Por Pablo I. Simón / @piglesiassimon

 

Descender es una saga galáctica cuya premisa es un genocidio interestelar. Los Cosechadores, unos titanes robóticos de dimensiones cósmicas, aparecen de la nada y se desvanecen, sin ningún móvil aparente, para arrasar con toda forma viviente. Tras la destrucción, los supervivientes de esta sociedad tecnodependiente superan el golpe diezmando y exterminando a la población robótica. Los indefensos androides se ven entonces condenados a esconderse como refugiados en mundos olvidados o a caminar por la senda del terrorismo para defenderse. Diez años después, despierta de su dilatado letargo TIM-21, un robot de acompañamiento familiar con apariencia y mentalidad infantil, que podría ser la explicación al holocausto provocado por los Cosechadores y el protector de la galaxia frente a ellos.

 

Aunque con esta premisa pudiera parecer que Lemire y Nguyen nos fueran a deleitar con la enésima versión del tortuoso camino del héroe, con forma de infante sintético y en un entorno de space opera, nada más lejos de la realidad. Sin renunciar a la épica y a los constantes cliffhangers que culminan cada episodio y mantienen al lector completamente en vilo, el trazo de Nguyen y las tramas de Lemire nos sumergen en un amplio relato coral, que se preocupa por profundizar en la complejidad de cada uno de los personajes, a través de flashbacks trufados a lo largo de toda la serie. Estas planificadas detonaciones del pasado en el presente sirven para expandir el futuro de los protagonistas que, a día de hoy, está completamente abierto. La saga aún no está concluida por lo que todavía hay mucho por desvelar. Apenas se han editado en castellano cuatro tomos, en el mes de julio se publicará el quinto en nuestro idioma y en septiembre aparecerá el sexto en inglés.

 

La capacidad de las peripecias ideadas por Lemire, no impiden que también, y quizás habría que decir sobre todo, el conflicto entre las formas de vida del carbono y las del silicio, sirva para invitarnos a reflexionar sobre el sentido de pertenencia, la identidad, la conflictiva relación frente al otro o la razón de la existencia y de su fin. En un cosmos donde la rivalidad es forzosa, la única esperanza de reconciliación parece esconderse en la superación de los traumas comunes: el sentimiento de orfandad, la obligación de huir, sin saber muy bien de qué ni hacia dónde, y la incapacidad para reconocer al igual entre el diferente.