Por Álvaro Vicente

 

Rebelión contra la salud y el orden

 

“Somos las flores negras de una sociedad civilizada”, dice Hawthorne en La letra Escarlata. Lo nuevo de Angélica Liddell está basado en la célebre novela del escritor norteamericano. También tiene algo de otro célebre título, en este caso de Ray Bradbury. Según la controvertida creadora, “seguimos rebelándonos contra la violencia de la hipocresía moral en tiempos de puritanismo. Hemos perdido en el arte la fuerza de la naturaleza salvaje para siempre. Hemos ganado en pacatería, en estupidez y en embuste. La cobardía y la mojigatería son más agresivas que nunca. Antes era la religión. Ahora la ideología”. Tampoco es nueva esta rebelión en su obra. Ya en textos como Mi relación con la comida se despachaba a gusto frente a los hipócritas que manejan el cotarro del teatro y, por extensión, de la cultura.

 

Lo vemos a diario. El fantasma del puritanismo vuelve a planear sobre nuestro mundo civilizado. Ahora que las normas de convivencia las dictan los algoritmos de las redes sociales, empeñados en censurar desnudos esculpidos hace 30.000 años (¿hola?); ahora que los cuadros de Egon Schiele sufren un ataque si cabe más furibundo que en su época, precisamente porque sucede 100 años después de pintarse (¿hola?); ahora que a los hombres liberales se les permite enseñar los dientes y se aplaude su licantropía machista, al tiempo que se mira mal a las mujeres que hacen top less… ahora Angélica Liddell arranca a mordiscos -como solo ella sabe hacerlo- las letras escarlata y las cambia en la hoguera por los libros de Farenheit 451. Inspirada en sendas novelas, la que Nathaniel Hawthorne publicó en 1850 y la que Bradbury escribió un siglo después, nuestra creadora escénica más internacional apunta hacia la hipocresía moral en estos tiempos de neopuritanismo (si es que algo de nuevo puede tener el puritanismo). “La condición puritana no soporta la causa obscena de la fecundación y la propagación, esconde el origen genital de nuestra concepción y de nuestro nacimiento”, dice Liddell.

 

Orgullosa de ser una degenerada si eso supone afirmar el hecho sublime de que la vida y el amor proceden del deseo, “de un sucio y violento movimiento entre penes y vulvas”, Liddell reivindica la raíz sexual de nuestras alegrías y nuestros dolores.