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Losdedae presenta ‘Le plancher’ en Teatro Galileo

“Todos tenemos monstruos y, gracias a la danza, yo los tengo controlados”

Una tarde primaveral, de este nuevo mundo pandémico, será la testigo de mi encuentro con el bailarín, coreógrafo y director de Losdedae Danza, Chevi Muraday, en el castizo barrio de La Latina. Acude a la cita en bicicleta y me espera en La china mandarina agasajado de un perfume que me hipnotiza. Hablamos del que será su nuevo estreno, Le plancher, en el Teatro Galileo del 3 al 13 de junio.

Esta pieza, dirigida por Juan Carlos Rubio, con música de Mariano Marín, y en la que Muraday comparte escenario con Inés Valderas, relata la trágica vida del artista Jeannot que, tras la muerte de su madre, a la que enterrará en su misma casa, acaba quitándose la vida aquejado por una enfermedad de salud mental; dejando como legado un suelo de madera grabado de su propio puño y que, a día de hoy, se ha convertido en el máximo exponente del Art Brut. De esta manera, Le plancher abre una intensa reflexión sobre la estigmatización de las enfermedades mentales.

 

La incomprensión y la enfermedad

 

Por Ka Penichet

 

¿Cómo te acercas a esta pieza?

Siempre me he acercado mucho a todos los artistas que, como válvula de escape, han utilizado su arte como una forma de liberación de toda esa presión mental a la que se han visto sometidos. Muchos de ellos han usado la escritura, la pintura o distintas formas de expresión para liberarse, de alguna forma, de estas presiones o enfermedades mentales. Eso siempre me ha inquietado mucho. Münch, Kafka, Sylvia Plath, Yayoi Kusama…La vida de esta última me parece fascinante. Está internada en un centro psiquiátrico pero al lado tiene el estudio y se pasa todo el día pintando con otras 30 personas que tiene a su servicio. Es la única forma en la que la esquizofrenia que ella sufre puede estar controlada y ha centrado su vida en el arte. Münch decía que él no quería ser tratado. Él quería estar encerrado en un psiquiátrico y seguir con su enfermedad porque su enfermedad era parte de su obra. Le plancher de Jeannot es una de las representaciones del Art Brut más importantes.

 

¿Cómo descubriste a Jeannot?

Fui a ver el suelo y me empecé como a sumergir en la obra. Empecé a intentar averiguar dónde podía sacar más información de la vida de Jeannot. De esta forma llegó a mis manos el libro Le plancher de Jeannot de Ingrid Thobois, a la que casualmente conocí hace 2 años dando clases en la Universidad de Estambul. Yo no trabajo con la inmediatez. Le plancher llevaba años en mi cabeza y, de repente, la vida me pone delante a Ingrid Thobois, que fue el detonante para ponerme a crear. Ella conocía mi trabajo, me cedió los derechos del texto, hice una traducción y nos pusimos a trabajar juntos sobre lo que yo quería contar realmente.

 

Además de la historia de Jeannot, ¿qué más temas abordas en tu pieza?

Es verdad que a mí me apetecía hablar de la historia de Jeannot, pero también quería hablar sobre la estigmatización de las enfermedades mentales por parte de la sociedad. Cómo la sociedad puede frivolizar o cómo nos presentamos ante esas cosas que decimos constantemente, sobre esa burla y la crueldad que podemos llegar a tener.

 

Yo tengo la sensación de que, la sociedad, lo mismo demanda atención sobre la salud mental ,como que a la vez, se aparta de las personas que padecen enfermedades mentales…

Es que, además, en el rechazo también hay algo de autodefensa hacia la persona que ha brotado. ¿Quién no ha tenido algún brote psicótico alguna vez? ¿Qué pasa? ¿Cómo la sociedad ha llegado a ser tan sumamente cruel con estas personas como Jeannot? Hay una crueldad absoluta, toda la presión social, el entorno, su familia… yo no sé cómo no se suicidó antes.

 

¿El detonante de su abandono hasta suicidarse fue que falleciera su madre? ¿o qué otros aspectos de su vida pueden haberle influenciado?

Ni Ingrid ni yo sabemos exactamente si él sufrió abusos por parte de su padre, sin embargo, sí tenemos constancia de que sus hermanas sí. Vivía en un entorno muy hostil. La figura del padre era tremenda. El libro relata palizas, una de ellas le dislocó la mandíbula a una de sus hermanas; la madre sufrió un aborto. El padre se suicidó cuando Jeannot se marchó a Argelia como la única forma de abandonar esa casa y para que volviese, se suicidó. La madre y su hermana no permitieron que nadie descolgase el cadáver, esperaron a que Jeannot volviese de Argelia para que lo hiciera él. Al poco tiempo la madre falleció. Jeannot y su hermana, de una manera muy psicótica, no permitieron que la madre fuese enterrada con el padre y la enterraron debajo de la escalera al lado de la cocina. Hicieron todo un ritual.

