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El gran legado familiar de Esther Higueras

«Mi padre tuvo de maestro a Lorca y por mi casa pasaba gente como Jesús Valdés o José Luis López Vázquez. ¿Cómo no me iba a gustar a mí el teatro?»

 

Recuperamos la charla que tuvimos con Esther Higueras, actriz con discapacidad visual. Esther es una de las intérpretes de Cero X, obra escrita y dirigida por Euloxio Fernández y en la que estará acompañada en escena por Lola Robles. Se trata de un montaje de la compañía Arte y punto en el que se nos presenta un futuro distópico que aborda las diferentes cegueras que sufren los seres humanos. Tras haberse estrenado con gran éxito durante la pasada edición del Festival Visibles, podrá verse de nuevo el 20 de febrero en Sala Tarambana. 

Además, Esther Higueras nos habla de su herencia familiar, y es que su padre fue Modesto Higueras, un hombre de teatro que se dedicó enteramente a su pasión artística, que formó parte de La Barraca y que tuvo al propio Federico García Lorca como maestro. También nos habla de su abuela Lola, una violinista excepcional que fue la primera mujer que formó parte de una orquesta. Una delicia hablar con esta actriz sobre su pasión teatral y sobre el gran legado familiar que le ha acompañado y que ella dignifica también sobre un escenario.

 

Esther Higueras protagoniza Cero X

 

Por Sergio Díaz

Foto de portada: Esther Higueras, una de las protagonistas de Cero X

 

Nos gusta conocer como comienza las vocaciones para dedicarse a las Artes Escénicas. En tu caso imagino que fue algo más fácil por tus orígenes familiares… Tu padre, Modesto Higueras fue un gran actor, director y maestro. ¿Qué nos puedes contar de él y de su importante labor en el mundo de las Artes Escénicas?

De mi padre puedo decir que era un hombre de teatro. El tenía estudios de Derecho, era abogado. Le surgió la ocasión cuando Federico García Lorca puso un anuncio para decir quien se quería apuntar en un grupo de teatro. Él se apuntó con su hermano Jacinto  y fue seleccionado. Empezó a ir con Federico en el grupo de La Barraca durante los veranos mientras era estudiante de Derecho. Ese veneno, no sé cómo llamarlo, esa vocación  teatral, se la debe a su maestro, Federico García Lorca. Tuvo la suerte de andar con él por estas tierras de España, haciendo representaciones por los pueblos en los veranos, bebiendo de él toda la sabiduría y toda lo  que Lorca ha representado para el teatro de España y del mundo. Entonces él ya no quiso ser abogado, sino dedicarse al teatro. Así fueron sus orígenes como hombre de teatro. Además de formar parte de La Barraca como actor, luego Federico le dio la batuta como director. Después fue fundador del TEU, Teatro Español Universitario, donde se formaron actores muy importantes y al que él llevó un aire fresco con todo lo que había aprendido y mamado de Federico. La vida teatral de mi padre fue muy interesante por quien había sido su maestro.

En mi casa estaban personas que más tarde he descubierto que eran muy importantes, como Jesús Valdés, José Luis López Vázquez… Yo siempre estaba ahí escuchando, y me encantaba todo lo que pasaba. A mí me gustaba muchísimo leer, y para mí era como estar viendo a los personajes de los cuentos y las historias que leía de pie. Yo asistía a los ensayos, a los que mi padre me llevaba  porque a lo mejor no tenían con quien dejarme. Me quedaba allí entre cajas y me parecía maravilloso estar sentada al lado de uno que estaba vestido de rey, de criada o lo que fuera. Era como estar viviendo un sueño. Desde el patio de butacas, había un telón que se subía y ahí aparecía un mundo mágico. De repente era como vivir un cuento con personajes de verdad. ¿Cómo no me iba a gustar a mi el teatro?

 

 

He visto que pudiste trabajar con él en alguna creación. ¿Te exigía más por ser su hija?

