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Proyecto 43-2: testigos de la Historia

Han pasado 12 años desde que comenzó el viaje de la compañía Proyecto 43-2, un viaje documental, personal, escénico y político a través de una sociedad, la vasca y, por extensión, la española, que ha convivido con la violencia y que en esta década ha sufrido un gran cambio reflejado por María San Miguel en tres piezas que se vieron juntas por primera vez en el Teatro de La Abadía bajo el título genérico de Rescoldos de paz y violencia, tres piezas de teatro documental generadas a partir de testimonios de víctimas del terrorismo, ex miembros de ETA y sus hijos. Proyecto 43-2, la obra que dio comienzo a la trilogía, está escrita por San Miguel junto a Julio Provencio. Luego vino La mirada del otro, con co-autoría y co-dirección de María y Chani Martín, y finalmente Viaje al fin de la noche, con texto de María y dirección de Pablo Rodríguez.

María San Miguel cerró su Máster de Humanidades, Teoría del Espectáculo y Filosofía con un trabajo titulado El teatro como herramienta pedagógica y de memoria: un caso práctico a través del conflicto vasco. Desde entonces su vida ha girado en torno a la cuestión vasca, a la incidencia que tiene sobre las personas la violencia y la convivencia entre víctimas y victimarios, y toda su obra desde entonces ha girado en torno a estos temas, desarrollando una trilogía que ahora podremos ver junta en La Sala Mirador. Por este motivo retomamos la charla que mantuvimos con ella en 2019.

 

Rescoldos de paz y violencia

 

 

Por Álvaro Vicente

 

Se cierra el círculo…

Sí, para mí era un sueño desde el principio, desde que decidimos que Proyecto 43-2, la primera de las obras y la que dio nombre a la compañía, no iba a ser un proyecto único. Soñaba con exhibir juntas las tres obras a modo de guinda y para poner un ‘continuará’ a este ciclo de mi vida que empezó en 2010, cuando inicié la investigación. Espero que podamos repetir esta experiencia e incluso que podamos hacer los tres espectáculos en un mismo día, en sesión continua. Y quiero llevarlo fuera de España, ese es mi siguiente objetivo.

 

¿Cuál es el origen de este gran proyecto?

Nació como trabajo final de máster, aunque algunos años antes yo ya tenía en la cabeza hablar de esto, de la cosa vasca, en escena. Nació ahí de manera un poco inconsciente. Y así ha seguido siendo, todo lo que acompaña a esta trilogía ha sido un poco inconsciente, porque en el momento que tomé la decisión de investigar en esto, montar una compañía, ponerme a escribir, no era consciente de todo lo que podía suponer y ha supuesto, que ha sido un crecimiento brutal como artista y una transformación personal increíble. Hemos sido testigos de primera mano de la Historia de este país y de un cambio social muy importante. Yo conecté tanto con este tema porque habla del ser humano. La transformación que está sufriendo el País Vasco es la de todos los territorios y sociedades contemporáneas que han tenido una relación directa con la violencia. Ha sido y es muy emocionante.

 

¿Tú tenías alguna vinculación personal con todo esto?

No, no, qué va, ninguna. Yo soy de Valladolid. Esta trilogía y, en general, el teatro que hago y que aspiro a seguir haciendo, tiene que ver, por un lado, con la educación familiar que he recibido. En mi casa siempre se ha hablado mucho de política y de colaborar activamente en la transformación social, buscando una sociedad más justa, más igualitaria. Por otro lado, la persona que a mí me cambió totalmente la forma de ver el mundo fue Eduardo Madina, al que conocí en la universidad cuando yo estudiaba Periodismo. Hace 32 años que Madina sufrió un atentado y cuando lo conocí ya había pasado por ahí y me habló de la necesidad del diálogo, de sentarse a hablar con quien tenía las armas. A mí aquella actitud me pareció muy fuerte, que alguien a quien la violencia había trastocado tanto su vida estuviera dispuesto y apostara por generar ese cambio, a pesar de todo. Conocerle se sumó a lo que traía de casa y decidí contar esto sobre un escenario.

 

Empiezas con este convencimiento de que solo puede superarse un periodo dominado por la violencia escuchando al otro, generando una suerte de empatía o de posicionamiento abierto y a favor del avance. Y empiezas con Proyecto 43-2, que es como un caleidoscopio, cómo mirar la violencia desde muchos tipos de relación con ella. 