 

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Chevi Muraday e Inés Valderas en un momento de ‘Le plancher’.

¿Esa casa existe aún?

Esa casa existe. Al morir la madre, Jeannot empezó a tallar el suelo durante un mes o mes y medio y dejó de comer hasta que falleció. La hermana siguió viviendo en la casa durante 5 o 6 años. Pasado ese tiempo apareció muerta en el cobertizo. Fue toda una carrera de sucesos. Es muy tremendo. Ese suelo se encontró cuando un psiquiatra compró la casa 10 o 12 años después. El psiquiatra hizo un estudio de lo que ponía en el suelo e hizo un diagnóstico de lo que le sucedía a Jeannot y, a partir de ahí, las enfermedades mentales empezaron a verse desde otro lugar. Ingrid Thobois se puso en contacto con él, visitó el pueblo y él le contó todo lo que había encontrado. Y con todo ese material ella hizo un trabajo de investigación sobre la vida de Jeannot.

 

¿Qué puedes destacar del texto que grabó en el suelo?

Es un texto  completamente inconexo, perturbador y muy psicótico, que habla sobre la sociedad, la religión y cómo él se ha sentido presionado por esas situaciones. Cómo la religión nos ha maltratado y nos conduce a lugares que son tóxicos. Él tenía una patología muy delirante. A raíz del diagnóstico que hizo el psiquiatra que compró la casa, las enfermedades mentales empezaron a verse desde otro lugar. A mi me parece una historia tristísima, cómo un entorno puede ser una olla a presión. El suelo se puede ver en el Museo de Arte Contemporáneo de París y, por temporadas, se puede ver en el Hospital psiquiátrico Sainte-Anne de París. A mí me parece que nos ha dejado un legado para que se haga esa reflexión o, para que al menos, yo haga este trabajo tan bello y que tenía muchas ganas de hacer.

 

¿Qué nos puedes desvelar del espacio escénico?

He hecho una reproducción exacta del suelo y con planchas de metacrilato en movimiento. A través de ellas se pueden ver los objetos de los personajes: Jeannot, la hermana, el padre, la madre, los vecinos, el psiquiatra….Es muy sugerente.  Además he jugado introduciendo datos ficcionados sobre Jeannot. El suelo se irá moviendo a lo largo de la pieza e irá sugiriendo lugares distintos. Hay una construcción de varios personajes, por la que los dos intérpretes pasamos. Somos los vecinos, el pueblo, la sociedad que estigmatiza  y critica a esa familia, y, de repente, somos el padre, la madre, la hermana…Estamos jugando constantemente con esa dualidad de personajes y, como intérprete, es muy enriquecedor. Es una película en la cabeza muy tremenda donde te sumerge esta obra, porque es muy «deep».

 

¿Cómo abordaste la creación de la  coreografía?

Primero me encontré con Ingrid e hicimos un estudio del libro. Como no podíamos contar todo, empezamos a extraer las escenas más relevantes de la historia. La madre tuvo un aborto y eso desencadenó en Jeannot una serie de circunstancias que creo que eran importantes como la muerte del padre, la de su madre,  su viaje a Argelia… y, a través de esas escenas, la pieza se va construyendo con la información más directa que se puede dar al público.  La coreografía ha ido siempre como a favor para que el movimiento cuente. En este caso, lo que más me interesaba de esta historia, es que se entendiese perfectamente. No es como otras piezas de arte contemporánea donde es algo mucho más conceptual, como cuando hice a Juana con Aitana Sánchez Gijón.  Abordamos la coreografía al servicio absoluto de la historia. En todo hay una intención.

 

Losdedae presenta 'Le plancher' en Teatro Galileo en Madrid
Escena de ‘Le plancher’ con Ines Valderas y Chevi Muraday, dirigidos por Juan Carlos Rubio.

Esta historia pudiste haberla abordado hace dos o tres años, sin embargo, ahora que lo haces, la salud mental es un tema que se ha convertido en protagonista en la mesa del Congreso, ¿qué opinión te merece?

Creo que es el momento para hablar de esto. Socialmente estamos viviendo una situación tan sumamente distorsionada y estamos viviendo una presión tan grande que esto tiene que terminar. Ha sido muy bestia todo lo que nos ha pasado recientemente. Es una olla a presión que esperemos que no explote. Yo creo que ya estamos viendo como una luz al final del túnel, que funciona como una válvula que ayuda a ir soltando aire para que nos vayamos liberando un poco. Al igual que muchas personas, yo estuve confinado casi cuatro meses solo.

 

¿y cómo  lo gestionaste emocionalmente?

