Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer

 

Crítica del utilitarismo puro

 

Regresa a la cartelera la obra Nekrassov. El británico Dan Jemmett dirige esta obra del filósofo y dramaturgo francés Jean-Paul Sartre en el Teatro de la Abadía, con un elenco formado por Ernesto Arias, José Luis Alcobendas, Miguel Cubero y David Luque, Carmen Bécares, Palmira Ferrer y Clemente García. Una comedia que es una crítica feroz al cuarto poder y su posicionamiento ideológico por conveniencias políticas o económicas.

 

Sartre, Jean-Paul Sartre (1905-1980), el célebre filósofo francés, el padre del existencialismo, practicó mucho el teatro. Era una forma de poner carne y hueso a sus ideas. Ahí están, por ejemplo, Las moscas, A puerta cerrada, La puta respetuosa o Los secuestrados de Altona. Ninguna de ellas es una comedia. Nekrassov lo es, es su única comedia. “No una comedia intelectual francesa, no un vodevil -apunta Ernesto Arias, el actor que la protagoniza en este montaje de La Abadía-, sino una comedia extrema que raya la farsa, casi casi como de los Hermanos Marx”. El propio Sartre escribió que hacía falta recuperar la comedia satírica a la manera de Aristófanes, “la sátira que atrapa, revela y hace reír”, y donde además uno aprovecha para reírse de todo y de todos, hasta de sí mismo.

 

La posverdad no es nueva

La obra plantea un enredo monumental con la redacción de un periódico como escenario principal y la Guerra Fría como telón de fondo (se escribió en 1955), donde entran en juego la manipulación y el utilitarismo como conceptos fundamentales. Nekrassov es el nombre de un ministro que, huyendo de la Unión Soviética, elige la libertad. Sartre si inspiró en la figura real del desertor del ejército rojo Víctor Kravchenko, pero no fue más allá de la mera inspiración. Nekrassov en realidad es la excusa para hablar “del utilitarismo que rige las relaciones humanas”, según Ernesto Arias. “Las personas somos valoradas según la utilidad, te valoro porque eres útil a mis intereses”. El actor interpreta a Georges de Valera, el mayor estafador de Francia, que se encuentra en su camino con Sibilot, el periodista más honrado de Francia. “Sartre plantea una comedia -bastante coral, por cierto- donde todos los personajes están en apuros y cada uno de ellos encuentra una manera diferente de enfrentarse a la situación en la que se halla, unos engañando, como hace Valera, otros ejerciendo su poder y sometiendo a los subordinados, otros simplemente no tomando decisiones. La casualidad pone frente a frente a Valera y a Sibilot y se ven obligados a buscar una alianza, porque se necesitan mutuamente”. Juntos idean al tal Nekrassov y montan toda una ficción en torno a esta misteriosa figura, lo que hoy llamaríamos una fake news como un templo. Ahí radica la vigencia de la obra. Tendemos a pensar que esto de la posverdad es algo nuevo, de nuestro tiempo, pero lo cierto es que, como bien adivinó Sartre, fue la prensa anticomunista alentada por la derecha la que con sus invenciones generó el mayor obstáculo para el relajamiento de la tensión internacional. Suena absolutamente actual. “La diferencia -apunta Arias- es que hoy es todo más perverso. En la Guerra Fría estaba claro, había dos bloques y te alineabas con uno u otro. Hoy está todo mucho más contaminado. De hecho, cualquiera de nosotros está manipulado, no hay nada puro hoy en día, todo el mundo persigue que te comportes acorde a sus intereses, todas las empresas, periódicos, partidos políticos quieren que compres su producto, y para eso no dudan en disfrazarse de lo que no son”.

 

Juego teatral a vista del público

Es la tercera pieza que aborda en La Abadía el director británico Dan Jemmett (después de El burlador de Sevilla en 2008 y El café de Fassbinder/Goldoni en 2013), y para la ocasión ha creado un dispositivo escénico que abunda en el sentido que emana del propio texto. Lo explica Ernesto Arias: “El texto original tiene 28 personajes y en la versión que ha hecho Brenda Escobedo se han quedado en 13, que hacemos entre 7 actores y actrices. Hay cambios de vestuario constantes que hacemos a vista del público, un juego teatral que no oculta, deliberadamente, que los propios actores somos títeres, marionetas, de la misma forma que los propios personajes son marionetas en la situación que están viviendo. Y lo bueno de Sartre es que no ridiculiza a los personajes, no los caricaturiza de primeras, a pesar de lo extremo de la comedia. Lo que muestra es lo ridícula que puede llegar a ser la realidad. La realidad es ya caricaturesca de por sí, y es esa realidad la que obliga a los personajes a comportarse ridículamente, pero sin perder nunca su dignidad”.