Lo que me interesaba al principio era acercarme y entender esas otras posiciones y vivencias que para mí, una chica de Valladolid, eran tan lejanas. Proyecto 43-2 es la más coral de las tres porque parte de ahí, de la necesidad de entender, que no justificar. Pero esto nos ha acompañado luego siempre, y ahora estamos en un momento en el que es más necesario que nunca, porque vivimos un periodo muy sucio políticamente hablando. Pensamos que las cosas se solucionan solo en el terreno de la política, de las ideas, pero hay problemas que nacen de las relaciones más íntimas, de la construcción íntima de la identidad. Por eso quisimos hablar de cómo la violencia había roto o modificado las relaciones familiares y, por extensión, las sociales. Para mí, mi patria son muchas cosas, pero sobre todo mi patria es el mundo de los afectos que desarrollo y que llevo desarrollando desde que nací. Creo que de ahí nacen la mayoría de nuestros problemas y también están la mayoría de las soluciones. Por eso pusimos el foco ahí, en la familia, en el ámbito íntimo. Hoy en día pasa más que nunca en este país, porque por suerte tenemos una libertad de expresión, un tanto maltrecha, pero la tenemos, y tú puedes amar a alguien que en muchos puntos de vista no coincida en absoluto contigo, y eso creo que nos enriquece. A mí, siempre lo digo, y creo que a mis compañeros de la compañía les pasa igual, nos ha hecho mejores artistas y mejores personas esta posibilidad de acceder a tantos de esos ‘otros’ a los que hemos accedido; si yo no me hubiera metido en este lío, jamás hubiera convivido con todas estas personas.

 

Ese acceso a las fuentes originales, utilizando un término más periodístico -porque entreveo en todo esto tu formación periodística-, este querer entender y contar algo desde el máximo número de puntos de vista posible, sin querer cargar las tintas en un lado o en otro, ¿cómo fue? ¿Cómo consigues los testimonios que son la base luego de la obras?

A mí me gusta mucho el periodismo. No fue mi vocación e incluso lo odié, quería quitarme la licenciatura de encima y hacer teatro. Pero mira, luego todo me ha terminado aportando muchísimo en mi labor como artista. Para el acercamiento en el primer espectáculo a estas personas fue determinante la implicación personal del propio Edu Madina y de Rafaela Romero, que es la mujer de Jesús Eguiguren. También Jesús ha sido muy determinante a nivel profesional y personal en el proyecto. Ellos me pusieron en contacto con diferentes personas, con diferentes vivencias, respecto a la violencia, y con ideologías diversas, y a partir de esos primeros contactos, de esos afectos que también se fueron creando, fuimos conociendo al resto de las personas a las que he ido entrevistando. Siempre se contactaba previamente por teléfono, por sms, que todavía no había WhatsApp, y viajar al País Vasco y en la mayoría de las ocasiones juntarme con alguien o sentarnos (en la primera parte del proceso me acompañó Julio Provencio), sentarnos con alguien que nos acababa de conocer, y explicarle qué era lo que queríamos hacer, mirarle a los ojos, y preguntar. En este último proceso de Viaje al fin de la noche, que las entrevistas han sido a hijos e hijas de víctimas de las diferentes violencias, que es la gente de nuestra generación, de cada entrevista he salido enamorada, de repente te sientas con un hombre o una mujer que no te deja de mirar a los ojos y te cuenta historias súper íntimas y tremendas en esa relación con la violencia, y da igual lo que piense, te enamoras de ese ser humano que conecta con quien soy yo.

Yo empecé haciendo teatro documental sin saber que estaba haciendo teatro documental. Yo quería conocer de primera mano qué pasa después de la violencia, más allá de lo que vemos y leemos todos en los medios de comunicación, qué más hay por detrás… y por eso no hay ni un personaje real en las tres obras, sino que los personajes están construidos a partir de los testimonios de varias personas, es una especie de ‘frankenstein’. Por ejemplo, una cosa que está muy presente en la dramaturgia de Viaje al fin de la noche, es que hay cosas que dice el personaje que representa la hija de la víctima del GAL, que en realidad quien nos lo ha contado a nosotros es un hijo o una hija de una víctima de ETA, porque al final, cuando hablas del dolor y la violencia, lo que sí hemos aprendido es que da igual quien la perpetre, porque lo que provoca es universal. Por eso cuando fuimos con La mirada del otro a Colombia, no hacía falta explicar quién era ETA ni nada, el hecho teatral y lo que se contaba estaba por encima del hecho geográfico y político incluso.

