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El regreso de Javier Cámara al teatro

“El teatro te pone a prueba a ti contigo mismo”

 

Hablamos con Javier Cámara que ha decidido regresar a los escenarios con Los Farsantes, una propuesta escrita y dirigida por Pablo Remón, con Nuria Mencía, Bárbara Lennie y Francesco Carril, que se estrena en el CDN. Una historia que se mueve entre la autoficción, marca de la casa, lo teatral y lo cinematográfico, para hablarnos de ese juego de espejos del que nos valemos para sobrevivir.

En el momento de la entrevista, la compañía acaba de iniciar el proceso de creación del espectáculo. Me acerco al local que el Centro Dramático Nacional tiene en la Calle Almendrales, en el barrio de Usera, para encontrarme con Javier. Acaban de finalizar una sesión de ensayos y nos quedamos a solas en la sala. El encuentro tenía que ser breve por los múltiples compromisos del actor, sin embargo, su generosidad y el entusiasmo por volver al teatro dio como fruto esta conversación.

 

 

Recuperar el fuego inicial

 

 

Por José Antonio Alba

Foto de portada de Jau Fornés

 

Esta entrevista, Javier, no puede empezar por otro lado que no sea preguntándote por tu regreso a los escenarios tras 12 años de ausencia.

Entré en la Escuela de Arte Dramático para ser actor de teatro. Nunca me planteé la televisión y el cine, lo prometo. Si que está en las ínfulas de todo el mundo, pero mi idea primigenia, fue convertirme en actor de teatro. Pero no solo eso, sino actor de una compañía de teatro. De este tipo de trabajo en el que vas aprendiendo y escalando personajes, donde tienes tiempo de crecer, de hacerte. Ese era mi sueño. Ese era mi fuego inicial cuando entré en la Escuela de Arte Dramático. Lo he hecho pocas veces y lo quería recuperar. Me parecía el momento perfecto para recuperarlo; y me parece el momento porque me emociono, me asusto, me da la risa, miro la cantidad de texto que tenemos que memorizar y pienso: “Esta memoria de retentiva no la tengo”. Tengo una memoria de usar y tirar y la que necesito es una memoria que debes tenerla cuatro y cinco meses en tu cabeza; y estoy ahí diciendo: “Ay, dios mío, ¡que son 90 páginas!”. Somos cuatro actores que no paramos de hablar. Además, Pablo es un tipo que escribe y escribe. Estamos en ese proceso y estoy feliz.

 

¿Cómo nace tu relación con Pablo Remón?

Estábamos rodando Vamos Juan y, tanto Diego San José como el productor, me dijeron: “Si hacemos una segunda temporada, ¿te animas a dirigir un capítulo?” Y yo les dije que me encantaría, aunque no tenía ni idea. Se fue conformando la idea y el guion lo escribió Pablo Remón. Quedó muy bien y en la tercera temporada repetimos y Diego volvió a llamar a Pablo porque adora su escritura. Yo había visto Los Mariachis en Escenario 0 de HBO y me encantó. El caso es que un día me llamó y me dijo que estaba escribiendo una cosa y que me tenía en mente. Me dijo que era para teatro, que me lanzaba la idea. No me dijo nada más, no me contó nada, pero fue una especie de corazonada la que tuve, y pensé: “Igual es el momento de volver al teatro” y le dije: “Oye, pues voy a reservar esas fechas”. Porque yo soy de corazonadas y sobre todo positivas. Las negativas las borro.

 

¿Y te lanzaste a la piscina sin saber de qué iba la obra?

No sé si sabes que Pablo no te pasa el texto.

 

No, no lo sabía.

Pues la primera vez que lo leímos los cuatro actores fue aquí, en el local de ensayo. La gente me decía: “¿Pero vas a hacer teatro dentro de cuatro o cinco meses? ¿y qué vas a hacer?” Y yo les decía: “No lo sé. Solo sé que se llama Los Farsantes y me ha contado algo y tal”. Un día me dio una escena, un pequeño monólogo y me dijo: “Mira, es un poco esto”. y cuando lo vi pensé: “¿Dónde me he metido? ¡Pero esto qué es!”. (Risas)

 

El regreso de Javier Cámara al teatro en Madrid
Elenco de Los Farsantes (De Izq. Dcha.): Bárbara Lennie, Francesco Carril, Nuria Mencía y Javier Cámara. Foto de Luz Soria.

