“Para ser ‘caído del cielo’ hay que ser humano. Las personas que más se rompen son las más sensibles, valientes y arriesgadas con la vida”

 

El comité organizador de los XXV Premios Max de las Artes Escénicas ha otorgado el Premio Max de carácter social 2022 a Caídos del Cielo, ONG fundada en 2009 por la dramaturga Paloma Pedrero. La directora y autora teatral comienza su trayectoria en 1985 con La llamada de Lauren. En 1998, empieza a realizar talleres de teatro con personas sin hogar, trabajo que culmina en 2008 con Caídos del cielo, obra sobre la realidad de este colectivo interpretada por ellos mismos, que se estrenó dentro del Festival de Otoño en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. La obra supuso el inicio de la ONG con el mismo nombre, que busca transformar a las personas mediante el teatro, mejorando sus vidas y haciendo de este arte el motor de cambio para combatir la exclusión.

Hablamos por teléfono con ella sobre sus inicios y la poderosa labor terapéutica y social que tiene el teatro. Paloma hace que el tiempo se pase volando, escuchándola hablar con tanto cariño de este proyecto que define como “el sentido de su vida”.

 

 

El teatro como un espacio de libertad y amor

 

 

Por Yaiza Cárdenas/ @yaizalloriginal

Foto de portada: Luis Camacho

 

¿Cómo nace Caídos del Cielo?

Hace la friolera de veinticinco años me llamaron de una ONG que acababan de fundar, RAIS (ahora se llama HOGAR SÍ), para ver si quería dar un taller a personas sintecho. Era en un local muy pequeñito, en el que estábamos mezclados con personas que iban a descansar. Allí, separados por un biombo, nos poníamos a hacer teatro. Pasaron los años y se fue formando un grupito estable, cada vez más comprometido. Ahí nace nuestra primera obra, Caídos del cielo, que, tras dos años y medio de mucho trabajo y a pesar de que nadie confiaba en ello, conseguimos estrenar en el Festival de Otoño del Teatro Fernán Gómez. Fue un exitazo, pero, a pesar de ello, no cobramos. Es algo de lo que yo en aquel momento ni me enteré y que todavía hoy no entiendo.

 

¿Qué supuso la repercusión que tuvo esta primera obra?

Supuso que ellos se demostraron a sí mismos y al mundo lo que eran capaces de hacer y que lo viera mucha gente. En aquella época, había un pasillo en el Fernán Gómez que estaba lleno de personas sintecho y eran invisibles. Recuerdo que el público entraba y no los miraba y, al salir, se quedaba hablando con ellos. Supuso que confirmáramos el poder verdadero que tiene el teatro desde el punto de vista terapéutico, humanista y social y que nos lanzásemos a crear, a partir de ese momento, nuestra propia ONG para seguir con este empeño.

 

¿Cuándo empezaste a hacer teatro? ¿Ya te gustaba de pequeña?

¡Sí! Yo era de esas niñas que hacen funciones en Navidad y los cumpleaños. Vamos, hasta creo, dice mi madre, que cobraba una peseta por entrada (risas). Con unos siete años, yo dirigía a mi hermano y a mis tres primos y había una cosa que ya era muy significativa en mí: no les dejaba reírse.

 

Tenías ya madera de directora ¿eh?

Sí, sí. Les tenía fritos… (risas). Más tarde, ya con catorce años, me fui al Colegio del Pilar, de Reyes Magos (que entonces era solo de chicos) a ver a un grupito de chavales, entre los que estaba Agustín Matilla (hermano del autor Luis Matilla), que hacía siempre una función de fin de curso. Fui a ver un ensayo, la actriz se tuvo que ir y me preguntaron si no me importaba subir y leer el texto. Al poco me llamaron para que participara y ¡ahí empecé! Montamos dos obras: Arsénico por compasión, en la que yo hacía de una abuelita, y Post Mortem, una historia muy revolucionaria de dos adolescentes escrita por Luis Matilla. Era una obra increíble, que yo ahora mismo no entiendo cómo los curas nos permitieron representar… A partir de ahí, compaginándolo con mi trabajo, monté un grupo los fines de semana que se llamaba Cachivache. Después empecé a estudiar Interpretación.

 

¿Dónde estudiaste?

Estudié, entre otros, con los argentinos Zulema Katz y Alberto Wainer, al que yo considero mi principal maestro de dramaturgia y con el que sigo manteniendo relación vía mail y WhatsApp. Él fue quien dirigió mi primer estreno como autora, La llamada de Lauren, en 1985. A partir de ahí empezó mi labor profesional como dramaturga.

También estudié Antropología Social e hice un Máster en Psicología de la Gestalt. Ahora, desde la distancia, veo que todo tenía un denominador común: intentar entender el alma humana. Algo que sigo sin entender, pero, por lo menos, lo he intentado. Lo he intentado toda la vida.

 

¿Qué hace falta para ser un ‘caído del cielo’?