 

¿Crees que había una necesidad de contar, una vez superado el cese definitivo de la violencia -que debió ser un punto de inflexión muy grande-, una necesidad distinta, más apremiante, con menos miedo quizás? Porque la historia de Euskadi en los últimos 40-50 años está también muy cruzada por el silencio…

Cuando fuimos con Proyecto 43-2 por primera vez a Euskadi, en 2012, la gente de allí nos decía: con lo que más nos hemos identificado es con los silencios que hay en el espectáculo. Fue súper bonito, porque es verdad, la sociedad allí se ha configurado a base de silencios. Sin embargo, en la parte del proceso documental, desde el primer momento, y eso ha pasado siempre en estos 10 años, yo alucinaba porque como te digo me sentaba con alguien a quien acababa de conocer, y tenía conversaciones de 3 y 4 horas, y a veces muchas personas me contaban cosas que luego confesaban que era la primera vez que lo verbalizaban, o te decían: esto jamás lo he hablado con mis hijos. También ha sido muy emocionante por eso, y complicado al mismo tiempo, porque de repente nos hemos convertido en receptores de un testimonio con un grueso emocional que nos afectaba, a mí me ha afectado mucho.

Lo bonito, como ha sido una trilogía que se ha desarrollado en tanto tiempo, es que he tenido la oportunidad de ver cómo se ha ido viajando a través de algunos duelos, cómo se han recuperado algunas personas, todo ese viaje lo hemos vivido. Y luego una cosa que sí ha sido fundamental respecto a la labor documental, y muy emocionante, es que cuando yo empecé a ir en 2010 y 2011, yo tenía que explicar en las entrevistas al principio por qué íbamos con una cámara de vídeo casera y con una grabadora. Nunca pudimos utilizar la cámara, porque era pánico en cuanto veían la cámara, y en ocasiones teníamos que explicar que era necesario que se grabara el testimonio, que era imprescindible para la labor dramatúrgica posterior, y a partir de ahí accedían, pero había una especie de negociación en muchas de las entrevistas. Sin embargo, en el siguiente proceso, en La mira del otro, ya 2014, habían pasado 3 años del anuncio del cese definitivo, y por parte tanto de las víctimas como de los victimarios era: sí, graba, sin problema.  Y ya para Viaje al fin de la noche, que hemos vuelto a ir con un equipo de cine con Isaki Lacuesta, que tenemos un proyecto juntos sobre esto, ya no había ningún problema.

En 10 años han cambiado mucho las cosas, hemos pasado de tener que explicar la necesidad de grabar para que no se perdieran los testimonios, a que nos dijeran directamente incluso los victimarios: quiero quedar retratado aquí, este material queda archivado y ahí está quién soy ahora y a lo que aspiro, y es importante que se grabe. Ahí sí ha sido claro el cambio. Pero mira, ayer hablaba con una víctima de torturas del GAL, que quiero que venga a La Abadía y que participe en el coloquio que haremos después de Viaje al fin de la noche, y me decía: María, quiero ir a ver las obras, y quiero estar de espectadora, porque me interesa mucho ver lo que pasa, pero me da miedo contar mi testimonio en Madrid. Vamos a intentar convencerla, porque es tan necesario que esos testimonios, que aquí se desconocen más, se escuchen… Se escuchan en la escena y ya es revolucionario que lo vayamos a contar en un teatro y en La abadía en concreto, pero si además se pueden escuchar ciertos testimonios, cumplimos un poco ese sueño y esa labor de transformación, de reflexión y de provocación sobre todo. Yo les decía a los compañeros y compañeras antes de empezar el proceso de ensayos ahora, que para mí más que nunca teníamos que ser conscientes, ahora que teníamos esta oportunidad, de provocar desde el escenario, ser conscientes de que con cada palabra y cada gesto que hagamos, estamos emitiendo una provocación directa sobre el público, porque creo que el teatro ahora tiene que estar ahí con todo lo que está pasando.

 

Una provocación total, pero positiva.

