversos clásicos, unirlos con textos propios, en los que no eres capaz de ver las diferencias, y conseguir un resultado sorprendente.

 

Aun viéndolo como una actualización de los clásicos, entronca muy bien con el aspecto más lúdico del teatro del Barroco que durante mucho tiempo fue desechado al llevar estos textos a escena.

Es que en la tragedia reside el humor y en el Barroco jugaban mucho con eso. Álvaro combina muy bien esos dos elementos gracias a su gran sentido de la musicalidad y el ritmo que permite al público acompañarte fácilmente, sin darse cuenta, a lo más hilarante y luego de repente a lo más dramático.

 

El proyecto surge como una idea tuya y Álvaro fue el primero que se subió al carro, ¿no?

Lo que pasó es que una vez el mandato de Helena Pimenta en la CNTC terminó, también concluyó el tiempo de los dos allí. Es verdad que él sigue trabajando los clásicos con Ron Lalá o Ay Teatro, pero yo me quedé con muchas ganas de seguir haciendo cosas juntos y ahondando en el Siglo de Oro, más allá de continuar participando de otros proyectos diferentes. Entonces le llamé un día para ver qué podíamos hacer y al día siguiente ya se le había ocurrido la idea de Malvivir. Después, se unió Aitana, con la que yo había trabajado antes. Como vivimos las dos en el mismo barrio que Álvaro, quedamos para tomar un helado, le pasamos el texto y enseguida nos confirmó que quería estar.

 

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¿Cómo empezó tu pasión por los clásico?

Pues yo empecé a formarme en el teatro independiente, en Cuarta Pared, y si es verdad que allí ya hice algunos talleres que me acercaron a los clásicos. Justamente haciendo un monólogo de Lady Macbeth en uno de esos talleres fue cuando Helena Pimienta me conoció y en ese momento me dijo: «Te llamaré algún día». Yo no le di mucha importancia, pero un tiempo después me llamó para hacer de Rosaura en La vida es sueño. Nunca me habría imaginado entonces la experiencia que iba a vivir, es que cuando pasas por los clásicos te das cuenta de que realmente la raíz de todo está ahí y que cualquier actor o actriz es capaz de hacer de todo una vez que lo experimenta. Hay algo de sabiduría profunda en ese teatro y luego si técnicamente eres capaz de disfrutar de las cadenas que supone el verso, eso es extraordinario.

 

Los autores que han imaginado la vida de estas pícaras se han movido entre la fascinación y el repudio. ¿Desde dónde aborda el texto de Tato a su protagonista?

De hecho, suelen ser utilizadas para dar lecciones de moralidad. Álvaro se distancia de eso. Ya en cuanto empieza la obra y oyes a la protagonista hablar en primera persona lo que declama es una demanda de libertad. El texto invita a acompañarla en el relato de su vida, no a juzgarla. Aunque lo que hace sea moralmente cuestionable, creo que lo que prima es ensalzar sus valores de supervivencia, astucia y osadía.

 

Tanto Aitana como tú os metéis en la piel de Elena de Paz en diferentes momentos de su vida. ¿Qué diferencia a vuestras ‘Elenas’?

Yo hago de Elena la primera parte de la obra y Aitana la segunda. Partimos de la base de que las dos somos actrices que trabajamos de una manera y con energías muy distintas. Al principio nos preocupamos mucho por igualarlas, por construir una gestualidad que fuera parecida, pero poco a poco fuimos llegando a dos personajes que, aunque se diferencian, comparten la esencia.

 

¿Ya estaba sobre el papel que fueran dos actrices?

Álvaro escribió el texto abriendo la posibilidad de que se realizara como un monólogo o con varios intérpretes. Cuando se incorporó Aitana realizó algunos ajustes en la parte de Elena y creó una escena que sirve de transición para intercambiarnos el personaje.

 

Además, las dos interpretáis a los otros personajes, un total de 13, intercambiando también los de la Beata, Don Lupercio y Montúfar. Tengo la sensación que, a pesar de la dificultad, os lo habéis tenido que pasar pipa.

Es una labor complicada y dura, pero eso es algo que asumes como parte del trabajo. En la obra, cuando yo hago de Elena, Aitana hace todos los demás personajes que van apareciendo y cuando ella es Elena, al contrario. Lo importante es que ha sido muy divertido y creativo y Yayo Cáceres, el director, ha estado siempre abierto a nuestras propuestas. Cuando ves la función se nota que nos lo pasamos muy bien, también te digo que es de las obras físicamente más exigentes que he hecho.

 

¿Tiene que ser muy especial ver la dinámica de trabajo entre Yayo y Álvaro, conociéndose tan bien por su trabajo en Ron Lala y Ay Teatro?

Son como un monstruo de dos cabezas (risas). Nosotras nos hemos ido adaptando durante el proceso a ese universo que tienen y que amo tanto. Es la energía que crean en común lo que hace que Malvivir sea como es. Por supuesto, las actrices ponemos nuestro granito de arena, pero ellos han dotado de alma a la historia.

 

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Yayo también se encarga de la creación musical, para la que ha bebido de tres letrillas y un romance de Francisco de Quevedo. ¿Qué lugar ocupa la música en el espectáculo?

Es fundamental porque la música también aporta un tono más lúdico. Para mostrarla en escena hay un tercer intérprete, que es Bruno Tambascio, encarnando al juglar que se encarga de ir narrando lo que va pasando y facilitar las transiciones. Toda la música es en directo, así como la creación del espacio sonoro del que también se encarga Bruno.

 

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