Teatros del Canal estrena ‘Esto no es La casa de Bernarda Alba’, la versión masculina del clásico lorquiano de Carlota Ferrer y José Manuel Mora. [entradilla]

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer 

Fotos: Alba Pujol

 

Los Teatros del Canal estrenan ‘Esto no es La casa de Bernarda Alba’, la versión masculina del clásico lorquiano de Carlota Ferrer y José Manuel Mora, con Eusebio Poncela en el papel del varón con faldas que mantiene a su prole sumida en un mar de luto. Junto a él, Óscar de la Fuente, David Luque, Igor Yebra, Julia de Castro, Jaime Lorente, Guillermo Weickert, Diego Garrido y Arturo Padilla.

 

Tenemos suerte, después de todo. Porque a veces al fascismo el tiro le sale por la culata. Lo mataron, sí, y de eso hace 81 años, pero Lorca está en boca de todos, vivo y moderno como el más vivo y el más moderno de los artistas españoles. Lo mataran por lo que lo mataran, lo cierto es que le dieron pasaporte a la eternidad y derramaron sobre el futuro su legado en forma de inspiración para las generaciones venideras.

 

Su teatro nos interpela, ayer, hoy y siempre, porque, en su dimensión profética, nos advierte de que la pistola del autoritarismo está siempre cargada y apuntando hacia la libertad. La casa de Bernarda Alba está escrita, mediado 1936, al borde del abismo que él presiente. “Bernarda, auténtico varón con faldas –escribe Miguel García Posada-, encarna el más secular autoritarismo hispánico, que lo domina todo y todo lo controla”. Las mujeres que viven bajo su inquebrantable golpe de bastón “proclaman su aspiración al amor, que es la aspiración a la libertad”.

 

©Alba Pujol

Pero esto que veremos en los Teatros del Canal, Esto no es La casa de Bernarda Alba. Es una tentativa de creación libre sobre la obra de Lorca, lorquiana en sí misma porque sigue la filosofía artística del poeta, que preconizaba vía libre para la imaginación, “que la poesía se levante en el escenario sin límites de ningún tipo”, como señala la directora Carlota Ferrer. Su propuesta parte de que lo que vemos al comenzar la función es la sala de un museo, una sala blanca sin mácula, en la que una serie de artistas, hombres todos excepto una mujer, exhiben la obra de Lorca a base de instalaciones plásticas y escenas performativas, donde la palabra escrita por el autor convive con la poesía, la música y la danza. “Quiero crear un universo donde habita todo sin marcar diferencias, porque todos esos planos de significado, sean de movimiento, de texto o musicales, están generando al final la atmósfera que contiene la obra de Lorca. En eso creo que soy muy clásica”, asegura Ferrer.

 

Hay dos cosas que llaman la atención nada más entrar en contacto con este montaje. La primera es el título, que encierra un homenaje a la célebre serie de cuadros de René Magritte (ya saben, Esto no es una pipa). Bien es cierto que aquella serie se llamó La traición de las imágenes, que entra a fondo en el debate sobre la realidad y su representación artística. ¿Esconde, entonces, esta puesta en escena una traición a la obra de Lorca? La paradoja está servida. Y el debate, porque no faltarán las voces que, a favor o en contra, siempre van a elevarse cuando un creador escénico contemporáneo revisita lo que consideramos un clásico. Pero quizás lo más importante, más allá de ese concepto tan escurridizo del respeto al texto original, esté en lograr que una obra escrita hace 80 años dialogue con nuestro tiempo. La mera arqueología escénica es aséptica e inútil, es la mayor traición que se le puede perpetrar al teatro de Lorca.

 

¿Cómo dialoga, pues, este montaje con nuestro tiempo? Aquí está esa segunda cuestión llamada a convertirse en titular. “Bernarda tiene hoy un sentido, desgraciadamente, y ahí está una de las razones para elegir que la interpreten hombres”, cuenta Ferrer. “Ya hay una normalidad, una nefasta normalidad, en ver mujeres que sufren. Queríamos distanciarnos de esa normalidad, porque sobre lo que es normal no hay reflexión. Quizás alguien pueda pensar: vaya, para una obra que tiene un claro protagonismo femenino, van y lo hacen con hombres. Lo cierto es que buscamos con esto un discurso feminista radical, que intenta viajar a la raíz. Al poner en boca de hombres actores y bailarines las palabras de Federico, que en numerosas ocasiones son vertidas por mujeres que manifiestan el deseo de ser hombres para poder gozar de libertad, ponemos en evidencia la fragilidad de la mujer ante la visión dominante del orden hetero-patriarcal y su gestión del mundo a través del miedo”.