Por supuesto, solo puede ser en sentido positivo. De las tres, Viaje al fin de la noche es como mi niña bonita, porque ha sido una apuesta dramatúrgica. Hablamos de la ausencia de los padres, de estas cosas del ser humano. Mi padre tuvo un cáncer en medio de todo este proceso y, de pronto, acercarme al material antes de escribir era tremendo, fue un viaje muy grande, y luego creo que ha sido un proceso de maduración de la compañía, o sea, ya hemos puesto voz a estas víctimas de las que se había hablado en las otras obras pero no habían tenido una voz tan clara. Y me da mucha rabia que precisamente por eso apenas ha tenido gira este espectáculo, porque vivimos ahora en la España en la que vivimos, siendo claramente para mí la obra más redonda de las tres.

 

 

La que más ha girado es La mirada del otro, ¿verdad?

Sí, es la que mejor ha funcionado, también porque cuando se estrenó era un momento político y social más tranquilo de alguna manera, y porque, joder, cuenta una historia muy potente y esperanzadora, que no es que en las otras eso no esté, pero aquí acaban juntos y sentándose a hablar un etarra y un familiar de una víctima de ETA. Con todos estos hijos y estas hijas hay muchísimas contradicciones, hay un dolor inabarcable, hay una esperanza y una necesidad de hacer las cosas de otra manera hermosa, pero al mismo tiempo no pueden renunciar a su identidad, sobre todo los hijos y las hijas que vienen del mundo más relacionado con la izquierda abertzale o con la propia ETA, es como matar al padre. Hay mucha relación de dureza con su propia historia y en lo que supone compartir el dolor, en el descubrimiento de que el dolor es el mismo. De repente el otro es igual que yo, y siempre ha sido el otro, y siempre me he construido yo respecto a ese otro. Ahí hay una transformación brutal.

 

No hace mucho hablaba con Borja Ortiz de Gondra sobre cómo se va a construir el relato a partir de ahora, y él tiene la teoría de que la ficción cerrará mejor las heridas que los libros de Historia. ¿Tú qué piensas al respecto?

En el País Vasco hace tiempo ya que se está contando. Aquí el resto del territorio español tiene que hacer un poco de autocrítica. Hay escritores maravillosos, como Iban Zaldua o Harkaitz Cano, que yo he conocido a través de El eco de los disparos, de Edurne Portela. Yo, en mi caso, hago teatro documental, pero al mismo tiempo estoy generando una ficción, porque hay licencias poéticas y porque en el momento en el que te subes a un escenario hay una transformación de la realidad. Yo creo que tienen que estar los dos relatos, tiene que estar el trabajo de los historiadores, porque permanece, y porque es el deseablemente más objetivo, y luego creo que la ficción a través del mundo de los afectos y de ese encuentro con el otro y con todos esos otros, es el que sí puede llegar a que la sociedad realice una reflexión mayor que a lo mejor a partir del relato histórico no existe. Pero no lo tengo claro. Ayer, hablando con esta persona víctima del GAL de la que te hablaba antes, me contó que había estado hace poco en la UPV dando una charla y contando su testimonio, y ella estaba emocionada por las reacciones que había provocado, positivas todas, en relación a la autocrítica. La charla era ante personas de 30 años para arriba, y a partir de escuchar su testimonio, que en este caso sería más un testimonio histórico y real, habían reflexionado y habían dicho: ¿qué hice yo? O ¿por qué hice esto?O ¿dónde me equivoqué? Yo creo que la ficción es importante porque llega digamos a través del corazón y de las vísceras, conecta a través de lo físico con el otro, y creo que el relato histórico es imprescindible para poder ir a él siempre que lo necesitemos.

 

El propio hecho del registro y del archivo que habéis estado generando vosotros ya es un material para la Historia muy significativo. Y este material puede dar vida a otros proyectos en otros soportes y en otros géneros.

Es muy significativo porque va muy pegado a lo real. Hubo veces incluso en las entrevista que hice, por quién han sido y cómo han sido, que no daba tiempo a planificarlo como un rodaje, porque de pronto estábamos esperando a alguien que venía de la cárcel, que tenía 2 horas… y luego es verdad que hemos filmado, con Isaki Lacuesta, algunos hechos históricos y ha sido un trabajo un poco de guerrilla, sin saber muy bien qué forma tendrá eso, teniendo en común un lenguaje y unos intereses que tenemos los dos como artistas, de lenguaje propio y de cómo contar, y sobre todo por qué contar, porque esto era necesario documentarlo, aunque igual luego este material nunca sale a la luz y la cosa se queda en las tres obras, y quizás una cuarta dentro de 10 años.