R.  La verdad es que tuve suerte porque trabajé con él en un montaje que hizo con Arturo López en el Teatro Español. Como era una obra en la que había judíos me dijo: «anda, ven y haces ahí bulto con los judíos». A parte de ese montaje hice con él otras cosas en el Teatro María Guerrero. Fuimos a Lisboa, haciendo Os Lusiadas, una obra de Camoes. En un montaje de Lope de Vega que hizo en la Plaza Mayor, La vida de San Isidro, ya me dio un papel, pequeño pero para mí era una maravilla. Avisé a todos mis amigos. Cuando me tocó salir me distraje y entonces mi padre no me pegó una tunda en el culo porque no tenía tiempo. No hacía papeles importantes, pero me exigía muchísimo

En uno de los montajes estaba Blanca Portillo. Fue en el teatro Carlos III en El Escorial con una lectura expresiva. Ella interpretaba el papel protagonista de La zapatera prodigiosa, de Lorca. Recuerdo que mi padre se quedaba con la boca abierta y decía: «Esta mujer tiene madera». Fui muy feliz mientras trabajé con él. Era un director muy regañón en escena, pero hace hablar hasta a las piedras. Era un director de actores, que no hay muchos, sobre todo les hacía decir el verso a los actores de una forma maravillosa. Tuvo un maestro estupendo y era una maravilla verle dirigir.

 

Por lo que he leído, tus padres eran una pareja muy especial. ¿Qué importancia tuvo tu madre en el desarrollo de la carrera de tu padre?

Eran una pareja muy especial, sí, casi de zarzuela. Mi padre era un hombre muy de calle y mi madre era todo lo contrario, estaba siempre en las nubes. Ella oía un poco mal, y cuando contaba un chiste que no tenía ninguna gracia, la gente se tronchaba de risa porque al mismo tiempo mi padre estaba contando un chiste divertidísimo. Entonces mi madre se envalentonaba y contaba otro. Mi padre decía muchos tacos, pero no resultaban groseros.  Mi madre nunca pudo acostumbrarse a esto. Cada vez que él decía un taco, mi madre le decía: «¡Modesto!». Eran un espectáculo. No se parecían en nada, pero tenían el motor del amor. Mi padre adoraba a mi madre y ella lo admiraba, lo quería muchísimo. Ya se sabe que vivir del teatro siempre ha sido difícil porque se tienen momentos buenos y momentos de mucha carencia.  ¿Cómo no vas a querer a una mujer que te dice: «Mira, tenemos cinco hijos, pero tu sigue tu vocación, no tienes por qué dejar esto, sigue con lo tuyo que ya saldremos», ¿Cómo no vas a querer a una mujer que te apoya, te ayuda y te admira?

 

Tu padre formó parte de La Barraca, la compañía de Federico García Lorca. ¿Qué te contaba de esa época? ¿Qué imagen te transmita de Lorca?

Nosotros no llegamos a conocer a Lorca, pero la imagen que mi padre nos transmitía de él era como si se tratase de alguien de la familia. Lorca ya estuvo con la abuela Lola. El padre de mi padre, el abuelo Jacinto, que era escultor, se quedó viudo con tres hijos, el mayor de los cuales era mi padre. Entonces se volvió a casar y la abuela Lola, la que yo conocí, fue la segunda madre de mi padre. Ella fue una violinista muy reconocida. Fue una mujer excepcional, que en su época rompió barreras. Fue la primera mujer que formó parte de una orquesta. Es muy interesante la vida de la abuela Lola, al igual que la del abuelo Jacinto.

Y Lorca era la alegría. Para hablar del buen tiempo, la gente decía: «Hace Federico». Era un hombre divertido, ocurrente… Contaba muchas anécdotas. A mí se me quedó grabada una que contaba de cuando estuvieron actuando en El Burgo de Osma. Llegaron en autocar y como siempre hacían, pregonaban la actuación por el pueblo: «…esta noche representamos tal obra, es gratuita, por favor lleven las sillas…». Todos iban vestidos con un mono azul con la insignia de La Barraca. Montaban el decorado entre todos, porque entre ellos nadie era más que nadie. Un día a uno le tocaba ser la figura importante y al otro no, sin que ello supusiera un problema. Eran muy buena gente y todo lo hacen con una gran camaradería. Ese día representaban el auto sacramental de La vida es sueño, en la que creo que Federico hacer un papel. Cuando ya estaban recogiendo y se habían ido todos, había una viejecita en un ventanuco que no se iba. Entonces mi padre le dijo: «¿Qué, abuela, le ha gustado la obra?»; a lo que ella respondió: «Sí hijos, ¡cuanto me ha gustado!, ¡cómo me gustaría ir con vosotros haciendo el tonto!» (risas).

