La sección que habitualmente forma parte de nuestra revista de papel, másCaras, que cada mes firma Ester Bellver, sigue con nosotros en formato digital hasta que la situación nos permita volver a publicar la Godot.

 

GOTAS

 

Por Ester Bellver, actriz y dramaturga

 

 

Se escucha un trueno. Comienza a llover.

Miro a la ventana y algo de mí se escurre junto a una de las gotas que la lluvia acaba de estampar contra el cristal: caigo en el cráter de un abismo. No tengo miedo, tampoco siento dolor. O sí, puede que las dos cosas, pero tan fuerte que ni me doy cuenta. Ahora los dedos se abren camino entre mi cabellera despelufá. Aprovecho ese descuido para levantarme. Voy a la cocina, me preparo un té. Al regresar se me engancha en el picaporte la manga del brazo que sujeta la taza, una parte del líquido se derrama por el suelo. Vuelvo a la cocina, suelto la infusión, paso la fregona. Al escurrirla pongo demasiado entusiasmo y el cubo se vuelca: el salón está ahora inundado. Intento darme prisa para que el agua no avance, si llega hasta el cesto que tengo en el rincón se empaparán todos los gorros y bufandas de lana que guardo en él. El canasto, un berengenero de esparto que hizo el Sr. Gabriel, es enorme -me acuerdo ahora de aquel Festival de Almagro… Por las tardes, la función: El caballero de Olmedo; por las mañanas, aprender a hacer pleita (*) con Gabriel y Reinalda-. Contiene, como digo, miles de bufandas y gorros. Puede que también otros objetos que nunca supe dónde meter, de los que ni siquiera recuerdo su existencia. Cierto, ahí están las linternas. Las que funcionan y las que no pero que me da pena tirar. Son un objeto que aprecio bastante, me recuerda a las vacaciones de mi infancia en campings, a las excursiones nocturnas con mis sobrinos cuando eran pequeños y todavía me querían, a los acomodadores de cine de mi juventud, a los técnicos del teatro andando sigilosamente entre cajas mientras se desarrolla la función. Me parecen un gran invento, son útiles y sencillas, dos cualidades que, si aisladamente son atractivas, conjuntamente resultan magistrales. Las hay incluso con una dinamo, ésas no necesitan batería y por tanto no contaminan. Le das a una manivela y los giros se convierten en luz, así de mágico. No sé si atreverme a tomar un segundo té. Vuelvo a la cocina y pongo a calentar lo que sobró antes. Tanto el té como el café me gustan muy calientes, hirviendo. Mientras alcanza ese grado de exigencia, voy al baño: todo lo que bebo me obliga a ir enseguida al servicio. Orino muchas veces al día, también por la noche: me levanto al menos dos o tres veces. Fui al médico y me dijo que tenía la vejiga hiperactiva, parece ser que es algo bastante común. Se da más en mujeres, pero a algunos hombres también les ocurre. Puede que no resulte de muy buen gusto hablar de esto, pero me lleva, sin embargo, a recordar a Mario. A mi amigo Mario. Él también lo padecía, pero ya murió. Hace de eso seis o siete años. Parece que fue ayer cuando estábamos en la presentación del libro de Isabel… Era muy buena persona. Y muy inteligente, también. Maldito cáncer. Dejó huérfanos a dos niños pequeños que le adoraban, fue una gran tragedia. Después de él murieron varios amigos muy seguidamente, también Isabel. En un rincón de la bañera hay un tarro de cristal, de esos de miel o de aceitunas, con esquejes de diferentes plantas sumergidos en agua. Ayer hice algo de jardinería, ya era hora, la terraza llevaba siglos abandonada. Todo en mi vida está últimamente abandonado: mi casa, mi cuerpo, mi alma. Siempre que hago jardinería me enfrento al doloroso dilema de si arrancar o no las llamadas ‘malas hiervas’. ¿Por qué unas tienen más derecho a vivir que otras? ¿Por qué he de decidirlo yo? A veces he rehusado asumir esa tarea selectiva pero finalmente, con el tiempo, tengo que intervenir. Si no arrancas algunas de ellas comienzan todas a crecer. Al principio va bien, pero después el tiesto empieza a quedárseles pequeño. La tierra desaparece y en su lugar solo quedan raíces intentando estrangularse entre sí. La terraza se convierte en una madeja de hierbajos secos cuando pasa una larga temporada sin que haya ejecuciones. Una vez que decido cuál ha de morir ejerzo sobre ella una gran violencia. Primero trato de arrancarla, si se resiste cojo la piqueta y se la clavo en las raíces hasta desmembrarla. Soy una asesina. También mato hormigas y arañas. A veces me ganan el corazón y hago como que no las veo, pero entonces, si dejo pasar un par de días, cada vez son más. A la semana tengo que ir mirando al suelo para no pisarlas, al techo para no enredarme: están por todas partes. Esos puntitos negros del techo son sus huevos. No quiero bichos en mi casa -me digo- y acabo con ellas como sea: a zapatazos o fumigándolas con líquidos letales. Es horrible verlas retorcerse. Al día siguiente ya no me acuerdo. Es más, diría que en un par de horas ya no me acuerdo. El cielo es precioso, pero también lanza rayos sobre los árboles. Los tigres y los leones se comen a los antílopes, vuelvo a reencontrarme con ello cada vez que veo un documental en La 2. Noto que cada vez estoy más hecha a ello, puede ser que el condicionante de verlo a través de una pantalla amortigüe el pellizco en mi corazón. Sí, estoy segura de que, si lo viera en directo, no lo soportaría. Sin embargo, aguanto perfectamente ver abuelos durmiendo en la calle todos los inviernos a bajo cero y enterarme por las noticias de que muchos de ellos son cifras que han fallecido de frío. Cuando era pequeña vi morir a la madre de Bambi en el cine, es lo más desgarrador que he contemplado nunca. “No llores, solo es un dibujito animado” -me consolaba mi madre-, pero yo sentía que, tras la máscara del dibujito, había algo insoportable que tarde o temprano tendría que asimilar. Ahora convivo con la constante noticia de niños muriendo a cada segundo de hambre, de sed, de bombas, de fronteras, de abandono en el mar y, como corresponde a mi edad adulta, trago con ello. Por otro lado, en plena crisis de la pandemia, esas cosas se han convertido en algo muy secundario. Lo que importa es que la economía se recupere, que nuestro país se recupere, que Europa se recupere. Hemos demostrado ser un pueblo solidario y juntos saldremos de esto. Necesito ir otra vez al baño. En un rincón de la bañera hay un tarro de cristal repleto de esquejes.

 

Se escucha otro trueno. La lluvia sigue estampando gotas contra el cristal.

 


*Pleita: Trenza de esparto, palma u otros materiales que se utiliza para hacer cestos, esteras, etc.