Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

Repaso súper subjetivo a lo que ha dado de sí el año que acaba en los escenarios madrileños, en algunos de ellos al menos, porque pasar, pasan muchas más cosas que las que refleja este artículo. Y menos mal, porque los teatros deben seguir siendo catedrales abiertas a todos los credos, a todas las sensibilidades y a todos los bolsillos. Que así sea en 2019.

 

Yo confieso ante Cimarro todopoderoso que, en este año que acaba, he visto poco del mal llamado teatro comercial, el de toda la vida, vamos.

Confieso que me han interesado poco o nada las programaciones de las de hacer taquilla y que he faltado a muchos estrenos de los de darse palmaditas y brindar por los éxitos de los autores de moda.

Confieso que he frecuentado menos de lo que hubiera sido recomendable el mal llamado off teatral, que ya no sé qué coño es el off y cuál es la alternativa, si es que la hay.

Confieso que en 2018, año chino del perro, he perreado bastante, así que no estoy en condiciones de hacer un top ten con rigor y para todos los públicos, por lo que hablaré desde mi humilde y hastiada subjetividad, de algunas cosas que me han hecho sentir desde la butaca aquello que solo las artes escénicas te hacen sentir. El que lo probó lo sabe, y es indefinible, porque es muy personal.

Le doy al rewind (analógico que es uno).

La cuesta de enero fue más cuesta y más colectiva en 2018, porque 800 almas marcadas para siempre subimos juntas el Monte Olimpo de Jan Fabre, un creador en entredicho hoy por los supuestos abusos cometidos con algunos/as intérpretes de sus obras. Sea como sea, a nosotros nadie nos quita aquella experiencia inolvidable, aquella sensación inquebrantable de acontecimiento único e irrepetible, aquella epifanía entre narcoléptica y puestodespídica, aquel atentado contra la tiranía del tiempo, aquella radicalidad insobornable. «Recupera el poder. Disfruta de tu propia tragedia. Respira, solo respira. E imagínate algo nuevo».

 

2018 REWIND. Un resumen escénico en Madrid
‘E se elas fossem para Moscou’, de Christiane Jatahy

 

Si dejamos a un lado la droga dura de Fabre, que al fin y al cabo tiene más trazas de evento que de obra escénica, para mí lo mejor del año lo firman dos creadoras, una brasileña y otra argentina, y ambas cosas se han podido ver, como lo de Fabre, en los Teatros del Canal, verdadero revulsivo de la cartelera madrileña en 2018. La primera es Christiane Jatahy, que con su versión libérrima de Las tres hermanas de Chéjov, E se elas fossem para Moscou, nos sobrecogió por su combinación perfecta de pericia técnica y aldabonazo emocional. Inolvidables esas tres actrices sentadas al borde del escenario, enjugándose las lágrimas. La segunda es Lola Arias, que nos sacudió fuerte con su Campo minado gracias a esos seis ex convictos de la Guerra de las Malvinas, reunidos sobre el escenario para dar cuenta de lo que un conflicto inocula para siempre en los seres humanos, seis sesentones de rabia intacta, espoleándonos a despertar de este sueño conformista en el que vivimos.

Otro evento de proporciones míticas se venía mascando desde que se anunció la vuelta a los escenarios españoles de Angélica Liddell tras su exilio voluntario en 2014. Y a los adoradores de la bestia no nos defraudó, en absoluto. La Trilogía del Infinito es un festival es sí misma, un compendio de genialidad plástica, de imágenes desasosegantes y de largos y rabiosos parloteos con metralla, plomo filosófico y confesión desgarradora en busca del sentido de lo sagrado, descendiendo como solo ella sabe bajar a las profundidades más abyectas del hombre. Violencia, sacrificio y belleza.

Abro capítulo ahora para el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, que se está reubicando con su vuelta al formato tradicional. Pero en la primera parte de 2018 todavía llegaba a primavera y nos brindó, entre otras cosas, dos joyas de los portugueses de Chapitô, Edipo y Electra. Jamás hubiera pensado que me iba a reír tanto con dos tragedias griegas, jamás hubiera creído que dos actores y una actriz, sin apenas nada más que sus ropas y unas cucharas, pudieran generar en el espacio escénico tal cantidad de sensaciones. Son rematadamente buenos, son maestros, son genios. Luego, de la última edición del festival que hemos vivido en el noviembre de los 1000 estrenos, me quedo con una ligera impresión de decepción, pero sin dejar de valorar que hay mucho riesgo y valentía en las propuestas que nos ha traído Carlos Aladro. De todas ellas, para mí lo mejor ha sido Lokis, del director polaco Lukasz Twarkowski, por su desbordante libertad a la hora de combinar lenguajes, por el trabajo sin tacha de los integrantes de la compañía del Lithuanian National Drama Theatre, por la energía traducida en decibelios, por tensar así la cuerda en la relación con el espectador. Y no, a mí no me gustó la Medea de Simon Stone, lo siento. Es urgente una revisión del mito desde lo que significa en el presente y no quedarnos con lo que nos contaron los clásicos añadiéndole ropa actual y una sobredosis de histeria en el personaje principal.