 

¿Y cómo vives el hecho de volver a subirte a un escenario como el Teatro Valle-Inclán?

Hay una cosa muy bonita con el Teatro Valle-Inclán y es que yo estuve trabajando en él cuando era la Sala Olimpia. Recuerdo hacer Retorno al hogar de Harold Pinter con Eduard Fernández, con Juanjo Menéndez, justo antes de comenzar toda la trayectoria de televisión. De ahí me fui a hacer Ay, señor, señor ¡Fíjate! Y al entrar el otro día pensé que se están cerrando unos círculos preciosos y esto va a hacer que se abran otros mucho más preciosos.

 

En los tiempos en los que estamos, en los que el público aún tiene cierta reticencia a volver al teatro, ¿crees que es el momento de que, personas tan populares como tú, utilicéis vuestra fama para volver al teatro y formar parte de ese trabajo de captación y recuperación de audiencias?

Ojalá. Habrá quien pensará todo lo contrario: “Este tipo, que le va estupendamente ahí, que se quede dónde está y deje su espacio a otro que pueda hacer teatro”. Pero si me ofrecen la oportunidad, yo quiero estar donde me quieren y donde aprendo; y aquí me quieren y aprendo. Este es el proceso por el que yo vine a Madrid a jugar a esta profesión.

 

¿Quiénes son esos farsantes que dan nombre al título?

Son muchos personajes. Es la historia de una actriz, un autor y un director. Yo creo que tiene que ver con nuestro mundo, con el mundo del trabajo, de la exigencia del actor, de la creación, con la ensoñación, sobre nuestra trayectoria como actores, como farsantes… Pablo abre tantas puertas…

 

¿Desde qué lado mira el espectáculo el concepto de farsante?

Yo creo que tiene que ver con el mundo del espectáculo, con el mundo de la dirección, de la escritura, con el mundo de la actuación. Pero sí que es cierto que no se habla por y para actores.

También es un poco la trayectoria de Pablo en el teatro. Es como la sublimación de todas sus obras. Utiliza a los actores para hablar en distintos planos. Algo que se mueve entre la realidad, el recuerdo, los sueños, en lo que hubiera podido ser o no llegó a ser. Es un universo muy poliédrico desde el que jugar. Lo bueno es que Pablo lo tiene muy claro y se permite jugar. Hay una cosa importantísima para mí, en el cine y la televisión no se ensaya casi nunca, hay una diferencia muy sustancial entre los que quieren ensayar y los que no. Claro, cuando llevábamos una semana ensayando, para mí  eso era la vida, porque jugamos las escenas desde veinte puntos de vista diferentes. No te puedo definir quiénes somos y hacia dónde vamos porque cada día es diferente.

 

Remón tiene una forma muy particular de hacer teatro, juega mucho con los lenguajes teatrales y cinematográficos, con la autoficción, ¿de qué manera está esto reflejado en Los Farsantes?

Pablo tiene esa mezcla de cotidianidad y sueño. Es un tipo que escribe con palabras muy bonitas, el texto está muy elaborado, pero a la vez lo necesita interpretar de una manera muy cotidiana. El otro día le decía que está entre Bernhard y Eduardo De Filippo. Es una cosa como de teatro popular y de algo elevado. Me parece fantástico. Me encanta trabajar con él porque además hace que los egos se borren.

Juega mucho con el cruce de narraciones. Muchas veces no sabes en qué plano se sitúa cada uno; porque hay planos soñados, narrados, intuidos… los actores estamos ahí y somos utilizados para hacer cualquier personaje. Somos farsantes, por tanto, hagamos lo que sea.

 

El regreso de Javier Cámara al teatro en Madrid
Escena de Los Farsantes de Pablo Remón. Foto de Luz Soria.

