Feminista, socialista e irónica

 

Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer

Foto portada: marcosGpunto

 

Juanfra Rodríguez se enfrenta a este clásico contemporáneo del teatro inglés, escrito por Caryl Churchill, con un elenco que muchos envidiarán, pues reúne a grandes actrices de diversas generaciones y procedencias: Huichi Chiu, Paula Iwasaki, Miriam Montilla, Manuela Paso, Macarena Sanz, Rosa Savoini y Camila Viyuela.

 

Caryl Churchil (Londres, 1938) es una dramaturga de referencia para el teatro inglés, europeo y mundial, al nivel de Harold Pinter o Edward Bond. Sin embargo, en España apenas se han montado sus obras. Hace ahora 14 años, el Teatro Pradillo le dedicó su noveno Ciclo Autor, pero las grandes productoras y los teatros públicos rara vez se han ocupado de ella. Así que es un gran noticia el montaje de su obra más conocida, Top Girls, en el Centro Dramático Nacional. Hoy la poética de Churchill ha seguido evolucionando en una búsqueda constante de nuevas formas, con lo que en su producción Top Girls, texto estrenado en 1982, queda un tanto desfasado. Pero no importa, sigue siendo un poderoso y controvertido alegato sobre la convivencia entre el feminismo y el capitalismo.

 

Respuesta al thatcherismo

Con la llegada de Margareth Thatcher en 1979 a Primera Ministra en el Reino Unido, se daba por concluida una etapa dorada del laborismo inglés, que desde los años 50 había conquistado derechos y espacios para las clases trabajadoras, conquistas que se empezaron a poner en entredicho con las crisis de los 70 y que se empezaron a desmantelar por las doctrinas neoliberales a partir de los 80. La llegada de una mujer al más alto escalafón de poder en una potencia como Gran Bretaña fue aplaudida por parte de muchas mujeres, con el feminismo en pleno auge desde los movimientos contraculturales de los 60. Pero a Caryl Churchill, aquella masculinización de la mujer poderosa no le terminaba de convencer. Socialista convencida, Churchill critica, en Top Girls, el extremo individualismo e hiper profesionalismo de la sociedad capitalista. La obra profundiza en particular en la tendencia del feminismo de los 80 que equipara la liberación con el éxito económico y profesional, en la medida en que este arquetipo a menudo excluye a las mujeres de clase trabajadora.

 

Surrealismo y perplejidad

Como dice el director del montaje, Juanfra Rodríguez, la obra «plantea una pregunta clave: Cuando una mujer llega a la cima, al poder, ¿va a ejercer este poder de la misma manera en que lo han hecho los hombres? Margaret Thatcher decía que si una mujer, o un hombre, quiere triunfar tiene que hacerlo desde su individualidad: si no tienes lo que deseas es porque no vales y no te lo mereces. Si quieres llegar donde yo estoy, pelea por ello. Churchill, socialista, que en ese momento está ilusionada con una sociedad igualitaria y feminista, considera este mensaje muy perverso. Se elimina la posibilidad de igualdad de oportunidades. Incluso parece que desaparece el concepto de Derechos Humanos». La autora no habla directamente de esto, sino que nos hace reflexionar a partir de la historia de Marlene, una empresaria de éxito. Pero antes de conocerla a ella directamente, la primera escena nos plantea un juego surrealista que deja perplejo a cualquiera: Marlene organiza una cena con mujeres feministas históricas, desde la papisa Juana, que fue Papa disfrazada de hombre en el siglo IX, hasta la viajera escocesa Isabella Bird, pasando por una cortesana japonesa del siglo XIII, Dama Nijo. En esa cena hay una camarera, otra mujer, pero de clase inferior y contratada tanto para servir a las otras, como para amenizarles la fiesta tocando el violín. «Yo quería -dice el director- que el personaje de la camarera hablara de nuestra contemporaneidad. Una mujer que ha estudiado música tiene que trabajar de camarera. En nuestra versión se duplica su trabajo porque tiene que servir platos y tocar el violín sin cobrar más. También me interesaba desarrollar este tema presente en la obra, la brecha salarial, y la precariedad laboral».

 

El final es el principio

El segundo acto nos permite conocer el lugar de trabajo de Marlene y su contexto familiar. Después de la fiesta de las feministas históricas, todo está teñido de extrañismo, pese a la apariencia realista. Y en el tercer acto se muestra el encuentro de Marlene con su hermana Joyce. Sin desvelar nada, diremos que la cosa no es que termine bien o mal, es que no termina, otra llamada de atención de Churchill muy posicionada, pues elude el modelo masculino aristotélico del final cerrado. Fondo y forma al servicio de un mensaje que, volviendo al principio, es necesario recordar con las palabras de la propia autora: Thatcher «puede ser una mujer, pero no es una hermana, puede ser una hermana, pero no es una compañera. En realidad, las cosas han empeorado bastante para las mujeres en la época de Thatcher».