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Entrevista a Daniel Abreu por el estreno de El Arco

“Me interesa el movimiento y a partir de ahí, lo que se pueda contar”

 

Daniel Abreu, autor de una notable y más que personal identidad dancística, estrena trabajo. El Arco, nueva pieza para dos bailarines y una violonchelista (él mismo, Dácil González y Elisa Tejedor), transita por el vacío y la posibilidad. La cita será el 22 de mayo en el Teatro de la Abadía, dentro del Festival Internacional Madrid en Danza.

 

Llegar a la luz atravesando la oscuridad

 

Por Mercedes L. Caballero (unblogdedanza)

Foto destacada: Daniel Olsson
Fotos obra: marcosGpunto

 

El encuentro con Daniel Abreu se produce el 19 de abril en la librería Tipos Infames de Madrid, y ambos datos, fecha y lugar, se presentan relevantes. El coreógrafo, bailarín y gran lector, Premio Nacional de Danza 2014 en la modalidad de creación, no suele cerrar del todo sus obras hasta momentos antes del estreno, horas, en ocasiones. Y a un mes de mostrar El Arco, Abreu se disculpa ante la palabra. “Para mí es muy difícil hablar de los procesos, incluso cuando han pasado. Tengo que construir un discurso para defender algo que yo he hecho desde otro lugar”.

Sin embargo, y a pesar de su percepción, el discurso de Abreu también encuentra contundencia más allá de lo corporal. Y seguramente, responda este hecho a la conversación continua que el creador establece con su trabajo, al ejercicio de escucha que desarrolla con sus piezas, más de sesenta hasta la fecha. Daniel Abreu habla con ellas, “como lo hacemos ahora mismo tú y yo, aquí”, apunta. Y en el diálogo, atravesado por el tiempo y el espacio, con su propio cuerpo como una especie de atril en el que sustentar ideas, descansa gran parte de una personal eucaristía dancística. “Mis trabajos nunca parten de una necesidad artística del momento porque doy por hecho que la hay siempre, que es mi manera de comunicar o contar. Soy tomado por mis obras, y aunque pueda sonar hippie, yo solo soy el que cuenta o las representa”.

 

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Sugerir o no ser

Escuchar a Abreu hablar de sus creaciones, es como sentarse en un campo de amapolas a pensar en la primavera: el compromiso de la unidad de algo, en este caso, alrededor de la danza. Contexto, sujeto y objeto se consolidan en un solo punto: el de la existencia misma, el de no poder dejar de ser. Un creador involucrado con su creación para su propia supervivencia. “Me interesa el movimiento y a partir de ahí, lo que se pueda contar. En realidad está dentro de los talleres que imparto, es el preguntarse qué sucede entre las células, ese acto de amor que se produce entre la inhalación y la exhalación. Todo lo que hay en el medio, en ese vacío, me llama la atención e intento ponerlo en el cuerpo en movimiento. Por eso la idea de arco. Cuando me imagino el vacío no pienso en una cosa cuadrada, sino en algo curvado y en cómo algo se cuela en los cuerpos”.

El Arco le devolverá a escena junto a la bailarina y asidua colaboradora Dácil González, también Premio Nacional de Danza (2019), en la modalidad de interpretación. Un dúo que se desarrolló con gran acierto y éxito en La Desnudez (2017), por la que obtuvo tres Premios Max, y que les devolverá al escenario para la experimentación y el trabajo de nuevos caminos corporales. “No me gustaría que, por el mero hecho de que somos los mismos intérpretes, se viera El Arco como una segunda parte de La Desnudez. No lo es, no he ido a lo cómodo, he ido a intentar traspasar todos los cambios que estoy experimentando. Es tener que hablar del paisaje que hay por delante cuando todavía estoy en el marco de la puerta”. Junto a Abreu y González, estará en escena Elisa Tejedor, violonchelista y compositora. “Es una estupenda compositora e intérprete. Su capacidad para generar creaciones propias y espacios sonoros es maravillosa, pero con un sentido armónico, no me interesa lo atonal”, explica.

 

¿Desde cuándo se encuentra en la creación de El Arco?

Es un trabajo que comencé en 2021, con Dácil González y, en principio, con un tercer bailarín. Después de El Hijo (anterior trabajo en solitario), quería volver a trabajar más acompañado.

De la idea del arco me gustaba la sonoridad y sus distintos significados: como instrumento de cacería, de guerra, como lugar de paso… En realidad estaba encontrándome con la idea de la posibilidad del cambio. Algo que no solo me afecta a mí, sino a todos, por la historia reciente que estamos viviendo. Tengo la sensación de que estamos pasando a otro lugar, de que estamos en un lugar de tránsito. Quería hablar de la luz y ese lugar de paso, la luz al final de túnel. Esa luz supone pasar por la oscuridad. En lo corporal, hay un cambio en la movilidad, una cuestión de líneas y vacíos, de la posibilidad de esos lugares de paso.