Yo creo que casi todos lo somos porque ¿quién no se ha roto alguna vez y ha necesitado que le tiendan una mano para remontar? Algunos se han roto más, otros se rompen menos, pero, para ser ‘caído del cielo’ hay que ser humano. Normalmente, las personas que más se rompen son las más sensibles, valientes y arriesgadas con la vida. Son personas hipersensibles que no tienen los recursos suficientes para defenderse del mal, pero esto, a la hora de hacer teatro, es maravilloso porque tienen un talento y una autenticidad fuera de serie.

 

¿Cómo crees que el teatro cambia sus vidas?

Lo que el teatro les da a ellos son varias cosas. Primero y quizás fundamental, compañía y cariño, algo que cualquiera necesita para remontar. Trabajan a partir del afecto y la solidaridad entre ellos. Se trata de crear un clima plácido, donde cada uno puede ser como es sabiendo que nadie le va a criticar. Un espacio donde hay libertad y hay amor.

Después, lo primero que les preguntamos cuando llegan a hacer las entrevistas es “¿qué puedes dar?”. Es la mejor manera de estar bien: salir del ego, salir del yo, salir del victimismo y dar a los demás. Siempre hay uno que lo necesita más. Este proceso es muy valioso, porque empiezan a darse cuenta de que tienen cosas que dar y que en el teatro tienen cabida. Cada uno tiene unas particularidades que aportan. En el momento en que tú vas a un sitio a dar, te cambia mucho el chip. Ya no eres el pobrecito, sino que vas tú a socorrer, a amparar… Los demás te necesitan también y esto va directamente unido a la autoestima.

 

¿Sientes que has estado en situación de vulnerabilidad en algún momento de tu vida?

Claro, en muchos momentos. Yo también soy una ‘caída’, sino no podría haber hecho Caídos del cielo.

 

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¿Hay que estar en riesgo de exclusión para formar parte de vuestros proyectos?

Sí. Hay que estar en un momento arriesgado en el que necesitas una mano, pero que la necesitas de verdad. También hay que querer remontar y te tiene que gustar el arte y jugar. En Caídos no hacemos terapia. No se habla de los problemas que tiene cada uno. Hay mucha gente que ha pasado por Caídos, que yo no sé lo que les pasaba. Ni lo preguntamos. Lo que hacemos es que ese dolor que sienten lo transformamos para que se convierta en algo bonito. Esa es la frase que decimos siempre: “Aquí venimos a transformar el dolor en belleza, no a remover el dolor”, a transformar la energía de una manera lúdica y divertida.

 

Y ¿se puede participar en Caídos del Cielo como voluntario?

Sí. Estos dos años de la pandemia no hemos podido tener muchos porque había aforos limitados, pero sí. Tenemos actores y actrices jóvenes que son voluntarios, que tampoco tienen una vida nada fácil y también pasan por momentos muy duros. Al final, todo se mezcla: los actores, con los “caídos”, con los terapeutas…

 

Claro, al final, ¿quién ayuda a quién?, ¿no?

Claro, todos a todos. Al final no hay nadie que se libre. Incluso en personas que aparentemente están bien, cuando ahondas un poquito, hay más cosas. Y en esas cosas estamos todos.

 

¿Cómo son los ensayos y procesos de creación? ¿Le dedican muchas horas?

Sí, le dedicamos mucho tiempo. Ahora, por ejemplo, estamos trabajando con personas mayores y tendremos que trabajar mucho el aprendizaje de los textos. Todo lleva un tiempo que no es el tiempo de los montajes comunes. Normalmente por cada montaje estamos dos años y pico. Piensa que hay personas que no han desarrollado nunca la memoria o que tienen problemas mentales.

Hacemos mucho trabajo de improvisaciones, de ver qué quieren contar, cómo hablan de ello, cómo lo sienten… Y todo eso, hasta que yo me pongo a escribir las obras, lleva mucho tiempo. No es fácil, pero es muy hermoso.

 

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¿Qué te ha enseñado este proyecto?

Me ha enseñado lo mejor del teatro: que puede ser algo más, que puede transformar un poquito a las personas, que puede ser un espacio donde tomar conciencia del ser, dejarse de arrogancias y soberbia y trabajar desde la mejora personal y hasta hacer una labor artística de primera. Con mucha exigencia, pero que, al final, te recompensa.

 

¿Cómo fue el momento en que os anunciaron que habíais ganado un Max?

Fue un momento de mucha alegría. A veces la vida no te devuelve cuando quieres las cosas y te lo devuelve cuando menos te lo esperas. Generalmente, cuando hay mucho trabajo e implicación, creo que el teatro es bastante generoso.

 

¿Qué supone el premio para la ONG?

Pues no lo sabemos. Supone que hay una avalancha de gente que quiere entrar y a la que no podemos ahora mismo abrazar porque no tenemos esos recursos. Pero esperemos que sea un crecimiento, que podamos ir ampliando los talleres, buscando sedes o alguna residencia en algún teatro público y que tengamos un espacio para hacer más de lo que hacemos y acoger a más personas.

