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Reencontrar la necesidad de hacer teatro

«Necesitamos enamorarnos y asustarnos para sentirnos vivos»

La nueva apuesta del tándem de creadores argentinos compuesto por Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti es Rabia, adaptación teatral de la novela homónima firmada por Sergio Bizzio. Un cuento con forma de monólogo en el que José María, el protagonista, narra cómo cambia su vida cuando las circunstancias le llevan a vivirla oculto a la vista de los demás.

Una reflexión claustrofóbica sobre el intento de seguir aferrados a nuestra vida, y la capacidad de modificarla, cuando las circunstancias nos obligan, que se estrena en el Teatro de La Abadía del 14 de septiembre al 8 de octubre.

Claudio, hace seis años que no te subías a un escenario, ¿qué es lo que te ha llevado a elegir Rabia, adaptación teatral de la novela de Sergio Bizzio, para hacerlo?

Claudio Tolcachir: No era el plan original, fue Mayorga quien me empujó y yo, en el fondo, evidentemente, tenía muchas ganas porque cuando dirigís, vos estás en todo, pero tu cuerpo no está. Tenía mucha necesidad de hacer un proyecto personal, de volver a cómo nació mi vocación, cómo nació Timbre 4, nuestro trabajo con Lautaro, que es de alguna manera decir: “Bueno, ¿qué tengo ganas de hacer? ¿qué nunca hice o qué me motiva?”. A veces es difícil encontrar algo que te estimule o algo que te renueve los votos o que te asuste, ¡por ahí te estimula justamente porque te asusta! Te diría que es una obra que me reencuentra con algo que necesitaba, que es dedicar esas horas porque necesitás, porque te encanta. Tenía como una enorme necesidad de volver a actuar.

 

Como bien dices, este regreso lo haces de la mano de Lautaro Perotti, quien asume la dirección del proyecto, ¿es la primera vez que se invierten los papeles?

C. T. : Lautaro nunca me llamó como director, siempre le decía: “Quiero que me dirijas”, y le tuve que forzar (Risas) Bueno, con Lautaro no sé cuántas obras hicimos ya, pero te diría que muchas y casi todas de las más importantes. Es gente que tiene una mirada muy valiosa y que al mismo tiempo mira con amor, mira de manera inspiradora, es distinto como uno trabaja cuando el otro te mira confiando en que algo podés hacer.

Lautaro Perotti: Cambiar de roles es como un desafío. Es un poco lo que siempre nos excita del trabajo que hacemos en Timbre 4, corrernos de los lugares conocidos, cómodos e investigar. Tiene mucho que ver con nuestros orígenes, con nuestra forma de hacer y construir. Es un encuentro en donde comenzamos sin tener claro cómo lo íbamos a hacer, pero nos reúne el deseo y cierta forma de trabajar que compartimos. Ha sido un proceso que tiene que ver con el descubrir el texto, con cómo contarlo. Nunca lo habíamos hecho así, sí hubo adaptaciones de obras, de textos propios y de los demás, pero nunca algo como esto, con una fórmula, un lenguaje y un trabajo súper placentero.

 

Desde Timbre 4 decís que vuestra forma de vivir y hacer teatro es dando un salto al abismo, ¿de qué manera dais ese salto y cuál es ese abismo?

L. P. : Es muy loco. Creo que tiene que ver con el deseo, o como dice Claudio, con la vocación. Estar buscando, agregar horas de trabajo y seguir hablando cuando terminó el ensayo, encontrarnos de noche por otra cosa y acabar de nuevo hablando de eso, es como algo en donde la cabeza está las 24 horas metida.

C. T. : El solo hecho de encontrarnos nos da mucha ilusión y nos implica un desafío desconocido a todos: Adaptar la novela, estar solo en el escenario… Entonces todo el trabajo está siendo muy de juntarnos, adaptar y trabajar, palabra por palabra, momento por momento, discutiendo, probando, sacando y, la verdad, es que el resto del equipo también se sumó a eso.

 

 

Un proyecto adaptado por cuatro personas (María García de Oteyza, Mónica Acevedo, junto a Tolcachir y Perotti), dirigido por vosotros dos e interpretado por Claudio, dejáis claro que un monólogo no es solo cosa de uno.

