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Mey-Ling Bisogno en Danza en la Villa

Durante el tiempo de pandemia y confinamiento, las redes sociales acentuaron aún más el lado expositivo al que habitualmente nos sometemos con ellas. Con el encierro como escenario fueron testigo, también, de la inactividad obligada a la que nos vimos tabicados. Está todo bien, no pasa nada, viene a decirnos la coreógrafa y bailarina Mey-Ling Bisogno con su pieza Cómeme otra vez (2021). Una propuesta sobre la gula y la lujuria 2.0 que se verá dentro del festival Danza en la Villa el 6 y 7 de abril y encuentra su origen en Cómeme, montaje también de Bisogno estrenado en 2010.

 

Hashtag #gulaylujuria

 

Por Mercedes L. Caballero (unblogdedanza)

Fotos de la obra: Jesús Robisco

 

Cuenta Mey-Ling Bisogno, bailarina, coreógrafa y actriz nacida en Venezuela y afincada desde hace catorce años en Madrid, que no quiere aleccionar a nadie. Ni siquiera hacer una crítica. Solo contar una verdad sobre el nivel de exposición e irrealidad filtrado en las redes sociales, que ha subrayado la pandemia. Cuenta también, que esa ociosidad a la que nos vimos envasados durante la época del confinamiento, es pertinente, que no hay algo malo en ella, “la creatividad puede llegar a surgir de los momentos más ociosos”, explica. Y sobre estas dos ideas, atravesadas por una versión 2.0 de la gula y la lujuria, “no, como pecados capitales”, se vertebra Cómeme otra vez (2021), una obra que pudo verse por primera vez en octubre del año pasado, tras finalizar su residencia en el Centro Coreográfico María Pagés y que el pasado mes de febrero pasó por el Instituto Francés de Madrid.

Sin embargo, para encontrar el origen de este trabajo hay que remontarse doce años atrás. En 2010 y con un par de años en la capital, la creadora estrenó Cómeme, también sobre la lujuria y la gula, que tuvo que dejar de bailar por cierta precariedad. “Fue una obra muy importante, la segunda que realicé en España y obtuvo críticas bastante buenas. A nivel personal, me pasó de todo, me fracturé la nariz y bailé con ella rota, pero dejé de mostrarla porque la precariedad hacía que no pudiera enseñarla tal y como la había concebido”, apunta.

 

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Foto de Juan Carlos Toledo. Mey-Ling Bisogno.

 

¿Qué le ha hecho volver a ella?

Veo que toda esta cuestión de la lujuria, lo sensual, lo erótico, está muy presente, expuesto y normalizado en las redes sociales. Me puse a investigar y descubrí el movimiento mukbang, (movimiento surgido en Corea a través de YouTube en el que la gente come para ser observada, con público online), y el ASMR (del inglés Autonomous Sensory Meridian Response, Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma), y estos dos movimientos casan en un punto en el que se escucha la comida que se ingiere. Entré en contacto con todo esto desde un lugar muy desapegado, pero fascinada, y recordé mi obra Cómeme. ¿Cómo sería trabajar con estos conceptos de sobreexposición, que casi nos convierten en mercancías, la gula y la lujuria? Comprendí que somos los mismos seres en otro contexto.

 

Ketchup, mostaza y nutella

Si en el primer Cómeme (2010) había fresas, vino y canela sobre linóleo blanco, por Cómeme otra vez (2021) corre la mostaza, el ketchup y la nutella; si en aquel había tres intérpretes en escena, en este Cómeme son cuatro: Aiala Echegaray, Diana Bonilla, Cristina Pérez Sosa y Edoardo Ramirez Ehlinger, “parte del grupo con el que normalmente trabajo. Personalidades muy claras, tan importante para esta obra”. Si entonces hubo muy buenas críticas, de momento no ha habido tiempo para reseñas. “La verdad es que creo que desde 2013 o 2014 no he tenido críticas en ningún periódico, ni siquiera los blogs me hacen críticas porque, tengo la impresión, de que creen que juego en otra liga. En ese sentido siento estar en una especie de vacío, en un rango de edad o de lugar que corresponde a ninguna parte. Pero aprendí mucho leyendo críticas, incluso cuando no eran del todo favorables. Tengo la suerte de desapegarme mucho de mi trabajo, porque el arte va envejeciendo quieras o no, porque una va cambiando. Y me resulta muy útil que alguien acostumbrado a hacer análisis pueda reflexionar sobre tu trabajo. A veces cuando creamos, estamos tan ensimismados que podemos equivocarnos mucho”.

 

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¿A qué se refiere con ese vacío, dónde se sitúa usted en la escena de Madrid?

Es una pregunta muy graciosa porque se mezclan muchas cosas. Pues siento que entras en un lugar sin nombre, sin categoría. No puedes hacer certámenes, porque no eres emergente. Pero tampoco puedes llamar al gran teatro de no sé dónde para pedir que te incluyan en su programación. Me siento en un lugar rarísimo y cuando cumplí 50 me dio mucha angustia. Recordé lo que me imaginaba al llegar a ellos y estaba en el extremo opuesto. Económicamente, igual que a los 19 y además no era Pina Bausch, con lo que soñaba. Pero tras el shock vino la paz y me siento satisfecha con lo que he hecho, puedo ver el retorno de cómo toqué ciertas vidas.

La libertad siempre tiene un precio

¿Qué la trajo a Madrid desde Francia?

En esa época me iba muy bien, allí hice las producciones más costosas, por ejemplo. Pero pasaron cosas personales y profesionales que hicieron que sintiera que me secaba, que no terminaba de conectar. Soy latinoamericana y notaba una falta de espontaneidad que me empezó a pegar mucho. Profesionalmente, mi última creación tuvo una gran dificultad con el productor y yo, un poco inmadura también, me rebelé. De alguna manera se me quería censurar y yo transgredir. Mi actitud, aunque tuviera razón, se exacerbó. Y cuando estrené, se me dijo que en dos años no iba a presentar mi trabajo en ningún gran teatro. Así fue, las cancelaciones vinieron una detrás de otra. También tuve un accidente, bastante importante, me quedé inválida 6 meses… y empecé a reconsiderar qué quería hacer. Un amigo me invitó a Madrid para dar un taller, fue muy bonito, vi la ciudad y me picó el bichito. Madrid tiene los beneficios europeos y la improvisación y el desorden latinoamericano. La gente me recomendaba Barcelona, Bélgica, Alemania… no te vayas a Madrid, estás loca, pero en Madrid me sentí un poco en casa.

 

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¿Qué le ha enseñado esta ciudad sobre la danza?

Algo que también pasa en otras ciudades, supongo: que cuando se estrena en Madrid, es muy difícil volver a la capital. A la danza, que ya es frágil, no le beneficia la rapidez, la falta de recorrido, estar tan pocos días en cartel.

 

¿Y qué espera de Cómeme otra vez en Danza en la Villa?

Por un lado, me da pánico total, esa sala tan grande, sobre todo ahora que el aforo no necesita ser tan reducido. Por otro, estoy presentando la pieza que quería presentar. En este momento, es exactamente lo que quiero. Pero bueno, yo siempre ando ‘ensanduchada’ (ríe). Lo importante es defender lo nuestro desde la independencia. Es el camino duro, pero creo que es el camino. Si no creo, me seco. Tírame agua, vino, un poquito de pan y déjame ahí.

 

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