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Chest Press en exlímite

Mattis G. de la Fuente: «Todas las obras de arte, de forma más o menos directa, tratan de plantear la pregunta más universal que existe: ¿Quién soy yo?»

La Nomai es un colectivo de artistas jóvenes cuyos proyectos se articulan a través de la creación colectiva y el trabajo prioritario en escena, sin que haya largos procesos de investigación previa. Su última creación es Chest Press, una pieza que pone el punto de mira en el gimnasio y en la Biblia para explorar el esfuerzo físico, el sacrificio y la muerte como conceptos que determinan qué somos, qué podríamos llegar a ser, qué no seremos jamás y qué dejaremos de ser cuando dejemos de ser.

Hablamos con Mattis G. de la Fuente, miembro de La Nomai y director de un espectáculo que ya pudo verse la pasada temporada en exlímite y que ahora regresa por unos días (hasta el 16 de diciembre).

¿Qué es una Chest Press?

La Chest Press es una máquina de ejercicio de peso libre que trabaja principalmente la zona superior del cuerpo. Está pensada para el desarrollo de los músculos del pecho, los deltoides anterior y los serratos anteriores. Recostado sobre un banco horizontal, los brazos estirados verticalmente, con la barra cargada en las manos, el movimiento consiste en bajar la barra hasta que toque el torso (fase excéntrica) y luego subir (fase concéntrica) hasta la posición inicial. Más allá del funcionamiento de la máquina en concreto, lo que me encantaba de la idea de este aparato es, a nivel fonético, la relación que guarda con ‘Chest Pressure’ que, literalmente, significa presión en el pecho. Chest Press casi como abreviación de ello. Como una pequeña dosis de esa presión. Me parecía un juego terriblemente poético para algo tan banal y artificial como una máquina de gimnasio.

 

 

¿Y en base a esta máquina de ejercicios, cómo ha surgido vuestra propuesta teatral?

Chest Press se me ocurrió porque estuve durante un año yendo al gimnasio y sintiéndome miserable. Veía a la gente de mi alrededor, disfrutando de lo que hacía, y me preguntaba cómo era posible conectar con esa cosa que parece que está fuera de uno mismo. A mí me ocurría que, al hacer ejercicio en un gimnasio, al correr en la cinta, por ejemplo, y sentir mi sudor, sentir mi respiración, me aparecía inmediatamente una consciencia terrible de que, algún día, voy a morir. Esa imagen de una persona haciendo deporte y pensando en la muerte mientras alrededor la gente parece estar disfrutando de la misma actividad, esa soledad completamente equivocada pero terrorífica, me parecía un buen punto de partida para una obra.

Hablando sobre ello con mis compañeros Cristina Marín-Miró y Jorge Tejedor, empezó a gestarse la propuesta de investigar la relación entre el esfuerzo físico, el sacrificio y la muerte con el gimnasio como lugar de exploración.

 

¿Es una obra que quiere analizar la idea de existir?

Creo que todas las obras de arte, de forma más o menos directa, tratan de plantear la pregunta más universal que existe: ¿Quién soy yo? En ese sentido, creo que nuestra propuesta sí que intenta analizar, de forma humilde, la idea de la existencia. En nuestras obras suelen aparecer estas preguntas con respecto a la co-existencia en particular. Quién soy yo frente al Otro. Quién soy yo en relación al Otro. Quién soy yo a través del vínculo, del contacto. Es algo que creo que tiene sentido hacer a través del teatro porque el teatro es, sin lugar a dudas, un arte relacional. Es un arte tan frágil que depende de una mirada y un vínculo que sólo puede aparecer en vivo a través del contacto entre el espectador y el objeto artístico.

 

Esta máquina de ejercicios genera mucha presión sobre el pecho. ¿Es análoga a esa presión que nos genera la apariencia de nuestro propio cuerpo?

Lo cierto es que, rápidamente, descartamos la idea de hablar sobre la autoimagen y la presión que generan el gimnasio, la televisión, las redes sociales, etc. sobre los cánones estéticos. No por falta de interés o porque creamos que no es necesario hablar de ello. Preferíamos centrarnos en lo que nos generaba este tema en vez de sobrevolar superficialmente algo tan importante.

 

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Biblia y gimnasio. ¿Cómo mezclan ambos conceptos?

Pues sorprendentemente bien, la verdad. Hay algo en los personajes bíblicos que siempre parece basarse en el sacrificio a través del esfuerzo físico para complacer a Dios. Abraham debe matar a su hijo, Noé debe construir un arca, Moisés debe caminar treinta años por el desierto. Por no hablar de Jesucristo, que realiza el mayor sacrificio por los pecados de la Humanidad. Como ateo, me he podido permitir el lujo de entrar en la religión católica con el menor nivel de prejuicio posible, como quien entra a leer mitología griega o nórdica, pudiendo establecer puentes con algo tan lejano, a priori, con el mundo del gimnasio. Este sacrificio a través del cuerpo aparece en mí cuando tengo que hacer ejercicio. Mi caminar treinta años por el desierto es correr veinte minutos en una cinta de correr, con todo lo potente y lo absurdo que sugiere esta imagen.