 

¿Qué enseñanzas suyas, de tu padre has incorporado en tu carrera como actriz?

Él fue, desde luego, mi primer maestro. Lo que siempre se me quedó grabado fue el respeto por la palabra. El decía que el teatro es la palabra. No hace falta más que contar bien y que se entienda bien lo que se quiere contar. Yo veía cómo él, con sus actrices y actores, le daba mucha importancia al texto, porque respetaba mucho al autor. En un momento dado les decía: «Mira hija, si hubiera querido decir lo que tu estás diciendo, no escribiría esto». No hacen falta más alaracas, solo que los personajes contando la historia. El público, que es maravilloso, sabe que eso que se le cuenta no es verdad, pero como público podemos decir: «Si me mientes, miénteme bien». Tambien me ha quedado el gusto por el proceso de creación de un personaje.

 

 

¿Cómo sientes y vives tú las Artes Escénicas?

Las Artes Escénicas me transmiten la celebración de vivir. Lo que las diferencia de otras Artes es que se muestra en vivo lo que está pasando, sin trampa ni cartón. No hay repetición. Aunque se trate del mismo texto, es un día único en el que el actor está ahí con sus aciertos, sus errores, entregándose al público en vivo. Hoy en día la mayoría de las cosas no se transmiten así. Por eso creo que el teatro tiene ese valor, que es como la vida.  Yo siempre digo que el teatro es como una cita a ciegas. Tu vas a ver una obra sin saber lo que te vas a encontrar, pero confías, vas con la mente abierta, a ver que te cuentan. Como actriz estás en el escenario esperando al público, que no constituye una masa, sino que está formado por personas que no conoces con nombre propio: Tomás, Ana. Eusebio… Personas que han entrado en el teatro para verte. Habréis quedado, ellos y tú, sin conoceros. Yo os voy a dar algo y vosotros, confiando, lo vais a recibir. Y es ahí cuando se produce el milagro. Por eso pienso que el público es un personaje más, porque no es posible contar una historia al vacío. Se trata de una cita a ciegas muy emocionante. Algo va a ocurrir… una sorpresa.

Por lo que respecta al trabajo en Arte y Punto, lo que nos mueve es algo sin lo cual no se puede hacer nada, ni siquiera vivir. Nos mueve la ilusión y la fe en el trabajo que hacemos.

 

¿Cómo te sientes cuando actúas?

Siento mucho miedo antes de actuar. Me gustaría tener el personaje tan interiorizado, tenerlo tan metido en mí, que en vez de actuar, fuera de verdad. Cuando alguien me dice: «¿Qué bien has actuado!», no quiero tener que pensar: «Dios mío, todo era mentira».  En cambio, si una sola persona me dice: «Me has emocionado», ahí me derrito y siento que ha merecido la pena la preparación de una semana, un mes, tres meses…

Tengo que confesar que a pesar de llevar años actuando, cada vez que piso el escenario es como si fuera la primera vez. No entiendo al que dice que está tan tranquilo y no tiene miedo. Salir a que te observen y evalúen da mucho miedo. Es el que yo siento antes de salir. Cuando ya estoy en el escenario, siempre con mucho respeto hacia el público, trato de contar la historia con la verdad. Ahora no veo, pero cuando veía y me parecía que el público se estaba distrayendo mi obligación era -y es- traerlo de vuelta a la obra.  Y aunque ahora no los vea les pongo cara a esas personas que yo quiero para llegarles al corazón, cualquiera que sea el papel que interpreto.

 

¿Cómo te gusta prepararte los personajes que tienes que interpretar?

Observando mucho los personajes Me lleva mucho tiempo ir construyéndolos, porque en cada ensayo les voy viendo facetas nuevas. Además a mi no me gusta hacer siempre lo mismo. Voy probando a colocar al personare en otro lugar… hasta que llega un día en el que capto lo que quiere el director. Es una cuestión de confianza. Me tengo que poner al servicio del director. Al mismo tiempo hay que ir ofreciéndole cosas nuevas, y si le gusta lo que haces te dice que sigas por ahí. Es un trabajo de los dos. En ocasiones yo lo tengo claro por dónde ir desde el principio, pero el día que sientes  que tienes el personaje es milagroso. Cuesta mucho llegar ahí.