 

©Alba Pujol

 

Que Bernarda sea un hombre no es nuevo (ya lo hizo Ismael Merlo en un año, 1976, en el que su significación adquiriría, seguramente, otra dimensión mucho más política). No es nuevo, pero no es normal, y mucho menos que todos los intérpretes sean hombres (excepto una mujer, Julia de Castro). “La normalidad es ver mujeres con moratones –sigue la directora-, confesiones de mujeres maltratadas, se asume como algo que pasa, que es normal. Y no, tenemos que ver más mujeres alzando la voz y revelándose ante las convenciones. Por eso está aquí Julia de Castro, que tiene un papel fundamental al final de la función que no puedo desvelar, evidentemente.”

 

Tenemos, pues, un elenco mayoritariamente masculino conformado por artistas de diversas disciplinas con una mujer al mando, hombres que hacen de mujeres sin forzar la feminidad, sin composiciones físicas, sin pelucas ni maquillajes. Son hombres que pasan por las emociones y las situaciones de unas mujeres y que tienen una opinión crítica como artistas al respecto. La Poncia, María Josefa, Bernarda y sus cinco hijas son mujeres que llevan en su interior una semilla podrida, una oscuridad que es producto del mundo machista en el que viven. “Me resultaba muy inquietante dibujar este paisaje humano viendo a esas mujeres a través de estos hombres”.

 

©Alba PujolEse paisaje lo domina un actor idílico para acomodarse en el traje de Bernarda: Eusebio Poncela. “Es más que un actor –dice la directora, que confiesa que llevaba mucho tiempo deseando trabajar con él-, es un artista, es pintor, es un mito del cine español, es alguien que no se mueve por complacencia, sino que se compromete con la creación”. Su perfil córvido, su mirada inquisitiva y su estar sólido lo elevan como el gran tótem que es el personaje escrito por Lorca, varón con faldas que templa los fulgores y los ardores de las hijas, extendiendo su inquisitorial mar de luto. También es llamativa la elección del bailarín Igor Yebra para interpretar a la madre de Bernarda, Josefa, la vieja loca que lanza las verdades a la cara, que quiere bailar a la orilla del mar.

 

Hay muchas decisiones de riesgo en este montaje, decisiones que lo hacen apetitoso. Decisiones artísticas y morales, porque también Carlota Ferrer, junto a José Manuel Mora, que firma la versión (incluye algún texto suyo y algún fragmento de poemas de Lorca), han decidido dar espacio y relevancia a cosas que pueden pasar más desapercibidas. Es el caso de la escena entre la criada y la mendiga, que son apenas seis líneas de texto, donde la criada pasa de víctima a verdugo con extrema fiereza. “Es algo que está en la propia Bernarda –comenta la directora-, que es una víctima que a fuerza de tener que sobrevivir se ha convertido en un verdugo descontrolado. Tanto ella como todas las hijas tiene sus oscuridades. Y como siempre intento buscar la belleza en la oscuridad, tengo que sacar esa oscuridad a flote más allá de los diálogos. Ocurre igual con la escena de la hija de la Librada, en el tercer acto, que habla de una lapidación a una mujer. Estas mujeres de esta casa van a ir a tirarle piedras a una mujer hasta matarla. Volvemos a lo que hablábamos antes de la normalización de las cosas. Oímos lapidación, como oímos ablación, pero son cosas que aquí no pasan, son cosas de otras culturas. Es un horror, pero seguimos viviendo como si nada. Pero cuando tú ves una lapidación, te haces cargo. Ahí hay que ser explícito y por eso hemos metido un vídeo de una lapidación. A veces hay que ser explícitos. Tampoco me gusta aleccionar, pero en algunas cosas hay que hacerlo, para que por lo menos te moleste sentirte aleccionado y te pongas a reflexionar”. Porque es que esto no es normal.

©Alba Pujol

 

No. No es normal que mataran a Lorca. No es normal que el fantasma del fascismo siga sobrevolando nuestras cabezas. No es normal que nos roben de la educación obligatoria las asignaturas de humanidades. No es normal que Donald Trump sea presidente de Estados Unidos. No es normal que la ultraderecha acceda a los parlamentos. No es normal que se encarcele a gente por expresar sus opiniones. No es normal que se hostiguen y persigan homosexuales en Rusia. No es normal que se asesine a mujeres a diario. No es normal que se criminalice a las víctimas. No es normal que se antepongan los intereses comerciales a los medioambientales. No es normal que nos roben en nuestra cara mientras pensamos en qué hashtag vamos a poner en nuestro próximo tuit. No es normal. Pero silencio… silencio he dicho.

 

 

ESTO NO ES LA CASA DE BERNARDA ALBA

Teatros del Canal

Del 14 de diciembre al 7 de enero.