Por otro lado, al ser ajeno a ambos mundos, al no poder disfrutar ni entrar del todo en el mundo de lo fit y en el mundo de la religión, veo a quienes lo logran con cierta envidia. Envidio a quienes pueden llegar a conectar con algo más allá de ellos en comunidades tan concretas. Quizás el lugar donde yo sentí que podía intentar conectar con algo así era el espacio escénico y por eso era necesario para mí hacer esta obra.

 

¿Y cómo lo vais a plasmar sobre el escenario?

Chest Press es una obra muy física. Casi todos y todas en la compañía estamos más acostumbrados/as a trabajar de forma más textual. Esta vez apareció pronto la idea de desechar diálogos y disociar texto y cuerpo. Hay mucho texto que aparece escrito y muchas acciones que se realizan sin hablar. También trabajar desde lo discursivo nos ha ayudado a romper con la idea de personajes charlando. Para mí, es una obra sobre gente intentando hacer cosas. Es el intento de hacer lo que creo que resulta interesante en esta propuesta. Que el público pueda ver a gente normal y no virtuosa haciendo cosas que él mismo podría hacer pero que requieren mucho esfuerzo y agotan mucho.

 

¿Cuáles son las preguntas que queréis dejar al público o le ofrecéis respuestas con esta obra?

Siento que la obra es una búsqueda de intentar averiguar dónde se encuentra lo que nos hace ser nosotros y nosotras. ¿Soy un cuerpo que, en algún momento, dejará de existir o soy todos los pensamientos y todas las ficciones que acompañan a esta cosa que camina y corre? Creo que es más reconfortante pensar en lo segundo pero hay una realidad innegable y escalofriante en el darse cuenta de que somos un ente hecho de huesos, músculos y carne que está en constante descomposición. Yo puedo pensar que soy todo lo que pienso, todo lo que siento, y todas las narraciones y memorias y vínculos y preocupaciones que rondan por mi cabeza, pero me entra angustia al pensar que, a fin de cuentas, al final todos y todas seremos lo mismo. Trozos de carne sin vida.

No creo que haya respuestas que ofrecer con eso. Como mucho, hay cierta esperanza y consuelo al ir encontrando que, quizás, es una cuestión de enfoque, y que lo que me hacer ser yo es encontrarme en el contacto con la gente que me rodea. Mirar a otra persona, ser mirado y mirar cómo me miran y existir a través de esa mirada. Pedirle a otra persona que te mire para sentir que tu existencia es algo más amplia y menos terrorífica parece un acto vanidoso, pero me encuentro descubriendo que es la petición más humilde que se puede hacer.

 

En mi época, los jóvenes hacían botellón en los parques. Ahora, los parques están poblados de jóvenes que hacen calistenia y que se someten antes a operaciones estéticas. La apariencia siempre ha sido una preocupación para la adolescencia, en cualquier época, pero ¿crees que ahora es mucho más exagerada?

Creo que, hoy en día, con la aparición de las redes sociales, esta preocupación por la apariencia se acentúa o, al menos, se deja ver de forma mucho más amplificada. No creo que lo generen las redes sociales (no me considero, en absoluto, una persona tecnófoba), pero creo que éstas aparecen por una necesidad humana muy básica: la necesidad de narrarnos y encontrarnos en la mirada ajena. Las redes sociales ofrecen la posibilidad de ser actor y espectador de todo el mundo, todo el rato. No es casualidad que, en Instagram, fotos que puedes hacer de tu día a día se llamen ‘historias’. Es una plataforma que nos permite seguir narrándonos ante el ojo del Otro. Esto no es necesariamente malo ni bueno. Creo que, como todo, requiere de cierta consciencia para no convertirse en lo que rige todas nuestras decisiones. Sin embargo, es muy difícil generar un autoconcepto de uno mismo sin influencia de la relación que establezco con la gente que está a mi alrededor. De una forma u otra, ya sean redes, teatro, terapia, o simplemente contar una historia a un amigo, yo me transformo en lo que narro de mí mismo.

 

¿Qué es La Nomai y quiénes la formáis?

