Miguel del Arco dirige a Israel Elejalde en el papel del tullido más famoso del teatro, en una versión del clásico de Shakespeare cocinada a medias junto a Antonio Rojano. Manuela Velasco, Verónica Ronda, Cristóbal Suárez, Chema del Barco, Alejandro Jato y Álvaro Báguena completan el reparto. Lo tendréis del 10 de octubre al 17 de noviembre en el Teatro Pavón Kamikaze.

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

Fotos: Vanessa Rábade

 

Cuando se estrena un clásico, sobre todo un Shakespeare, que tan socorrido es para hablar del presente, tengo por costumbre preguntar a sus responsables por qué esa obra y por qué ahora. Ricardo III es una pieza casi de uno solo personaje, una encarnación del mal por el mal, retrato de un sátrapa despiadado que refleja la deshumanización total en la conquista del poder absoluto. Ricardo es un monstruo que establece desde el primer momento una complicidad con el espectador, frente al que despliega su show, seduciéndolo con su bufonesco ‘impossible is nothing’. Viene a decirnos que, cuando la política, en el sentido clásico del término, ha fracasado, solo queda desplegar el juego sangriento y ofrecerlo como un espectáculo a una sociedad hambrienta de carnaza donde ha triunfado la desafección y la desesperanza.

 

Vivimos tiempos claramente espejados en una realidad como esa, con la llegada al tablero geopolítico mundial de los Trump, Bolsonaro, Salvini o Viktor Orbán. Y cuando llegan estos tipos al poder, con sus maneras y sus aspectos histriónicos, su desfachatez, su desvergüenza y su convicción inquebrantable, al teatro solo le queda, como medio desde el que llamar la atención sobre el devenir de la sociedad de la que forma parte, lanzar una bengala de socorro, como dice Israel Elejalde, en forma de metáfora escénica. Nada más adecuado, pues, que montar Ricardo III, pese a sus irregularidades dramatúrgicas. No importan. Es una herramienta cultural que tenemos a mano y basta con ponerla en juego con las destrezas de que sean capaces, en este caso, los Kamikazes, para llamar la atención sobre lo que se nos viene encima.

 

Su contrahecha majestad quiere veros: impossible is nothing en Madrid
Manuela Velasco. ©Vanessa Rabade

 

El payaso peligroso

Históricamente, Ricardo fue interpretado de forma bufonesca, apelando a los resortes cómicos que tiene la obra, nada disimulados en determinadas escenas. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, después de Hitler, un actor como Laurence Olivier estableció una forma de abordarlo mucho más sombría. Los dictadores del siglo XX eran payasos pero, como se vio, payasos muy peligrosos. No es que los mamarrachos citados más arriba, con Trump a la cabeza, no sean peligrosos. “Veo a Trump, a Bolsonaro, a Maduro incluso -dice Elejalde- y me parecen fantoches, pero tienen detrás a mucha gente que consideran que tienen razón. Y miras a Trump y no ves a un tipo especialmente seductor, ves a una persona que se mueve torpemente, con ese pelo extraño, con esas gesticulaciones pasadas de rosca, y podía estar en un circo perfectamente. Hemos querido ir por ahí con nuestro Ricardo, empezando por dos referencias que a mí me vinieron inmediatamente al principio del proceso: el Hitler de Bruno Ganz en El hundimiento y el Jocker de Heath Ledger. A partir de ahí he compuesto un monstruo más que un pequeño tullido. Hacía mucho que no enfrentaba un personaje de composición y, aunque se puede hacer de otra forma, el personaje es una invitación muy sugerente, hay pocos personajes que te pongan ese capote y yo desde luego he entrado a él con todas”.

