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El pato salvaje visto por Carlos Aladro

“En la sociedad de la posverdad es pertinente preguntarse a qué llamamos verdad y a qué mentira”

 

El Teatro de La Abadía pone en escena -del 17 de mayo al 19 de junio- una nueva versión, firmada por Pablo Rosal, de El pato salvaje de Henrik Ibsen. Una producción protagonizada por Juan Ceacero, Pilar Gómez, Nora Hernández, Ricardo Joven, Javier Lara, Jesús Noguero y Eva Rufo.

Un texto de gran vigencia, a pesar de sus 150 años, lleno de metáforas y simbología que juega con el concepto y el valor de la verdad y la mentira sobre el que hemos hablado con su director Carlos Aladro.

 

¿A qué llamamos verdad y a qué mentira?

 

 

Por José Antonio Alba

 

Retomas tus labores como director con El pato salvaje, un Ibsen en adaptación de Pablo Rosal, ¿cuáles son los orígenes de este proyecto?

Tuve el privilegio de que Luis Miguel Sintra me invitara a dirigirle en El constructor de soledad para el Teatro de la Cornucopia, para mí fue una experiencia fundacional, y me quedé con las ganas de abordar más Ibsen.  Así que los estuve releyendo. Compartí esas relecturas con Pablo Rosal, y vimos que El pato salvaje, por cómo contaba y lo que contaba, nos encajaba perfectamente, porque sigue dentro de la línea de repertorio de autoría contemporánea que tiene la Abadía. Cuando me planteé volver a dirigir, tenía que ser ese universo, una gran pieza del repertorio con la que poder hacer un buen trabajo de elenco y que además abordase temáticas y contenidos relevantes en la conversación social y también personal.

 

 

Gracias a que La Abadía y el Teatro del Barrio se unieron para poner en pie Los que hablan, el público madrileño ha podido conocer más sobre Pablo Rosal y su teatro, ¿qué mirada aporta Rosal al texto de Ipsen?

Son estas circunstancias de la vida. Alex Serrano, de Agrupación Seños Serrano, me presentó a Pablo Rosal y enseguida conectamos, nos pasó sus textos. Le enredé para que fuera ayudante mío en Los mercaderes de Babel, también para que estuviera en Delicuescente Eva; ahí ya tuvimos conversaciones, después se fueron creando constelaciones junto a Ana Belén Santiago, Alberto San Juan y Luis Bermejo y, en colaboración, pudimos poner en pie Los que hablan. Es un privilegio que se haya comprometido a reescribir de alguna manera El pato salvaje, en el sentido de que, no que haya escrito una obra distinta, sino que ha procesado a partir de la traducción de Cristina Gómez Baggethun, ‘un pato’ revisitado que es profundamente respetuoso con el original, pero que tiene el aliento de un escrito con consistencia.

 

¿Cómo le sienta a este texto el siglo XXI? ¿Lo habéis adaptado a nuestros días?

Está trasladado, pero no hay ninguna analogía ni ningún juego estrambótico, es un traslado de la propia anécdota de la obra a una atemporalidad contemporánea que conecta sin mucho artificio con la sociedad burguesa contemporánea y de la que Ibsen hablaba hace 150 años, esa sociedad burguesa de Oslo tiene muchas equivalencias con la sociedad burguesa de Madrid de 2021 y ahí es donde hay un traslado razonable. Ya viene dado; la humanidad, la sagacidad, el análisis que Ibsen hace de su época es totalmente pertinente.

 

La función hace una reflexión sobre ser consecuente con la verdad, acarree lo que acarree, o dejarse llevar por la ilusión construida sobre una mentira. A pesar de que la función está escrita a finales del XIX, sigue siendo un tema candente.

Ibsen está planteando la idea de, si hay una verdad, ¿de dónde viene? Eso significa que hay una mentira, y esa mentira, ¿qué es? Esa es la pregunta de la obra en su época y esa pregunta ahora, que estamos en la sociedad de la posverdad, es absolutamente pertinente.

Ibsen la mira desde tres ángulos: Hay una perspectiva religiosa, con una idea transcendental que nos condiciona, ¿cómo es que existe Dios? También está preguntando cuál es la idea de verdad desde lo que la ciencia, ya en ese momento, está empezando a establecer como verdades científicas; y luego pone una tercera óptica que es la perspectiva desde el ser humano, la persona, ¿cuál sería la verdad del día a día o de los afectos? Sí, hay ciencia, hay religión, pero en el día a día, ¿a qué llamamos verdad y a qué mentira? Estos tres planos están en la obra original, que es una cosa prodigiosa, y hoy los leemos y es una fascinación.

 

<i>El pato salvaje</i> visto por Carlos Aladro en Madrid
De Izq. a Dcha. y de arriba abajo. Javier Lara, Eva Rufo, Nora Hernández, Juan Ceacero, Ricardo Joven, Pilar Gómez y Jesús Noguero. Protagonistas de El pato salvaje.

 

Al igual que sucedía con Casa de Muñecas, aquí se aborda la figura femenina de una determinada manera, abordando cuestiones que resultan muy actuales, pero ¿cuál es la situación de la mujer dentro de El pato salvaje?