La Nomai es una compañía formada por artistas de una misma generación con intereses y una filosofía sobre lo escénico muy similar. Se fundó bajo el nombre No Más Drama en 2015, momento en el que, como personas muy jóvenes, nos dedicábamos a hacer obras de tira más familiar y convencional. Sin embargo, hace ya unos años empezamos a tener una línea de producción más basada en la creación a través de la investigación y, ante todo, en obras que tratasen de formular preguntas difíciles que no sabemos cómo responder de manera sencilla y que requieren de la mirada del público para tener sentido. Dato friki: el nombre proviene de una civilización alienígena del videojuego Outer Wilds, una civilización nómada que no para de recorrer distintos sistemas solares con el motor del conocimiento como prioridad. Nos enamoró ese símbolo.

A día de hoy, la compañía esta formada por: Mattis G. de la Fuente, Cristina Marín-Miró, Jorge Tejedor, Angélica Moyano, Kevin Dornan, Nacho Benito, Julia Rubio, Pablo Labaig, Raquel Escudero, Javier del Barrio y Lara Lussheimer.

 

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Habláis de que vuestros trabajos surgen de la Creación colectiva. ¿Cómo es ese proceso de creación?

Para nosotros, es importante sentir que la obra la vamos encontrando a medida que trabajamos. No solemos partir de un texto, sino que aprovechamos dinámicas grupales y prácticas personales para ir descubriendo de qué queremos hablar o cuáles son las preguntas que nos queremos formular. Dejarnos sorprender por el material que se genera en esos meses de trabajo es fundamental, pues son los ecos de esa primera parte los que me ayudan a mí a escribir un texto provisional completamente susceptible de ser reformulado a través de ensayos posteriores. La posibilidad de que los actores y las actrices puedan generar imágenes y contribuir de forma tan directa a la creación creo que es tan fructífero para ellos y ellas como para mí.

 

¿Cómo veis la escena teatral actualmente? ¿Creéis que colectivos como el vuestro tenéis que venir a abrir bien las ventanas o ya hay vientos de cambio?

Creo que, con todo lo precario y lo difícil que es este mundillo, estamos en un buen momento. La aparición de plataformas como Netflix, Disney+, Instagram, YouTube parecería que pueden generar un peligro porque aumentan la necesidad de entretenimiento y distracción del consumidor, pero creo que también reafirman que la potencia del teatro puede estar en otro lugar. Creo que el teatro puede aprovechar el hecho de no poder entretener y distraer al mismo nivel que el cine o las series de televisión. Creo que el teatro puede encontrar su valor en el vínculo inmediato que genera con un público que está ahí, en vivo, a escasos metros de lo observado. Esto no es nada nuevo, pero es algo que es muy fácil de olvidar a la hora de crear. Creo que las compañías emergentes es algo que tienen cada vez más claro y creo que, en concreto, nuestra generación está teniendo la suerte de que la inmediatamente anterior está ofreciendo posibilidades y echando cables como puede, ya sea a través de convocatorias o sencillamente a través de la atención y el interés.

 

¿Hacéis un teatro para captar la atención de las nuevas generaciones?

Como cualquier compañía de gente joven, nos interesa mucho que gente como nosotros y nosotras pueda ir al teatro y disfrutar de una experiencia distinta. Sí que creo que hay menos hábito en las nuevas generaciones de ir al teatro, y creo que es importante ofrecer la posibilidad de que haya interés por el panorama escénico actual. No obstante, no siento que sea nuestra misión que el teatro se un arte popular para las nuevas generaciones, sino más bien limitarnos a que sea accesible e interesante para aquella persona joven que pueda encontrar en nuestro teatro algo que le sea valioso.

 

También, otra cosa que me ha llamado la atención, es que vuestro trabajo se articula en directo, no llegáis a él a través de un análisis previo. Cada una de vuestras propuestas es como un salto al vacío, ¿no? ¿La Nomai es un grupo de riesgo?

Quizás todo acto teatral es un salto al vacío. La inmediatez que subyace al hecho escénico siempre sugiere cierto peligro, cierta fragilidad que predispone el contexto para que suceda algo extraordinario, en el sentido literal de la palabra. Algo fuera de lo ordinario.

Ahora bien, es cierto que una de las máximas de La Nomai es ser completamente conscientes de este salto al vacío, del riesgo que hay en un arte tan vulnerable como es el teatro. Eusebio Calonge, de La Zaranda, propuso en una charla a la que tuve la enorme suerte de poder asistir que “lo que no nos vaya a sorprender no tiene sentido crearlo”. Me parece hermoso plantear el proceso así. Dejarnos sorprender hasta el último momento. Seguir encontrando cosas y tirar del hilo de lo creado todo lo que podamos hasta el final. Es algo que da mucho miedo, y algo en lo que, a día de hoy, todavía tenemos que hacer esfuerzos por tener en cuenta, pero que ofrece posibilidades, para mí, esenciales e insustituibles.

 

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