¿Es el twerking machista o lo es quien lo juzga como tal? Reivindicar el cuerpo y su conocimiento para ser culturalmente más libres [entradilla]

 

Las mujeres siempre hemos movido el culo. Las danzas africanas, las danzas afroamericanas o la salsa, el merengue, la bachata en Latinoamérica son algunos ejemplos. Fue la Europa apremiada del vals y el corsé quién nos guió hacia la rigidez y el cruzamiento de piernas

 

Por Neus Molina / @NeusMolina 

(Imagen: Mount Olympus, de Jan Fabre)

 

2013. Miley Cyrus movía las nalgas descontroladamente en la entrega de los MTV Music Awards. La joven ex Hanna Montana reconvertida en liberada eroticofestiva como si se tratara del ave fénix de las mojigatas, bailaba moviendo el culo de manera rítmica bajo la atenta, atónita y (por desgracia) lasciva mirada de los asistentes. La Europa y la América blancas conocían el twerking. Y había venido para quedarse.

 

Denostado por obsceno e inculto, el twerking, que muchos confundíamos con el reggaeton, se convertía en un baile poco ‘elegante’, un baile de migradas, de clases populares, un baile incomprendido y reivindicado desde la disidencia. Un baile que, gracias a Cyrus, entraba de pleno en el capitalismo blanco, para modelarlo y rellenarlo de nomenclaturas que poco o nada tenían que ver con su historia, con sus orígenes. El mainstream del neocapital convertía el twerking en un baile y un movimiento que cosificaba la mujer, lleno de contradicciones y contraindicaciones.

 

Pero las mujeres siempre hemos movido el culo. Las danzas africanas, las danzas afroamericanas o la salsa, el merengue, la bachata en Latinoamérica son algunos ejemplos. Fue la Europa apremiada del vals y el corsé quién nos guió hacia la rigidez y el cruzamiento de piernas. “Cierra las piernas niña, siéntate como una señorita…” Pero ¿por qué mover el culo nos empodera? ¿Qué hay detrás de un movimiento que también es una reivindicación del propio cuerpo y del propio espacio?

 

 

Los orígenes comunitarios

El twerking es un paso del booty dance, no un baile en sí. El booty nació en Nueva Orleans a partir del bounce y las danzas afrocaribeñas. Los pioneros de la cultura bounce que popularizaron estas danzas de culo eran gente que pertenecía a grupos minoritarios y muchos formaban parte de la colectividad LGBTQI. Estos colectivos utilizaban estas danzas como forma de celebrar y resistir. El empoderamiento de la disidencia empezaba a través de reivindicar el propio cuerpo, fuera como fuera, y el movimiento de este en comunidad. Como ya lo hizo antes el vogue o el hip hop.

 

Kim Jordan, pedagoga, profesora de booty dance y colaboradora de Maria Cabral en sus talleres de sexualidad Viaje al centro del placer, dice: “Hay que practicar estas danzas en concordancia con sus orígenes comunitarios y de celebración para evitar que su uso sirva al capitalismo blanco”. De hecho, el año pasado, Jordan, organizadora de la Spanish Bounce Shakedown, se empeñó en invitar a Big Freedia, un referente ineludible de la cultura bounce. “Hacía falta que los amantes del twerk europeos tuvieran recursos para contextualizar su experiencia con estas tradiciones de danza y así poder disfrutar de la esencia real de la cultura”. Para Kim, si el primer contacto que la gente tuviera con el twerk fuera el vídeo de Booty Love, Récord Guinness de 2013, con Big Freedia bailando con gente joven, vieja, gorda, delgada, hetero, gay, blanca, negra… “la mirada sería otra, con menos prejuicios”.

 

Marta Fíguls, actriz, docente y bailarina, se interesó por conocer sus orígenes y su filosofía desde que se inició en el twerk. No obstante, ser twerker no está ausente de prejuicios: “Cuando digo que bailo twerk, la gente cada vez se sorprende menos, pero acostumbro a explicar igualmente sus orígenes y mis motivaciones. Entonces parece que lo entienden, comprenden y respetan. Aún así, nos seguimos encontrando con gente que dice…sí, sí, lo que tú digas, pero mover el culo provoca al personal… Nosotras contestamos: es tu problema”.

 

 

Un movimiento revolucionario

Respetar los orígenes del booty dance es también entender su esencia feminista. Finalmente, se trata de la mirada del otro (a menudo machista y obscena) hacia la mujer. “To twerk is not a crime” se afana a decir Jordan, “que mueva el culo no es un free pass para tener sexo conmigo”.

 

Mover el culo permite ocupar y reivindicar unos espacios y unos comportamiento que históricamente en Occidente se han visto reprimidos. En los años 30 llevar pantalones y fumar era símbolo de reivindicación femenina, solo hay que pensar en Marlene Dietrich; en los 60 vestir minifalda significaba la liberación sexual y física. Se podía ser sexy e inteligente a la vez. Quizás el booty dance reclama ahora acabar con ciertos tabúes sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Un nuevo espacio de liberación y empoderamiento femenino y feminista. “La mayoría de nosotros tenemos esta zona del cuerpo bloqueada por mil tabúes: religiosos, morales, históricos, de todo tipo. Trabajar estas zonas donde se desarrolla toda la sexualidad del ser humano las libera y las convierte en unas áreas normalizadas, espacios de autoconocimiento, diversión, diálogo y salud”, explica Jordan, “aprender a gestionar, controlar y sentirnos bien en nuestros cuerpos sí que nos puede liberar, no sé si el booty y el twerk son los grandes símbolos de la liberación femenina del siglo XXI, pero mover el culo sigue siendo algo revolucionario para las mujeres. Reivindicar el cuerpo y su conocimiento para ser culturalmente más libres”.

 

Shake your booty!