C. T. : Si pienso todas las cosas que hice de estas, como fue ponerme a dirigir, a escribir o hacer Timbre 4, siempre fueron proyectos grupales, nunca fueron cosas personales, siempre había como un tejido que tenía que ver con trabajar junto con otros que te estimulan, que te protegen, que te inspiran, que admiras, pero que al mismo tiempo te cuidan, porque me puedo equivocar, pero hay gente que me va ayudar a salir de los pozos. Creo que Rabia somos varias manos por eso.

L. P. : Fue realmente un trabajo de investigación, de búsquedas, de prueba, mucha prueba y mucho error, descubrir, volver a plantear, volver a repensar. Este proyecto es un desafío.

 

La obra habla de cómo el ser humano es capaz de adaptarse a circunstancias que, a priori, pueden ser absolutamente inverosímiles como es la situación que vive el protagonista de Rabia que se ve empujado a vivir su vida estando, literalmente, oculto del resto.

C. T. : Si hay algo que a mí me gusta, y que fui descubriendo en los ensayos, que es que hay algo que sucede en la obra, sin contar mucho el argumento, que es enfrentarse a una situación desconocida, sentirse perdido, empezar a recorrer y a descubrir cómo habitar un espacio nuevo, que está lleno de peligros, que es insondable y sentir que vas ganando confianza. Personalmente siento que cuento la historia de alguien que le pasa lo mismo que a mí frente a un proceso como este, que tengo el impulso de cambiar y eso dan ganas y da miedo. Hay que aprenderlo y retroceder, descubrir que haberte animado a atravesar esa oscuridad te descubre mundos nuevos buenos. Hay mucho más detrás, como te digo: la supervivencia, la obsesión, la violencia, la transformación, el descubrimiento; es maravilloso el texto que dice: “Por primera vez se dio cuenta que tenía tiempo para pensar y lo primero que pensó fue que nunca había pensado, un minuto después dormía profundamente” y bueno, eso es un montón ya.

 

¿Quién es José María, el personaje desde el que viviremos Rabia?

C. T. : José María es alguien que, por un impulso, se encuentra viviendo en un lugar y de una manera absolutamente impensada e inesperada, tiene que aprender a vivir de una manera que nunca había conocido y que nadie de nosotros conoce. Y que, a partir de eso, va desarrollando todo eso que desarrollamos en la vida como puede ser la supervivencia, el día a día, el amor, la competencia, la ternura, la violencia. Creo que es como si a mí me cambiaran absolutamente mi estructura de vida y tuviera que aprender a vivir un poco en secreto y sin las herramientas que tenemos normalmente para vivir. A mí me parece interesante ver cómo va desarrollando él su capacidad de poder adaptarse a una forma de vida absolutamente impensada, muy original, absurda, pero que al mismo tiempo lo que tiene de genial es que todos pensamos que nos podría pasar, o que nos puede estar pasando, sin que nos demos cuenta.

L. P. : Totalmente, hay algo que a mí también me conmueve mucho que tiene que ver con la evolución de este hombre. Las circunstancias por consecuencia lo obligan a evolucionar, termina siendo otra persona, termina aprendiendo, o descubriéndose, en cosas que él no se conocía. Hay algo de esto que hablamos al principio del proyecto que me parece que es algo que el personaje hace y que siempre, o casi siempre, cuando sucede te hace tomar riesgos. Las cosas evolucionan y estoy seguro que José María termina siendo mejor persona al final de esta novela, del relato, porque hay algo de permitirse descubrirse, pensarse, entenderse que lo hace muy rico.

 

Reencontrar la necesidad de hacer teatro en Madrid
Claudio Tolcachir en un instante de Rabia. Foto de Lucía Romero.

 

Seguir participando sin estar, ‘estar sin estar’, permanecer en la sombra. ¿Podríamos decir que es un fantasma de su propia vida?

L. P. : Completamente, porque se habla de él, está ahí, es protagonista de situaciones sin que nadie sepa que él está. La historia también tiene algo de clases sociales muy marcado, de empatizar con una persona tan incorrecta, tan particular, pero creo que hay algo maravilloso de cómo lo cuenta, de los puntos de vista, escuchar, no ver, acercarse desde arriba, desde lejos, desde cerca, cómo el relato lo atraviesa todo.

C. T. : Es interesante esto de que decide querer seguir participando. Es un motor desde adentro, acciona y hace cosas que salvan y cambian la realidad y que, sin embargo, nunca nadie se entera de que es él quien lo está haciendo. Es una historia y la forma de contarla, desde la parte de la actuación, muy genial.

