El teatro lleva tiempo conviviendo con lo tecnológico y lo audiovisual, y seguirá haciéndolo, pero seamos realistas, no podemos digitalizarlo todo. La propia esencia del teatro lo impide. ¿Puede ser un complemento? Sí, por supuesto, pero ¿qué puede cambiar lo digital en un escenario donde sigue primando la precariedad?

 

Por María Moral / @maijomoral

 

Semi-superadas las fases de “tripolaridad” por las que hemos pasado, euforia-miedo-duelo, vemos una pequeña luz al final del túnel. Las cifras empiezan a tranquilizarnos, parece que la humanidad no se extingue -¡he llegado a pensarlo! Relativamente apaciguadas las cuestiones más vitales, desde la cultura, empezamos a mirar hacia el futuro con preocupación. Nos detenemos a observar los soportes y medios tecnológicos que han permitido, no solo continuar con la creación durante el confinamiento, sino convertir esos impulsos creativos en productos de consumo. Entonces, fruto del análisis de unas dinámicas que han brotado espontáneamente durante solo, repito, solo dos meses, creemos que el teatro va a mutar y que tenemos que estar preparados para ello. De los creadores del debate sobre la esencialidad y el emocionante combate “cultura vs entretenimiento”, llega el debate sobre lo digital, la nueva era después del coronavirus. De nuevo tenemos al sector polarizado, ahora debatiendo sobre la fórmula de la coca-cola, el sistema se reafirma en su darwinismo social y nosotros vamos postergando el único debate posible antes que ningún otro: el debate sobre la precariedad.

 

Para los que ven en la digitalización del teatro un nuevo nicho de mercado me siento con el deber moral de advertirles que auguro que va a ser un batacazo similar al del invento del Laser Disc. ¿Lo recordáis? A casa de mis padres llegó uno de esos aparatos junto con una serie completa de discos de Félix Rodríguez de la Fuente -si he superado ese fracaso puedo con todo. El teatro lleva tiempo conviviendo con lo tecnológico y lo audiovisual, y seguirá haciéndolo, pero seamos realistas, no podemos digitalizarlo todo. La propia esencia del teatro lo impide. ¿Puede ser un complemento? Sí, por supuesto, pero ¿qué puede cambiar lo digital en un escenario donde sigue primando la precariedad?

 

Llegados a este punto me veo obligada a discernir entre la industria cultural de las artes escénicas y una parte muy concreta que se ha llamado el tercer sector cultural. Este sector representa a un potente tejido creativo, es la semilla de la creación contemporánea que llena las programaciones de las salas independientes de las grandes ciudades, abastece las programaciones de los centros culturales de los distritos y cubre parte de las programaciones de los ayuntamientos de muchos municipios. La actividad que desarrolla el tercer sector cultural no se ciñe exclusivamente a los modelos de gestión privada ni tampoco a los de gestión pública, se caracteriza por no tener ánimo de lucro (¡ojo! eso no significa que el trabajo no deba ser remunerado), y por un deseo acuciante de crear con libertad, esto es que las leyes del mercado no condicionen los procesos de creación ni las programaciones de los espacios. Este planteamiento de base no rivaliza con una voluntad de emancipación y de llegar incluso a formar parte de la industria cultural, pero su objetivo es más ambicioso que el puramente económico. Se trata de hacer cultura en el sentido más amplio del concepto, de estar a la vanguardia de la creación, de modificar hábitos de consumo y hacer su aportación en la construcción de valores. La labor de este tejido creativo tiene un retorno social y económico para la ciudadanía, pero sin duda, ambos podrían ser mayores si existiera el marco propicio, empezando por el fiscal, para que su actividad no se desarrollara en los márgenes de la precariedad.

 

Dado que la actividad de este sector no tiene el reconocimiento ni el apoyo institucional que debería, resulta ser el eslabón más frágil de la cadena y esta crisis, como la anterior, le afecta de manera especial. El tercer sector, como las industrias culturales, tiene miedo a quedarse obsoleto y vuelve a caer en la trampa de reinventarse desde las leyes del capital, pero el capitalismo es lo único que está obsoleto, llevamos siglos padeciéndolo.

 

A lo largo del confinamiento hemos sido testigos en redes sociales, esas plataformas que hemos convertido en templos de culto y reflexión, de un sinfín de buenos propósitos en lo que respecta a un deseo de cambio de vida. Y ¿todos estos propósitos desaparecerán como lágrimas en la lluvia? Detengámonos unos segundos, unos días, unos meses más. ¿Es rentable para el tercer sector reanudar la actividad en este marco de incertezas desde las viejas estructuras? ¿Sería conveniente emplear nuestros recursos en redirigir durante este tiempo nuestra actividad para sentarnos a analizar, consensuar, construir una nueva estructura justa, atractiva y sostenible a la altura de una nueva era?

 

Estamos siendo cómplices de perpetuar este marco de precariedad y llenando las programaciones teatrales con propuestas, en muchos casos, carentes de rigor profesional. Estamos acomodados en la política del parche, para dar respuesta a un problema creamos otro mayor, trabajamos en solitario, sin el apoyo institucional necesario y sin un plan propio y solvente que garantice nuestro bienestar. Ha tenido que ser esta maldita pandemia la que nos haga parar, y ahora tenemos prisa por volver a la actividad. ¿Para qué? Si reabrir los teatros en estas condiciones no va a ser rentable para este sector, volvamos sin prisa, volvamos con más garantías de las que tenemos ahora, trabajemos a puerta semi-cerrada hasta que las restricciones de seguridad no limiten nuestros ingresos, trabajemos para el público y no solo para nosotros mismos, saquemos el teatro a la calle mientras sea necesario, solicitemos el apoyo necesario para poder hacerlo.

 

Profesionalmente no me gustaría volver a la normalidad, ni mucho menos a esa nueva normalidad digital que se empeñan en vaticinar, no exenta de intereses neoliberales. Anhelo un Siglo I después del Coronavirus con un tercer sector fortalecido, capaz de reconquistar al público y que permita a sus trabajadores vivir con dignidad.

 


María Moral es actriz y gestora de artes escénicas