 

De Alcestes a Ricardo, pasando por Hamlet

Cuenta Miguel del Arco que, cada uno por su lado, él y Elejalde llegaron a una misma conclusión cuando empezaban a afrontar este nuevo reto juntos en la compañía Kamikaze. Pareciera que Hamlet, su anterior trabajo shakesperiano, está en las antípodas de Ricardo, pero las decisiones o las intuiciones no son casuales. “Misántropo, con su Alcestes, aparece con el 15M; Hamlet aparece con la enorme crisis que sufrimos todavía; y Ricardo llega con este ascenso de los populistas y con esta radicalización de la política y con este relevo generacional en la política española donde los nuevos políticos se han mostrado incapaces de ponerse de acuerdo. Realmente esto habla de la sociedad que estamos construyendo”.

 

“Hamlet -continúa ahora Elejalde- acaba donde empieza Ricardo. Hamlet no quiere vengarse, no quiere poner el mecanismo en marcha, y Ricardo llega sin ninguna esperanza en el humanismo, sabe que esto va solo de llegar al poder y pone en juego ese mecanismo diabólico”. Eso sí, una vez que consigue el poder, no sabe muy bien qué hacer con él. Sigue ahora Miguel del Arco: “Hamlet ve desde lejos el mecanismo y se quiere bajar, la muerte es ya su compañera y no tiene miedo al abismo. Ricardo quiere desvencijar el mecanismo, quiere destrozarlo, quiere quemar el mundo para que nada más exista después de él. Esa furia por destrozarlo todo produce una sensación de extrema vitalidad y eso es algo que atrae mucho de Ricardo, hace gracia. Ricardo está en el hacer, hacer, hacer. Decía Harold Bloom que el problema de Hamlet no es que piense demasiado, sino que piensa demasiado bien, y el problema de Ricardo es que ha dejado de pensar y ahí, en palabras de Hannah Arendt, es donde surge la inhumanidad. Ricardo es como un niño, quiero esto y lo quiero ya. Quiere el poder y una vez que lo tiene, que está en la cúspide, le quema. A partir de ahí le toca defenderse de todos los hijos de puta que tiene alrededor, que quieren lo mismo que él. Llega un momento que está tan arriba que solo puede bajar, o caerse, y es ahí cuando se da cuenta y pronuncia su famosa frase: mi reino por un caballo. Necesita salir de ahí”.

 

Su contrahecha majestad quiere veros: impossible is nothing en Madrid
Verónica Ronda. ©Vanessa Rabade

 

Y ahora España

En Italia parece que, al menos de momento, se han quitado de encima a Salvini. En Portugal, las izquierdas han sabido entenderse para alejar los fantasmas ultras, pero España está inmersa en un fracaso político que quizás nos traiga el irremediable ascenso de las derechas más radicalizadas desde que tenemos democracia. Por eso, la adaptación de este Ricardo III, con el concurso de Antonio Rojano, se ha empeñado en hablarnos directamente a nosotros. Y no ha hecho falta alterar mucho los significantes originales. “Miguel y yo -comenta Rojano- encontramos lugares donde parecía apelarse claramente a la historia reciente de España. Para mí, todo el siglo XX español está ahí, porque habla de la Guerra Civil, de Franco (que por cierto tiene su momento estelar en el montaje, muy bien traído con esto de la exhumación), de la Transición, de los políticos contemporáneos, de la corrupción. Los dramas históricos de Shakespeare hablan de eso, de como un rey tras otro ascienden y caen y cómo la rueda del poder sigue girando.”

 

Se han permitido la osadía de comenzar la obra no con el famoso verso (“Now is the winter of our discontent”), sino con un fragmento de Larra (sí, Mariano José de Larra) en boca de Ricardo, que empieza diciendo: “La sociedad es, de todas las necesidades de la vida, la peor”. También se han atrevido a poner en diálogo las réplicas de Shakespeare con las de Arzallus en el Congreso de los Diputados hablando de acabar con los odios pasados y los rencores. Sin duda, como siempre ocurre con los kamikazes, el montaje traerá cola. Pero menos mal que hay quien sigue concibiendo el teatro como una aguja que nos pinche, que nos duela y que nos haga sangrar.