Por Pablo Iglesias Simón / @piglesiassimon

 

En los últimos años, el cómic, desde el relato vivencial y subjetivo de la experiencia propia, en unos casos, o la aspiración a cierta objetividad informativa, en otros, ha intentado navegar la corriente fragmentaria del presente. Oscuridades Programadas de Sarah Glidden, Kobane Calling de Zerocalcare y La Levedad de Catherine Meurisse, son una buena muestra de esa tendencia.

 

En 2010 Sarah Glidden, junto con dos amigos reporteros y un excombatiente, visitó Turquía, Irak y Siria. El empeño por encontrar respuestas para complacer la necesidad periodística de certezas inmediatas, se deshilachó ante un crisol de incógnitas irresolubles: las del excombatiente pacifista y sus motivaciones para ir a la guerra; las del refugiado iraquí, americanizado y expulsado de EEUU por su supuesta vinculación con los atentados del 11-S; las del florecimiento del kurdistán iraquí sobre las cenizas del antiguo régimen y el propio sufrimiento de un pueblo en constante huida; o las de la clase media suní, exiliada en Siria y despojada de la esperanza de un futuro. Oscuridades Programadas dibuja esa empresa imposible para construir un retrato fiel de hechos y personas que se resisten a tener explicación.

 

Años después, entre 2014 y 2015, Zerocalcare visitó la misma zona en conflicto. En el año 2011, durante la guerra civil siria, los kurdos autoproclamaron el estado de Rojava, donde, por lo que se cuenta, se intenta desarrollar un “confederalismo democrático regulado por un contrato social basado en la convivencia étnica y religiosa, la participación, la emancipación de la mujer, la redistribución de la riqueza y la ecología”. En Kobane Callling, el autor italiano, relata su viaje para vivir en primera persona el día a día de esta federación que parece combatir al ISIS no solamente con las armas, sino también con una revolución cultural y social inédita en la región.

 

En esas mismas fechas, concretamente el 7 de enero de 2015, tras una noche inquieta, Catherine Meurisse no oyó su despertador, perdió el autobús y no llegó a la reunión de dibujantes de la revista Charlie Hebdo. Su descuido le salvó la vida. La levedad es a la vez el fruto y el relato del desgarro personal que sufrió tras el atentado que le arrebató a sus compañeros, mentores y amigos. Nos cuenta su desapego de la cotidianidad, su silente existir ante la vacuidad de cualquier palabra y su incapacidad para seguir dibujando ante la pérdida de inspiración. El tono controlado, impersonal y jovial de su anterior cómic, La comedia literaria, es ahora sustituido por una escritura dislocada, confesional y agria. Tras el horror, la autora gala se resiste a apoyarse en convicciones porque está cubierta de incertidumbres, no encuentra respuestas porque solo puede formular preguntas. Se embarca así con La levedad en una odisea personal para restituir su capacidad para apreciar y alumbrar belleza. Para poder de nuevo, frente a la negrura de la sinrazón y la muerte que lo tiñeron todo, esbozar los trazos que le devolverán el color a su ser.