Por Pablo Iglesias Simón / @piglesiassimon 

 

Los dos cómics que reseñaremos en esta ocasión tienen en común su manera de tomar el pulso a la actualidad y, en especial, a algunas de las terribles consecuencias del uso irresponsable de las nuevas tecnologías.

 

En el caso de Verax, Pratap Chatterjee relata en primera persona, acompañado de Khalil Bendib al dibujo, su trabajo de investigación periodística en torno al uso de drones con fines bélicos. Sus pesquisas se prolongaron a lo largo de los años y en ellas se entrecruzaron, para confirmar sus más terribles sospechas, las filtraciones de Julian Assange, desde Wikileaks, y las revelaciones de Edward Joseph Snowden, sobre el masivo e indiscriminado programa de vigilancia de ciudadanos a través de Internet puesto en marcha por la NSA estadounidense. Chatterjee realiza con estos mimbres un escrupuloso trabajo de indagación, entrando en contacto con toda la cadena de personas implicadas en el uso de drones en el ámbito militar, para denunciar su enorme inexactitud, evidenciada por la ingente acumulación de errores y daños colaterales causados, la impunidad con la cual actúan, la indefensión de las víctimas y las traumáticas secuelas sufridas por sus jóvenes operarios sin preparación adecuada.

 

En Sabrina Nick Drnaso nos hace padecer la terrible e inexplicable desaparición de la mujer que da nombre a su novela gráfica a través de los ojos de su hermana, su novio y el mejor amigo de este. Con una narración pausada que recuerda mucho a Adrian Tomine, por su capacidad para detenerse en los rincones olvidados de nuestra cotidianidad, y unas viñetas donde se respira a Chris Ware, el autor norteamericano nos muestra el trato inhumano al cual individuos y sucesos reales son sometidos por el proceso de despersonalización viral de medios y redes sociales. Ante una opinión pública desinformada, conspiranoica y espoleada a golpe de clic, la verdad y la mentira, las noticias y las ficciones, se confunden en un nuevo gran carnaval de la era digital. No obstante, la lectura de Sabrina no solo es incómoda por cómo refleja el lado más oscuro de una sociedad que juzga arbitraria y brutalmente, ni por cómo se recrea en una trama construida en torno a una sucesión errática de anticlímax, sino, sobre todo, por el un relato íntimo de las diferentes caras de un sufrimiento que no se atreve a aflorar, ahogado por el enorme peso de la ausencia.