Con una residencia creativa sobre el silencio y la desterritorialización, conducida por María M. Cabeza de Vaca y Marta Pazos, comienza la segunda edición del Máster en Pensamiento y Creación Escénica Contemporánea de la ESAD de Castilla y León, auspiciado por la Fundación Universidades y Enseñanzas Superiores de Castilla y León (FUESCYL).

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

Durante la última semana del pasado mes de enero, tuvo lugar en la localidad soriana de El burgo de Osma la residencia creativa, conducida por María M. Cabeza de Vaca y Marta Pazos, con la que se abría la segunda edición del Máster en Pensamiento y Creación Escénica Contemporánea de la ESAD de Castilla y León. Durante seis días, una quincena de alumnos trabajó mañana y tarde a partir de los conceptos de silencio y desterritorialización y recibieron la visita del poeta Antonio Colinas, del escritor Agustín Fernández Mallo -que cerró la residencia con una sesión de Spoken Word-, y del que esto firma, que, en calidad de dramaturgo y periodista especializado en artes escénicas, pudo convivir y seguir de cerca los procesos creativos in situ gracias a la invitación del equipo del Máster para impartir un seminario.

 

Extraerte del quehacer urbano y cotidiano para depositarte durante casi una semana en un espacio rural es una falla en la rutina que termina por generar pequeños seísmos idóneos para dar rienda suelta a la creación, ganando libertad, en contra de lo que pudiera parecer, por estar en un entorno más desconectado de los grandes generadores de arte. En una localidad pequeña, en un pueblo, la irrupción del arte contemporáneo siempre genera interesantes tensiones entre la realidad sorprendida y la creación invasora. El mismo permiso que se toma el artista para conquistar los espacios comunes es el que se toma el oriundo para no respetar los tiempos y códigos de la creación artística. En ese combate libidinoso e intangible está asegurado el enriquecimiento por ambas partes.

 

En ese pugilato, precisamente, podría enmarcarse la reacción airada de algunas señoras durante la intervención de Antonio Colinas o la más tierna e ingenua de la chavalería tanto durante los ensayos como durante la ejecución de las piezas que resultaron del trabajo de la residencia. De las tres edades del hombre y la mujer, la niñez y la senectud son las que mayor cuota de libertad se permiten. Amigados desde el principio con el territorio (al que fueron, en soledad, a pedir permiso para trabajar en él y sobre él, en una primera acción cargada de ritualismo y misticismo), los alumnos y alumnas supieron entender e incorporar lo ordinario extraordinario en sus piezas. Tanto el silencio como la desterritorialización se hicieron corpóreos.

 

Comenzar un proceso formativo superior de este cariz con una experiencia inmersiva y aislante como ésta, sin duda abona una vinculación entre los alumnos y entre ellos y la institución que allana no pocos caminos. Como señalaba José Manuel Mora, director del Máster, la residencia, lejos de la escuela y de su centro neurálgico en Valladolid, “nos separa de lo académico convencional y los participantes son conscientes del tiempo que han de invertir en este tipo de procesos más allá de las clases pactadas por un programa formativo”. La elección de los temas que habían de vertebrar el trabajo durante esos seis días, el silencio y la desterritorialización, son un reflejo incuestionable del propio título del Máster: pensar en cuestiones candentes de nuestros días y, sobre la base de la reflexión, hacer emerger prácticas escénicas íntimamente ligadas a los problemas de hoy. Y, tanto el silencio como la desterritorialización, son dos conceptos claves para entender la vida del ser humano en la era de la globalización, preñada de hostilidad, sobreinformación y movimientos migratorios. “En estos tiempos de ruido –continúa Mora- encontrar de pronto espacios de soledad, de distancia, de introspección, es cada vez más necesario para parar y obtener una visión panorámica de lo que uno está haciendo, de lo que realmente nos interesa y de lo que uno es”.

 

Porque la confusión reina y es preciso mirar desde un afuera posible. “Es importante resituarse, romper la endogamia que muchas veces caracteriza el mundo de las artes escénicas”, tercia Javier Hernando, profesor de la ESADCYL y de este Máster. “Me parece –continúa- que, generando estos contextos en un sitio como El Burgo de Osma, nos convertimos en elementos críticos con el modus operandi del sistema en el que vivimos. Deslocalizarnos a nosotros mismos nos pone en tela de juicio, nos saca de nuestra zona de confort y nos abre a otras realidades”. En tiempos de opinocracia e intransigencia, cuestionarse a uno mismo es ya un acto revolucionario. Uno llega cargado de prejuicios y van cayendo todos como velos complacientes que traemos de la ciudad cargados de condescendencia.