¿Qué dificultades y placeres estás encontrando volviendo al teatro?

Creo que lo más importante y enriquecedor es el proceso. Conocer a mis compañeros está siendo un placer. Tanto a los que ya admiraba como a los que estoy conociendo. Soy el mayor, pero tengo la edad de los actores con los que trabajo. Estar aquí requiere disciplina, requiere volver a tener una especie de tono corporal para aguantar una función de más de dos horas, de trabajo vocal, de afinación de instrumento que en el cine es otro totalmente distinto, al menos así me lo parece a mí. El teatro te pone a prueba a ti contigo mismo. Llegas al ensayo y ves que el otro se lo sabe mejor que tú, ves que ya está en proceso de creación de personaje, y tú quieres llegar a eso, así que te vas a clases de voz, al gimnasio, a estudiar, memorizar, es maravilloso. Cuando estás solo, preparando la serie, no tienes ese baremo, pero aquí es constante. Me alimentan mis compañeros con su trabajo. Sobre todo, estos tres que son tres Miuras. Lo que más estoy gozando es que me estoy riendo mucho, estoy fascinado con mis compañeros.

 

Háblame sobre ellos.

Mira que he tenido compañeros maravillosos, pero estos son insuperables. A Nuria (Mencía) ya la conocía, la amo, la adoro, la conozco desde hace muchísimo tiempo, desde la Escuela de Arte Dramático, así que imagínate. Me gusta mucho trabajar juntos. A Bárbara (Lennie) y Francesco (Carril) los adoro, me los como, me quedo embobado, ¡se me olvidan las frases mirándolos! Bárbara me fascina por su concreción, la verdad, esa dualidad que le permite combinar cine y el trabajo que hacía con Kamikaze ¡es fantástica! Eso solo lo tienen alguna como Carmen Machi o Blanca Portillo; y Francesco fue un descubrimiento, es un caricato a la italiana, un tipo que podría estar haciendo perfectamente Comedia del Arte y cine neorrealista y verso, ¡es un joven que lo tiene todo! Son tres compañeros con los que gozo viéndolos. ¡Qué buen grupo y qué maravilla que estemos ahí un mes y medio en el CDN yendo todos los días a hacer teatro! Me parece como magia.

 

¡Qué bonito que a estas alturas del partido todavía transmitas esa emoción de asumir nuevos retos!

Sí, sí, aunque la gente dice que es como montar en bicicleta, pero hay que ver cómo se maneja esta bicicleta porque es nueva. El camino de nervios, de bloqueo, de ansiedad, de miedo, es el mismo que se genera cuando las cosas te importan y aquí la cosa me importa, es un texto que te apetece hacerlo muy bien y que requiere un esfuerzo de memorización y tal, es que voy a darle el tiempo que requiere. Además, es que son seis semanas de ensayo y eso es una maravilla. Estoy fascinado porque me he acostumbrado a no ensayar y aquí hay tiempo para probar y ensayar. Los pros son todo. Está siendo muy bonito. ¡Es que así cómo no va a volver uno al teatro!

 

Al final estás cumpliendo de alguna manera ese deseo de pertenecer a una compañía, ¿no?

Siempre he sido fiel seguidor de Animalario, o de las compañías catalanas como La Calòrica. Ves el repertorio, el trabajo de esos grupos tan bien encastrados, tan bien entonados, gozando de hacer algo tan personal, tan auténtico y dices: “Aquí es donde quería estar”. Son cosas que cuando estás solo en un camerino piensas. Yo no he tenido eso, no he tenido nunca esa sensación. Siempre me hubiera gustado formar parte de una pequeña compañía y no me tocó. Si he hecho teatro, pero más a nivel individual, como actor llegas, actúas, te vas, haces giras, amigos…

 

El regreso de Javier Cámara al teatro en Madrid
Javier Cámara junto a Nuria Mencía en una escena de Los Farsantes. Foto de Luz Soria.

Y empezaste nada menos que con Miguel Narros.