 

Presentáis un drama distópico llamado Cero X. ¿Qué nos puedes decir de la obra?. ¿Qué nos queréis mostrar con ella?

Lo que el autor, Euloxio Fernández, nos ha explicado para empezar a trabajar con la obra es que vivimos en un mundo de mentiras, de falta de libertad y se plantea si merece la pena vivir de esta manera. Vivimos de una forma cómoda, pero la libertad se nos va limitando, y nosotros somos cómplices.  La obra se sitúa en el futuro, en un mundo donde existen leyes que no permiten que existan personas imperfectas, ya sea porque sean cojas, ciegas, etc.  En la obra tenemos dos personajes. Uno desea ejercer su libertad. En su caso, no quiere ver, oponiéndose a la ley. El otro personaje es más ambiguo. Forma parte del sistema y ha colaborado ideando la forma de conseguir que todo el mundo sea perfecto. Al mismo tiempo se siente horrorizada porque conoce el precio que hay que pagar para conseguirlo. Se siente culpable y por eso trate de convencer a la otra persona de que acepte las condiciones que impone el sistema. Se mantiene la tensión hasta el final, que resulta muy sorprendente. Durante la representación tratamos que el espectador sienta la misma angustia que los personajes.

 

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Esther Higueras y Lola Robles (de blanco), protagonistas de Cero X

 

 

¿Cuáles son todas esas cegueras de las que nos habláis en la obra?

En la obra se tratan muchas carencias, no solo físicas. La más importante es la falta de libertad, apoyada en este caso en las mentiras que uno de los personajes le cuenta al otro para convencerlo de que se integre en el sistema. Este hecho se puede trasladar a lo que nos está sucediendo actualmente. Estamos siendo observados y mediatizados. Nos quedamos sin tiempo para reflexionar sobre nosotros mismos, tener espíritu crítico… Y todo a cambio del ‘bienestar’.

 

El autor y director de la obra es Euloxio Fernández, como nos has comentado, ¿Cómo os ha guiado para preparar la obra? ¿Qué pautas os ha dado para interpretar vuestra pieza?

Euloxio ha escrito esta obra expresamente para nosotros, lo cual es encomiable, y lo ha hecho en poco tiempo. Hemos hecho con él un trabajo de mesa, donde siempre nos quedábamos con una sensación de hambre de querer sabe más. Nos deja que vayamos descubriendo nuestro camino. Es un trabajo duro.

 

Por lo que nos has comentado, tuviste una enfermedad que te ha restado visión. ¿En algún momento pensaste que tendrías que dejar de actuar?

Sí, yo tenía una visión normal hasta que me diagnosticaron degeneración macular. En ese momento lo pasé muy mal porque no aceptaba lo que me estaba pasando. Fui a una escuela maravillosa donde había talleres de teatro. Entonces ya tenía problemas serios. El director me daba un papel y me decía: «Lee», y yo empezaba a balbucear.  Me preguntaba que qué me pasaba. Yo le dije: «es que no lo veo». Entonces el hombre me preguntó por qué me había callado y me dio un abrazo. Él me ampliaba el texto y tenía mucho cuidado conmigo, pero yo seguía teniendo un problema serio por no aceptar lo que me estaba pasando. Entonces lo dejé todo. También tuve que dejar el trabajo. Mi hermana me dijo que fuera a la ONCE. «¿Pero qué voy a hacer yo en la ONCE?», le contestaba. Pensaba que yo no tenía nada que ver con la ONCE. Además entonces la ONCE estaba en Vallecas, muy lejos de mi casa. Hasta que un día me decidí a ir, y fue una persona ciega la que me guió, porque yo estaba perdida. Eso ya fue una señal.  Esta persona resultó ser Jose Luis, un actor del grupo de la ONCE. Vi cómo ensayaban y me di cuenta de que era posible. Fue entonces cuando lo retomé y volví a actuar.