 

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María M. Cabeza de Vaca y Marta Pazos

 

Este tránsito no es diáfano, está lleno de resistencias y rozamientos. Como dice Marta Pazos, es en la paulatina aceptación –“del tempo, del silencio, del clima”- cuando, de manera inversamente proporcional, aflora la pulsión artística en una suerte de rito monacal. “El cuerpo va respondiendo y como el arte es igual a la vida, es en experiencias como esta donde se ve a los artistas en estado puro, porque puedes ver la vida detrás de ellos”. Para María M. Cabeza de Vaca el cuerpo y el alma se desarman: “lo idóneo es generar el silencio necesario para convocar a lo extraordinario, que es lo que tiene que aparecer. Crear, dice el poeta Gil de Biedma, es un acto de retracción, de quitar capas, de esencializar”.

 

Desnudo y desarmado, el cuerpo del artista tiene sus sentidos dispuestos para seguir al conejo blanco y meterse en la guarida de sus propias maravillas latentes. Y en esa madriguera anida lo desconocido, y es ahí donde una experiencia como la que propone esta residencia intenta ir más allá de lo meramente académico, fundado en lo conocido, en el estudio, en el análisis, refutación y reafirmación de lo ya hecho para tratar de confrontarnos con lo desconocido. “Ahí todos estamos al mismo nivel –sigue Marta Pazos. Hay algo fascinante en pasar todos el mismo frío, en eliminar el ‘tú sabes más que yo’. Cuando todos comemos lo mismo y dormimos en el mismo sitio, aflora tu verdadero yo, tu necesidad de exponer tu visión propia del mundo”.

 

Cuestionar lo ya sabido, lo ya hecho, aprender desaprendiendo, contradecir la verdad. Nos quedamos con una sentencia de Isidoro Valcárcel que nos regala María M. Cabeza de Vaca: “el arte es el único lugar donde una verdad y lo contrario son posibles: lo primero es labor del aprendizaje y lo segundo es labor de la creación”. El lugar del desaprendizaje es delicado, es inestable. “En la danza, entrenas la fortaleza corporal, y llega un momento que empieza a hablar la debilidad, el cuerpo vulnerable. Es cuando el cuerpo está blando que se vencen las resistencias. Ya lo decía Paul B. Preciado: el cuerpo vulnerable es el que puede ir a la revolución, el que puede transformar: el que está apretado, no”, añade Cabeza de Vaca.

 

Walter Benjamin aconsejaba incorporar al trabajo artístico cualquier cosa que te pasara, todo aquello que pertenece al quehacer y al pensar del presente. Ahí se puede aprovechar para dar rienda suelta a la asociación libre, incluso desde un estado, asumido consciente o inconscientemente, de cierta infantilidad. Durante esos seis días en El Burgo de Osma los alumnos y profesores de la residencia se alojaron en un albergue juvenil. Pasillos de vivos colores al entrar, pero luego adustas habitaciones como celdas con cuatro camas en dos literas de tamaño preadolescente. Una realidad que empuja al cuerpo a lugares insospechados.

 

A lo largo de las sesiones de trabajo se fueron generando dos grupos, o dos compañías, como le gustaba llamarlas a Marta Pazos. De cada una de ellas vimos –y vivimos- un resultado final. Un resultado que saltó –como si no pudiera ser de otra forma- al exterior, a la relación con el terreno y con los cuerpos que lo habitaban antes de llegar ellos y que seguirán allí cuando se hayan ido. Pazos y Cabeza de Vaca consiguen generar en estas dos “compañías”, en apenas 5 días, un sentimiento de pertenencia y un esfuerzo aunado con una determinación precisa. Un grupo trabaja con el silencio como directriz principal; el otro, con la desterritorialización. Deben crear una pieza de unos 20 minutos cada grupo, aunque terminan siendo tres, con una que sirve de nexo entre ambas, de un cariz itinerante y de relación directa con la localidad y sus habitantes, explotando el factor sorpresa.

 

A preguntas imprevistas, consecuencias inesperadas en Madrid

 

La exhibición comienza poco antes de las 5 en punto de la tarde, en plena plaza del Ayuntamiento, centro neurálgico de la actividad de la villa. El silencio expectante solo se rompe con algunas risas de los chavales, que ya apuntan con sus móviles para robarle un poco de autenticidad al momento. Desde algún lugar emerge un taconeo y vemos cómo una azafata de Iberia se coloca en el centro de la plaza y comienza a desarrollar una partitura de movimientos que repite en silencio, construida en base a las instrucciones que dan las azafatas en cabina antes de que los aviones despeguen. Cuando dan las 5 en el reloj del Ayuntamiento –la vida entra como efecto sonoro-, desde distintos puntos de los soportales aparecen viajeros con sus maletas y sus documentos de identidad en la boca: caminan con prisa -parecen desubicados-, hasta formar una línea y avanzar juntos empujando con dificultad sus maletas, sus vidas. Cada uno se detiene en un punto y comienzan acciones individuales donde el público, que hasta ese momento se disponía en los límites del cuadrado que es la plaza, empieza a invadir un territorio conocido por casi todos (la mayoría es gente del pueblo) que de pronto pasa a transformarse en espacio escénico donde suceden cosas extrañas. La gente se distribuye aleatoriamente por cada isla unipersonal, mientras la azafata sigue con su partitura de movimientos, repetida hasta la saciedad, girando cada tanto sobre sí misma para lanzar su mensaje a los cuatro puntos cardinales. Las acciones unipersonales se van extremando, van rompiendo sus propios moldes. En un momento dado, la azafata rompe también su acción, comienza a gritar una serie de palabras llevadas al paroxismo, y obtiene una respuesta desde el balcón del Centro Cultural San Agustín (sede de la residencia), que también da a la plaza: la del artista octogenario de El Burgo de Osma Luis Morales. Otra incorporación de un elemento de la realidad a la ficción, y en este caso con el añadido de que se trata de un oriundo del pueblo. Lejos de ser casual, responde a una directriz que Pazos y Cabeza de Vaca habían indicado: incorporar a los ejercicios a un habitante de El Burgo.