Sí, empecé con Miguel Narros. Éramos cuatro figurantes con una lanza sin punta. Me cogieron y me hice una gira con Carmelo Gómez, con Encarna Paso, Jaime Blanch, Ana Gracia… Un Caballero de Olmedo que para mí fue maravilloso. ¡Todo lo que aprendí! Me escondía para ver a Miguel Narros ensayar con Carmelo a solas, ese viaje es a lo que me refiero. Yo era figuración, no decía una palabra, recorrimos un montón de ciudades y eso es lo que se me queda. Fue una gozada pasarme un verano recorriendo todos los festivales clásicos. Cuando hice eso fue cuando dije: “Esto es lo que quiero”. Vivir las giras, aprender, gozar de textos como aquel, escuchar las anécdotas de Encarna Paso en los camerinos, eso es lo que hubiera imaginado como trayectoria lógica. Luego vinieron Harold Pinter con Eduard Fernández, y de repente me llamó la tele y me dieron un papel con Pajares, que para cambio ¡el mío! y me fui para allá. Además, me pagaban mucho más (Risas). Intenté volver y hasta ahora…

 

Acabas de ganar el Premio de la Unión de Actores y Actrices como Mejor actor protagonista de TV. ¿A qué sabe un premio concedido por tus propios compañeros?

El primer premio que me dieron en mi vida fue el de la Unión de Actores, y ese fue el momento en el que pensé que ya era actor. Porque si tus propios compañeros te dan un premio es porque sí, porque ya estás ahí. Bueno… En aquella época me lo creía un poco más.

 

Ahora que lo comentas, recupero lo que dijiste de que Pablo hace que se borren los egos, ¿hay que batallar mucho con el ego?

Algunas tonterías me pasaron, dije tres o cuatro memeces, ¡grandes memeces! Gracias a Dios tenía a personas maravillosas como Rosa Estévez -directora de casting- y Javier Candil -representante- que son amigos íntimos y me pararon los pies, me dijeron: “Como vuelvas a decir una tontería así, te quedas más solo que la una”.

 

¡Qué importante es tener gente que te haga darte cuenta de esas cosas!

No hay nada que haya agradecido más que aquella conversación. Realmente, cuando alguien te hace un favor de esa categoría, no debes perderlo de vista. Eso te pone en el eje rápidamente, te regula. Es una profesión divertida y juguetona y es muy difícil estar todo el tiempo equilibrado porque pasan muchas cosas; y a mí me han pasado muchas cosas, y muy bonitas. Si en algún momento piensas que tú eres el culpable de todo eso, tienes un problema… ¡pero es que en el fondo eres el culpable de todo eso!

 

Es un arma de doble filo.

Sí. Por esto está muy bien llegar a casa y que te pongan a fregar o a cambiar pañales. Puedes haber ganado premios, sí, pero la vida es otra cosa. Es verdad que ves a actores que le dedican la vida a su profesión, pero yo no quiero dedicársela a mi profesión. No sé cuál es la vida, pero quiero saberlo y mi profesión no es mi vida, es parte de mi vida. Eso siempre lo he tenido claro. Lo que pasa que sí es verdad que dices eso y luego te fagocita, entras en la sala de ensayo, quitas el teléfono y puedes estar aquí 25 horas. Soy carne de sala de ensayos, de platós, me puedo pasar el tiempo ahí y no me entero de la hora qué es. Me lo paso muy bien e intento que la gente la pase bien; no dar problemas, estar callado, aprender, tomar notas y disfrutar ese camino y, de vez en cuando, parar y decirle a la gente: “Perdonad, pero es que estoy muy contento”.

 

Tener la capacidad de poder expresar en voz alta lo que te está emocionando en ese momento es algo que deberíamos aprender a hacer todos, normalmente tomamos la palabra para lo contrario, para la queja.

Ese pudor se me ha ido, al pasar los cincuenta se me ha ido. A mí me gusta decirlo. Yo sí, lloro, me emociono… En otro momento pude estar más herido, más con esas cositas a superar, pero ahora ya no. Con el paso de los años aprendes a aceptarte, a quererte. Ahora es: “¡Qué alegría!”.

 

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