Por Diego Paris

Foto: Paco Rodríguez, Susana Garrote, Aitor Merino y Diego Paris (sentado)

 

Marzo 2020. Camino sosegado por el centro de Madrid dirección al Teatro de Las Aguas. Es una tarde perfecta: hace sol, una temperatura excelente y estoy dirigiendo La vida a hostias, una comedia ácida que me está volviendo a conectar con la ilusión de hacer teatro. Recibo una llamada de teléfono y el emisor me comunica que van a cerrar todos los teatros a causa del COVID-19. No me lo puedo creer. ¿Me está tomando el pelo? ¿Es una broma? El tema parece un sueño, una pesadilla. Espero despertar pronto.

Hace dos décadas formaba parte de un grupo de teatro surrealista con algunos toques de teatro del absurdo. Nos llamábamos Caracalva. Fue uno de los ciclos más importantes y definitivos para ser quién soy ahora, como trabajador del teatro y como persona (ambas inevitablemente van unidas). Aquellos años tan fructíferos de aprendizaje constante, los tres actores y la actriz que formábamos el grupo hacíamos todas las labores necesarias para su funcionamiento: unos escribían el texto, otros se encargaban de la escenografía, todos del vestuario, atrezzo, diseñar los ‘flyers’ (que tan de moda estaban en aquellos años 90) que luego repartíamos por las calles y bares de Madrid. Fantásticos años teatrales aquellos.

 

NOSTALGIA. Pronto entré en el circuito de teatro comercial, y me inflé a pasar de un teatro a otro, y a otro. Teatros de todos los rincones de España. Fue también fantástico, pero poco a poco abandoné la pasión que pienso necesita el teatro, el arte, la cultura…, y me convertí en un funcionario del teatro. Han pasado ya muchos años, y doy las gracias a la Tierra por poder trabajar en el circuito de teatro comercial, aunque haya perdido esa ‘inocencia’. Y ahora, me siento bendecido por el cielo al encontrarme con un regalo, con unos compañeros aliados, con los que vuelvo a sentir ese amor, esa pasión que había casi desaparecido. Susana Garrote (que también produce la obra), Paco Rodríguez (que en este montaje se encarga de la dramaturgia) y Aitor Merino (con quién ya coincidí en Caracalva). Todos ellos, los tres, son los actores que se ponen en mis oxidadas manos con hambre de verdad, para hacer una divertida comedia ácida: La vida a hostias. Con esta comedia me estoy resarciendo de lo lindo.

Estos tres actores deambulan por la vida de distintos personajes (doce para ser exactos), todos ellos envueltos en situaciones cotidianas sobre la absurda existencia de sobrevivir. Algunos salen ilesos, otros, ya veremos. Me gusta que el espectador se sienta identificado con los personajes, que se ría y que sufra con ellos. Comedia sin farsa ni caretas, comedia para reír y reflexionar. Comedia en estado puro. Y todo ello no sería posible sin los geniales y afilados textos de autores contemporáneos: Alberto San Juan, Juan Carlos Rubio y Juan Cavestany. Todo está yendo sobre ruedas. Estoy radiante. En este nuevo grupo, antes de ensayar hablamos. Hablamos mucho, y nos contamos cosas. Debatimos, y todo fluye de una forma natural. Siempre llegamos a un acuerdo, y los ensayos van muy bien. La vida a hostias promete.

 

Marzo, 2020. Aparece una pandemia (Coronavirus o Covid-19), así, de pronto, como caída del cielo, o de la madre Tierra… no sé, hay varias teorías. Sea como sea, tenemos que parar los ensayos. Es como un ‘coitus interruptus’. Una bofetada. Una hostia bien dada. Respiro hondo. Respiramos muy hondo. PAUSA. La vida ya nos ha dado muchas hostias, a nosotros, a la gente del teatro, y nosotros, los cómicos y las cómicas, siempre hemos aprovechado las circunstancias dadas para crecer, para dar la vuelta a las cosas. Siempre volvemos a resurgir aun si cabe con más fuerza. Somos los ‘Ave Fénix’ de la cultura. La solidez de La vida a Hostias resistirá a esta maldita pandemia. Nos veremos pronto, querido público. Salud