Pues me salvé gracias a la creación. Me sumergí en mis historias, en crear Le plancher, en crear los textos, en trabajar mucho online, en crear El perdón que empiezo en octubre con Juana Acosta y que se estrenará en diciembre en Córdoba, luego vendremos a Madrid en enero.

 

¿Qué utilidad tiene la danza para tratar enfermedades mentales?

La danza humaniza y es terapéutica. Y te lo digo en primera persona, yo estoy donde estoy, gracias a la danza. Todos tenemos monstruos, vivimos con él y yo, gracias a la danza y a mi trabajo, ese monstruo lo  tengo más controlado.  Suceden muchas cosas dentro de nosotros que muchas veces no las podemos sujetar y la danza como terapia es imprescindible. Tanto para soltar como para contener y  para sentirte en un lugar. Muchas veces, si no bailo, me pierdo. Yo voy por casa, y me pongo a bailar. Me sale de una forma espontánea y los meses que estuvimos confinados, no paré de bailar y compartir lo que sucedía.

 

A mí me parece que con la danza ocurre lo mismo que con las galerías de arte, la gente las mira desde fuera, pero no se atreven a entrar porque no van a comprar nada; o nunca te sientes con el suficiente criterio para valorar una pieza. Sin embargo, me pasa lo contrario, creo que has sabido llegar a todo tipo de públicos

La verdad que no lo sé, pero me gusta mucho que me lo digas. Es muy bonito que te digan eso. No es algo que yo pretenda pero en estos 25 años de compañía, si hay un compromiso absoluto es porque el movimiento no desaparezca de esta ciudad mutilada. Yo no te puedo decir que con mi trabajo haya acercado la danza al público, eso lo tiene que decir el público, pero sí te puedo decir que como creador tengo un compromiso para que el arte no desaparezca de una ciudad como Madrid. Es verdad que yo he bailado en el Teatro Español, he bailado en grandes teatros pero también he bailado en una cabina de teléfono, en La casa de la portera, en la calle…

 

Y, ¿qué echas de menos en nuestra cultura respecto a otras ciudades del mundo?

Yo creo que la danza no tiene un espacio en la sociedad española. Con lo que somos, decir esto es un crimen, porque tenemos la danza flamenca que es como un carnet de identidad. La danza española no tiene un lugar en esta sociedad porque está totalmente mutilada. No hay un teatro para la danza en Madrid. Puede ser la única capital europea que no tiene una casa de la danza con una programación constante. Y los teatros no dan oportunidades a las compañías de tener semanas, que es como una compañía se da a conocer; el trabajo coge fuerza, se visibiliza y la propia compañía coge una entidad. El hacer la pieza día a día es como verdaderamente crece. Yo lo he vivido, soy la única compañía de pequeño formato en Madrid que ha hecho cinco semanas de temporada en Matadero. Lo he hecho porque soy un descerebrado y un kamikaze. Muchas veces he perdido porque además soy productor.  Otras veces no me ha ido tan mal y se va compensando, pero lo que  no voy a hacer es que una pieza no se vea. Por ejemplo, estas dos semanas en el teatro Galileo son una maravilla, porque la pieza y nosotros como intérpretes, nos lo merecemos, porque el público tiene que tener oportunidad de verla porque si no, todo es tan fugaz…. Hay que confiar en el público y en tu propio trabajo y, en eso, yo me arriesgo porque las condiciones no son buenas. Hay un riesgo que yo asumo porque la pieza no puede quedarse en un almacén guardada.

 

Lo contrario sería dejarse morir como Jeannet…

Exactamente, ¿para qué lo haces entonces? Esto, realmente, es para poder compartirlo y poder crear un lugar de reflexión y un lugar de pensamiento.

 

¿Te queda alguna espinita clavada por algo que se te siga resistiendo?

Tengo una ambición sana.  Soy de pasito corto pero firme. Un día soñé con estar en el  Matadero y he hecho ya 6 temporadas en Madrid, he estado en la sala grande del Teatro Español y la pequeña. Pero aún no he bailado en el Teatro Real ni en el Mercat de les Flors. Nunca he sido invitado porque no entro en su criterio de programación. Y también me gustaría bailar con muchísimos intérpretes, hay algunos con los que cierro los ojos y pienso: “Madre mía, sería la hostia”.

 

Debo entender, en ese caso, que tú, que estás dentro del circuito y con una carrera prolífica, ¿consideras la danza un lugar elitista?

Las fronteras no existen pero siento que hay un lugar de la danza que es muy elitista, que se rige por unos cánones muy estrictos y si no sigues la tendencia, es como que estás out. Yo nunca he pertenecido. Como yo me lo como y yo me lo guiso, el dinero es mío, la compañía es mía, yo soy el que arriesga…eso me da libertad. Es verdad que recibo subvenciones pero sólo son un 30% de lo que me cuestan a mi las funciones.

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