 

 

¿Piensas seguir por ahí en el futuro?

Por un lado espero que sigamos, porque me haría muy feliz y tendría mucho sentido, seguir con la exhibición de la trilogía tanto dentro de España como fuera, mi sueño ahora y mi objetivo es dar el salto a Europa, porque aquí tampoco están muy bien las cosas y creo que nos viene un futuro bastante negro, y para la propuesta y el tipo de teatro que yo hago, creo que es demasiado incómodo ahora mismo y no interesa, hay que buscar salidas.

Desde la compañía seguiremos trabajando por ahí. Y Julio Castro, de La República Cultural, en su crítica escribió que sería muy interesante que dentro de 10 años volvamos a subir a Euskadi a entrevistar y a ver qué ha pasado, y creo que es muy acertado y tiene mucho sentido y también conecta con todo este trabajo que hacemos Isaki y yo: documentar y ver cómo cambia una sociedad, que hay cosas que han pasado muy rápido que parecía que no iban a pasar nunca o iban a tardar 20 años en ocurrir, y sin embargo luego hay otras cosas que parecía que iban a ocurrir ya y no sabemos cuándo ocurrirán. Sí, por una parte tengo ganas de hacer otras cosas, y por otra da mucho vértigo separarse de esto, así que tener la idea de que dentro de 10 años podríamos hacer una secuela, es emocionante. Es que en estos 10 años se ha generado un mundo de afectos muy potente que forma parte de mi día a día, seguiré yendo al País Vasco, viendo a mucha gente de la que ha colaborado con nosotros, y algo saldrá seguro.

 

¿El teatro documental está en su mejor momento?

No sé si es un momento de oro, supongo que es la búsqueda de otras maneras de contar relacionadas con la contemporaneidad que vivimos, esta sociedad líquida… lo hablo con muchos amigos y amigas vascas, y con Isaki lo hablamos mucho, bromeamos con que haremos esta película cuando a nadie ya le importe esto, y es verdad, y creo que tiene que ver con eso, con que el teatro se ha posicionado ahí, porque nos están contando muchas cosas sobre las que pasamos por encima o que olvidamos al día siguiente. Hace poco vi Campo minado de Lola Arias en los Teatros del Canal y lo que más me gustó era el valor que tenía tener a estos señores que habían pasado por la Guerra de las Malvinas y se habían enfrentado; sentarlos juntos es un mensaje tan poderoso para la sociedad, que creo que la ficción estrictamente entendida como ficción no puede llegar. Por eso también reivindico la ficción documental, porque es como en Entre dos aguas de Isaki, la verdad que tiene Isra Gómez no la tenemos ninguna actriz ni ningún actor, hay algo ahí de lo documental que atraviesa al espectador de otra manera.

 

¿Te has planteado, en esa cuarta obra que harás dentro de 10 años, tener a los propios implicados en escena? ¿Lo ves posible?

Lo he pensado varias veces, sí. Siempre he pensado -y por eso era tan potente lo de Lola Arias-, que para subir a los implicados el hecho teatral tiene que ser también muy potente, no vale solo con subir a los implicados, no vale solo con el testimonio, y esto ha sido una discusión que he tenido mucho con otros compañeros o compañeras, o profesionales del teatro social. Esto es un hecho artístico y el hecho artístico está por encima de todo, tienes que hacer como Lola Arias, un artilugio que además artísticamente tenga la misma potencia que lo que supone subirles a ellos ahí. Creo que dentro de unos años será posible para nosotros también por el proceso vital de los afectados y las afectadas, y de los perpetradores, porque quizás ahora en este desarrollo de nuestro trabajo, de la trilogía, ha sido muy pronto. Por eso Lola Arias lo hace 30 o 40 años después de la guerra, porque si no hay algo oportunista, y creo que la ética tiene que estar por encima de la oportunidad. Probablemente si yo se lo hubiera propuesto a algunas personas hubieran accedido, pero creo que es mejor que sea dentro de 10 años.

 

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