 

Uno de los ejecutantes, como hemos indicado más arriba, se encarga ahora de llevarnos hasta el lugar donde sucederá la segunda pieza. En esta pieza intermedia, pieza-nexo, itinerante y sorpresiva, el actor arrastra una enorme rama seca con la que se relaciona de diversas formas. Pareciera que es su propio itinerario individual el que arrastra. El camino nos lleva del centro a la periferia del pueblo, cruzando el río por un puente de madera y cambiando la piedra milenaria por la piedra contemporánea. Y así llegamos a un aparcamiento público situado en las inmediaciones de una gran superficie comercial. Cinco coches delimitan un espacio convirtiendo un no-lugar en escenario. Está anocheciendo.

 

Los que formamos parte del “público” somos invitados a introducirnos en los coches. Al volante uno de los “actores” ejecuta una partitura donde el silencio se rompe bien por mensajes que llegan desde la radio, a modo de explicación de cómo funciona un motor, o desde los propios mecanismos que, la gran máquina que es el coche, incorpora: limpiaparabrisas, chorros de agua sobre la luna delantera, intermitentes y luces… la palabra humana queda sepultada, relegada al espacio mental de cada cual, experiencia solitaria pese a compartirla con otros cuerpos casi en obsceno rozamiento. Se establece claramente un adentro –el interior del coche- y un afuera, el perímetro que delimitan los automóviles, en el que uno de los actores estudiantes ejecuta con el torso desnudo una danza agonística. Llegará un momento en el que las puertas de los coches se abran y nos inviten a salir para asistir, a continuación, a una persecución de cuerpos que compone una dinámica circular y, aparentemente caótica, acompañada de una música que rompe el clima e inaugura otra suerte de ritual, borrando de pronto los límites de la ficción e invitándonos a la fusión entre los que hacen y los que miran. Un parking cerca de una carretera, al lado de un gran supermercado, es ese no-lugar que se ha resignificado en las últimas décadas. Una de esas reinvenciones tiene que ver con lo nocturno y con la música electrónica. Pero cuando todo parece estar acabando una vez dada la con-fusión, se escenifica el abandono: los actores se suben a los coches, se acaba la música, los coches arrancan y desaparecen. Se hace el silencio y la oscuridad. Y ahí, en esa afrenta contra nuestra propia inseguridad, alcanzamos a entender la verdadera dimensión de lo que hemos visto y vivido.

 

Así viajamos de lo imprevisto a lo inesperado, tomando la definición que del propio espíritu del Máster en Pensamiento y Creación Escénica Contemporánea hace su Coordinadora Académica, la dramaturga y creadora escénica María Velasco: “creo que ahora mismo, muchos de nosotros tenemos pensamientos en forma de hashtag, es muy difícil salir de ahí y experiencias como éstas, donde te deslocalizas y te puedes sorprender de pronto en un silencio, ayudan a volver a la filosofía, como hacemos en el primer módulo del Máster, donde surgen las preguntas imprevistas. En el segundo módulo llegan las consecuencias inesperadas: si no te haces las preguntas imprevistas, puedes llegar a un tipo de resultado, pero nunca será ese resultado inesperado que nace cuando vuelves al pensamiento. Cuando uno sale de la mentalidad hashtag, de la mentalidad palabra llave, y amplía un poco su horizonte de expectativas, las obras se enriquecen”.

 

En definitiva, este Máster, que en esta segunda edición ha comenzado con la residencia artística en El Burgo de Osma, está pensado para desaprender lo establecido; para fortalecer el pensamiento crítico, trazando puentes entre nuestra realidad y la creación escénica; para cuestionar la convencionalidad teatral al uso, cuestionándonos a su vez a nosotros mismos; para dejarnos inquirir sin subterfugios y, en definitiva, para alimentar el espíritu creativo en los artistas y pensadores escénicos que nos relevarán. Un espacio de libertad y confraternidad que da sentido a eso que llamamos creación escénica contemporánea, que no es más que ese viejo anhelo humano del arte en diálogo fluido con lo que nos pasa hoy, en nuestro aquí y ahora.

 

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