 

Hay cierto paralelismo entre la vida que elige llevar este personaje, o que se ve obligado a elegir, y cómo nos compartamos ante determinadas situaciones.

C. T. : Eso para mí lo vuelve muy morboso y muy, muy, muy divertido. Cómo se puede uno acostumbrar a vivir de una determinada manera, secretamente, o en la oscuridad, por las razones que sea. Y cómo, cuando esa situación de alguna manera empieza a ser su cotidianidad, empiezan a pasar otras cosas, otros conflictos, como qué cosas vivo, la aparición de la competencia, el amor, los celos, la violencia, la ternura y, al final, cómo aparece la pregunta de cómo me metí en esto y cómo seguir, una pregunta que está buenísima y que nos hacemos todos. Necesitamos que nos sucedan cosas, necesitamos enamorarnos, necesitamos asustarnos para estar vivos, pero son cosas que nos suceden o que nos las inventamos para sentirnos vivos.

 

Incluso llega a tocar el tema de los egos. Cuando haces algo, de alguna manera, siempre quieres que se aprecie que está hecho por ti y aquí sucede todo lo contrario, se ve obligado a hacer un ejercicio de contención, reduciéndose a la enésima potencia y casi desaparecer.

C. T. : Total, te escucho esto que vos describís de desaparecer y me suena a nuestras conversaciones con Lautaro, y con todo el equipo, de que hay algo en nosotros que nos gusta estéticamente hacer desaparecer. A mí me gusta pensar eso, que en escena no se tiene que ver un gran actor, no se tiene que ver una gran puesta, no se tiene que ver la música, no se tiene que ver nada, como si tú fueses un enorme accidente de este todo, pasar desapercibido para que el total del conjunto construya. En este caso especialmente, nos damos cuenta de que cualquier exceso nuestro arruina lo que queremos generar, que es la película que el espectador se tiene que formar. Yo creo que la obra tiene mucho que ver con cualquier proceso creativo. Este proceso de José María, como te decía antes, en querer participar, pero darme cuenta que si me ven a mí la cago. Eso podría ser un capítulo de cualquier manual de creación: “Si me ven a mí la cago” (Risas), para que funcione no me tienen que ver.

 

Me parece muy interesante detenernos un momento en el concepto de que todo parezca un accidente en escena, creo que define realmente la esencia del hecho teatral.

L. P. : Nosotros fuimos lectores de esta novela mucho antes de pensar en hacerla y hay algo que te propone el ejercicio de lector, donde uno termina de completar un montón de imágenes que el autor te presenta. Nosotros no podíamos caer en la tentación de que esto no sucediese al pasarlo al escenario, nosotros estamos obligados a que el relato, que la historia, siguiese siendo la protagonista. Nuestra mirada sobre la historia, o nuestra puesta en escena, la expectación y demás tiene mucho que ver también con lo que estábamos hablando de vivir en la sombra como el personaje, poder contar esta historia sin que nosotros le pongamos nuestro sello y podamos permitir que siga trascendiendo y que los espectadores puedan terminar de completarla como lo hicimos nosotros y todos los lectores de Rabia. Es un ejercicio complejo, pero muy lindo, que tiene que ver con lo que nos gusta a nosotros.

C. T. : A mí como espectador también me gusta cuando el teatro me permite decir “esto me interesa”, que no me guíen el raciocinio y no me guíen la emoción. Me gusta sentir que soy el dueño de mi mirada de la obra. A mí me parece interesante que nuestro punto de vista no impida que cada espectador pueda también hacer su lectura política, humana, etc… Y que cada uno empatice o no, en este caso con José María. A mí me hace recordar para qué el teatro, para qué estar juntos en un espacio y probarlo, y que el clima también se vaya transformando, no sólo por lo que uno hace, sino por cómo los otros escuchan, que hace que cada función sea diferente.

 

Reencontrar la necesidad de hacer teatro en Madrid
Una escena de Rabia, protagonizada por Claudio Tolcachir. Foto de Lucía Romero.

 

Esta obra tiene algo de recuperar la figura del cuentacuentos, el reunirse en torno a un narrador que, a través de la palabra, nos haga viajar estimulando nuestra imaginación y que todo suceda dentro de nuestra cabeza.