Para nosotros, como Carlos Aladro y Pablo Rosal, eso también ha sido un foco de atención, un cuarto prisma que nos hace plantearnos: “Vale, y nosotros como hombres eurocéntricos, ¿cómo contamos esto?” Es decir: ¿Qué es lo que tenía Ibsen de feminista – Vamos a coger eso con pinzas-, y qué tenemos nosotros, dos señores maduros, de supuestos feministas? ¿y cómo nos relacionamos con esa conversación en una anécdota familiar en la que hay una situación heteronormativa, pero con conflictos relacionados con los afectos? ¿Qué lugar ocupan los hombres y sus afectos, y qué lugar ocupan las mujeres y sus conflictos? Está siendo muy revelador e interesante. Lo que puedo decir, humildemente, es que se “ocupaba” del asunto, ponía el foco en “aquí está pasando algo”, pero el relato sigue siendo completamente normativo. Hay unos hombres con unos conflictos relacionados con la ambición, con el trabajo, relacionados con los negocios, y luego tienen asuntos amorosos y ahí meten a las mujeres como pertenencias, como objetos, y ellas sobreviven en ese barullo que genera ciertas consecuencias.

 

Comentas que El Pato Salvaje “concita una desconcertante mezcla de temas y géneros”, ¿como cuáles?

Ahí hay muchas metáforas, ideas y lecturas. Para mí, una de las piezas angulares sobre las que pivota El pato salvaje es la infancia. ¿Qué ocurre con la infancia? Y cuando te pones a trabajar sobre la obra, te das cuenta que todo el tiempo es mirar a la infancia de los personajes y todos hablan, directa o indirectamente, sobre lo que les pasó cuando eran niños. Te das cuenta que unas determinadas vivencias en la infancia generan luego un daño. Ibsen está poniendo el foco en eso, y saca algunas preguntas incómodas como si seremos capaces de ir a una sociedad de los cuidados o vamos a seguir en una sociedad de los productores. Las consecuencias que tiene una mirada productivista, una mirada mercantilista y capitalista, sobre las relaciones familiares y las consecuencias que tiene en las personas. Esto Ibsen ya lo vio y lo señaló, y en ‘el pato’ es mágico cómo lo hace.

También hemos querido ver en la obra que hay diferentes estilos. No es comedia, pero sí, también hay un intento de atisbar una nueva forma de hacer tragedia, una idea de drama, pero desde el juego; entonces, es muy experimental. Estamos intentando leer con esa libertad. Y temáticamente: la verdad, la mentira, la integridad, la infancia, la educación, las relaciones afectivas, realmente es muy ambicioso.

 

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También comentáis que la figura de Ibsen supone un cambio en la forma de hacer teatro, ¿de qué manera?

Por un lado, considero que Ibsen está construyendo un nuevo dispositivo escénico en el que el paisaje ya no son los bosques ni el lugar de la épica; consigue trasladar la acción a los salones de la clase burguesa y todos los temas que preocupan a esa sociedad ocurren ahí. El pato salvaje está en un lugar que comienza a ser muy experimental. El hace un experimento de contenido ideológico, trabajando con las formas y las ideas que para le época ya eran radicales, trabajando con símbolos y metáforas, como el propio título. Eso tenía consecuencias en la puesta en escena también. Se empieza a romper con la actuación codificada, épica y grandilocuente y, los actores y los directores, empiezan a plantearse la posibilidad de interpretar de manera realista, igual que sucede en la pintura o en la literatura, y a quien suben al escenario como personaje ya no es Edipo o Hamlet, es a un conciudadano.

 

Además de Rosal, te has rodeado de un elenco muy cercano a ti y tu paso por La Abadía. ¿qué me puedes contar sobre ellos?

Afortunadamente, en una producción como esta puedes convocar a las personas con las que hace tiempo que quieres trabajar y seducirlas con un proyecto que les resulte interesante. Hay personas con las que ya he trabajado anteriormente y, sobre todo, estoy muy agradecido a todas las personas que han querido unirse al equipo. Esto me está dando la oportunidad de trabajar con personas con las que no lo había hecho y tenía muchas ganas. Está Pilar (Gómez), está Juan (Ceacero), con Jesús Noguero y Ricardo Joven ya había trabajado, con Javi (Lara) también, a Eva Rufo la conocí siendo muy joven y nos hemos seguido la carrera, pero nunca habíamos conseguido trabajar juntos y por fin lo estamos haciendo, luego descubrir a alguien totalmente nuevo como Nora Hernández, gracias al trabajo que ya ha hecho con Ernesto Arias. Son gente con la que me he ido tropezando a lo largo de mi trayectoria y ahora tengo la oportunidad de ofrecerles un proyecto así y la puedes convocar. Y por supuesto a Eduardo Moreno -escenografía-, Pau Fullana -iluminación-, o con Almudena Bautista, responsable del vestuario, con la que sí había trabajado. Es una combinación de gente conocida, de gente con la que tenía ganas de trabajar. Es un privilegio porque estamos todos muy volcados con el proyecto, con una energía creativa muy interesante.

 

 

¿El estreno de El pato salvaje cierra un ciclo de Carlos Aladro y La Abadía?

No estaba pensado para cerrar un ciclo, pero bueno, tampoco me lo planteo, estoy con Ibsen y El Pato Salvaje, lo demás es contexto en este momento. No es relevante. Estoy agradecido de la oportunidad de montar este espectáculo.

 

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