 

¿Están los docentes de las escuelas de teatro preparados para  enseñar a cualquier tipo de persona, o crees que hace falta más especialización para atender a cada persona y sus diversidades?

Lo que hace falta son ganas. El teatro es terapéutico para todo el mundo. Es importantísimo para la formación de las personas, sobre todo de los jóvenes. A veces no saben expresarse o no conocen las posibilidades que tienen dentro, o no tienen confianza, o por el contrario se sienten muy crecidos. En el teatro les puedes decir: «ahora tu vas a representar un papel en el que vas a llorar delante del  público». Esto les ayuda a manejar y sacar a flote sus emociones. Alguien apasionado por el teatro y quiera inculcarles las posibilidades que tiene a las personas jóvenes, debería ser más especializado para saber ver las posibilidades de cada uno. Puede haber personas tímidas a las que les cuesta hablar, o puede tener alguna dificultad física. No se deben desechar las dificultades. Tampoco las de tipo mental. Por ejemplo, una persona que no se puede expresar con la voz porque es sordomuda, sí se puede expresar con el gesto, con los movimientos. Hay tantas maneras de hacer las cosas que creo que debe ser muy satisfactorio enseñar a otro las posibilidades para que se exprese en el teatro. Posiblemente sí hacen falta personas especializadas, y más que esto, sensibles y tenaces. No es necesario hacer las cosas de manera perfecta. Hacerlas ya es una maravilla.

 

¿Te parece interesante y necesaria una iniciativa como Festival Visibles?

Desde luego, festivales así permiten que compañías en las que participan personas con diversidad funcional, por ejemplo, puedan participar en la cultura teatral, mostrar sus trabajos, ser vistas y recibir la información de vuelta. O sea, formar parte de un mundo al que es difícil acceder para todos pero más para las personas que tienen dificultades añadidas.

Hay que agradecer muchísimo a los promotores de Festival Visibles que promuevan iniciativas así. Propicia que cada vez nos vayamos fijando menos en la dificultad o la discapacidad de quienes cuentan una historia. Esta pasa a ser irrelevante. Lo que importa es que quien ve la obra se pregunte cosas como, ¿qué nos traes, qué nos contáis?, al tiempo que nosotros nos preguntamos ¿y vosotros como lo recibís? El Festival Visibles está logrando que la dificultad física deje de tener interés. La inclusión de verdad se logrará así, cuando vayamos, actores y público, a ver qué nos podemos aportar. Uno no debe salir del teatro de la misma manera que ha entrado. Yo, como actriz, tampoco debo salir de la actuación igual que al inicio. A todos nos debe suceder algo. Es preciso trabajar de corazón a corazón, porque si no hay un momento de emoción entre los que escuchan y los que narran, el trabajo no tiene interés. Para mí es un intercambio de emociones.

 

¿Crees que las Artes Escénicas son una poderosa herramienta de transformación social? ¿Esa debería ser su labor?

Sí, de transformación y de denuncia. Nunca hay que tener una venda en la boca. El teatro ha de ser libre y ser un altavoz de lo que pasa en la sociedad. Por eso a veces la cultura, y concretamente el teatro, da miedo. Se puede decir lo que no gusta a mucha gente.

 

¿Crees que el mundo de las Artes Escénicas es inclusivo?

Ahora bastante más que antes. Se está trabajando mucho en eso y la gente que tiene su dificultad está demostrando que no hay que apartar a nadie. En lo que no estoy de acuerdo es en la formación de guetos. Por otra parte se ha puesto de moda incluir a una persona con una cierta dificultad. Pero hay que tener cuidado con eso. A cada persona hay que juzgarla por el trabajo bien hecho, no porque dé pena. Cuando alguien me pregunta cómo consigo hacer esto, respondo: «estudiando». Indudablemente me cuesta más porque tengo que buscarme artimañas para el aprendizaje, por ejemplo escuchando en vez de leyendo el texto, pero a fin de cuentas como todo el mundo, estudiando.

 

Si cada ser humano es único  diferente, ¿por qué vivimos en una sociedad que no telera nada bien la diversidad?

Una sociedad que no tolera la diversidad es una sociedad enferma, puesto que ésta es diversa por naturaleza. Si yo no me pudiera mezclar con personas diferentes a mí, tendría una carencia muy grande.

 

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