 

¿Qué proyecto le depara próximamente a Caídos del Cielo?

El tema que vamos a tratar en el siguiente montaje es la soledad no deseada, que es una epidemia tremenda y muy terrible.

 

¿Recuerdas lo que sentiste la primera vez que te reuniste con personas en situación de vulnerabilidad para darle forma a este proyecto?

Mucha impresión. Veía tanta desesperación y, a la vez, tanta rebeldía… Estas personas, hasta que no sienten tu cariño, no te respetan. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para aprender a quererlos inmediatamente. Eso no fue un proceso de dos días…

 

¿En qué tipo de situación de vulnerabilidad se encuentran los integrantes de la ONG?

Vamos trabajando con colectivos, con lo que vemos que es más urgente, aunque siempre hay personas de todo tipo para no crear vetos.

 

Y, ¿cómo se enteran de la existencia de la asociación? Porque si muchos, de primeras, no están especialmente predispuestos, ¿qué es lo que los lleva allí?

Bueno, concretamente en RAIS, a veces veían las clases y era una especie de señuelo para ellos. Después ya nosotros tenemos relaciones con otras asociaciones. Por ejemplo, cuando trabajamos con refugiados, nos pusimos en contacto con ACNUR, Provivienda y otras asociaciones para que nos acercaran a estas personas. También trabajamos con Cruz Roja, con el Samur Social y asociaciones como Chrysallis o la Asociación de hombres trans… Les pedimos que nos digan si hay personas a las que les interesa el teatro y a las que les podría ayudar.

 

¿Puedes compartir con nosotros el caso que más te haya llamado la atención?

Es que hay tantos… Tuve una maravillosa actriz que era toxicómana. Dormía en una plaza de Madrid y venía a los ensayos en pleno invierno desde un banco de esa plaza. Se dormía en el escenario, pero, cuando le tocaba actuar a ella, se despertaba y lo hacía genial.

 

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He leído que destacas siempre ese compromiso que tienen, que nunca faltan a los ensayos porque saben que son parte de algo común, y me ha llamado mucho la atención porque, a pesar de estar en situaciones tan complicadas, de verdad entienden esa responsabilidad que adquieren… Y, sin embargo, todavía se ve en el sector a gente sin ese nivel de implicación.

Totalmente. A pesar de que muchos no sabíamos ni dónde dormían, te puedo decir que pocos han fallado porque, los que fallaban, fallan al principio. Y luego ya, cuando se empiezan a implicar y ven que son imprescindibles para un montaje, son personas con mucha conciencia de eso.

Es algo que también les hacemos ver: “si tú no estás, se rompe el eslabón y se rompe todo”. El teatro es el arte más social, por eso tiene que ser un arte de la humildad, que a veces lo olvidamos… Sin el otro, no eres nadie. Eso es lo que hace que el teatro sea un arte tan terapéutico: que no es en soledad.

 

¿Qué es lo que más flaquea en las instituciones públicas de cara a estos colectivos?

Que piensan mucho en lo material y menos en lo espiritual. El ser humano necesita comer y un techo, eso es básico, pero también tiene un alma que alimentar. Necesitas quien te eche una mano a nivel psicológico…

Poco a poco lo van haciendo. Ahora, trabajando la soledad no deseada, tenemos un convenio con el Ayuntamiento de Madrid. Estamos cuatro asociaciones trabajando con personas en esta situación, pero eso tiene que seguir. Los teatros públicos, que esto ya se hace en casi todos los teatros de Europa, tienen que coger compañías residentes que trabajen con estas personas. Hay que darles un hueco. Tienen que ir creando canales que no sean excepciones a la regla. Lo importante para crecer y no dejarte la piel en el camino es que eso tenga una continuidad, que no estés pensando: “ahora estamos aquí, pero nos pueden echar pasado mañana”. Necesitamos esa estabilidad, esa residencia.

 

¿Qué se siente al haber inspirado a otros a seguir vuestros pasos?

Es muy bonito. Hay un Caídos del Cielo en Zaragoza, que acaba de estrenar en el Teatro del Mercado con un gran éxito, y hay otros lugares que me están planteando si podrían utilizar, digamos, nuestro nombre y nuestra experiencia, y me parece fantástico. Si mi recorrido sirve para que les puedan abrir puertas, yo encantada de la vida.

 

¿Qué es para ti el teatro?

Es un espacio de luz donde puedes dar y recibir cosas hermosas de los otros, en aras de una transformación mutua.

 

Para terminar, tienes la oportunidad de lanzar ahora mismo un mensaje a la sociedad. ¿Qué le dirías?

Que escuchemos a los que no tienen voz. Estamos todo el día escuchando a los que tienen voz y nos están diciendo barbaridades y metiendo veneno. Vamos a escuchar a los que no tienen voz, que seguro que nos dicen cosas mucho más auténticas, importantes y transformadoras en positivo.

 

 

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