C. T. : Total, hay mucha belleza en todo el trabajo que está haciendo Lautaro con la puesta y con el equipo sin invadir o sin guiar los climas, permitir nuevas lecturas. Cuando se nombra algo, en realidad, no suena a eso, suena a otra cosa que abre como otras dimensiones posibles y eso nos tocó. El teatro que más disfruto es el más simple, ese punto de vista; me encanta ver una megaproducción, pero lo disfruto más si es en el cine, a mí me gusta el teatro como cosa artesanal que te propone y dice: “Te voy a pedir que vos creas en esto. Te voy a pedir que vos veas esto e incentivar tu pensamiento”, porque por supuesto detrás están todos los temas, pero a mí nunca me gustó ninguna obra, ni como autor ni como espectador, que sea tan fácil saber de qué se está hablando, de qué estamos hablando porque entonces se vuelve más una conferencia sobre un tema, una discusión sobre un tema. Te diría que las obras que a mí más me han gustado no sé de qué trataron, no sé muy bien de qué eran, me acuerdo que me atravesaron, pero no sé contarlas.

 

¿Qué es lo que os ha resultado más difícil y lo más gozoso dentro de todo este proceso?

L. P. : La búsqueda del tono y la forma de contar esta historia en el escenario, sin pasarlo a una primera persona, pudiendo seguir la idea de un relato y demás, era un gran desafío. A mí hay algo de eso que también me es lo más placentero, la búsqueda. A mí, cuando un actor llena el escenario y termina llevándonos y transmitiéndonos todos los vericuetos de una historia, cuando eso aparece y cuando eso sucede, para mí es una de las cosas que más me interesan en el teatro; y el trabajo que hicimos con Clau tiene que ver con eso, un trabajo súper placentero de actuación, puramente de actuación, eso me encanta.

C. T. :  Para mí trabajar la obra y poder ensayar era rarísimo al principio, y más con la particularidad de actuar solo. Así que te diría que está junto lo que más me costó, posiblemente era confiar en volver a actuar, y a la vez era lo que más nos excitaba, y confiar en que las palabras traen imágenes, traen pensamientos y traen climas, y que arriba, al costado, debajo de las palabras, hay un montón de fuerzas que se generan. Y como mayor placer te vuelvo a decir poder trabajar junto con mis compañeros, creo que eso es lo que me salvó la vida cuando era niño y lo que me la sigue salvando. Lo que me da las ganas de vivir, de hacer cosas, sigue siendo para mí el encuentro con las otras personas, es el mayor estímulo, no como algo placentero, sino como necesidad vital. Encontrarse con miradas de otros, confiar en la conversación con los otros. O en el intercambio con los otros. Me doy cuenta de que es lo que lo que me hace sentir vivo, lo que lo único que me impulsa a salir de la cueva de José María, es como actuar en defensa propia.

 

¿Qué me podéis contar de la puesta en escena? ¿cómo lo planteáis?

C. T. : Digamos que hay una estructura muy simple desde donde vemos como el núcleo del espacio atravesado por la luz y el sonido viene de distintos lados. Todo tiene que ver con algo que a nosotros nos parecía muy interesante de la obra, ya de la novela, que es cómo cambia el punto de vista, cómo es ver las cosas desde arriba, cómo es ver las cosas de abajo, cómo es estar escondido, cómo es estar arriba, cómo está muy cerca. Hay algo ahí que fuimos trabajando muy meticulosamente, yo desde adentro y Lau desde afuera, haciendo que cada rincón del cuento también implique un rincón en el espacio, usando este espacio vacío con una escalera que gira, que es único en cada momento.

L. P. : Le dimos muchas vueltas, probamos muchas cosas, porque queríamos encontrar la manera que respondiese a esto de que no definiese, que no resolviese, lo que tiene que terminar de resolver el espectador. Pasamos por varias cosas, probamos y, finalmente, terminamos encontrando un elemento escenográfico que nos permite construir y jugar con las situaciones más que con la representación del espacio y de lo que va sucediendo a José María. Siempre nos pasa, que empezás a pensar en grandes cosas y terminás sintetizando hasta el punto que llegamos a un actor en el escenario contando una historia y agarrándote de la mano y llevándote como espectador a todos los lugares donde a nosotros nos llevó el libro cuando lo leímos.

 

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