 

2018 REWIND. Un resumen escénico en Madrid
‘Lokis’, de Lucasz Twarkowski

 

De la programación del Teatro Español me quedo con una apuesta segura, es decir, con La Zaranda. Es una maravilla comprobar cómo los de Jerez siguen en plena forma tras más de cuatro décadas haciendo el mejor teatro, entregados a ese ritual casi místico y tan apegado a la tierra al mismo tiempo, destilado hasta conseguir una pureza indiscutible. Ahora todo es noche podría muy bien ser su testamento, su muerte simbólica, su pasaporte a la eternidad, si es que no la tenían ganada ya. Pero sabemos que Paco, Eusebio y compañía tienen todavía mucha tela que cortar. Y luego me gustó mucho la controversia generada en torno a la versión (primera versión en gallego) de Divinas palabras que se marcaron los Chévere inmersos en la estructura del Centro Dramático Galego. Creo que remover las aguas del purismo es muy refrescante, aunque no todos lo sientan con el mismo grado de entusiasmo. A mí me pareció una apuesta francamente interesante, que entendía muy bien el trasfondo y la vigencia de lo que Valle-Inclán dejó ahí escrito.

Desde Galicia vino otro soplo, no, otro vendaval de aire fresco con la versión de Sueño de una noche de verano que se marcó la compañía Voadora, descaradamente libre, sin prejuicio alguno, haciendo de la falta de respeto a Shakespeare un ejercicio de imaginación escénica brutal. Volvieron al teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional en otoño con una propuesta radicalmente distinta, Garage, que no generó la misma unanimidad entre crítica y público. Pero poco antes pasó por ese mismo escenario otra de los grandes montajes del año, Notre Innocence, del mago Wajdi Mouawad. Ese coro perfectamente sincronizado de jóvenes cantándonos las cuarenta a los de más de cuarenta quedará en la retina y en el corazón para siempre.

 

2018 REWIND. Un resumen escénico en Madrid
‘Ahora todo es noche’, de La Zaranda

 

2018 REWIND. Un resumen escénico en Madrid
‘Sueño de una noche de verano’, de Voadora

 

Y ya que hablamos de jóvenes, quiero saludar y aplaudir el trabajo de La Tristura en Future Lovers, por regalarnos un artefacto escénico destilado hasta el tuétano que tan bien aboga por estrechar lazos entre generaciones, por darnos a ver y escuchar, como ocurría con Notre Innocence, lo que dejamos y cómo lo dejamos a los que vienen detrás de nosotros. Mirar a esos seis adolescentes en ese botellón intervenido poéticamente es como hacerte una trasfusión de sentido y conciencia. Más juventud. Más voces nuevas. Las de Nao Albet y Marcel Borrás, que con Mammón me mantuvieron en la butaca con un crescendo hecho de: ¿serán capaces? ¿han hecho eso? ¡qué puta locura! ¿en serio? ¡están como putas cabras! Creatividad lejos de las estrecheces, haciendo virtud del agotamiento posmodernista.

No quiero terminar este repaso sin hacer hueco a los descubrimientos gozosos, por ejemplo a la maravilla que fue el Grito pelao de Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz; a la impresión que me causó ver bailar a Rui Horta con 60 años; y al descoloque (generador, constructivo, estimulante) que me han producido las dos últimas cosas que he visto este año en Naves Matadero, también descubrimientos tardíos: la performer Marta Izquierdo, con Practice makes perfect, y Los Bárbaros con su Atlántida, una inquietante pieza a la que todavía sigo dándole vueltas.

 

2018 REWIND. Un resumen escénico en Madrid
‘Cama’, de Pilar G. Almansa

 

Y no quiero terminar tampoco sin un colmo de subjetividad y casi proselitismo nacido del amor y la amistad, confieso. Quiero dejar en este artículo el nombre de Pilar G. Almansa, compañera y amiga, pero sobre todo gran dramaturga y directora escénica, que con el doblete que mantiene en cartel, Cama y Mauthausen (apoyadas ambas en espléndidos ejercicios actorales de María Morales y Carlos Troya en la primera, y de Inma González en la segunda), debería ser suficiente para no regatearle la continuidad digna en este proceloso mundo del teatro madrileño.

Mi 2018 teatral ha acabado, en fin, en la nueva sala Réplika, otro feliz acontecimiento del año. Allí hemos celebrado todas las navidades y ninguna en X+ [ceremonia de invierno], comiendo, cantando y riendo y rubricando la esperanza de un gran futuro para esta sala. Y ahora, a esperar el 2019, que seguro viene cargado de propuestas tanto o más epatantes como todas las citadas aquí.

2019, año chino del cerdo. Y del cerdo, ya se sabe, hasta los andares.