 

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La posibilidad del cambio

¿Ese cambio en lo corporal ya se apreciaba en su anterior obra, El Hijo?

En el proceso de creación de El Hijo pasaba muchas horas sentado esperando a que surgiera algo nuevo en el cuerpo, conecté con mi bailarín otra vez. De alguna manera, dejé de ser una cabeza que baila para ser un cuerpo que baila. Y ahora en El Arco, esta idea es mucho más profunda. Con esto no quiero decir que mi propuesta pase por algo innovador en la escena, pero sí lo es para mí. Lo físico es un trabajo al que dedico mucho tiempo, lo que más me interesa ahora mismo de la danza, son los cuerpos en movimiento. No tiene que ver con las grandes acrobacias o las grandes ejecuciones, sino con esos millones de células que vibran.

 

Usted es también Licenciado en Psicología. ¿Cómo se está conjugando esta faceta en la creación de El Arco?

Esto que contaba de estar muchas horas sin moverme, en el proceso de El Hijo, en realidad era recoger materiales de una habitación oscura. De repente me levantaba y comenzaba a moverme de una manera ‘extraña’. Surgía algo que tampoco sabía cómo sostener pero me decía, “esto es”. Ahora, la movilidad también se está construyendo desde ahí. Psicológicamente hay una parte que tiene que ver con el cuidado, con el hecho de que los personajes se cuiden. En ese soporte se genera una relación, que no tiene que ver con el amor, sino con rellenar los huecos vacíos. Un lugar de compañía y seguimiento. Lo que me interesa no es lo que es, sino lo que sugiere. Dar luz a aquello que no vemos pero que siente.

Mi mirada es también más amable con determinadas cosas.

 

¿Con qué cosas?

Con la vida en general. Las creaciones me han ayudado a ir soltando dureza. Y este es un cambio a algo que desconozco.

 

¿Qué se produjo en el proceso para pasar de tres a dos bailarines?

Yo hablo con las obras, tengo una conversación con ellas como ahora contigo. Y a veces hay cosas que me resuenan y otras que no. Y tres bailarines no era una conjugación para la obra, el tercer elemento era Elisa, la compositora.

 

Supongo que eso también forma parte del proceso, el no aferrarse a ninguna idea…

Sí. Y estoy rodeado de grandes intérpretes cercanas a mí, con quienes tengo un buen vínculo, pero no me encajaba ese tercer bailarín. A veces hay tanto esfuerzo para traducir ideas con los que somos, que en esta obra, más gente sería muy complicado.

 

¿Cuándo se produce ese momento en el que un proceso de creación habitual se convierte en el nacimiento de una nueva obra?

La creación, para mí, es un acto muy de casa, todo lo que hago tiene que ver con transmutar o comprender y eso, a veces, da un resultado escénico. En ocasiones, empujado por la prisa de continuar con la maquinaria de una compañía, pero nunca me desligo de la comunicación. Necesito ordenarme mucho por dentro y el acto creativo está presente todo el tiempo.

Creo que con los años, siento más y entiendo menos. Tengo menos palabras para explicar lo que estoy haciendo, pero cada vez lo tengo más claro.

 

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Un cuerpo que baila

Eso suena muy liberador.

Los últimos años han sido muy caóticos. Hay una situación político social muy marcada y una situación que tiene que ver con las experiencias que yo he vivido, desde el reconocimiento, las múltiples responsabilidades que he tenido que asumir, los éxitos y los fracasos. Me ha llevado a hacerme un mapa de lo que sucede y no ponerle palabras. Por eso estoy conectando más con el bailarín que con el creador, pero cada vez menos con el entorno, porque el entorno yo no lo entiendo.

 

Cómo se siente usted en el entorno de la danza

Me siento respetado y ese respeto es un arma de doble filo. Por un lado, mi trabajo se valora, está presente, y por otro es un lugar en el que se me aísla porque hay una tendencia general a poner etiquetas y ese respeto lleva muchas encima. Y es muy difícil hacer otras cosas sin tener que arrastrar etiquetas antiguas. Tan básico como los desnudos, han estado presentes en diez de más de sesenta obras, pero se me relaciona con él desde unos contextos conservadores. A veces se reduce demasiado quién es uno dentro de la profesión.

 

¿Y le preocupa?

Hay una cosa que sí me preocupa porque no me permite disfrutar y es cuando a determinados festivales que voy a mostrar el trabajo, porque hay una necesidad artística o empresarial, se me presenta como el Premio Nacional de Danza sin mucha más explicación. Entonces, siento cómo cierto público espera que vuele y me desintegre en purpurina o cambie sus mundos. No sé, se construyen unas expectativas muy grandes con todo eso y me preocupa, porque en ese sentido, nadie disfrutamos. Son cartas de presentación poco explicadas. Otras veces entran en juego etiquetas que poco tienen que ver con lo artístico, desde que no cumples determinado cupo, ahora muy de moda, o que no tienes suficientes seguidores en Instagram… De todos modos hay que aceptar el contexto en el que estamos.

 

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