Por Pablo Iglesias Simón / @piglesiassimon

 

Entre 1962 y 2008 Donald E. Westlake, bajo el pseudónimo de Richard Stark, escribió veinticuatro novelas protagonizadas por un personaje fundamental para entender el género negro: Parker. A lo largo de estos relatos se va desplegando la inquebrantable personalidad de este ladrón profesional distante, implacable con sus enemigos, desagradable en sus modos, ajenos a todo comportamiento políticamente correcto, y a quien el autor se empeña en hacer antipático para el lector. Un tipo duro bajo cuya coraza se siente una suerte de ternura y que renuncia a la palabrería vacía para hablar solo con los hechos. Introvertido pero leal amigo de sus camaradas, quienes le profesan una lealtad sin límites. Con quien, contra todo pronóstico, acabamos empatizando, por su compleja coherencia y la minuciosidad y el compromiso hacia su profesión y compañeros fuera de la ley, que le permiten construir una ética, llena de claroscuros, pero que abruma por su  fortaleza inquebrantable.

Las adaptaciones de Darwyn Cooke (Editorial Astiberri) de sus andanzas al noveno arte consiguen hacernos sentir el peso de los silencios y, al tiempo, experimentar el vértigo de lo trepidante. La primera de estas adaptaciones es El cazador, donde el protagonista, dado por muerto por quienes lo traicionaron, construirá un camino de venganza que lo llevará a, sin quererlo, enfrentarse a la organización criminal más poderosa del país. No obstante, no será hasta La compañía, segundo cómic de la serie, cuando Parker será capaz de articular un plan que, hermanando a rateros y pequeños timadores, intente derrotar a sus poderosos enemigos. En El golpe, tercer volumen de la serie, Parker deberá llevar a cabo un plan maestro, ideado por un aprendiz de criminal, para atracar nada menos que una ciudad entera, enclaustrada en un valle y con una única vía de entrada y salida. Por último, Matadero traslada la acción a un parque de atracciones, donde se esconderá Parker con un preciado botín y, casi desarmado, tendrá que sobrevivir a los envites de las corruptas fuerzas de la ley y del mafioso terrateniente del lugar.

Para plasmar todas estas peripecias, el dibujante canadiense se valió magistralmente de una diversidad asombrosa de recursos a lo largo de la serie, pasando desde la narración puramente visual, a través de largas sucesiones de viñetas sin diálogo, hasta el aparentemente opuesto deleite en lo textual, convirtiendo otros pasajes en pequeñas historietas ilustradas, donde las imágenes se reducen al mínimo y las palabras se adueñan de la narración.